“Para entender la historia política debes tener aperturas a otras dimensiones de la vida”

En poco más de 400 páginas, el historiador Antonio Zapata ha logrado una síntesis bastante exacta sobre el devenir político y social de nuestra República. La misión no ha sido fácil, como él mismo lo cuenta en esta entrevista, debido a la pandemia del coronavirus. Con bibliotecas cerradas ante la veloz propagación de los contagios, el destacado académico debió ingeniárselas para condensar volúmenes de su biblioteca personal, sumados a aquellos textos a los que pudo acceder vía Internet.

El resultado, que lleva como título “Lucha política y crisis social en el Perú republicano 1821-2021” (Fondo Editorial PUCP) es un trabajo correcto, en donde aparecen reseñados aspectos buenos y malos de cada uno de los gobiernos nacionales. Una historia lineal que a lo largo de su estructura presenta pequeñas islas en las que el autor profundiza en conceptos como ideologías, corrientes, pero también ahonda en el legado de grandes pensadores como José María Arguedas, José Carlos Mariátegui, y también escritores de la talla de Mario Vargas Llosa o Julio Ramón Ribeyro.

A continuación, el diálogo con Antonio Zapata sobre los principales aspectos de su nueva obra y además, un par de preguntas en torno a coyuntura y perspectivas de salida a la crisis política actual.

– ¿Cuáles fueron las principales dificultades que tuvo al realizar una investigación de este tipo en plena pandemia del coronavirus? Y a partir de esto, ¿qué satisfacciones siente al ver su libro impreso?

La principal dificultad, en términos conceptuales, fue que no había acceso a las fuentes. No había bibliotecas abiertas y entonces estaba dependiendo más de la personal. Así que hay ciertos vacíos. He leído mucho gracias a Internet, por la facilidad que existe para descargar artículos en línea, sin embargo, muchos otros no lo están, especialmente –por ejemplo—los escritos por colegas de provincia, que tal vez tienen menos acceso a estos medios en comparación con quienes trabajan desde la capital. Por todo esto, he presentado la siguiente dificultad: he querido hacer un libro de síntesis y no he tenido acceso a todos los materiales. Algunos yo los había leído, los recordaba, pero no tenía cómo citarlos de forma explícita.

-Más allá de las comentadas bondades de la Internet, queda claro que nunca será igual a un buen archivo físico. ¿Coincide?

Efectivamente, en el sentido en el sentido que en una biblioteca buena tú encuentras mucho más de lo que hay en línea, porque ahí usualmente hay cosas relativamente nuevas, mientras que hay un montón de libros que tal vez no son tan importantes como para llegar a ser clásicos, escritos hace dos o tres décadas, y que sin embargo pueden resultarte muy útiles para lo que quieres decir. Sabes que existen, alguna vez los viste, más o menos te acuerdas, y si quieres incorporarlos deberías tenerlos en tus manos para volverlos a mirar y ahí realmente sintetizarlos. Pero eso no me ha sido posible. Sin embargo, por el lado de las satisfacciones que me preguntaste, me satisface haber producido algo durante la pandemia, en el sentido de que en vez de estar lamentándome por la desgracia que estábamos sufriendo todos, he intentado salir adelante, hacer algo útil y pensando en los estudiantes, una especie de actualización de libros de síntesis, pues hace varios años no salían nuevos.

-Si hay algo en su libro son menciones a autores. Desde historiadores como Jorge Basadre, Heraclio Bonilla, Karen Spalding o Alfonso Quiroz, pasando por otro tipo de profesionales, como Jaime de Althaus y también científicos sociales algo más jóvenes. Sin ser un libro lleno de pies de página, ¿qué buscaba en cuanto a las referencias teniendo en cuenta su público objetivo?

Mi público objetivo fue el estudiante universitario peruano que, estudie la carrera que estudie, siempre llevará un curso de Historia del Perú. Quise hacer un libro ágil de divulgación que sea de utilidad en esta coyuntura. Ahora, me preguntas por personajes, y esa es una forma de hacerlo un poco más ligero. Esa es una de las virtudes de la historia, a diferencia de otras ciencias sociales muy respetables, pero con marcos teóricos más complejos. La historia tiene algunas ventajas y una de esas es que trata de la vida de la gente. No trata de categorías analíticas, de la economía, del movimiento del dinero o la moneda, sino de la gente. Así que los libros de historia tienen esa virtud: logran ser comprendidos por el gran público gracias a que tratan sobre personas. Así que el recurso es incorporar personajes, tanto los que actuaron como los que han escrito sobre ellos.

