Renato Cisneros: “Estamos hechos mucho más de errores que de aciertos”

Ha expuesto su vida de diversas formas. En bestsellers como “La distancia que nos separa”, o en éxitos virtuales como el blog “Busco Novia”. Sin embargo, hoy Renato Cisneros devela su lado más débil en un proyecto que surgió –según sus propias palabras– como cuando “un científico decide dar cuenta de las transformaciones que su organismo sufre a partir de la inoculación de alguna sustancia”.

En “Algún día te mostraré el desierto” (Alfaguara, 2019), el escritor y periodista traza una línea de tiempo que incluye alegrías y malos ratos conyugales. Una pareja de enamorados que parece inseparable decide embarcarse en la paternidad. El nacimiento de una niña genera un impacto emocional inédito para ambos, pero es el padre quien parece tirar la toalla primero.

En esta entrevista, Renato Cisneros nos habla sobre las claves que lo llevaron a publicar un diario honesto y desgarrador. ¿Hasta qué punto separarse cuando tu hijo aún no ha aprendido a hablar es un fracaso en la sociedad en que vivimos? ¿Hasta qué punto es más bien un aprendizaje? Aquí algunas luces.

-Aunque eres una figura pública, tu libro cuenta algo que poquísimos sabían, el rompimiento del vínculo sentimental con tu esposa. ¿Cómo decides qué filtrar o no en un libro como este?

En “Algún día te mostraré el desierto” he filtrado muy poco. El libro surge de un diario de notas que decido escribir desde el momento en el que me enteré que sería papá, fue como una forma de lidiar con los pensamientos que empezaban a surgir en mí. Empecé a anotar cosas que me ocurrían en el día a día, casi como un científico que va dando cuenta de las transformaciones que su organismo sufre a partir de la inoculación de algún tipo de sustancia. Entonces trataba de ir viendo cómo la paternidad me cambiaba con el paso del tiempo. Inicialmente sin ningún tipo de intención literaria, pero cuando al final organicé las notas para convertirlas en un libro, quizás sí hubo una serie de cuidados para no afectar más de la cuenta a las personas involucradas, y para que no se pierda de vista el tema central: la fragilidad que puede mostrar un hombre frente a un hecho tan trascendente como convertirse en padre.

-El vínculo padre-hijo ha sido tocado ya por la literatura. En tu libro mencionas unos cuantos ejemplos. ¿Cuáles consideras que fueron tus referentes antes de escribir “Algún día te mostraré el desierto”?

Hay libros que había leído, pero también hubo otros que busqué a partir de la experiencia en sí. Y es curioso porque muchos de esos libros tienen que ver con testimonios de escritores sobre hijos magullados, tullidos, enfermos o muertos. Kenzaburō Ōe tiene dos libros sobre su hijo con una deficiencia mental que finalmente resultó ser un genio de la composición musical (“Una cuestión personal” y “Un amor especial”). Por su parte, Joan Didion, que había escrito este libro magnífico sobre la muerte de su esposo (“El año del pensamiento mágico”), escribió después uno titulado “Noches azules”, sobre la muerte de su hija Quintana. Sergio del Molino también escribió un hermoso libro titulado “La hora violeta”, sobre su hijo fallecido tempranamente. Marcus Serra escribió “Quietos”, sobre su hijo con parálisis. Entonces casi todo lo que encontraba eran libros de escritores hablando sobre los hijos que han perdido.

-Retratos del dolor…

Es cierto. Crónicas absolutamente dolorosas. Quizás el único libro con una celebración de la paternidad fue “Veinte días con Julian y conejito” de Nathaniel Hawthorne, el cual habla de un episodio muy puntual: pasar un fin de semana con tu hijo. Pero después la verdad es que encontré muy poco. Había cosas sueltas en biografías de escritores, pero organizados como un libro en sí, no mucho. Y en Perú tal vez el libro de Enrique Planas (“Demasiada responsabilidad”) sea el que más se parece a una obra sobre la paternidad sin que esta sea vista como un vía crucis. Y Lorenzo Helguera escribió “Guía para padres” en clave medio irónica. Esa creo que es mi constelación de referencias consultadas mientras escribía mi libro.

-Con casi una decena de libros publicados desde que empezaste en todo esto, ¿cómo tomas hoy las críticas (especializadas) sobre lo que escribes?

