Carlos Arámbulo: “La literatura te da esa capacidad de mezclar lo que otros te dirían que no”

Ha intentado abordar la complejidad del mundo a través de un puñado de personajes sólidamente expuestos. El escritor Carlos Arámbulo (Lima,1965) parece tener tatuada en la frente la premisa de no repetirse. Y “Anticipación” (Planeta, 2024) va en ese sentido.

Terminada la pandemia, el también catedrático universitario vuelve al ruedo con una novela que, aunque a priori es presentada como una historia de ciencia ficción, en realidad es algo más.

En esta entrevista, el ganador del Premio Copé de Plata 2015, y autor de libros como «Quién es D´Ancourt», «Un lugar como este» y «Nunca seremos tan jóvenes como hoy», comenta algunas claves de su nueva obra, una combinación de varios géneros que ocurre en el siglo XXIII.

«La ciencia ficción es uno de los géneros que alimenta esta novela, pero además esto es un thriller, una novela onírica, y un intento por indagar acerca de lo humano«, refiere Arámbulo en torno a este relato de 200 páginas en donde los protagonistas, odiosos o entrañables, según lo considere el lector, manejan sus propios dramas, bajo el impostergable influjo de temáticas como el futuro de las religiones, la pérdida de un ser querido o la ansiada eternidad.

En una entrevista del 2019 no solo contabas que tenías esta novela en proceso, sino además te animaste a decir el título: “Anticipación”. ¿Cómo fue el proceso de construcción de este libro?

En realidad, las novelas las ‘escribo’ antes de redactarlas. Es decir, cuando me siento a escribir, ya tengo la novela. Mi proceso es primero ir preparando borradores mentales. Y “Anticipación” tenía que ver con la historia de alguien que pierde una hija y no reacciona como los demás piensan que debe reaccionar, pero intenta actuar normalmente. Esto luego se fue convirtiendo en una trama en la cual dije: ¿qué pasa si hubiera la posibilidad de que las cosas no pasaran de esa forma? Y ahí surgió la idea de plantearla en un futuro, que no es distópico, pero que genera ciertos problemas.

Y vaya que es un futuro, porque hablamos del siglo XXIII…

Así es. Y lo primero que escribí fue “El dibujante de sueños”, la primera parte de la novela, porque es lo que somos nosotros: un escritor es en sí un dibujante de sueños. Entonces, este esfuerzo mental del personaje por construirse un sueño en vista de que él no sueña es, en cierto modo, una paráfrasis del trabajo del escritor: soñar, crear ficciones por el resto.

Y eso en parte te marca una ruta hacia el futuro…

Claro. En ese capítulo hay algo que te hace sentir que no estás exactamente en este momento ni en este lugar. Y ya ahí lo combiné con las demás cosas que venía trabajando, el tema de la pérdida, la eternidad, el problema con las religiones y la sociedad en un futuro en el cual la muerte estuviera controlada, en fin.

Uno de tus personajes, efectivamente, es incapaz de soñar. ¿Has averiguado si eso existe y es una especie de patología?

Debe serlo, seguramente, porque estos tipos de alteraciones del sueño tienen alguna definición. Sin embargo, esta vez no lo averigüé porque estaba más preocupado en documentarme sobre el tema científico, que es mínimo en la novela, pero había que explicarlo muy bien, o sea, la idea de que en unos años podamos controlar la muerte. Eso es algo posible, pero el tema es cómo, su realización práctica.

A propósito de uno de los varios temas que discurren en tu novela, ¿cómo podrías resumir la diferencia entre amortal e inmortal?

El Inmortal jamás morirá, mientras que un amortal es el que ha evadido esa condición por alguna razón, pero si se salta algunos supuestos, podría ser asesinado o morir. Digamos que si estás ya en una máquina y tu conciencia está clavada dentro de una inteligencia artificial, ya eres ‘inmortal’. Pero ahí también hay que discutir si la inmortalidad supone la persistencia del cuerpo o no.

En «Quién es D’Ancourt» arrancabas explicando qué es una esfera. Acá haces lo mismo, pero con la palabra anticipación. ¿Crees que cuando uno termina de leer la novela descubre que esos significados encajan?

Tendrían que regresar a ese inicio para darse cuenta, porque hay varias acepciones que son un poquito extrañas. Hay momentos en que la historia va de adelante para atrás, porque se anticipó la narración. Así que están todos los sentidos, aunque algunos más evidentes y otros menos. Pero sí, todas las acepciones de “anticipación” son pertinentes a esta novela.

