La presencia de una pulsión salvaje en el ser humano es el elemento que une los cuentos de “Mundo salvaje”, el más reciente libro del escritor y guionista chileno Luis López-Aliaga publicado por la editorial Planeta.
En todos los relatos hay además la presencia, de forma circunstancial o protagónica, de animales. “Pero esto es más como una metáfora, porque aunque se supone que el mundo salvaje es el de los animales, en realidad este factor está presente en los seres humanos”, aclara el autor.
Hay otros dos detalles que resulta imposible dejar de lado aquí. El primero es el contexto de cada historia (ambientes duros y agresivos), y el segundo es la sensación de in crescendo que te invade cuando lees el libro de un tirón.
Chanchos, pájaros y murciélagos habitan un texto en el que López-Aliaga ha dejado en manos del lector la posibilidad de juzgar si tiene al frente piezas de autoficción o no. En lo personal, debo decir que “Crías”, “El Cóndor Castro”, “Mundo salvaje” y “El bicho” son los mejores cuentos del libro.
Aquí nuestra entrevista a Luis López-Aliaga sobre «Mundo Salvaje«, publicado originalmente en Chile pero que esperamos Planeta distribuya pronto en Perú.
-Más allá de la anécdota del primer amor entre el primo y la prima, ¿podemos asumir que hay muchas reminiscencias tuyas en los cuentos de “Mundo salvaje”?
Sí, hay un factor autobiográfico fuerte, en esta ocasión más hacia el lado materno, con mi familia de origen italiano. En mi libro anterior, “La imaginación del padre”, estaba presente la figura del padre (y del Perú), y aquí pasa algo (relaciones medio incestuosas entre primos) pero con el otro lado familiar. Yo nunca le ‘hago el quite’ a tomar elementos de mi propia vida para escribir, aunque obviamente los recuerdos están ficcionalizados.
-Siento que el libro va en un nivel in crescendo y “El bicho” es como un cierre ideal. ¿Coincides?
Sí, aunque entendía que en los libros de cuentos uno aspira a que los relatos sean autónomos, imaginé una progresión que tenía que ver con los personajes del comienzo que eran niños y que, más adelante, eran las mismas personas pero en la adultez, llevando con ellos la carga de su formación de infancia.
-Un cuento muy divertido es “El Cóndor Castro”, sobre un atleta peruano que logra engañar a sus ‘auspiciadores’ chilenos antes de correr la Maratón de Santiago. Uno de los personajes es tu papá. ¿Fue él quien te contó esta historia?
Esa historia es real dentro de lo que uno puede suponer si tiene en cuenta cómo van cambiando los relatos cuando pasan de boca en boca [risas]. Mi padre fue director del Club Peruano en Chile y allí organizaban muchas actividades para la colonia peruana. En ese contexto aparece este personaje. Yo escuché la historia varias veces en mi casa, pero cada quien la contaba a su manera. Tomé todas las fuentes, reconstruí y así resultó el cuento.
-¿Te es muy difícil desligarte de lo peruano al momento de escribir?
Claro. Eso lo cuento en “La imaginación del padre”. Mi formación literaria e incluso emocional es muy peruana. En la biblioteca de mi casa había fundamentalmente libros peruanos, mi padre escuchaba música peruana, ¡nosotros comíamos comida peruana antes del boom de la gastronomía peruana! Entonces, es inevitable que lo peruano atraviese mi obra. Y tal vez por el hecho de que mi padre no vivía en el Perú afianzaba mucho más sus tradiciones y su origen.
-Si ya unir dos historias es un reto, en el cuento “Mundo salvaje” intercalas tres. Cada una es bastante particular y encaja con las demás. ¿Lograr esto lo convierte en el relato más ambicioso del conjunto?
Es ambicioso en el sentido de que estructuralmente no es un relato lineal sino más bien complejo. Escribí los bloques de las historias y después los fui juntando con cierta idea de progresión dramática. Es como mirar una historia desde distintos puntos de vista.
-Entiendo que te has dedicado a otras facetas (guiones de TV y escribir novelas), pero entre tu último libro de cuentos y este han pasado siete años. ¿No es mucho tiempo?
