Seis novelas después, Karina Pacheco Medrano se muestra bastante más madura como escritora. La ganadora del Premio Luces en 2013 ostenta hoy una interesante producción literaria que ha cosechado elogios en diversos medios especializados.
Esta vez, la autora cusqueña nacida en 1969 presenta “Las orillas del aire”, una novela histórica con toques políticos que, desde una historia familiar bastante específica (la desaparición de una mujer mientras nadaba en un lago), se va convirtiendo en un abanico de búsquedas intensas y descubrimientos conmovedores.
Rada, arqueóloga y protagonista del relato, indaga sobre sus antepasados y comprende que explicar los misterios de la condición humana no conlleva respuesta única. El texto deKarina Pacheco –lanzado en la reciente FIL Lima 2017– incluye, además, un mosaico de situaciones ambientadas en el Perú a finales del fujimorismo.
Aquí nuestra charla con la autora de “Las orillas del aire”, novela que ya está a la venta en las principales librerías de Lima.
-Tu padre quedó huérfano de muy chico. Ese solo hecho es bastante similar al que detona esta ficción. ¿Estamos acaso ante uno de tus relatos más pegados a lo íntimo o familiar?
Sin ser exactamente un espejo de la realidad esta novela es una recreación –por momentos—de situaciones y reflexiones amparadas en la misma. Te hablo del tema de las ausencias que pesan y de cómo estas nos configuran. Pienso que el no tener padres puede determinar en qué nos convertimos luego. Pero también la metáfora presente en la micro historia refleja de algún modo tantas otras macro historias que han desaparecido y se han esfumado. Por eso hay un diálogo también con estas mujeres que hablan de un mundo ya desvanecido, tanto en la sierra como en la Amazonía. Ese recuerdo de awajunes, wampis u omaguas que sencillamente desaparecieron y que, sin embargo, permanecen como fantasmas fulgurantes en los diferentes escenarios por los que discurre mi novela.
-¿Alguna vez compartiste ese ímpetu de Rada (la protagonista) por conocer la verdad sobre sus antepasados?
Sí. Hay algo de mí en Rada o viceversa. Vengo de una sociedad (cusqueña/andina) en la que el interés por los antepasados es muy fuerte y donde la historia oral se sigue transmitiendo aún. Además, pienso que el interés por saber de dónde venimos marca quiénes somos.
-Algunos de nuestros lectores podrían desconocer geográficamente ciertos espacios donde transcurre tu novela. ¿Cómo es esa Erabamba que describes en “Las orillas del aire”?
Son los aires de una selva a la que también pertenezco. Nací en Cusco pero desde mi infancia las ciudades amazónicas han sido una constante. Por ejemplo, Quillabamba existe, aparece en el libro y ha sido un influjo muy poderoso en mi formación. Hice mi tesis de licenciatura en la selva amazónica y varios otros trabajos diversos. Pero sobre todo las imágenes de un viaje muy intenso que hice a Tarapoto hace unos años influyeron más en (esta) Erabamba. Y estas cavernas como imagen y metáfora nos dan tantos reflejos. Con esas figuras que se forman de abajo hacia arriba y viceversa. Esos laberintos donde uno puede sentirse perdido y, a veces, en medio de esas estalagmitas uno puede ver figuras que le resultan familiares. Meterse en estas cavernas es como entrar al corazón de la tierra.
-Las relaciones familiares tienen sobresaltos que en ocasiones nunca podemos superar. ¿Crees que el personaje de Magda [segunda esposa del padre de la protagonista] representa esto? Es decir, la idea de interrumpir un vínculo desde afuera…
Magda es un personaje que podría ser cualquiera de nosotros. A casi todos nos ha pasado eso de atravesarnos en la vida de las personas y a veces cambiar una historia. Pero tal como lo narra Rada, la historia de sus padres estaba en tensión permanente y tarde o temprano iba a romperse. Y la aparición de esta mujer es solo un desencadenante. Si bien en muchos momentos la ven como la que ‘rompe’ algo, todos son conscientes de que esa vida de conflictos podía romperse por otros motivos.
-En tu editorial Ceques editas libros de ciencias sociales, sobre arqueología y acerca del interior del Perú. ¿Fue útil esta experiencia como editora para poder ubicar escenarios y situaciones vinculados a Vilcabamba y al corazón de nuestro país en tu novela?
Casi sin buscarlo el tema de Vilcabamba me ha atraído mucho en los últimos años. Más como esa posibilidad de un reino inca que pudo haber proseguido y finalmente no fue. En ese sentido también hay una metáfora con esas imágenes de la novela. En Vilcabamba hay vestigios bellísimos y muy importantes sobre los cuales hoy se investiga. Y curiosamente el año pasado coeditamos, junto a IFEA y al Instituto de Arqueología de la Universidad de Chicago, “Vilcabamba y la arqueología de la resistencia inca”. Ese libro supuso que yo ingrese mucho más al tema. Esto, sin duda, me ha ayudado a agregarle detalles de realidad a esta historia.
REALISMO MÁGICO Y AMBICIONES LITERARIAS
-¿Podríamos ver a Lorenza como el personaje que lidera el realismo mágico en tu novela? ¿Qué importancia le das a este factor a lo largo del relato y cuánto fue cambiando para que no desconecte por completo la novela de la verosimilitud?
