Miguel Mendoza: “Me interesan esas fronteras que surgen desde la soledad”

Miguel Mendoza Luna, autor de “Atrapados en el aeropuerto” (Editorial Panamericana), repasa aquí sus inicios como lector y aspirante a escritor. Varios premios después, este admirador de Poe, Ribyero, Chandler y Capote, se hizo de un nombre en la siempre rica literatura colombiana.

En la novela que motivó esta entrevista, Mendoza lleva al límite su interés por las voces ajenas, colocando a una bebé como protagonista de una historia en la que adultos llenos de complejos y diferencias terminan envueltos en algo sin aparente solución.

– ¿Qué hace el escritor Miguel Mendoza los lunes por la mañana?

Intentar escribir.

– ¿Eres de los que se ponen una rutina de escritura?

De un tiempo para acá, sí. Antes no era muy disciplinado, lo veía como algo más espontáneo, emocional, pero hoy tengo algo de más de disciplina. Los viernes y lunes son los días que más me concentro en escribir.

– ¿Suelen encerrarse a solas a escribir o puede escribir con gente haciendo bulla alrededor?

Suelo aislarme un poco, encerrarme en mi estudio. Aunque nunca leo con música, sí puedo escribir. Pero sí admito que busco cierto aislamiento, un poco neurótico tal vez. Algunas veces he intentado salir para respirar del mundo y poder escribir.

-En las facultades de periodismo suelen poner el libro “A sangre fría” de Truman Capote como un texto de cabecera. Y usted escribió algo al respecto (“Truman Capote: Las horas oscuras”). ¿Cuánto le fascinó la historia y cómo surgió el proyecto?

Empecé mi acercamiento a Capote con sus cuentos, con “Desayuno en Tiffany’s”, y me sorprendí mucho no solo con “A sangre fría”, sino con toda la historia alrededor de su investigación y, obviamente, con cómo esta lo marcó para siempre. Paralelo a eso, siempre me ha interesado la literatura criminal. De Capote tenía primero una imagen novelesca, de un autor alejado de cualquier interés sobre la mente criminal, me sorprendió que se haya encontrado con este caso real que lo envuelve y que termina llevándolo a escribir una verdadera obra maestra en la que se fusionan literatura, periodismo e indagación. Aunque no es la primera ni la única obra basada en hechos reales, tiene un equilibrio perfecto entre veracidad y verosimilitud. Hay novelas que, aun siendo históricas, son verosímiles, pero no veraces. Es decir, muchas cosas se especulan, el autor inventa algunos momentos, mientras que en “A sangre fría” existe una fidelidad a la verdad del hecho, que además aporta la construcción de un mundo novelesco creíble. Y a esto yo le sumaría que Truman Capote logró transformar a un asesino real en uno literario.

-Retrocedamos un poco a tus inicios. A veces uno empieza escribiendo en su blog de notas, en una computadora tal vez, pero qué hizo pensar que ya estabas listo para publicar sus escritos.

Yo estudié literatura y me fui yendo por el mundo teórico, académico. Cada vez escribía menos, era lo que me faltaba, lo que realmente quería. El interés lo recupero a través de unos amigos a los que veía escribir. Entonces quise experimentar, fabricar mi primera novela. Uno cree saber lo que es una novela, pero cuando la intenta escribir (por primera vez) confirma que se trata de una aventura muy diferente. Otro factor que influyó mucho fue participar en un concurso. Para mí estos eventos son muy importantes. Al primero no gané. Presenté una novela con muchos fallos, pero sí con hambre, con el encanto y la inocencia de haber intentado contar una historia. Pero digamos que el concepto del jurado, el haber quedado finalista frente a escritores más o menos conocidos y con jurados de alto nivel me emocionó un poco. Pensé que, si trabajaba quizás menos de forma instintiva, algo podría pasar. Y me abrí camino en el mundo editorial más por los concursos, que en Colombia me dieron más visibilidad y reconocimiento, algo que llamó la atención de las editoriales.

 -Cuando me ha tocado entrevistar a escritores argentinos coinciden en que Borges era como su centro de inspiración. ¿Podríamos decir que en Colombia es García Márquez el que cumple ese papel? ¿Cómo es su caso personal?