Creo que la relación con la crítica literaria va cambiando con el paso del tiempo. Al principio te parece decisiva, casi como si fuera algo que podría determinar tu estado de ánimo. No es que hoy ya no me importe, sino que ha ido perdiendo cierto peso. Y una de las cosas que he experimentado con la paternidad es que todo eso que antes me parecía importante (la literatura o la escritura) ha pasado radicalmente a un segundo lugar. Porque uno adquiere conciencia de lo fundamental que es para uno ser testigo de una vida, de todos los cuidados que esta requiere, y de lo maravilloso que es recibir un amor tan desinteresado. Sí, me importa lo que puedan opinar los lectores inteligentes de mis libros, pero ya no me parece tan crucial.

El libro de Renato Cisneros se vende a 49 soles en todas las librerías del país.

-¿Cómo podría denominarse el proceso que atraviesa el protagonista de tu libro? Porque empieza con felicidad casi plena y termina en crisis. ¿Estamos ante un ciclo autodestructivo?

Es curioso porque este es un diario en un sentido, pero no es un diario convencional, porque los diarios literarios están plagados de reflexiones que no tienen relación una con otra. Aquí hay una historia contada. En las anotaciones hay un arco narrativo. Y al inicio, efectivamente, vemos un tono que juega con la idea de la ilusión, de la paternidad como signo de vitalidad. Pero luego el diario se torna sombrío. Y tiene que ver con un lento proceso de deterioro del entorno a raíz de una profunda crisis personal. No sé si esto pueda verse como un proceso autodestructivo. Aunque tal vez nosotros los escritores somos un poco autodestructivos sin ser conscientes de ello. Pero sí creo que en el libro hay una crisis, un pozo de depresión y un vacío generado a partir del hecho de haber mutado, porque la paternidad por sobre todas las cosas implica una mutación. Y es un malestar que se va expandiendo alrededor del narrador. Y termina siendo un libro pesimista o triste, pero sobre todas las cosas honesto por la cantidad de miedos que ahí se cuentan.

-¿No crees que –por lo menos en parte de tus seguidores que quizás en algún momento te habían idealizado– el libro podría generar la impresión de que eres tan falible como cualquiera? Esto porque, aunque aclares que los problemas surgen por una crisis muy tuya, algunos bien podrían verte como el ‘culpable’ del fin de algo…

Creo que a veces uno mismo se aventura en historias tan tradicionales como el matrimonio o la paternidad esperando que todo salga bien, ¿no? Uno no se casa para separarse y no tiene un hijo para rápidamente caer en una depresión post-parto. Creo que uno se aventura en esas experiencias con una especie de confianza ciega en que eso resultará bien y en que podrás ser una mejor persona gracias a esas vivencias. Sin embargo, lo cierto es que los seres humanos somos impredecibles. No me había puesto a pensar en si el libro termina por desdibujar la imagen que alguien pudo haberse hecho sobre mí. Evito pensar en el juicio de los lectores mientras escribo, aunque me importa por supuesto después. Pero no me detuve a pensar en lo que dices, quizás porque estoy acostumbrado a que mi imagen se desdibuje frente a mí mismo. En el pasado siempre me reí de mí mismo y públicamente. Nunca tuve miedo de reconocer mis falencias, errores, mis debilidades o mi falta de tacto. Me parece que estamos hechos mucho más de errores que de aciertos. El mandato cultural indica que el hombre tiene –ante un evento tan fundamental como la paternidad—que ser un sujeto modélico, y no puede dudar, etc. Y yo estoy seguro que más de un hombre que ha pasado por el trance de convertirse en padre o que va rumbo a ello, está lleno de miedos, aunque hay una especie de consenso social de no hablar de ellos. Y en este libro también me interesa discutir la masculinidad.

-¿Recuerdas algún otro momento de tu vida en el que hayas sentido una fragilidad tal como la que sentiste al conocer que serías padre?

No. Para mí ese fue el conocimiento del miedo y la responsabilidad por primera vez. Antes había tenido miedo de quizás no ingresar a la universidad o no sé, temores de no alcanzar un trabajo que me interesaba. Pero nada se parece al hecho de saber que traes una criatura al mundo y que buena parte de su vida depende de tu aplomo. Y ver que no tienes la consistencia necesaria hace muy corto el camino hacia el pánico.

-En tu libro hay una mención a “volver a escarbar en lo interno” para hacer literatura y dejar pasar la chance de probar con “la gran novela política” del Perú reciente (que muchos esperamos). ¿Sientes que eso finalmente llegará? ¿Te detienes a pensar en eso?

Te soy franco, con “Dejarás la tierra” yo dije ‘aquí cierro mi ciclo de novelas familiares’, y me senté a tomar apuntes sobre una novela que tiene que ver con la política peruana. Esto porque siempre he sentido que el año 2000 es como una grieta en la conciencia peruana contemporánea que no se ha terminado de cerrar y menos de analizar del todo. Es como el portal de “Stranger Things”, como un forado abierto del cual emergieron una serie de monstruos que no hemos terminado de controlar. Entonces pensaba escribir una novela sobre la degradación moral y la corrupción a todo nivel, pero de pronto me enteré de mi paternidad y surgió este diario.