¿Crees que este libro marca un antes y un después en el conjunto de tu obra? Hablamos de un género muy singular…

Sí, es una novela totalmente distinta, pero en mi producción todo es diferente. No me gusta la zona de confort, ni tampoco escribir lo que está de moda. Las cosas salen porque tengo una historia que quiero contar, y la forma de contarla es en ese tipo de ficción. Y a veces resultan géneros inclasificables. En la maestría de Escritura Creativa siempre le digo a mis alumnos: ‘no se preocupen por el género, eso lo ponen luego los críticos, es solo una categorización. Escriban y lo que sale va a salir’. Eso pasa con “Anticipación”, que juega con varios géneros a la vez.

A propósito del futuro de las religiones, mientras uno lee tu novela se pregunta si la gente seguirá creyendo en algo todavía en el siglo XXIII…

Lo que pasa es que en esta novela yo quería hacer lo que siento que hace la buena ciencia ficción o la buena anticipación. No se trata del aparatito, de la pistolita o del gadget, sino de cómo va a variar la condición humana cuando pasen estas cosas. Eso es básico. Hasta ahora nos sigue emocionando Homero, hasta ahora seguimos llorando con ciertos fragmentos de Shakespeare, Proust, Eleodoro Vargas Vicuña o Reynoso, y nos parecen extraordinarias algunas estructuras de Vargas Llosa, que ya tiene 50 o más años escribiendo. Y esto es porque hay cosas que son esenciales a la condición humana. Yo puedo cambiar el género, pero nunca dejará de preocuparme la condición humana. Y no te hablo de la eventualidad, el acto, qué se yo, cosas banales, sino de qué nos hace humanos y cómo nos cuestionamos como tales.

Ya que me mencionabas la pistolita o los autos que vuelan, ¿crees que la ciencia ficción hecha en Perú se ha apoyado mucho en esa arista? ¿Eres seguidor de lo que se produce en dicho género en nuestro país?

De alguna forma sí, aunque no mucho. Mira, cuando tenía seis o siete años, en mi habitación dentro de la casa de mis padres, mi papá tenía una colección de ciencia ficción increíble, enorme, y la heredé. Entonces hoy tengo filas de libros de Bradbury, Asimov, Philip K. Dick, etc., y creo que en general –no solo la peruana— (la CF) durante un tiempo estuvo muy pendiente del aparatito, de lo tecnológico, de hacer ficción científica. Y creo que los mejores autores son los que buscan tocar el tema humano. El final de “¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?” de Philip Dick no concierne a la máquina sino a la condición humana, y al hecho de que la máquina pueda conocer lo humano y sufra por no poder participar de ello. Creo que por ahí va la gran ciencia ficción.

Y hablando de lo humano, en tu novela está la frase: “la sexualidad fue la primera vivencia humana atacada por el reemplazo virtual”. Uno piensa si acaso en el siglo XXIII habrá tiempo libre para mantener relaciones sexuales…

O quizás haya más tiempo, porque tal vez podríamos estar más ociosos con tanto circuito haciendo nuestras cosas. En la película “El dormilón” de Woody Allen, había una máquina, el Sexotrón, que era una pelotita que agarrabas y tenías un orgasmo. Yo siento que se está yendo a los fines y no a los procesos. Así que tal vez en el futuro la sexualidad sea solo la búsqueda del fin sin importar tanto el proceso. Además, reproducir emociones por medio de neuro-transmisores es relativamente simple. Lo que sí me pareció importante era hablar de lo que nos hace más humanos, la sexualidad, pero sobre todo la vivencia de la misma, y ponerlo a la altura de algo fácil de sobrepasar — con estas condiciones del futuro– era como establecer un punto de alerta.

Hay también mucha terminología que va apareciendo a lo largo de la novela: antropista, vitalistas, telómeros, Holos, Holokinos, etc. ¿Cómo fue el proceso de armar este pequeño vocabulario propio para “Anticipación”?

Son términos que van apareciendo. Lo primero que me apareció fue la antropista, que es un escenario clave en la novela. Ahí viajan los humanos de otra forma. Bueno, y los vitalistas no son del futuro, porque Nietzsche fue uno. Se trata de una corriente filosófica de fines del XIX, y he tomado mucho material de ellos para transformarlo en otra cosa.

