Farid Kahhat: “No hay una fórmula única para acabar con el problema de la derecha radical”

Entre que se realizó esta entrevista y finalmente fue publicada VOX pasó de ser una opción política más a convertirse en la tercera fuerza política de España. En Argentina la derecha perdería ante el ‘kirchnerismo’ encarnado en Alberto Fernández y Evo Morales (aunque en otras circunstancias) abandonaría Bolivia para cederle el paso a una opositora que entró biblia en mano a palacio de gobierno.

Bastan solo estos tres ejemplos para confirmar lo volátil que puede ser la política en el presente. Yendo algo más a fondo vale preguntarse si cada cambio (en los dos primeros casos del párrafo que abre esta nota) responde a un “giro ideológico” del electorado o si más bien es simplemente un castigo a malas gestiones.

En esta última posición se apoya Farid Kahhat, quizás el principal internacionalista de la academia peruana. Él acaba de publicar “El eterno retorno” (Planeta, 2019), un ensayo que profundiza en algunas de las razones que propiciaron el crecimiento de la derecha radical en el mundo.

En su texto, escrito con la misma claridad de sus columnas semanales en “El Comercio”, descubriremos que muchas de las banderas que arrea este grupo están distorsionadas o fueron concebidas con datos falsos. El volumen facilita, además, una oportunidad para reflexionar sobre el devenir de la política peruana en los últimos años.

¿Cuál sería entonces la derecha radical peruana? Descúbralo en esta entrevista a Farid Kahhat.

-¿Cómo surge la idea de escribir un libro sobre el crecimiento electoral de la derecha radical en el mundo?

La editorial Planeta me había propuesto escribir un libro y conversando sobre temas este era uno respecto al cual yo había investigado mucho para mis artículos de “El Comercio”. Y era un tema no solo de actualidad sino que suscita preocupación entre muchas personas. Estamos hablando de una tendencia política que jamás había llegado al gobierno en países como el Reino Unido o el propio Estados Unidos, y que finalmente lo logró. Ya en cuanto al contenido, partí con hipótesis sobre las causas que resultaron no ser suficientes, como por ejemplo las crisis económicas. El auge en países como Francia empezó antes de la crisis de diciembre de 2007. Por otro lado, la desigualdad es importante, pero creo que podría favorecer por igual a radicales de derecha como de izquierda. De hecho si uno ve el libro de Noberto Bobbio “Derecha e izquierda” esta última se ha identificado históricamente con el objetivo del combate contra la desigualdad. ¿Entonces por qué no creció la izquierda radical? Entonces ahí surgen dos cosas como explicaciones que complementan a las razones estructurales. Primero, una sensación de alineación respecto a su sociedad de parte de sectores que en algunos casos se autodefinen como ‘blancos’ (no hispanos en el caso de Estados Unidos). Grupos que sienten que, además de los problemas económicos que pudieran existir, están perdiendo sentido de pertenencia, o sea, se sienten desplazados por inmigrantes. La otra cuestión es el discurso de la derecha radical cuando la situación económica cambia para mejor, que tiene a enfocarse ya no en la situación actual sino en las expectativas a futuro de la población nativa, y dicen que los inmigrantes son un riesgo para esas esperanzas, porque les pueden quitar puestos de trabajo, subsidios o aumentar la delincuencia o la posibilidad de atentados terroristas.

-Me ha mencionado al votante blanco no hispano de Estados Unidos. ¿Por quién votaba este elector antes de que aparezca Donald Trump?

No votaban necesariamente por su condición étnica. En general el blanco no hispano, sobe todo hombres de mediana edad y bajo nivel de educación formal, ha sido históricamente republicano. Pero los que en ese grupo son empleados sindicalizados votaban también por demócratas. Lo de Donald Trump es relativamente nuevo porque mucha gente que votó originalmente por Barack Obama luego lo hizo por él. Y hay otro detalle interesante: 12% de los que en las primarias demócratas del 2015-2016 votaron por Bernie Sanders luego lo hicieron por Donald Trump. Ahí hay un voto de protesta más allá de la orientación ideológica, y es un voto con cierto contenido de clase. Sectores de trabajadores que se han sentido desplazados que podrían votar por Trump o Sanders, pero no por un demócrata moderado como Hillary Clinton.

-En el libro se menciona más a Bernie Sanders que a Joe Biden, ¿esto es porque el primero es el otro extremo de Donald Trump?

