El mar, los viajes y la posibilidad de sobrevivir a un aislamiento. Esos quizás son los tres grandes temas de “Pasajero en La Habana”, el nuevo libro de Ezio Neyra que él mismo aclara “no es una novela y tampoco una autobiografía”.
El texto publicado por Emecé Cruz del Sur (Planeta) es un conjunto de memorias de alguien que ama el mar desde la infancia y que hoy, ya en la adultez, lo necesita para ubicarse (no solo geográficamente) en cualquier ciudad que visite.
“Pasajero en La Habana” también permite identificar contrastes. Capitalismo- socialismo, excesos-carencias, egoísmo-solidaridad. Todo esto junto a momentos de humor fino, amparados en la posibilidad de estirar hechos reales (y personajes) hasta volverlos casi caricaturas.
Conversamos con Ezio Neyra, autor de este texto que fue presentado hace unos días en Barranco y que ya está a la venta en las principales librerías de Lima.
-¿En cuál género crees que podría encajar “Pasajero en La Habana”?
Definitivamente no es una novela, pero no tanto porque no tenga ficción pues tiene bastante de eso, sino más bien porque al escribirla no estuve en un ‘modo de escritura de novela’. Cuando escribí mis tres libros anteriores, que sí son de dicho género literario, lo hice de una manera distinta, pensando en una estructura, en desarrollo de personajes, en la existencia de vasos comunicantes entre los diferentes capítulos y en sostener la trama, mientras que en “Pasajero en La Habana” más bien estuve en una especie de escritura de memorias. Así que quizás ese es el género que pienso le acomoda más. Sin embargo, también hay algo de crónica y de ensayo en el libro, sin dejar de lado, claro está, varios momentos de ficción. Sé que suena algo inconsistente, porque se supone que la memoria parte de la no ficción, pero al mismo tiempo pienso que la memoria es incapaz de recordar las cosas tal cual sucedieron. Con el paso de los años hay una serie de filtros que te van haciendo cambiar la historia original de un hecho determinado.
-Cuando te entrevisté en febrero pasado por la reedición de “Tsunami” me dijiste que los temas centrales de tus obras son el mar y los viajes. Definitivamente esta vez has reincidido en ello. ¿Cuál fue tu propuesta inicial para este libro?
Originalmente este libro iba a salir en una editorial de Nueva York llamada Brutas Editoras. Ellos tienen una colección sobre ciudades. En cada libro hay dos crónicas, una hecha por un escritor y otra por una escritora, y siempre dando dos puntos de vista sobre una misma ciudad. Entonces, como el libro iba a salir en dicha colección me enfoqué solo en la sección de las mudanzas, que es algo muy presente en uno de los capítulos de “Pasajero en La Habana”. Luego hubo un problema y la editorial dejó el proyecto. Así que me quedé un poco en el aire. En esa época yo vivía en La Habana y en algún momento estando en mi escritorio, volteo y veo el encendedor con forma de mapamundi (que aparece en el inicio de mi libro) con una representación muy borroneada de Cuba. Era una isla que más parecía un archipiélago. Entonces, al ver este mapamundi decidí que debía dejar la novela que estaba escribiendo en ese momento –y que ahora estoy retomando—y más bien llevar mi mirada a mi propia experiencia cubana. A partir de ahí empecé, como me pasó en todos mis libros, a dejar que la escritura me lleve. Y ya en el camino me di cuenta que había otras islas (geográficas) en las que estuve y, además, otros aislamientos más personales sobre los que me interesaba escribir.
-¿Qué simboliza para el protagonista la existencia de malecones?
El malecón de La Habana es un espacio de socialización total. Sobre todo cuando baja el calor hay cientos o quizás miles de personas tomando y bailando. Fui entonces muy consciente de que yo poseía una particularidad en comparación con los cubanos: tengo la posibilidad de salir y entrar del país cuando quiero. No solo por la visa sino también por los propios recursos económicos. Yo si quería podía comprarme un pasaje de avión, mientras que los cubanos no tenían pasaporte, visa o quizás el dinero suficiente para comprar un boleto. Eso me llevó a pensar en el malecón como un espacio que para el cubano significa el final de la isla, mientras que para mí era un espacio que me permitía ver la infinitud del mundo. Y ya cuando estuve de vuelta en Lima esa idea terminó de confirmarse. Porque el malecón limeño no es un espacio de socialización como el cubano, sino más bien uno de paz, un lugar para correr, no lo sé. Así que esta imagen de lo finito versus lo infinito terminó de afianzarse para mí en Lima.
-¿Te fue fácil lidiar con el humor en “Pasajero en La Habana”? El protagonista/narrador tiene una facilidad muy curiosa para caer en el ridículo. ¿Allí hay mucha ficción o lo viviste así?
(Risas) “Pasajero en La Habana” tiene mucha ficción, sin embargo, está basado en personajes reales. Son amigos y amigas que conocí allí. Y está, por ejemplo, el capítulo del periodista que viaja a Cuba a investigar sobre la Navidad. Él es un amigo mío que fue a visitarme a La Habana. Cuando empecé a escribir el libro tuve dos opciones: ser plenamente respetuoso de lo que pasó (con mi amigo) o estirar la historia y llevarla hacia un nivel más caricaturesco. Y opté por el segundo camino. Así que, además de cambiar el nombre del personaje e incluso su letra inicial, tuve que estirar al máximo los límites de la ficción para que el lector se divierta con algo que le podría pasar a cualquiera en Cuba o en otros lugares donde hay gobiernos totalitarios con sistemas de inteligencia muy rígidos.
