Además de su talento para crear historias fascinantes, un aspecto que destaca en Edmundo Paz Soldán es su humildad. El escritor boliviano, autor de novelas como “Palacio Quemado”, “Río fugitivo”, “Iris”, entre otras, no olvida sus inicios y siempre se da un tiempo para leer los manuscritos que le envían jóvenes que —como ocurrió con él alguna vez hace unas décadas—sueñan convertirse en escritores.
El autor nacido en 1967 visitó Lima para presentar su antología personal de cuentos titulada “Tiburón” (Fondo Editorial UCV-Animal de Invierno) en la primera edición de la feria de editoriales peruanas La Independiente.
En este diálogo con “El Comercio”, Edmundo Paz Soldán repasa sus inicios, sus intereses y también opina sobre la política en su país. El académico cochabambino reconoce logros del gobierno de Evo Morales pero considera que, luego de más de una década en el poder, el líder del MAS debe permitir nuevos liderazgos que sean capaces de consolidar las instituciones públicas.
-¿Qué recuerdos te quedan de aquella primera presentación ante público fuera de Bolivia?
En 1998 vine a Lima para un congreso académico que organizó el psicoanalista Max Hernández en el hotel Los Delfines. Para mí fue un poco raro porque estuve en la misma mesa con José Miguel Oviedo, un escritor al que yo ya leía y admiraba. Esa vez leí una ponencia sobre Alcides Arguedas. Y el primer periodista peruano que conocí a mi paso por Lima fue Julio Villanueva Chang. Unos años antes yo había publicado el cuento “Dochera”, inspirado en Mario Lara, un crucigramista que trabajó para “El Comercio” de Lima. Y el personaje de mi historia se llamaba Benjamín Laredo. Entonces Julio me dijo “yo sé a quién te refieres (en el cuento), ¿te gustaría conocerlo?”. Entonces me consiguió un encuentro con Mario y así pude conocer a la persona que inspiró mi relato. Esa anécdota es la que más recuerdo a raíz de mi primera presentación en Lima.
-¿Cuán fundamental fue tu padre en formar tu vocación como escritor?
Mi papá nunca quiso imponerme cosas, predicó con el ejemplo. Era un médico que leía mucha literatura. Lo recuerdo mucho leyendo en su sillón. En uno de sus cumpleaños le regalé “La guerra del fin del mundo” de Vargas Llosa. Él tenía una biblioteca grande. Los sábados por la tarde íbamos a la revistería ZEA en Cochabamba para canjear libros. Yo llevaba cuatro o cinco novelas policiales y las intercambiaba. Así que, sin obligarme, mi papá alimentó mi vínculo con la lectura. Obviamente, tampoco es que él haya querido que yo fuera escritor. Pero una vez que estudié ingeniería y decidí cambiarme a literatura tampoco ocurrió un gran drama en casa. Tuve mucho miedo de la forma en cómo mis padres lo tomen, pero me dijeron algo así como ‘ojalá no te vuelvas a equivocar’.
-Hace más de treinta años que no vives en Cochabamba. ¿De qué forma intentas mantenerte conectado con tu ciudad de nacimiento?
Trato de volver cada año, no solo a Cochabamba sino a Bolivia en general. Busco estar al día con lo que pasa en la política y literatura de mi país y creo que mis vínculos permanecen. Mi familia vive en Cochabamba y la de mi pareja en Santa Cruz. Así que en mis regresos estoy a medio camino entre ambas ciudades. Y también mantengo contacto con los escritores cochabambinos de las nuevas generaciones. Cuando alguien me quiere dar un manuscrito para que lo lea siempre trato de darme un tiempo, porque recuerdo que cuando empecé en esto lo más difícil era que alguien me tome en serio y lea mis manuscritos. Y sobre mi escritura, hubo un tiempo en el que ambientaba todo en Bolivia. No me había ido mental ni emocionalmente del lugar. Eso ha cambiado en los últimos años. Por ejemplo en “Iris”, si bien es una novela de ciencia ficción, buena parte de lo que está en el imaginario son historias de la larga y traumática experiencia presentada en Potosí. Es decir, sigue entrando mi país pero de una forma más indirecta.
-Tus fanáticos se dividen entre los que disfrutan más tus relatos realistas y los que prefieren los de ciencia ficción. Teniendo en cuenta esto, ¿qué posibilidades encontraste al armar esta antología?
He tratado de ser lo más representativo posible haciendo una que otra trampita. La idea era que sea una antología con un límite de 200 páginas. A mí me gusta ese desafío porque no me gustan las antologías de 600 páginas sino más bien las compactas. El desafío era hallar algo representativo de todas mis etapas. Y creo que lo que predomina en “Tiburón” son los (cuentos) que escribí en mi etapa intermedia, quizás más clásica o realista, que son (los libros) “Amores imperfectos” y “Billie Routh”. Hay también textos cortos o micro relatos de “Las máscaras de la nada” y “Desapariciones”. Y de “Las visiones”, que tiene una onda más fantástica y de ciencia ficción, hay uno o dos relatos. Pero la trampita está en que, por ejemplo, el cuento “Tiburón” si bien salió en “Amores imperfectos” (AI), esta vez tiene mayor relevancia e incluso da título a esta publicación. ¿Por qué? Porque en “AI” fue “Dochera” el cuento que, luego de ganar el premio Juan Rulfo, terminó opacando al resto. Y para mí “Tiburón” es un relato importante porque capturaba lo que es el final de la adolescencia y el inicio de la juventud.