Jorge Basadre Grohmann, el historiador más importante nacido en este país, es muy citado en el libro de Zapata.

-Hablando de historia y de historiadores, empieza usted su libro con un disclosure en torno a su “compromiso intelectual con las izquierdas”. ¿Hasta qué punto un historiador debe solo describir, analizar o interpretar la historia que cuenta en sus libros?

La historia es una interpretación. Pocas veces hay nuevos datos que aportar. A veces pues alguien encontró un documento que antes no había y que cambia radicalmente las cosas o que aclara ciertas dudas que siempre hubo y entonces surge una nueva información. Eso es valioso, claro, pero ocurre pocas veces. La mayor parte del trabajo de los historiadores es ofrecer interpretaciones, relacionar los hechos. ‘En esa época estaba pasando esto y yo explico mi objeto de estudio porque había un contexto y en ese sentido lo importante era aquello’. Entonces, ofreces una interpretación. Eso explica también el paso de las generaciones. Normalmente una generación nueva ofrece una nueva interpretación de los hechos, no necesariamente nuevos datos. Por ejemplo, cada generación tiene su propia interpretación de la Guerra del Pacífico. Han ido cambiando los énfasis, se ha puesto el acento en tales o cuales tipos de acontecimientos. Entonces, no hay nuevos datos sino percepciones de porqué pasaron las cosas.

-Su libro puede leerse como una historia política que usted ha decidido interrumpir brevemente con pequeños aportes sobre temas como las ideologías, las corrientes, los pensadores, y personajes como Vargas Llosa, Arguedas, Mariátegui o demás. ¿Qué buscaba con esta estructura en su texto?

Explicar que la historia política que, efectivamente, es el eje del libro, no se termina de comprender en sí misma si uno hace solamente historia de los partidos, de las elecciones y de los mandatos presidenciales. Para comprender ese devenir necesitas aquello otro, y necesitas interrelacionarlo con ideologías, pensadores, con renovación de ideas sobre la naturaleza del país, por un lado, pero también con un poco de economía y otro de sociedad. Tienes que conocer que hubo migraciones, que el patrón demográfico del país cambió mucho, lo mismo con el patrón de ocupación del territorio y la distribución de la población en el espacio cambió mucho a partir de tales años. Entonces, para entender la historia política debes tener aperturas a otras dimensiones de la vida humana, no solamente las ideologías, sino también a lo social y a lo económico. Y he tratado, en la medida de lo que conozco, de ir incorporando cosas para hacer más comprensible la historia política, que es el tema de fondo.

-Haciendo mención al énfasis que usted hace en que la historia va enfocándose de forma distinta cada cierto tiempo. ¿Esto podría aplicarse, por ejemplo, al debate sobre si nuestra Independencia fue conseguida o concebida?

El debate de la independencia concedida fue planteado por el doctor Heraclio Bonilla en un famoso artículo que escribió con Karen Spalding. Esto fue para el Sesquicentenario, o sea, hace 50 años. Entonces, no es una ‘novedad’, es un viejo debate irresuelto. Lo que hay de nuevo, es decir, lo que han producido los historiadores del Bicentenario es incorporar a grupos subalternos, a los que ayer no se los miraba tanto. Entonces, aparecen muchas mujeres que antes no había, y aparecen con mucho énfasis algo que antes era muy débil: el protagonismo de las regiones. La idea que el debate aquel sobre la independencia concedida era muy ‘limeño-céntrico’. Los criollos de Bonilla eran los de Lima, no necesariamente los criollos de Tacna, que fueron dos veces a la rebelión, no necesariamente los del Cusco que fueron ‘n’ veces a rebeliones, incluyendo la última de Pumacahua, que fue dirigida por mestizos del Cusco, como eran los hermanos Angulo. Entonces, se ha mirado más a las regiones, a grupos subalternos, poniendo por delante a las mujeres. Eso es lo nuevo. Así que el debate de la Independencia concedida corresponde a otra época y que, bueno, en este periodo ha habido una abundante producción ya no basada en dicho debate, sino en descubrir quiénes han estado invisibilizados en esta historia. A eso se ha dedicado la nueva mirada.