En una especie de secta…

Claro. Y lo combiné con algo de los grupos religiosos que vi en mi colegio cuando era niño. También con estas ideas sobre el sectarismo y la omnipresencia del dominio ideológico y religioso, que es ‘otro pensó por mí, yo digo que sí, y lo sigo’. Luego, el holokino lo tomé de Star Trek.

La portada del nuevo libro de Carlos Arámbulo.

Me has hablado de Star Trek, pero yo te quiero poner de ejemplo “Volver al futuro”, que en los ochentas elucubraba en pantalla un futuro del año 2015. ¿Crees que en la habilidad de plantear posibilidades de futuro el cine está un paso adelante con respecto a los libros?

Lo que pasa es que es muy gráfico, entonces lo ves funcionando. En la infancia yo veía “El superagente 86” y había momentos en los que se hablaba a través de un reloj. Eso hoy ya existe. Y otra cosa es que en Star Trek aparecían estas cosas rectangulares donde la gente hablaba y se veía en simultáneo. Yo decía ‘¡cuándo será posible esto!’. Y pasó hace ya 20 años. Pienso que sí hay bastante de anticipación, y que es más fácil verla en el cine que describirla. Aunque eso no quiere decir que varios escritores no hayan imaginado muchas cosas que suceden ahora.

En tu novela también hay drama, vinculado a padres que pierden hijos. ¿Crees que un dolor así es algo tan impactante hoy como lo fue hace 150 años y como lo será dentro de 200?

Ningún padre que pierda un hijo te diría que en el futuro algo así podría doler menos. Es una cosa espantosa, y lo he vivido en mi familia. En mi dedicatoria menciono a Carla, mi prima hermana que falleció de un tumor cerebral a los 15 años. Y mi tío (su padre) nunca pudo soportar eso. Así que me planteé tocar eso, la sensación que enfrentas, o sea, ¿qué haces? ¿intentas olvidarlo o lo tienes presente? Y, luego, ¿aceptarías que alguien te borre un recuerdo así? Por último, también está el recuerdo de mi suegra al ver la exhumación de su hijo. El grito que ella emitió fue una de las cosas más dolorosas de mi vida. Y yo trabajo mucho con emociones personales…

Sin hacer autoficción, claro…

Las emociones las proceso y convierto. No me gusta el exhibicionismo de la personalidad del autor. Evito escribir cosas sobre mí en primera persona o narrar tal cual las cosas que me pasaron, e intento lo que Vargas Llosa llama ‘una verdad en la mentira’, generando una ficción, con lo cual también es más fácil manejar la emoción, aunque pareciera que no, eso te da más profundidad, porque el cuchillo entra más cuando lo manejas como si no fueras tú el que se lo está clavando.

Has dicho que “Borges transforma lo evidente con un solo adjetivo”. ¿Puedo asumir que el argentino fue uno de los autores de cabecera que te acompañaron a construir “Anticipación”? ¿Qué otros autores podrías mencionar en ese sentido?

Curiosamente, hay homenajes a “2001”, dos por lo menos, momentos de paráfrasis, que el lector atento de ciencia ficción los va a encontrar y espero disfrute. Luego, hay varios textos de Asimov. Y, curiosamente, mientras preparaba mis clases de literatura francesa, se me ocurrió vincular este tema del sueño con “La locura de Igitur”, poema de Mallarmé. Lo he re-semantizado, transformado por completo, pero está su aura. Sé que algunos pensarán que Mallarmé y ciencia ficción es un mango y ceviche, pero no. La literatura te da esa capacidad de mezclar lo que otros te dirían que no. Y en eso radica la imaginación del escritor: ver esas conexiones que otros no ven.

Luego, también hay un momento muy parecido a la pandemia que acabamos de vivir. Hay páginas de encierro, de nueva normalidad, etc.

En mi novela hablo de una ‘tercera pandemia’.  Así que, obviamente, la que hemos vivido nosotros fue la número uno de varias pandemias terribles que van a venir.

¿Consideras que tanta producción en cine, televisión y ahora streaming es una competencia para ti y para los escritores en general? Porque pareciera imposible ir a la par del inmenso poder que tiene la imagen y los millonarios presupuestos de los realizadores…

No. Sería como decir que Leonardo era competencia de Proust o Ribeyro. Creo que hay un contacto que se genera en el escritor cuando es alimentado por muchas artes. Yo me alimento mucho de lo visual. Mi familia es muy cinéfila. Mi abuelo fue propietario de cines en Huacho. “Cinema Paradiso” es la biografía de mi padre, tal cual. Volviendo al tema, yo creo que lo visual es un gran apoyo, aunque a veces me da cierta rabia porque veo algo que yo estaba escribiendo en la pantalla. Pero competencia no, porque la poesía no compite con la pintura ni con la escultura. Se alimentan. Y un escritor es una esponja. No puedes ver como enemiga a ningún arte.