Existen muchas mujeres como Lorenza vivas, que guardan la memoria oral de mitos, leyendas, ritos, historias e incluso cuentos de terror. Ellas son narradoras de cuentos natas que guardan eso y cuando uno tiene la suerte de encontrárselas puede acceder a ese mundo de lo mítico que sigue muy vivo en los andes y la Amazonía. Así que más que un personaje inventado, es uno muy real. A lo largo de mi vida he conocido a muchas ‘Lorenzas’. Y no me refiero solo a mujeres indígenas que cuidaron a niños de la ciudad, sino que también tengo amigos que comparten cuentos sobre pishtacos o ñakaqs. Esas son otras puertas a realidades que, desde un sistema muy racionalizado y urbano, pueden parecer folklóricas, pero que guardan un enorme poder metafórico de lo que somos.
-Las mujeres en tus novelas son bastante poderosas mientras que los hombres parecen más bien vistos de lejos. ¿Coincides con esta premisa? Hablo por Blas Ruiz [el padre de Rada, la protagonista], Rodrigo, Emilio y Patricio…
Sí, ellos se ven un poco más de lejos porque al ser el personaje principal una mujer uno se detiene en ese mundo de percepciones muy agudo de la mujer como sujeto activo. Con un yo propio en la narración, con una capacidad de ser agente de su propio destino para bien o para mal. Y no es una idealización de un sujeto que no existe, sino que yo veo diariamente a tantas mujeres tomando decisiones ciertamente duras, como pasa con Aira. Me gusta explorar en esos territorios para relatar otras historias de mujeres o de hombres que me llamen la atención y que no son invenciones sino realidades muy presentes.
-¿Qué simbolizan los cuatro elementos que dan nombre a los capítulos de tu novela?
Piedras, orillas, agua y aire. La piedra es algo muy fuerte en general, sobre todo en los andes. Es un elemento básico, pero al mismo tiempo es algo duro, fundacional. Entonces, empezar con piedras que aparecen por diferentes motivos: chicos lanzándolas en una protesta social o el padre de Rada arrojándolas a través del río para tratar de llegar a otro lado. Vi estas diferentes piedras, con diversa forma y sentido, como el cimiento de mi novela. El agua, a su vez, es un elemento más vinculado a la selva, que es el centro de la historia. Mientras que el aire sirve para entender quién es ese personaje que se desvanece y que queda como algo flotando en el ambiente.
-Rada, Aira, Aida. ¿Hay un deseo adrede en escoger esos nombres fonéticamente cercanos o es solo una coincidencia de índole geográfica?
Esa es una construcción a propósito, relacionada a de dónde vienen nuestros nombres. Tantas veces heredamos nombres que nos vienen de abuelos o de personas a las que nuestros padres vieron con admiración o cuyo sonido simplemente les llamó la atención. Hay (en la novela) esta abuela que desaparece mientras le enseña a nadar a sus hijos. Pero su nombre queda casi partido en sus descendientes. Quise presentar una especie de juego de espejos. La novela tiene mucho de eso. Una niña desaparece en el río, hay otra mujer que luego desaparece en otro lugar. Los nombres se van configurando. Luego está la nieta que se ve reflejada en la abuela y que tiene una mitad del nombre porque su hermana tiene la otra. Es como mirarse frente al otro y ver parte de ti, y también otro desconocido que funciona a veces como un oráculo.
-Otro detalle que llama la atención en tu novela es el ingrediente histórico. Deslizas en parte de tu relato lo que pasó en la parte final del fujimorismo…
Creo que es momento de que mi generación — aquella que vivió el momento del shock, del cambio radical en lo político, y también el desencanto de las ideologías previas—se atreva a narrar eso. Me parecía importante empezar por ver quién es la narradora y cuál es la época que le tocó vivir. La idea era explicar cómo muchas veces, en medio de todo ese desencanto, terminamos aferrándonos a lo que es el armado del rompecabezas, que es nuestra propia identidad y nuestras relaciones más cercanas. Y al menos, en medio de esa marea y de ese huracán, tratar de aliviar pequeñas anclas que quizás suelen ser las más íntimas o personales.
-Pero sin llegar a convertir esto en una novela política…
Así es. Diría que esta es una novela más histórica con toques políticos. El papá de la protagonista fue una activista, sus amigos también. Pero de pronto viene la debacle, donde ya no se cree en nada. Y toda esa suerte de idealismos se ven confrontados con la realidad y uno no sabe cómo actuar. Pero al menos hay un intento por reconciliarse con el pasado y de encontrar ciertas verdades en los espacios más íntimos. Desentrañar los ocultamientos, olvidos programados y que sin embargo laten como heridas…
-Con el paso de tus libros publicados, ¿cuál es tu ambición al plantearte una nueva historia? ¿Buscar acercarse a la novela total o guarecerte en lo específico?
En novela me gusta ser muy ambiciosa, contar realidades íntimas pero que busquen otras mucho más totales. Estoy convencida de que para entender al sujeto más microscópico de una historia, el espectro mayor puede ayudar mucho, porque hace más rica la densidad del relato. Leo de todo pero ese son el tipo de novela que me gusta leer mucho más. Me gusta la ambición de tocar diferentes cosas. El reto posterior es cómo hilas de tal forma que haya un conjunto consistente y no solo una cosa destripada.
-¿Por qué un ser humano debe buscar sus raíces, siendo este un proceso que puede resultarnos doloroso?
Como dice el epígrafe que tomé de César Calvo: somos nuestros propios antepasados. Cuando hay cosas irresueltas, muy fuertes, quizás mentiras, secretos o deudas sin resolver, siempre hay algo que late en el aire. Así que siempre es mejor buscar resolvernos a nosotros mismos para entender mejor de dónde venimos. Los seres humanos nos convertimos en tales aprendiendo de quienes nos anteceden. Pasar por la vida como si no hubiéramos venido de toda una complejidad, quita el sentido a la humanidad de la que todos somos herederos.