-Una palabra que se menciona varias veces en su libro es el autoritarismo, desde distintas formas de gobierno. ¿Termina esto siendo siempre lo mismo a lo largo de nuestros 200 años como República?

En el sentido de que seguimos usando la misma palabra, los autoritarismos a lo largo del tiempo deben tener algo en común. Pero también es cierto que, como todo, está en evolución, por lo que no puedes equiparar un gobierno autoritario del siglo XIX con otro de nuestra época. Es más, solamente treinta o cuarenta años atrás lo habitual en el Perú era que ante situaciones de desorden hubiera golpes militares. Llevamos una grave crisis desde que entró PPK, no hubo un instante de paz, todo ha sido una lucha política desastrosa y la democracia está en grave riesgo, pero a nadie se le ha ocurrido que la solución puede ser un golpe militar.  Entonces, si ayer los autoritarismos eran dictaduras militares, hoy el patrón es otro. En América Latina más bien son los Parlamentos quienes derrocan a los presidentes. Los militares apoyan, pero no tienen un rol protagónico. Así que ya no hay dictaduras militares en este último ciclo. Puede que vuelvan, no lo sé. Así que, hay autoritarismos diferentes. Ahora hablamos de civiles y ayer de generales. Pese a esto, tal como dije al comienzo, si los seguimos llamando autoritarismos es porque conservan algunas definiciones claves: el poder central, abuso de autoridad, no respeto al estado de derecho, la imposición de la arbitrariedad. Todo eso es como la esencia del asunto.

-Un personaje que aparece varias veces en su libro es, inevitablemente, Simón Bolívar. Y sobre este hombre hay mucha bibliografía. Varios autores han castigado duramente su figura, calificándolo de enemigo del Perú. ¿Qué imagen digamos ‘objetiva’ suya deberíamos tener hoy?

De los personajes de la Independencia, el único con trascendencia histórica es Bolívar. Hasta hace muy poco hemos hablado de ‘pensamiento bolivariano’, del ‘socialismo del siglo XXI’, del Comandante Chávez y del ALBA. Son ideas que siguen circulando 200 años después. Eso me hace pensar a mí, sin ser un especialista en la Independencia, que Bolívar tenía una estatura superior a los otros protagonistas de la Independencia.  Incluyendo San Martín. Nadie habla de ‘pensamiento sanmartiniano’. Mientras que del pensamiento ‘bolivariano’ se ha hablado con profusión a lo largo de 200 años. Ese es un dato: Bolívar es el más importante protagonista de dicho periodo. Luego, habría que entender que él no tendría por qué haber querido al Perú. Nosotros somos peruanos y queremos al Perú porque es nuestra patria, pero él no tenía por qué tenerle una simpatía particular a este país, porque además el Perú era el bastión del realismo. Si con alguien estaba en lucha era contra los realistas. Y el bastión del realismo en América del Sur era el Perú. Entonces, se trataba de derrotar al Perú para los patriotas. El virrey era el virrey de Lima. ¿Cómo derrotar entonces al Perú? Esa fue la gran cuestión de la única guerra de ‘todos contra todos’ que hubo a nivel de todo Sudamérica (excepto Brasil). Entonces, en esa coyuntura se trataba de derrotar al Perú y, bueno, cuando lo logra, tampoco es cierto que se portó tan mal aquí. Nosotros lo acusamos porque ‘nos quitó Bolivia’. Eso es una tontera, porque, para empezar, la Audiencia de Charcas había sido traslada al Virreinato de Buenos Aires. Si a alguien se la quitó fue al Río de la Plata. Si tú vas a algún colegio en Buenos Aires y escuchas las clases, ahí dirán que Bolívar les quitó Bolivia a los argentinos. Así como los niños peruanos creen que Bolívar nos quitó Bolivia a nosotros. Mira, los habitantes de la Audiencia de Charcas querían ser independientes de España, pero también de Buenos Aires y también de Lima. Entonces, a la hora de los acontecimientos presionaron en ese sentido y los generales Sucre y Bolívar aceptaron. Pero la gran presión es por ser independientes. Así que echarle la culpa a Bolívar por aquello me parece equivocado. Y me parece que es una reacción ideológica contra Hugo Chávez. Porque ese debate se planteó cuando Chávez era fuerte, y cuando la Venezuela bolivariana no era el gran fracaso que es hoy, sino más bien un país que exportaba su modelo, fuerte, sólido, y fue entonces una reacción contra el ‘bolivarianismo’ de nuestros días.

