Presentada como la historia de un desencuentro, “Algún día este país será mío”, la nueva novela de Sergio Galarza que publica Alfaguara, es mucho más que eso. Esta vez, el autor de “Matacabros” y “Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre” confirma su madurez como narrador entregando un relato coral y ambicioso.
El Perú de los últimos años del fujimorismo sirve como escenario para describir pequeñas diferencias sociales que el tiempo termina convirtiendo en heridas incurables.
El narrador se dirige a Zeta, aquel compañero de escuela que dejó de frecuentar pero que a la vez parece incapaz de olvidar. Su discurso está plagado de anécdotas pero son los reproches los que mantienen con vida a la novela en gran parte de sus casi 250 páginas.
Hay en “Algún día este país será mío” no solo la presencia de Chullo y Zeta, sino también maestros, padres de familia, alumnos abusadores y abusados, drogas, música y fútbol. Cada elemento unido a otro con evidente sutileza.
Durante una breve visita que tuvo a Lima, Sergio Galarza conversó con “Libros a mí” sobre su nueva novela, ya a la venta en todas las librerías de Lima.
-Te tocó vivir una adolescencia compleja en un contexto social movido. Hoy Lima parece por ratos Disney a diferencia de lo que se vivió en los ochenta o inicios de los noventa. ¿Este factor hizo imposible que escribas sobre esta etapa de tu vida sin tocar la política peruana?
Sí porque la política ha estado siempre presente en mi casa y también en mi colegio. Yo uso a un profesor que siempre hablaba de política para inspirarme en un personaje. Y ahí le quito esa aura de santidad a la izquierda, porque este tipo sigue esa ideología pero a la vez es racista. Pretendo romper esos estereotipos porque la izquierda siempre se ha ufanado de eso pero ahora es su talón de Aquiles. Pienso que la existencia de las redes sociales deja en evidencia a mucha gente. Personas de izquierda que tenían como su caballito de batalla la cuestión moral terminaron igualadas con los de la derecha en cuanto a sus miserias.
-Me estás hablando del profesor Reptilio, un personaje que delineas poco a poco hasta el final del libro, cuando un hecho (La Matanza de Barrios Altos) lo motiva a dar un ‘discurso’ político y social en el aula. ¿Este maestro existió o es una invención?
Claro que existió. Él fue una persona a la que le guardo aprecio porque trataba de generar una conciencia política en los chicos. En el salón de clase muy pocos estaban al tanto del hecho que tú mencionas, y ahí Reptilio genera confrontación con los alumnos porque algunos toman a la ligera lo ocurrido, pese a que se trata de un crimen de personas que podían haber sido nuestros padres o hermanos. Yo recuerdo muy bien los llamados de atención de este profesor. Los he usado en forma literal. O sea, fue un arranque de violencia que tuvo al ver que a la clase privilegiada le importaba una mierda lo que pasaba en el país.
-En la novela el narrador quiere ser escritor, pero entiende eso no le dará mucho dinero y, tiempo después, termina trabajando en una librería, algo que se asemeja a tu propia historia. Cuéntame sobre lo metaliterario en esta novela…
Uso partes de mi vida para construir a ese personaje, pero de hecho que estas son reflexiones que durante un tiempo yo me he planteado. Llegada una edad realizas cierto balance porque quieres plantearte un futuro definitivo. Hay algunos que dicen ‘podemos vivir a salto de mata’ y eso me parece algo que nos ha vendido el capitalismo, esa idea del ser ‘emprendedor’ o ‘ir por tu cuenta’. No todos tenemos que ser ‘emprendedores’. A algunos nos vale más estar en una planilla, tener esa tranquilidad y luego tener tiempo para hacer nuestras cosas personales. En mi caso, en algún momento soñaba con ser un freelance, con colaborar aquí o allá en algunas revistas. Y durante un breve lapso pude tener esa vida, pero creo que eso depende mucho de los vaivenes económicos. Porque las revistas dependen de la publicidad y cuando la economía está mal, las revistas cierran y te quedas en la calle. Entonces, he optado por un trabajo más fijo. (En la novela) reflexiono sobre esas cosas y también sobre el oficio de escribir, el cómo lo asumo yo y cómo intento revisitar ese pasado, dándole un vuelo literario. Y a su vez doy mi opinión sobre lo que pasa en nuestra sociedad. Si bien no vivo en Perú, considero que esta es mi sociedad y me siento con derecho a opinar sobre ella. Por ejemplo, ahora mismo siento que la gente dejó de creer que esto es un país y piensa que es solo una empresa. Aquí viven seres humanos y no empleados. Nos han hecho creer que los derechos básicos (educación, salud, vivienda) son privilegios. Y la gente con más poder adquisitivo está en contra de la igualdad de oportunidades. A mí me parece que en el fondo hay un miedo a tener más competencia, a que se descubra que si a la gente con menos recursos le das una oportunidad pueden ser capaces de lograr muchas cosas. A veces se exalta al emprendedor pero esos casos son excepcionales. Quizás hay muchos que empezaban a sacar la cabeza pero, al no recibir apoyo, no pudieron. Nos falta solidaridad y conciencia política.
