Rodrigo Hasbún: “La adolescencia es la guerra y el amor hacia todo y contra todo”

Escudriñar en el pasado y descubrir no solo satisfacciones y alegrías, sino principalmente miedos y dolor es una de las tantas posibilidades que brinda la literatura. En “Los años invisibles”, la más reciente novela del escritor boliviano Rodrigo Hasbún, esto queda claramente en evidencia.

Dos adultos (un hombre y una mujer) se encuentran en un bar de Estados Unidos y dialogan sobre las vicisitudes de su etapa adolescente en la ciudad de Cochabamba. Él terminó enamorado de su maestra de inglés. Ella debió superar las consecuencias de un aborto producto de un embarazo no deseado.

Esta nueva publicación del también autor de “Los afectos”, “El lugar del cuerpo” y “Los días más felices” le ha valido ser incluido en la colección Mapa de las Lenguas de la editorial Penguin Random House.

Hasbún aceptó conversar con nosotros sobre “Los años invisibles”, una novela que lo confirma como un narrador preocupado por los detalles, capaz de abordar la memoria y los recuerdos personales con sutileza, y también como un creador cuya “educación sentimental” está indefectiblemente ligada al cine y a la música.

-Acabas de ser incluido en el Mapa de las Lenguas de Penguin Random House. ¿Qué te genera la noticia? ¿Son más las cosas que te unen o las que te distancian de los otros autores de la selección?

Aunque los países hispanoamericanos compartamos un idioma, aún ahora sigue siendo bastante difícil para un lector chileno conseguir libros de autoras ecuatorianas y mexicanas, o para una lectora peruana conseguir libros de autores colombianos y argentinos, y así sucesivamente. Por ese lado me parece muy valioso el esfuerzo de Penguin Random House y su Mapa de las Lenguas, con el que intentan lograr que al menos un buen puñado de libros circule mejor. Como parte de esa iniciativa, me alegra que “Los años invisibles” tenga la posibilidad de viajar a nuevos lugares y llegar a más lectores.

En cuanto a los demás autores incluidos, he leído a menos de los que quisiera, así que no sé cuánto nos una o nos distancie. Ojalá mucho de lo uno y de lo otro.

-En 2007 fuiste el único autor boliviano en el Bogotá 39 siendo muy joven. Hoy, con varios libros ya publicados y reconocimiento entre los lectores de Hispanoamérica, ¿qué tan acompañado te sientes de tus colegas bolivianos? ¿Crees que de la nada aparecieron muchos escritores bolivianos o es que siempre estuvieron ahí pero no tuvieron la visibilidad debida?

En los últimos diez años la literatura boliviana se ha renovado de manera significativa y han aparecido un montón de escritoras y escritores que vienen ofreciendo libros interesantísimos. Como Bolivia no tiene una infraestructura que ayude a hacer visible su literatura fuera del país, históricamente ha sido una literatura más bien oculta, una literatura que para bien y para mal se ha hecho a espaldas del mundo. Abriéndose camino por cuenta propia, mi generación viene transformando ese panorama, entre otras cosas tomándose muy en serio la escritura y todo lo que implica. La gente en otros países lo está notando y poco a poco algunos viejos prejuicios se empiezan a resquebrajar.

El libro ya se encuentra a la venta en Lima.

-¿Qué lugar ocupa “Los años invisibles” en el conjunto de la obra de Rodrigo Hasbún? ¿Sientes que esta novela confirma que hay temas que te obsesionan y de los cuales seguirás escribiendo en el futuro? ¿Cuáles serían?

Nunca sé bien hacia dónde voy mientras escribo, y me resulta todavía más difícil intentar imaginar qué escribiré luego. Pero sí puedo decirte que esta novela me acompaña hace mucho, seguramente debido a eso que dices de las obsesiones. A grandes rasgos me dan muchas vueltas la memoria y también los cuerpos y su transformación radical a lo largo de los años. Es decir, me preocupa el tiempo y cómo incide en nosotros, en lo que somos por dentro y por fuera. Pero dicho de esta manera resulta quizá demasiado abstracto o general y no sé si sirva. Más allá de la pregunta, para mí es mejor así, porque esa bruma relativa hace que la escritura misma sea más incierta y más inesperada.