“LAS RESPONSABILIDADES DE LA SITUACIÓN ACTUAL NO LE CORRESPONDEN A LA GENERACIÓN DE FRANCISCO PIZARRO”

-Hay un permanente intento por vincular la Conquista, su método y cómo se ejerció el virreinato ciertamente violento con los grandes males que aquejan al Perú. Desde un lado se vincula siempre estos temas, pero otros piden ‘superar’ el pasado y mirar hacia adelante. ¿Hay realmente un vínculo entre la Conquista, sus métodos y su ‘forma de gobierno’ con situaciones que luego usted detalla como la Oligarquía, la Aristocracia, las élites y la forma en cómo estas se manejaron con las clases bajas?

Quienes trabajamos en historia pensamos que sí hay vínculos porque existen procesos de largo tiempo histórico. Hay procesos más cortos, medianos y largos. Si tú miras, por ejemplo, el patrón de cultivos cambia porque no se siembra lo mismo en un valle, pero no en una generación sino en largos procesos. Mira, aunque existen procesos históricos que se mueven en el sustrato y son largos, contestando específicamente su pregunta, yo creo que aquello ocurrió hace 500 años. Sí, está en el sustrato. Venimos de una conquista. Un grupo conquistó a la gran mayoría del país e implantó un régimen derivado de ese proceso, que tuvo mucho de explotación, abusos, racismo, violaciones masivas, muchas cosas negativas para lo que puede ser la construcción de una nación integrada. Pero eso ocurrió hace 500 años, o sea, tampoco exageremos. Las responsabilidades de la situación actual corresponden a la República y hablando de esta, tampoco es que le correspondan a Bolívar, sino a nosotros, a nuestra generación, a la anterior, o a dos o tres anteriores. Al Gobierno de Fujimori, a Sendero, no lo sé. Las responsabilidades de la situación actual no le corresponden a la generación de Francisco Pizarro sino a las últimas. Son decisiones. Los países cambian, y bien pueden irse al hoyo o salir adelante. Y eso se nota en 20 o 30 años.

-Hay un tema que suele generar debate cada cierto tiempo en varios sectores de la opinión pública y la academia: los motivos por los que fracasó el ‘velasquismo’, que usted también trata en su libro.

Al velasquismo no le fue bien porque llegó tarde. El programa de Velasco estuvo en boga en toda América Latina, llamado populismo, nacionalismo económico, industrialización por sustitución de importaciones, en fin, que ha recibido diversas denominaciones, pero todos sabemos que en América Latina hubo un ciclo de gobiernos populistas que pretendieron modernizar, desarrollar sus países, terminar con las oligarquías, hacer reformas agrarias, aumentar el mercado interno (gracias a lo anterior) y hacer crecer el país mirando para adentro, antes de priorizar la exportación de materias primas. Eso estuvo en Brasil con el gobierno de Vargas, en Argentina fue Perón, en México Lázaro Cárdenas. En Chile el Frente Popular, que fue mucho antes de Allende, en los treinta o cuarenta. El Perú fue la excepción. Estos gobiernos populistas empezaron en América Latina en los 30 o 40 a más tardar y para la época en que llegó el general Velasco –que son los setentas—todo llevaba ya treinta años. Entonces, el velasquismo estuvo desfasado.