-Quisiera leerte un párrafo de la novela: “No soy un hombre intachable, me he equivocado y seguiré equivocándome, pero al menos pretendo que todos tengamos las mismas oportunidades”. ¿Cuándo y qué hecho específico te hizo pensar así?
Eso siempre me lo han inculcado. Ese discurso siempre ha existido en mi vida, pero tardé mucho en asumirlo. Quizás después de la universidad y tal vez eso se reforzó cuando yo estaba viviendo en España, que es otro tipo de sociedad donde hay un Estado de Bienestar, donde la educación pública vale la pena o la sanidad es buena. Porque yo también pensaba, como otros, que todo era cuestión del destino. Que si te tocó nacer en un lugar donde tus padres no te podrán ofrecer las mismas relaciones sociales que tendrás si estudias en la Universidad de Lima, es simplemente por el destino. Ir a la universidad o a un colegio privado no significa que vayas a adquirir conocimientos que otros no puedan. La currícula y los cursos pueden ser los mismos, tal vez hay una metodología distinta, pero sobre todo lo que cultivarás ahí son las relaciones que te harán bien en el futuro cuando busques trabajo. Mucha gente no compite por lo que vale. Por ejemplo, tengo amigos que han estudiado derecho conmigo y hoy se ‘pasan’ casos (judiciales). Así que al final todo es más por la ‘colocación’ que tengas en el estrato social.
-Hay un detalle muy “La ciudad y los perros” en tu novela. Estamos ante un texto coral con multiplicidad de personajes, y todos dentro de un mismo salón de clase. ¿El colegio San Agustín de entonces reflejaba las diferencias sociales que tenía el Perú?
En mi colegio no sentíamos que fuéramos gente de mucho dinero porque si nos comparábamos con los del Markham o del Santa María, esos sí eran millonarios. Sin embargo, éramos incapaces de mirar hacia abajo. Tampoco es que haya sido un colegio excesivamente caro (el San Agustín), sin embargo, buscaban mantener un mismo público. Los hijos y hermanos de ex alumnos tienen prioridad para entrar. Cada año ingresaban muy pocos chicos nuevos, quizás para tapar el hueco que dejaban los expulsados. Estudié en un colegio de ‘cholos privilegiados’, sin embargo, nos ‘choleábamos’. Por ahí tal vez aparecía uno más blanco y entonces aprovechaba. Otra cosa es que en el colegio se había sembrado la idea de que la solución para los problemas era la violencia.
La ‘mano dura’…
Teníamos un jefe de disciplina y para cualquier inconveniente venía este tipo con castigos físicos y lo ‘solucionaba’, lo cual es completamente falso porque si el chico luego volvía a tener un problema le caía un castigo más duro, hasta que ya no resistía el golpe y se daba por vencido. No había ningún tipo de diálogo. Recuerdo que mis padres me decían ‘algo malo habrás hecho’. Yo pensaba ‘me he equivocado, pero quizás no es para tanto’.
-Hay tres elementos que aparecen en tu libro y se repiten quizás en tus obras previas: el fútbol, la música y las drogas. ¿Los sientes como indesligables en tus literatura?
Es que estamos hablando de dos personajes que se hacen amigos porque ambos buscan escapar de sus complejos y una forma de hacerlo es refugiarse en la noche. Y ahí siempre hay drogas. Y ambas cosas (juntas) siempre tienen un soundtrack. Finalmente, casi todos los amigos en esta sociedad comparten el gusto por un mismo equipo de fútbol. Ese es un vínculo irracional. En mi colegio me costaba hacerme amigo de alguien que fuera hincha de otro equipo porque luego sentía que iba a pelear, entonces para ahorrarte ese trámite, buscabas uno igual. En la novela los dos chicos (protagonistas) son de Alianza Lima. Y sufren por el fútbol, por sus complejos, porque no pueden establecer relaciones normales con las chicas, y porque ambos tienen el trauma de haber sido ‘lorneados’.