-En dos ocasiones el protagonista intenta sublevarse ante los problemas –primero, cuando su amigo periodista lo llena de mails hasta el hartazgo y luego cuando Z. (a la que le renta un departamento) no le permite tener la privacidad que busca–. Sin embargo, siempre termina cediendo y casi hasta ‘aceptando’ pasarla mal. ¿Por qué?
Tiene que ver con que el narrador de este libro es, de alguna manera, alguien que tuvo que aprender a lidiar con situaciones a las que nunca estuvo acostumbrado. Por ejemplo toda la cuestión entre lo privado y lo público. En el capítulo que mencionas, él le renta a Z. un departamento muy caro que jamás llegó a ‘pertenecerle’, porque siempre había extraños metidos ahí y más problemas. Pienso que estamos ante alguien que debió acostumbrarse a lidiar con la carencia, como cuando faltaba papel higiénico en su baño y tuvo que salir a buscarlo. Jamás me pasó (aquí o en otros lugares que he visitado) eso de ir a una tienda y que no haya papel higiénico. Pienso que estamos ante un personaje que proviene de un mundo capitalista donde está acostumbrado a una oferta plena. O sea, si tú tienes plata lo haces todo en un país como el nuestro, sin embargo, en Cuba es distinto. Allí el narrador enfrentó diferencias muy marcadas que lo obligaron a adaptarse y con el tiempo termina cediendo, inclusive ante cosas que quizás en otro contexto no habría aceptado.
-Recurres nuevamente a Camaná y Lima en este libro. Quizás algo más superficialmente a la primera ciudad que a la segunda, pero ambas están presentes. ¿Se imagina Ezio Neyra viviendo largos años en una ciudad sin mar?
Preferiría no hacerlo. Aunque uno una sabe dónde va a terminar. Nunca viví un tiempo largo en ciudades sin mar. Se trata de un elemento muy importante para mí, no solo porque aparece en mis libros, sino porque siempre ha estado presente en mi vida. Los veranos de mi infancia y adolescencia los pasaba en Camaná. Para mí el mar es un elemento que me ayuda a situarme casi geográficamente dentro de una ciudad, y por otro lado tiene un efecto casi clarificador para mí. Muchas veces cuando he estado confundido, la perspectiva del mar me ayuda a poner las ideas en claro.
-¿Quizás vivir en una ciudad como La Habana pero sin mar hubiera sido algo mucho más dramático?
Creo que sí, totalmente. A mí lo que me ayudaba mucho en La Habana, para salir un poco de esa sensación de carencia, era ir al mar, pasear por el malecón. Allí tenía la sensación de que ‘esto no se acaba acá’, de que ‘hay más que Cuba’. Y quizás esto pasaba no solo conmigo, sino también con los propios cubanos. Ahí están las múltiples historias de ‘balseros’ que a través del mar –y durante años—han escapado de su país.
-¿Qué fue lo que más valoraste de Cuba durante tu larga estadía?
Que el dinero no era lo más importante. En un país como el nuestro ese es el valor más importante. Todos quieren tener un montón de plata porque si la tienes puedes hacer lo que te da la gana, pero si no, eres un pobre diablo. Mientras en Cuba, como el dinero no es el valor imperante, hay otros valores que son más importantes, como la solidaridad. Los cubanos son muy solidarios, se apoyan todos constantemente. Y eso es algo que se menciona en mi libro.
-Las otras dos novelas publicadas por Emecé Cruz del Sur este 2017 son “Sustitución” y “Destierro” de Jack Martínez y Alina Gadea. Estos libros inciden en problemas familiares y rupturas sentimentales, respectivamente. ¿Crees que la literatura hoy busca — a diferencia de la de hace unas cuantas décadas– hacer hincapié en lo íntimo y personal, dejando de lado las grandes temáticas sociales o políticas?
Creo que sí está pasando eso. Y no solamente en Perú. Hay en general una especie de vuelco hacia el mundo interior. No solo pasa en las dos novelas que has mencionado sino también en varias de otros autores peruanos publicadas en los últimos años. Sin embargo, tampoco creo que esto sea algo que vaya a durar para siempre. No sería correcto decir que se trata de una moda. Quizás son solo épocas en las que, por alguna razón que no puedo determinar, la literatura se vuelca hacia algunos temas, hacia ciertas miradas; pero eso no significa que este tipo de literatura vaya a durar para siempre. De hecho, mi próximo libro tiene más bien una mirada totalmente opuesta. No parte para nada de mi propia experiencia. Por ende, sí pienso que esto es lo que hoy impera pero también estoy convencido de que pronto dejará de producirse. Y no porque esté mal sino porque históricamente siempre ha sido así. Hay épocas en las que impera cierto tipo de literatura y luego las cosas cambian. Son idas y venidas.
SOBRE EL LIBRO
Título: “Pasajero en La Habana”
Sello: Emecé Cruz del Sur-Planeta
Precio: S/39.