En Perú venció a la oligarquía, en la crisis de los años 30 o 40 fue el Apra el derrotado, y el programa de Víctor Raúl era el programa de Velasco. Bien decía Haya de la Torre durante los años de Velasco, ‘las medidas que se están aplicando son las que planteé en el 31’. Era verdad. Lo que pasa es que, en el Perú, en la crisis de los años treinta, las clases populares fueron derrotadas por la oligarquía, entonces esta prolongó su gobierno hasta los años sesenta. Y Belaunde tuvo el mismo programa que Velasco, aunque diferían en la manera de hacerlo. El primero más moderado y el segundo más radical. Yo pienso que si hubiera ganado el APRA en los años 30 probablemente hubiera sido otro el destino del país. No estamos aquí para hacer de adivinos.

-Dentro de las varias sensaciones que deja su libro, la mala es fundamentalmente por nuestra incapacidad de aprovechar las bonanzas (guano, salitre, y ahora el no poder industrializar las materias primas). Del otro lado, ya en lo positivo, distingo primero los héroes, con su capacidad para aparecer en los momentos más complicados de la Nación, y además la existencia (más reciente) de un eje anti corrupción, presente en distintos partidos políticos y sectores. ¿Cree que esto último ha permitido que no terminamos de convertirnos en Camboya?

A mí me parece que los defectos del Perú son muchos, ok, no hablemos un rato de ellos sino de sus virtudes. Y una de estas, me parece que la principal es la resistencia. Peruanas y peruanos son personas que saben que el Gobierno normalmente está mal, que la economía a veces sube o baja, y que estamos listos para aprovechar cuando sube y guarecernos cuando baja. No sabemos hasta cuándo pase eso, porque las crisis son parte consustancial de la vida peruana, sin embargo, en esas condiciones la gente en nuestro país es resiliente: me sobrepongo a lo que venga y yo sabré cómo salir de esto. Esa fuerza interior es la virtud más significativa que comparte la generalidad. La peruanidad se define por la resiliencia, por la capacidad para superar la adversidad. Eso nos hace un país fuerte, pero a la vez es producto de un país donde no hay muchas oportunidades, que siempre estará en caos, desorden, de crisis en crisis, y entiendo que hay gente que pierde la fe en su país, y se va, muchos de ellos talentosos, empeñosos y con fuerza. Así se pierde fuerza porque se va un porcentaje con la gente con más deseo de triunfar. Y se va a buscar el triunfo al extranjero.

Y sobre lo que tú has dicho, eligiendo a la corrupción como nuestro principal problema como país, y me parece un mal clave, porque pone al Estado en una situación de gran debilidad. El Estado es débil porque es corrupto, no abre canales de progreso para la Nación porque es corrupto. Sí pienso que aquí hay bastante gente que está harta más que de la pandemia de la corrupción y que desearía enmendar ese punto, y que la República se funde sobre una base completamente nueva al respecto. Creo que hay bastante gente con esa idea de la cabeza y constato lo que dices, estas se hayan en casi todos los grupos políticos y bien convendría que alrededor de ese punto hubiera un entendimiento entre gente honesta que vaya más allá de las diferencias ideológicas y políticas.

Antonio Zapata, autor de «Lucha política y crisis social en el Perú republicano 1821-2021».

-Su libro también deja la sensación de –siguiendo con los personajes positivos—que Belaunde fue un personaje noble, honesto, pero poco hábil en lo político. Más adelante, ya Paniagua y Sagasti tuvieron éxito en sus gestiones tal vez porque ambas fueron breves, de transición y no se plantearon objetivos ‘macro’. ¿Cree que por ahí va el camino? Le planteo esto teniendo en cuenta que la actual administración, que vive una crisis, continúa planteándose una Asamblea Constituyente, algo que a todas luces parece bastante difícil para el momento.