-“Creo que uno puede escribir o consagrarse (como escritor) desde cualquier parte”

-¿Ves a Madrid como ‘las grandes ligas’ de la literatura o no encuentras mayores diferencias si la comparamos con Lima como espacio para irrumpir y crecer como escritor?

Quizás más en los sesenta o setenta existía más esa idea de que uno terminaba haciéndose escritor en ciudades como Madrid o París. Sinceramente creo que uno puede escribir o consagrarse desde cualquier parte. Y cuando te digo consagrarte no me refiero a necesariamente tener una obra premiada o muy traducida, sino convertirse en el escritor que uno quiere ser. Lo que sí tengo en Madrid son dos cosas. Primero, mayor contacto con editoriales y una mayor oferta cultural, más posibilidades de conocer gente a la que has leído y admiras. Y lo segundo es más bien algo que no tengo: el confort. Me siento más cómodo en Lima, donde están mis amigos, (la mayoría de) mis lectores, y tal vez donde hay más ofertas laborales para mí, mientras que en Madrid soy nadie. Y eso me gusta. Me gusta sentir esa especie de anonimato, porque es algo incómodo y la incomodidad siempre es un combustible para la escritura. Espero poder mantener esa dinámica de estar entre Madrid y Lima por un tiempo más.

-Pienso en tu trabajo radial y la función me parece clara: comunicar los problemas y opinar de las noticias. ¿Y cuál sería la función de un escritor en la sociedad?

La literatura en general es un arma para cuestionar la realidad. Los libros existen porque la realidad está hecha de tal manera que los escritores protestan contra ella creando verdades paralelas o recreando el mundo de una forma tal vez más satisfactoria. Entonces, sí creo que hay una función de los escritores en explicar el mundo todo el tiempo. Y aunque a veces (la del periodista y la del escritor) parecen voces gemelas o complementarias, en realidad no lo son tanto. La del periodista es la voz de quien relata la noticia, a veces sin percatarse del significado de los hechos, mientras que el escritor toma distancia para entender los hechos, para encuadrarlos dentro de un entorno o una época, y tratar de descifrar y producir ideas. Por muy personales que sean mis libros, en cada una de las páginas busco escapar de la anécdota personal para inyectarle una reflexión que sea finalmente lo que universaliza la experiencia.

-Tal vez como en la parte en que cuentas cuando de niño te vistieron de mujer y tu papá enfureció…

Claro. Esa parte pudo haber sido contada simplemente como una anécdota, pero me interesaba darle un sustrato más sustancioso, que se conecte en un episodio que tal vez han vivido muchos niños.

-En otra parte recuerdas los celos que sentías al ver cómo tus amigos terminaban yéndose con otros amigos. ¡Eso es algo que nos pasa a todos!

Sí, pero en boca de un hombre esa anécdota queda como que mal contada, porque uno no esperaría que los chicos tengamos celos de los amigos. Eso rápidamente podría ser considerada una conducta homosexual u homoerótica. ¡Y no está mal que sea así! De hecho, ese pasaje lo recorté porque sentí que había una pulsación que tal vez podría usar posteriormente en otra novela. Esta idea de cómo desde adolescentes hay cierta fragilidad que te lleva a admirar a otros chicos de tu edad en los que ves más temple o carácter, y querer ser cómo ellos, y no saber si efectivamente ahí hay una especie de seducción o enamoramiento, porque –nuevamente—el mandato cultural, social, nos lleva a ahuyentar esas ideas de nuestra cabeza.

-¿Qué te genera la idea de que, dentro de algunos años, tu hija podrá leer este libro?

Bueno, lo escribí para que en algunos años ella pueda leerlo y entender un poco cómo es su padre. De hecho, el título de “Algún día te mostraré el desierto” es una frase literal de una nota escrita en el desierto de Marruecos, pero en el fondo tiene también otras lecturas. Es quizás una forma de decirle “algún día hablaremos de esta crisis” o de lo complicada que es la convivencia. El matrimonio puede ser una forma de desierto, uno que por un lado es estéril, pero que también  podría remitirnos a la escenografía bíblica, donde la humanidad se consagra y donde cristo se encuentra consigo mismo. Donde hay vida y muerte. A mí me interesa que la figura de este libro no se reduzca únicamente al espacio de lo desértico y de lo infértil. También (el desierto) tiene esa otra dimensión de gran escenario transformador.

Compártelo