-Luego de la caída del fujimorismo se cuestiona mucho en el Perú por qué no sale la gran novela sobre el auge, consolidación y caída de este gobierno. ¿Debe la literatura estar en sincronía con lo que ocurre en un país?
No. Lo mismo pasa en Bolivia. A Rodrigo Hasbún, Maximiliano Barrientos, Liliana Colanzi, entre otros, se les pide “la gran novela sobre el proceso de Evo Morales”. Yo creo que si fueran cronistas sí les pediría el gran libro sobre Evo. Siempre he creído que la literatura trabaja a destiempo y no estar necesariamente en sincronía con los acontecimientos sociales. Y ese destiempo puede ser primero, que cuando estás agarrando lo que estaba en el aire de los tiempos, puedes lograr una capacidad visionaria para — a través de la literatura—ver cosas que aún no han ocurrido y que de pronto explotan. O también puedes producir algo anacrónico [del pasado]. Bolivia fue un gran país minero durante buena parte del siglo XX. Así lo fuimos hasta los años ochenta. Y gran parte de los clásicos de la literatura boliviana están ligados a la narrativa minera o a la indigenista. Pero luego, si bien aún tenemos minas, no somos más un país que se mira a sí mismo como un país minero.
-Aunque luego aparece tu novela “Iris” en 2014…
En el fondo yo veía esa novela como minera, porque trataba sobre la explotación de las minas, de la explotación colonial, en la que entraban muchas historias traumáticas al respecto. Y algunos me dijeron ‘¿cómo vas a escribir una novela minera cuando esta novelística ya dio todo lo que tenía que dar en Bolivia?’. A mí ese desafío me interesa. Además, cuando pienso en los grandes acontecimientos ocurridos en Europa, en sus revoluciones, creo que la gran novela sobre dicho periodo se escribió recién 60 años después. Quizás la gran novela sobre Evo o sobre Fujimori se escriba mañana o tal vez dentro de 30 años. No hay una sincronía. No le pidamos a la literatura estar al día con la historia. A mí me interesa estar a destiempo, o un paso adelante o uno atrás.
-Los grandes autores del ‘Bom’ buscaban la ‘novela total’. Hoy se cree que no hay “grandes temas” y que más bien estamos en un boom de la literatura de lo cotidiano…
No hay temas grandes ni pequeños por naturaleza. Pienso en “Mi lucha” de Karl Ove Knausgård, publicada por Anagrama. Son seis libros que podrían verse como una gran épica de la cotidianeidad. Él puede tomarse 50 o 60 páginas describiéndote el plato de cereales que comió una mañana durante su infancia. Es como un Proust con esteroides, exagerando esa cosa minuciosa del trabajo con la memoria. Un tema pequeño él lo eleva a una categoría casi épica. Y yo recuerdo cuando leí “En busca del tiempo perdido” de Proust que él se tomaba 50 páginas para describir un cóctel. Y yo decía ¡qué genialidad!. Por mis viajes paso mucho tiempo en Santa Cruz, una ciudad amazónica, donde hay muchos concursos de belleza. Y me pregunto por qué nadie ha escrito una novela sobre eso. Podrá sonar frívolo pero eso podría decirnos el tipo de cultura o lo que rige a dicha sociedad. El tema es cómo hacer grande un tema que parece pequeño.
-“Billie Routh” es un cuento fascinante de un inmigrante que viaja a Estados Unidos becado para jugar fútbol. Es un relato plagado de momentos autobiográficos…
Hay varios de los cuentos en los que ni siquiera me tomé el trabajo de cambiar los nombres de los personajes. Yo vivía en Buenos Aires, una ciudad muy cultural en Argentina, y de pronto acepté una beca tentadora para ir a jugar fútbol a la Universidad de Alabama. Y para mí fue un shock llegar a Estados Unidos. Y ese cuento trataba de capturar la extrañeza ante esa sociedad que de pronto apareció ante mis ojos. Y sí, tuve una novia que se llamaba Billie Routh Miller (risas). En realidad, varias de las anécdotas que se cuentan ahí tienen como punto de partida algunos recuerdos de mis primeros meses en Norteamérica.
-Evo Morales lleva más de una década como presidente. ¿Hasta dónde se puede tolerar la poca alternancia democrática usando como pretexto los logros en derechos sociales y de las minorías?
La revolución en Bolivia ya ocurrió y la ganó Evo Morales. Se dio un cambio de régimen, no solo al interior de los grupos sociales y las clases medias, sino que también ocurrió un cambio simbólico muy fuerte. Me parece que el mejor legado que pudo haber dejado Evo fue un conjunto de instituciones fuertes para consolidar la democracia. Lo otro es caer en los viejos errores decimonónicos. Ahí está el gran error de Evo, identificar la revolución con su persona y ser incapaz de dejar el poder. Yo no tengo ningún problema en el que el MAS se perpetúe si consigue un liderazgo joven que sea capaz de renovar el proyecto de Evo. Mi problema es cuando este piensa en cambiar la constitución, volviendo a los errores pasados, para perpetuarse. Si un partido político con 12 años en el poder no ha sido capaz de crear una nueva generación de líderes, eso para mí es parte de un fracaso. Y me preocupa esto porque puede llevar a situaciones de enfrentamiento que se podrían evitar si Evo tiene la grandeza de darse cuenta que también se predica con el ejemplo.
(Evo Morales, presidente de Bolivia)