Sagasti, Paniagua y también el Gobierno que organizó las elecciones del año 1931. Gobiernos breves, de emergencia, para hacer una transición. Con Sagasti terminaba una larga crisis entre el Ejecutivo y el Legislativo y había que realizar las elecciones. En el caso de Paniagua había caído el Gobierno de Fujimori y él asume para convocar a comicios. Lo mismo en el 31. Samanez Ocampo asume a la caída de Leguía. Sánchez Cerro se quiso quedar y ser candidato presidencial, pero lo botan. Y ahí asume Samanez para organizar elecciones. Son gobiernos de transición, su principal misión es organizar las elecciones para que asuma un gobierno legítimo. Y lo hacen en ciertas coyunturas. Sagasti en pandemia, Paniagua para limpiar la corrupción porque Montesinos tenía redes en todo el Estado. Así que, además de organizar comicios tienen otra misión específica y –como dices—al tener un punto claro– logran éxito. Paniagua apresó a Montesinos y Sagasti trajo las vacunas. No es tan difícil como gobernar un periodo, es más acotado y, obviamente, esto te permite mayores oportunidades de éxito. Ahora, han tenido ambos sus virtudes, que no son las habituales en los gobiernos peruanos: ambos muy honestos, gobiernos intachables y gestiones en manos de técnicos y profesionales. Gente competente en los consejos de ministros y buena parte del éxito reside en eso: presidente honesto, experimentado, y equipo de buenos profesionales que lo acompañan. Ambas virtudes deberían ser recogidas por los gobiernos que tienen plazo mayor.

– ¿No cree entonces que la Asamblea Constituyente en las circunstancias de hoy, con un Gobierno débil, apenas con treinta y tantos congresistas oficialistas, es un objetivo que no corresponde a la realidad?

Creo que la Constitución del 1993 es bastante mala y merece ser cambiada. Y lo es, primero, porque, mira pues el lío de poderes entre Ejecutivo y Legislativo. Eso es creado por esa Carta Magna. En vez de estar señalado claramente qué es cada poder, y que quede claro si puede haber vacancia o disolución, hay un enredo tal que los que no quieren cambiar la Constitución vía Asamblea Constituyente andan cambiándola todos los días por retazos. La Comisión que preside Patricia Juárez todos los días quiere cambiarle un retazo y luego otro. Así que no me queda duda de que debe haber otra Constitución. Ahora, dicho eso, la verdad de las cosas es que no tengo fe en que los cambios constitucionales signifiquen un gran cambio para bien del país. ¿Por qué? Porque hemos tenido doce constituciones. Bueno, si sacas el promedio, ninguna llega a los 15 años. A cada rato cambiamos de camisa y ninguna nos ha gustado. ¿Por qué la número 13 tendría que ser, milagrosamente, la salvación del país? No creo que un cambio constitucional sea realmente la clave. Porque hubieron antes 12 y ninguna funcionó. No seamos tan ingenuos. No creamos que hay una llave y que a partir de un cambio constitucional seremos ya una nación moderna, tolerante e inclusive. Esas son cosas que cambian primero en la sociedad y que luego se consagran en una ley. No es que la ley te hará tolerante e inclusivo a partir del día siguiente. Hay mucha ingenua confianza en que un cambio de ley hará que cambie la sociedad.

Una Carta Magna que sigue generando controversia.

Finalmente, sí creo que sí debe haber una Asamblea Constituyente, pero esta debe trabajarse. La gente hoy en día no sabe para qué habría tal cosa. Andamos discutiendo si debe haber o no, unos piensan que sí y otros creen que el Congreso debe hacer los cambios. Más allá de quién hará los cambios, que es importante, lo es más saber para qué se quieren los cambios. ¿Qué está mal de la Constitución actual y qué cambio propongo? Ese debate es importantísimo, porque o sino la nueva Carta Magna te puede salir peor. Saldrá mejor si la gente sabe para qué quiere una Constituyente, para hacer este cambio y elijo a una persona que pueda hacerlo. Tiene que ser consciente y esa conciencia hoy no existe. Entonces, ¿debe haber un cambio constitucional? Sí. ¿Debe hacerlo una Asamblea? Es lo mejor, de forma integral, no por retazos como se está haciendo hoy.

Todo esto, sin embargo, hay que prepararlo. No estamos hoy en capacidad de preparar esto y que salga una buena cosa. Si hoy en día hacemos elecciones para la Asamblea, saldrían lo mismos que están en el Congreso. ¿Te imaginas a los congresistas actuales creando una nueva Constitución y que esta salga mejor que la de 1993? Podría incluso salir peor.