Otra idea que transita el relato es el fin del mundo. ¿Lo imaginas más como algo abrupto o como un proceso que, tal vez, ya hemos empezado a recorrer?

Para lo que valga mi opinión, yo creo que podría pasar cualquiera de las dos cosas. Si mañana en Medio Oriente hay un ataque masivo con armas nucleares que no sabíamos que existían y algo cae en un país europeo, y este responde, y se meten otros, pues, eso podría durar poquísimo tiempo. Por otro lado, yo no creo en el ‘fin del mundo’, sino en el de la especie humana. Pero incluso si existe ese desastre nuclear, después de que todo pase, la tierra encontrará una forma de limpiarse. Creo que cuando los seres humanos desaparezcan del planeta, este sanará, porque somos un real virus, como la ‘pandemia 0’.

¿A qué responde tu decisión de partir la novela en capítulos cuyos títulos hacen parecer que estamos frente a varios pequeños cuentos?

Esto nació de la idea de ‘qué tengo que decir para que mi historia funcione como la tengo escrita’. Entonces, jugaba con el orden, pero además también quería poner títulos que suenen alegóricos a lo que pasa. Hay algunos de una palabra, como “Paternidad”. Y luego otros como “El hombre en la antropista”, que son muy descriptivos, que narran lo que vas a encontrar. Entonces, hay algunas referencias en los títulos que tienen que ver con lo que sucederá, y a veces no. Podría ser también con el escenario, con la sensación que te dejan, o con el problema que presentan. Esto va variando, y por eso es que suenan como a títulos de cuentos. A mí me gusta titular, y siento que los títulos de estos capítulos es una de las cosas que más contento me ha dejado con esta novela.

Aunque dices que esta no es una novela eminentemente de ciencia ficción, ¿tuviste ciertos cuidados al sumergirte en este espacio? ¿Se precisa de ciertos criterios para que lo inventado tenga lógica? ¿O crees que la literatura lo perdona todo?

Uno no debe escribir para el lector, pero sí pensando en él. Hay ciertos cuidados, claro. No me gusta que se rompa el ‘mundo de la novela’, o sea que las cosas te saquen. Entonces, me cuido de que todo suene como propio de lo que viene ocurriendo, adecuado al personaje, que no haya ‘eucaliptos en la época de los incas’. Todo debe cuadrar con un estado del mundo que sea reconocible o que al menos no sea cuestionable. Entonces, cuando no sé cómo tratar algo bien lo dejo incierto para que el lector lo llene, porque tampoco me gusta insultar la imaginación del lector. Entonces, en este mundo de algunos siglos adelante, no lo describo salvo tres o cuatro cosas, pero sí dejo huellas suficientes para que lector cree su propia imagen.

Finalmente, ¿identificas cierta evolución entre aquel Carlos Arámbulo que escribía sus primeros poemas, que fue finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento García Márquez, y el que escribe hoy un libro como “Anticipación”? ¿Te es algo más fácil hoy escribir que en el pasado?

Todos los libros son retos distintos. En “Un lugar como este” yo quería sacar mis armas. Como hacen los animales adolescentes, o sea, confrontar, construir algo de gran complejidad técnica. Luego, con «Quién es D’Ancourt» quise demostrarme a mí mismo que podía manejar estructuras complicadas. Y con “Nunca seremos tan jóvenes como hoy” quería trabajar las emociones y la sensibilidad. Hay cuentos ahí que escribí a los 15 años y por eso se nota cierta irregularidad. Ahora, con “Anticipación” voy entrando a una etapa en la que puedo manejar un lenguaje más fluido si se quiere, pero con más profundidad de análisis, con pocas palabras. Este es un libro que se lee fácil, pero cuando se relee, plantea otra vez preguntas. Es un libro para releer. Y el próximo texto que tengo listo tiene cuentos de humor, algo que nunca hice antes. Es como si fuera explorando qué encuentro. Ya cuando uno tiene cierto oficio la redacción es relativamente fácil. Lo difícil es encontrar la forma y evitar repetirte, que es clave porque solamente los muertos no cambian.

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