No diría que Bernie es extremista, sí lo es Trump. Cuando te hablo de Sanders hablo de las primarias del 2016. En ese momento Biden no era un factor. Y en todo caso Biden se asociaría con lo que te digo sobre Hillary Clinton: un hombre del stablishment del partido demócrata, de las élites del noreste. Sanders es más interesante para el análisis porque es una insurgencia dentro del ala izquierda del partido demócrata que siempre existió, pero que nunca tuvo el respaldo electoral que hoy este sí tiene en las primarias. Es curioso porque existen vasos comunicantes entre los electores de la izquierda y la derecha radical sin pasar por el centro político. Y es que si tú quieres quejarte por la situación económica que padeces y tienes bajo nivel de educación formal, Sanders o Trump tenían un discurso que podía apelar a ti, a diferencia de Hillary que se refirió en algún momento a ese segmento de votantes de Trump como “un grupo de deplorables”.  Decir algo así en campaña es francamente absurdo. Primero porque no es cierto: la gente que vota a Trump no es necesariamente racista, pero Hillary parecía implicar eso al descalificarlos de esa manera.

-Recuerdo todos los miedos que generó Trump en su primera campaña y hoy, pese a su gobierno, tiene posibilidades reales de ganar la reelección. ¿Cuán catastrófica o tolerable ha sido la gestión de Donald Trump?

Ha sido tan mala como se suponía que iba a ser. En honor a la verdad, cuando Trump dice “America First” parece que fuera más bien “Only America”. Él está más preocupado en cómo le vaya en su base estadounidense que en iniciar conflictos bélicos en ultramar. Por ese lado no ha sido todo lo malo que pudo. Pero había quienes creían que la majestad del sillón presidencial podía inducir a la moderación incluso a gente que venía de alas radicales del partido republicano, como en su momento pasó con Ronald Reagan o George W. Bush. Con Trump esto no pasó. Y lo que hace más peligroso a este personaje que los dos antes mencionados no es el hecho de ignore mucho de lo que debería saber un presidente sobre política local o internacional, sino que Trump no solo no sabía sino que no parecía ser consciente de sus limitaciones. Y no solo no buscaba la opinión de los expertos sino que la desestimaba, porque los consideraba parte del stablishment que tenía que desplazar del poder. En ese sentido es un presidente problemático. Ahora, yo no estoy tan seguro de que sus posibilidades en la reelección sean muy altas. Según Nate Silver – la persona con mejor récord en materia de pronósticos electorales en EE.UU.—hay dos variables fundamentales para ver la perspectiva electoral de un presidente que va a la reelección. La primera es su nivel de aprobación, un factor que no fluctúa grandemente. Tiene un piso de 39 y un techo muy bajo. Con una economía cercana al pleno empleo no supera el 46%. El resultado electoral de un presidente que va a la reelección rara vez varía en más de 4% por encima o por debajo de su nivel de aprobación. Recordemos que la elección del 2016 Trump la pierde en el voto popular pero la gana en el colegio electoral (este sistema tan arcaico de medir votos que tiene EE.UU.). Y la economía está empezando a dar signos de deterioro. Creo que si llega a haber una recesión él podría no reelegirse. Es muy temprano para saberlo.

-¿No cree que esto dependerá también del rival a enfrentar?

No tanto. La perspectiva habitual es que si gana (las primarias demócratas) Joe Biden este atraerá al votante moderado, independiente, que está al centro del espectro político. Si los demócratas finalmente eligen a Sanders o a Warren estos por ser del ala izquierda del partido probablemente no apelarían a los votantes moderados. Ahora bien, eso es cierto pero no es todo lo que se necesita saber al respecto. Primero, Trump, al ser el extremo opuesto del espectro político, tampoco puede ganarse el voto moderado. Si los demócratas pierden ese voto no será en favor de Trump sino del ausentismo. Pero un candidato a la izquierda del partido demócrata tiene la ventaja de que puede recoger votos de protesta, como lo hizo Trump en 2016, de una manera que  no puede hacerlo, por ejemplo, Joe Biden, porque fue parte del stablishment. Creo que alguien como Sanders será mejor para captar un voto de protesta y además (por su discurso más a la izquierda de lo habitual) puede incentivar un aumento en la participación electoral de jóvenes o miembros de algunas minorías étnicas que se podrían ver atraídos por un discurso redistributivo como el suyo. En otras palabras, no me queda del todo claro si los demócratas perderían mucho electoralmente nominando un candidato como Bernie.

Farid Kahhat, autor del libro «El eterno retorno».

-Entre los ‘miedos’ que desatan este crecimiento de la derecha radical está la inmigración. ¿Estamos en el momento más caótico en cuanto a éxodos en el planeta?

No. De hecho lo que muy pocos recuerdan es que en el siglo XIX y hasta principios del XX los flujos de migrantes eran de Europa hacia América Latina. Por eso en Argentina hay una población tan grande de origen italiano. En el pasado el flujo migratorio iba en sentido opuesto pero además (en el siglo XIX) no había nada de los controles que hoy sí existen: pasaportes, visas, etc. Lo que pasa es que ahora se da un contexto en el cual los controles son muchos más estrictos y mediante los nuevos medios de comunicación (y las redes sociales) podemos enterarnos de los problemas en tiempo real. Mucha de esta información es mentira, así que varias de las creencias sobre los inmigrantes son totalmente erradas. Desde cuántos son hasta qué religión profesan.