“EN EL PERÚ TENEMOS UNA GRAN EMPRESA, Y EL PERÚ COMO PAÍS ES PEQUEÑITO”

-En uno de sus tan celebrados libros, Norberto Bobbio habla de llevar la política por separado de la economía. O sea, que un país puede progresar económicamente, aunque sus políticos se ‘saquen la mugre’ todos los días. Venimos en casi siete meses de inocultable crisis política, pero aún no repetimos el caos de, por ejemplo, el primer gobierno de Alan García. ¿Es posible llevar la política de la economía por separado en un país como el Perú?

Bobbio fue un filósofo de la política italiana. Dicho país vive en permanente crisis política. Ellos han tenido más gobiernos que el Perú. Permanentemente cambian primer ministro, tienen crisis parlamentarias y, sin embargo, la economía italiana no será la joya de la economía europea, no es la alemana, pero tampoco está por los suelos. Nunca lo estuvo. Siempre ha sido un país bastante desarrollado. Entonces, eso ha hecho pensar a sus filósofos y pensadores que, efectivamente, la economía puede marchar no pues al 100%, pero por lo menos al 80% mientras que la política está al 10% o 20%, porque más son los males que las virtudes. De la realidad italiana surge el concepto. Ahora, ¿esa posible aplicar esto a la realidad peruana? Aquí, la marcha de la economía depende de la capacidad de exportación. Si ahora estamos con el dólar bajando más bien es porque ha entrado mucha plata, porque la China sigue comprando y los metales han vuelto a valer mucho, y el Perú –como todos los países de materias primas—está con la billetera llena. Tan llena que algunas empresas que debían a la SUNAT han aprovechado los buenos precios para pagar sus deudas. Entonces incluso el fisco tiene plata. Por eso es que la gestión Francke terminó en azul. La economía marcha porque la exportación marcha, entonces, no tiene que ver mucho con la política. Si mañana se cae la China y dejan de comprarnos el dólar se va a 10 soles, así esté gobernando Paniagua o Sagasti, o sea, así haya un buen gobierno no será igual. Ese es un poquito el drama del Perú, que la economía exportadora de materias primas funciona, pero no para todo el país, porque no tiene capacidad de integrar el país, no puede promover un mercado nacional poroso y dinámico, no hay algunos productos industriales, no hay cadenas de valor al interior, lo que se exporta se hace en bruto, entonces solo un buen gobierno podría hacer una mejor economía. Pero esta economía exportadora de materias primas depende del mercado mundial y de las grandes compañías que están en el Perú. Aquí tenemos una gran empresa, y el Perú como país es pequeñito.

-Dice usted que PPK fue la decepción para las clases más preparadas, porque su gobierno se cortó abruptamente y debió renunciar. Pedro Castillo es visto desde el polo opuesto: un profesor rural que supuestamente reivindica a las clases que no gobernaron, pero que está viviendo una crisis tan grave como la que vivió PPK. ¿Cuál es su balance del desarrollo que ha tenido Pedro Castillo en la presidencia del país a lo largo de sus primeros seis meses?

Como bien dices, Pedro Castillo es un símbolo poderoso: un maestro rural, andino llegando a la Presidencia por primera vez el mismo año del Bicentenario. Como imagen no podía ser más fuerte. Para los que les gustaba y los que no. Ese era un símbolo poderoso, su principal caudal. Y para administrarlo tendría que haber hecho un gobierno medianamente eficiente, pero en vez de ello ha funcionado a su manera, y esto es caos, desorden. El principal factor de desorden del país es el propio Ejecutivo. Cuatro gabinetes en seis meses. Eso es insólito. El Congreso pone su cuota, pero la verdad es que solo han censurado un ministro (Gallardo). El principal factor de inestabilidad es el propio Ejecutivo, que está en trompo, y con ello está desperdiciando su caudal político. Si su caudal político era el valor del símbolo, en seis meses de caos el símbolo se ha ido evaporando. Veo que lamentablemente está perdiendo sus mejores fuerzas, lo que tenía a favor y no está ganando nada. Ahora último se ha distanciado de Cerrón, pero también de Francke, de Verónika Mendoza, o sea del grupo más preparado de la izquierda. Los ha separado a ellos y también a Cerrón, entonces no sé con quién va a gobernar.

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