-Leí que esta novela la habías escrito varios años atrás y la dejaste guardada. Siendo un escritor sumamente preocupado por los detalles, ¿qué te hace mandar a los cajones un proyecto de libro y qué te hace decidir que ya es momento para publicarlo?

Sí, escribí una primera versión de “Los años invisibles” hace doce años. Esa versión me dejaba un poco indiferente, a pesar del trabajo que le puse no lograba hacerla funcionar, así que en algún momento me di por vencido y la guardé. Creí que no volvería a ella, pero tres años atrás me dieron ganas de darle un nuevo intento y esta vez me fue mejor. A diferencia de la versión inicial, ahora no solo importa el pasado (un par de semanas decisivas en la vida de unos muchachitos de último año de colegio) sino también el presente (lo que terminó sucediéndoles en la vida, eso en lo que se convirtieron), y también los pasadizos secretos que hay entre un tiempo y otro. En esa mirada más larga la novela al fin empezó a tener sentido.

-En tu libro hay más de una alusión a la situación política y social de Bolivia a lo largo de los últimos años. ¿Hasta qué punto la literatura puede ser espacio para cuestionar realidades sociales?

En general la literatura me parece un espacio que invita a algo que podríamos llamar “mirar mejor”. Hay una lentitud un poco inherente a la escritura y la lectura que te fuerzan a desacelerar y a prestar atención, y también a hacerte preguntas de distintos tipos, políticas, morales, estéticas, etc. No creo que la literatura ofrezca respuestas en ninguno de esos ámbitos, y no creo que deba asumir ninguna responsabilidad coyuntural, pero a partir de los cuestionamientos que suscita y de esa lentitud tan escasa en nuestra época, sí creo que puede propiciar una incertidumbre y una incomodidad valiosas.

-Aunque resulte odioso, a veces nos es inevitable contrastar el dolor propio con el ajeno. ¿Crees que, a su manera, los adolescentes que protagonizan tu novela terminan sufriendo sus penas o decepciones con la misma intensidad?

Para mí la adolescencia es una etapa tan crucial justamente por la intensidad con la que te enfrentas a todo, cuando todavía no te has resignado a ti mismo ni a lo que tienes alrededor. En “Los años invisibles” quería retratar un poco esa rebeldía constante y también el sufrimiento casi siempre inútil que la acompaña. Si la infancia es el maravillamiento, la adolescencia es la guerra pero también el amor, la guerra y el amor hacia todo y contra todo, la guerra y el amor y la urgencia y la necesidad. Un poco por eso Ladislao se toma tan en serio la aventura con su profesora, y un poco por eso Andrea está tan desesperada por solucionar lo más pronto posible el problema de su embarazo no deseado.

-Has tenido la oportunidad de vivir en Chile, España, Canadá y Estados Unidos varios años. ¿Qué tan fácil o difícil te resulta recordar con nitidez la Cochabamba de tu infancia para nutrir tus obras de ficción?

Los que nos vamos llevamos con nosotros una ciudad y un país, y miles de recuerdos que luego se amplifican y matizan a la distancia. Esto quiere decir en otras palabras que los que nos vamos nunca logramos irnos del todo. Felizmente quedamos atados a lo que hubo antes, a lo que todavía hay. Dentro de esa encrucijada, para mí la escritura es decisiva, porque me permite viajar hacia atrás y hacia dentro de forma más verdadera. Me ayuda a conservar al menos un poquito más eso que allá afuera desaparece con tanta facilidad.

-El cine es algo que siempre te ha preocupado. En “Los años invisibles” la temática está muy presente. ¿Sientes que cine y literatura son factores para ti casi indesligables? ¿Seguirá repitiéndose en tus próximas obras?

Mi educación sentimental está muy ligada al cine y a la música, y esos son ámbitos que siempre están presentes. En “Los años invisibles” son parte de la historia, pero incluso si no lo fueran estarían ahí, en el ritmo y en las atmósferas y los cortes. No sé sobre qué escribiré más adelante, pero sea lo que sea, lo más probable es que ese aprendizaje que me dieron el cine y la música siga asomando siempre por debajo. Al menos eso espero.

[Fotografía: Sergio Bastani]

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