-Muchas de estas informaciones falsas, utilizadas en parte por representantes de la derecha radical, se propagan a través de redes sociales como Facebook. Algunos países ya empiezan a intentar regular estos aspectos. ¿Hacia dónde cree que va esto?

En cuanto a la regulación de las redes sociales hay dos problemas. Lo primero es que una vez que estableces la legitimidad de la censura tienes el riesgo de la extralimitación. O sea, que los gobiernos no se dediquen solo a eliminar información falsa que podría orientar el voto de los electores, sino que también podrían censurar ideas contrarias. Eso ya pasa en lugares como China. El segundo problema es cómo defines Facebook. Cuando se decía “vamos a regularlo como cualquier otro medio de comunicación”, la empresa te responde que no es eso, que (ellos) ofrecen una plataforma para que los usuarios intercambien información libremente. El tema, sin embargo, es que sí ofrece la plataforma en la cual se ofrece la información falsa. Y la pregunta entonces es cuál es su responsabilidad. ¿Debe entonces regularse a Facebook con las mismas reglas que recaen sobre los medios de comunicación? 

-Usted menciona un giro hacia la izquierda en la región a inicios del presente siglo. ¿Hoy visualiza un giro opuesto, o simplemente las cosas se han puesto en su lugar con gobiernos de ideologías alternadas?

Por giro – sea de izquierda o de derecha—se suele creer que hubo un cambio en la orientación ideológica de una proporción significativa de electores. Y eso casi no ha ocurrido. Cuando la izquierda gana elecciones (en América Latina y el Caribe) la encuesta del Latinobarómetro (realizada a nivel urbano en 18 países desde los años 90) encontraba incluso que la mayoría de gente se ubicaba en torno al centro del espectro político, y que si acaso había más gente que se ubicaba en la derecha que en la izquierda. Entonces, si votaron por la izquierda no creo que sea por un tema ideológico. No Lo mismo ahora. Desde que hay encuestas siempre hubo más gente que se define de derecha que de izquierda en A.L. y el Caribe. Y esa proporción ha aumentado ligeramente en los últimos años, pero no lo suficiente como para explicar grandes cambios en tendencias electorales. Yo tiendo a creer que la gente vota en relación a cómo evalúa el gobierno saliente. Por eso, en el caso de Brasil, tras cuatro gobiernos consecutivos de izquierda eligen a uno de la derecha radical, no creo que tanto porque todos esos periodos del PT hayan sido malos, sino porque el último (y sus escándalos de corrupción) sí son vistos así. Esa segunda gestión de Dilma tiene a cuestas el escándalo de Lava Jato y además la mayor recesión desde ‘La gran depresión’. Eso me parece más importante para entender el voto por Bolsonaro que un cambio en la orientación ideológica de los electores, que sí existe pero no es tan grande. Lo mismo pasa en México. Cuatro gobiernos consecutivos de la derecha y de pronto eligen a un populista de izquierda. Me parece más un descontento con el statu quo que simpatía por López Obrador, quien ya había perdido dos elecciones anteriormente. En Argentina, si lo que está detrás del cambio en la orientación del voto es el tema ideológica, pues habría que suponer que el electorado de allí es zigzagueante. Yo diría más bien que la gente evalúa cómo le va al gobierno de turno en la gestión de los asuntos públicos. Como a los dos primeros gobiernos kirchneristas se le evaluó bien, pues se eligió (a Cristina) para un tercero. Pero cuando este último no logró los mismos resultados que los dos anteriores, se elige a Mauricio Macri. Y cuando este último tampoco rinde resultados y deja el país ligeramente peor de como lo encontró, entonces vuelven a votar por el peronismo. Yo creo que la mayoría de electores no tienen en cuenta la orientación ideológica como criterio fundamental para decidir su voto.

-Si hablamos de la derecha radical en Estados Unidos imaginamos, por ejemplo, al Tea Party. Y si pensamos en ‘anclas’ pues pensamos en la Asociación Nacional del Rifle. ¿Quiénes podrían ser la derecha radical en este país?