Mi primer libro de cuentos (“Cuestión de astronomía”) es del año 1996. Luego en 2010 publiqué otro titulado “El bulto”. En el intermedio, sin embargo, publiqué novelas como “La imaginación del padre” y “Geografía de las nubes”. Con los cuentos me pasa que no los escribo de golpe sino que más bien los voy acumulando, y cuando tengo una cantidad significativa veo si hay algo que los pueda unir, entonces los junto, corrijo y armo el volumen.
-Tu última visita a Perú fue para el Festival de la Palabra PUCP. Y ahí también estuvieron tus compatriotas Álvaro Bisama, Constanza Gutiérrez y Marcelo Mellado. ¿Identificas algún tema común en la literatura que ustedes hacen?
Creo que entre los nombres que mencionas no hay una ligazón tan directa pues tenemos más diferencias que similitudes. Si hablamos de lo literario te diría que yo no me siento cercano con ninguno de los autores que mencionas.
-¿Y esto crees que termina siendo bueno? Porque uno podría esperar una sola “literatura chilena”, ¿o no?
Sería una lata que todos escribiéramos igual o de los mismos temas. En general es positivo que haya diversidad en cuanto a los factores que componen la literatura.
-Háblame de “Monito del monte”, un relato de desamor sumamente particular y con un final notable. ¿Te es fácil darle el giro a la tuerca de un relato que vienes sosteniendo bien?
El cuento está basado en una historia que me contaron alguna vez. El monito del monte es un marsupial autóctono chileno (aunque no vaya a ser que sea peruano y entremos en otra disputa) que está en extinción. Alguien me contó que alguna vez ese animalito apareció en su casa. Así que imaginé la historia de un personaje paralelo también en extinción: un hombre melancólico, abandonado, solitario. Y entonces ocurre un encuentro de dos seres en extinción que se reconocen como tales.
-Recuerdo “La voz de los pájaros” (relato de los estudiantes universitarios en los 80’) y pienso en los chicos que hoy intentan escribir pero se lamentan de no haber vivido dictaduras, represión o violencia. ¿Se puede escribir algo muy ambicioso con los problemas que vivimos hoy?
Sin duda. De partida (esos chicos) deberían agradecer que no les tocó vivir nada de eso. No creo que escribir grandes novelas o cuentos tenga que ver con vivir circunstancias históricas particulares. A veces el tema de la dictadura se vuelve más bien un problema porque ya se ha escrito tanto de eso que no te queda mucho para decir. Y, peor aún, el que no escribe sobre la dictadura queda a veces al margen. En lo personal yo hubiera preferido no tener que escribir sobre la dictadura, y felizmente no lo he hecho tanto. Toda mi generación literaria hizo uso y abuso del tema. Hoy me imagino que no faltan temas para abordar, tanto para los jóvenes como para los que ya no lo somos tanto, que también tenemos que hablar del presente y no solo del pasado.
– “El bicho” intercala la historia del olvidado poeta Dino Campana con la de una abuelita que, por sus problemas mentales, es sometida a terapias de electroshock. Es durísimo este argumento, pero logras que las piezas confluyan y el final es hermoso…
Es quizás el relato más abiertamente autobiográfico del conjunto. Doy el nombre de mi abuela al personaje. Y hago el vínculo con la figura de un poeta italiano llamado Dino Campana, que fue tratado como loco, con todo lo que eso significaba en cierta época. El tema aquí es la locura y cómo esta puede heredarse. Originalmente le iba a poner al cuento “El gen de la locura”, pero alguien me convenció de que no lo haga. La historia trata de cierta herencia que puede estar latiendo en los genes, como un bicho, claro.
-Alguna vez oí decir que la literatura es un arma de venganza. En tu caso, ¿qué utilidad le encuentras a la literatura? ¿Por qué recurres a ella?
Efectivamente, la venganza puede ser un motor importante en todo esto. A lo mejor disfrazada incluso, pero quizás sí hay un intento por saldar cuentas. Yo no lo he hecho tan explícito pero sí reconozco que hay algo de esto en el sentido de ordenar ciertas cosas que me pasaron y considero que debo dejar escritas.