-Recuerdo que cuando leía tus primeros libros pensaba (quizás en tono de queja) ‘este chico escribe solo sobre su recuerdos’. Hoy, sin embargo, pienso ¡Sergio tendría que escribir siempre sobre lo mismo porque lo hace genial!
Pues mi historia como tal no creo que sea muy distinta a la de otros, tampoco la siento interesante por sí misma. Por esa razón intento situarla en un contexto político y social. Me sirve para hablar de algo más, que sea un reflejo de lo que se ha vivido en el país. Por eso “Algún día este país será mío” es la historia de un desencuentro entre dos formas de pensar. Es también la imposibilidad de entenderse a las buenas, porque muestro una ruptura abrupta, pero luego se intenta dar un paso, el reconocimiento de las faltas. Por ejemplo, cuando ‘Chullo’ reconoce sus miserias, admite que la ideología le ha impedido acercarse a un momento de dolor que vive el otro (Zeta). O sea, ese rencor le imposibilita decirle a ese ex amigo cuánto siente el dolor que puede estar pasando. Pero luego incluso retrocede y se justifica diciendo ‘yo no sé si tú lo hubieras entendido’, porque ve a su amigo como un ‘salvaje liberal’. Son esas contradicciones las que he vivido y siento que me sirven para contar cosas.
“SENTÍ QUE HABÍA PERDIDO TIEMPO EN AMISTADES INFRUCTUOSAS”
-Hay otros dos tópicos muy presentes en la historia y son el bullying y el peso de los padres en nuestra formación. ¿Crees que ambos tienen consecuencias notorias en el futuro de un hombre?
Tengo ex compañeros de clase que tras dejar el colegio tuvieron que ir al psicólogo. Luego hay otra gente que evade, y una forma de hacerlo es saltando al otro bando. O sea, me sorprende que algunos patas que fueron los más lornas de mi clase actualmente sean homófobos o admiradores declarados de Putin y Trump. Estoy seguro que si ponemos a Putin o Trump en un colegio van a terminar siendo los abusivos de la clases y le pegarían a mis amigos. Así que aquí hay una distorsión, un problema serio. Pero es más fácil evadirte que confrontar el pasado. A la gente no le gusta que le recuerden la historia tal y como fue. Algunos prefieren quedarse con su versión. Si, apropósito del libro, alguien me cuenta una versión distinta a esta, pues yo estaré abierto y en caso haya una segunda edición tal vez pueda hacerse una corrección. Pienso que la mentalidad emprendedora ha calado muy hondo en la sociedad, y es lo que ahora mismo está intentando este gobierno. Escuchaba las declaraciones (del primer ministro) César Villanueva y era como ‘para nosotros, la memoria no existe, empezaremos de un punto cero, pongámonos de acuerdo’. Creo que se están sentando encima del dolor de gente que ha sufrido mucho y que solo exige justicia. Tú cuando cometes un delito, pues tienes que pagar una pena. Da igual si eres de izquierda o derecha. Si cometes un delito y te declaran culpable, pues irás a la cárcel y punto. A veces me pongo a pensar qué pasaría si un familiar mío pasa esto (delinque). Lo lamento pero tendrá que cumplir (su pena). Seguirán siendo mis familiares y tal vez el aprecio se resienta un poco, no lo sé. Y este libro pretende decir eso también: las relaciones familiares o amicales no son inmutables. Hemos crecido con la idea de que si te conoces desde pequeño entonces debes seguir siendo amigo hasta grande, pero no, a veces tomas caminos distintos y tu forma de pensar puede cambiar.
Por último, escribí este libro porque sentí que había desperdiciado mucho tiempo en amistades infructuosas. No recuerdo haber hecho un tipo de confesión muy íntima como esta. Y eso no quiere decir que no me haya divertido, claro que lo hice y de mala manera también. Aún queda en mí cierto machismo. Aún me río de cosas de las que no debería. A veces veía videos de programas cómicos peruanos y me reía, sentía algo de nostalgia, pero de pronto hubo un cambio. Es como si un niño intentara jugar con sus juguetes y nota que se rompió la magia. En este caso siento que ha sido producto de la madurez. Hoy pienso, ¿yo me reía de estas estupideces? ¡Qué burro! Pude haber usado ese tiempo en otras cosas.