Políticamente la derecha radical en este país está representada dentro del fujimorismo. No sé, el ala conservadora de ese partido. Quizás el rostro más visible era Tamara Arimborgo, pero también el presidente del Congreso [N.R. Hoy Comisión Permanente] (Pedro Olaechea), quien no fue elegido por ese partido pero llegó a él tras dejar a PPK. Pero, lo que hay que tener en cuenta es que aquí, más allá de movimientos organizados, puede haber individuos que terminen captando una proporción del voto sea por razones ideológicas en algunos casos o por descontento con el statu quo en otros. Eso fue Donald Trump. Y algunos creen que también podría serlo un personaje como Phillip Butters en Perú. Así que el hecho de que no haya una derecha radical organizada de manera autónoma — más allá del ala radical fujimorista ya mencionada — no significa que no pueda generarse para ellos una candidatura relativamente exitosa y no asociada al statu quo.

-Escribe usted en su libro sobre el papel de las iglesias evangélicas en la región. ¿Cuán responsables son del avance de las ideas de la derecha radical?

Habría que ver cifras desagregadas de encuestas de opinión, sin embargo, mi hipótesis es que cuando se descubre en el Latinobarómetro que existe un crecimiento de alrededor del 8% de gente que se autodefine de derecha en promedio ahí hay un elemento de rechazo a los gobiernos de izquierda, pero el otro componente podría ser el crecimiento de los electores miembros de iglesias evangélicas. Ojo, hay que hacer una aclaración: no todos los miembros de estas iglesias ven deseable participar en política. Ocurre sobre todo en evangélicos neo-pentecostales y nisiquiera en todos ellos, pero sí es un sector tal vez mayoritario. En casos como esos, a diferencia del catolicismo en donde los sacerdotes no pueden hacer vida política, los líderes son candidatos. En Perú tuvimos a Humberto Lay. Tamar Arimborgo es predicadora evangélica. Ahí donde los grupos de este tipo tienen liderazgos que participan en política, se vuelven en sí mismos una organización de base para proyectos de derecha radical. Sin embargo, son más pragmáticos en tácticas de lo que se cree. Por ejemplo, le ponen “Con mis hijos no te metas” (CMHNTM) a su movimiento en lugar de llamarlo “Por una educación cristiana – evangélica de mis hijos”, lo que alienaría católicos, conservadores seculares y libertarios. Pero si dices CMHNTM lo que reivindicas es la patria potestad. O sea, los padres tienen más derecho a definir el contenido de la educación de sus hijos que el Estado. En eso puedes tener a favor a personas de varias religiones. También son pragmáticos en temas de política económica. En México el PES (Partido de Encuentro Social), movimiento evangélico,  fue parte de la coalición que llevó al populista de izquierda Andrés Manuel López Obrador al gobierno. El PES no se hace tanto problema con la orientación de la política económica. Su núcleo duro, innegociable, tiene que ver con sus creencias religiosas en temas como enfoque de género (anatema para ellos), legalización del aborto bajo cualquier circunstancia y matrimonio entre personas del mismo sexo o la posibilidad de que estas adopten. Eso no lo negocian. Lo demás, en aras de salvaguardar lo primero, es negociable.

-¿Existe alguna especie de antídoto para frenar el avance de la derecha radical?

No hay una bala de plata. Algunos hablan de tres formas. La primera sería encararlos y develar sus mentiras.  En materia de inmigración, por ejemplo, buena parte de lo que dicen es falso. Hay que exponer eso en público y dar cifras sustentadas. Esto es necesario pero no suficiente, porque el discurso de derecha radical apela a emociones, al sentido de identidad, y si tus argumentos son puramente racionales no funcionan. Algunos proponen tomar algunas banderas de la derecha radical, para que la gente que está preocupada por temas como la migración vea que estamos haciendo algo para reducir la inmigración ilegal y no vean necesario votar por la derecha radical en comicios. El problema con esto es que cuando algunas de las banderas de la derecha radical son tomadas por partidos de centro izquierda o centro derecha se radicalizan. Entonces sigues persiguiéndola tratando de quitarle banderas y en el camino te desplazas a su espectro. Luego viene el tema de los problemas económicos que sí son importantes para explicar el surgimiento electoral de esta facción. Y las opciones tradicionales no han enfrentado el tema: la desigualdad creciente, por ejemplo. Entonces, a veces un gobierno más a la izquierda que aplique políticas más keynesianas (como el de Portugal) logra neutralizar la capacidad de atracción de movimientos radicales de derecha. En todo caso, no hay una fórmula única para acabar con el problema, pero ya estamos viendo en Europa Oriental (que es donde primero llegaron al poder) un reflujo. En Eslovaquia, por ejemplo, es una mujer defensora de derechos humanos, de derechos LGTB que gana la elección sin arrear esas banderas, sin entrar al debate de temas migratorios, algo que querría lograr la derecha radical. Entonces, no hay que tratar de imitarlos, y hay que enfocarse en resolver problemas de la gente, que a veces termina expresando en su voto (como en el caso de Trump) su rechazo al statu quo.

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