Obviamente hay un respeto, él es como una figura tutelar que cobija la literatura colombiana que a mí me ha marcado, sin embargo, lo hizo más como lector que como escritor. Como esto último mis referentes son distintos, tal vez Edgar Allan Poe, un autor que me despierta una fascinación inmensa por la literatura. Es como uno de esos autores que uno lee de joven, tal vez no entiende bien, pero queda para siempre grabado en tu cabeza. Y curiosamente en el cuento, que es una de las líneas que más he explorado, yo me sentí más familiarizado con Julio Ramón Ribeyro. Cuando estudiaba literatura recuerdo a mis compañeros atraídos por la literatura de Borges y Cortázar, pero yo me enganchaba con los cuentos de Ribeyro. Era historias más humanas y que a mí me hubiera encantado poder escribir. Creo que la belleza de los relatos de Ribeyro radica en que te hace pensar que es posible narrar como él. Obviamente es muy difícil, porque en su naturalidad está también su magistralidad. Yo creo que me conectaba más con ese Ribeyro de lo cotidiano, de lo aparentemente intrascendente, del cigarrillo, de la calle. Historias en apariencia menos espectaculares que me dejaban siempre con el aliento a escritura. Así que, para resumirte, Poe en la infancia, Ribeyro en la universidad y ya hacia finales de mi carrera, Raymond Chandler. Y finalmente en la base estaría Capote, no solo “A sangre fría”, sino sus cuentos también.

-Hablando sobre tu novela “Atrapados en el aeropuerto”. He leído novelas y cuentos narrados por niños, hasta por muertos, pero nunca por bebés. ¿Cómo surge esta idea de una pequeña narradora, capaz de abarcar la idiosincrasia de los demás personajes?

La respuesta tiene dos partes. Primero, me encanta ponerme retos técnicos, no sé, pensar desde dónde voy a narrar algo. A veces yo no conozco el tema de mis cuentos, no pienso mucho en el argumento, sino más bien en el punto de vista, que debe ser muy distinto al mío. Paso mucho tiempo en mi cabeza y qué aburrido inventar un mundo literario que sea mi voz. No me gusta permanecer ahí. Yo en el pasado había probado con una novela juvenil narrada por una adolescente. Ahora quería algo aún más complicado, que no solo me implique una alteridad de género o edad, sino un mundo más indescifrable, como puede ser el de un bebé. A mí me gusta hacer listados de retos o cosas difíciles en la literatura, y entre las voces más extrañas estaba Cortázar en “Las babas del diablo”, en donde hay una suerte de cámara que se fusiona con un fotógrafo para contar la historia. Y, por otro lado, la historia de “Atrapados en el aeropuerto” me llevaba a preguntarme quién en el mundo tiene un alma transparente. Ojos que se encuentren con un mundo de diferencias, rechazos, que es el de los adultos. Yo ya tenía la idea de que debía ser ni siquiera un niño –porque a estos rápidamente la educación y los propios adultos los convierten en niños/adultos y pierden la inocencia–, entonces me planteé a una bebé.

-Un alma inocente…

Tú lo has dicho. Un alma que no conoce ningún tipo de prejuicio frente a los demás. Y obviamente eso me daba la posibilidad de explorar no solo un personaje que en su inocencia es muy bello, sino que se mete en la conciencia de los demás, se mete en la mente de los humanos, ve lo que otros no ven.

-La mayoría de tus personajes aquí tienen enconos personales, se sienten insatisfechos. ¿Este es el perfil de personaje que más interesa en tu universo literario?

Sí. Antes me interesaba la faceta oscura del ser humano, en su dimensión de crueldad y maldad. Ahora me interesan esas fronteras que surgen desde la soledad. El por qué nos cuesta estar con los otros. Pienso que el ser humano es mucho más complejo de lo que nos han hecho creer. Todos guardamos un mundo secreto que al silenciarlo pues alimenta nuestra tristeza o nuestra propia desazón. Y en algún momento si logramos entender quiénes somos podremos conectarnos con la soledad y los problemas del otro. Entonces tenemos las palabras, pero a veces están vacías porque vienen mediadas por un secreto. Con mis alumnos suelo trabajar el tema del diálogo, cómo construirlo en la ficción, y les digo que muchas veces revelan –como en la realidad—detrás hay una mentira (nunca le dices la verdad a tu interlocutor) o es una trampa porque lo estás envolviendo. A veces la interacción con los otros se convierte en una relación de poder donde nunca decimos realmente lo que sentimos.

– ¿Qué siente un autor cuando ve su libro ilustrado? Porque con solo palabras apelas a la imaginación, pero ¿qué te pasa por la cabeza cuando ves tu imaginación representada en ilustraciones?

En este caso en particular me siento muy alegre al ver que una artista tan brillante y joven como Pamela Monzón descifró la atmósfera, los rostros, la relación de los personajes. O sea, no siempre te encuentras con una ilustradora que haya leído todo tu texto y que lo haya imaginado para encontrar esos detalles, esos tonos, ese color que Pamela imprimió a esa atmósfera que yo tenía en mi cabeza. Ella la logró descifrar. Y en este caso hay felicidad, maravilla y sorpresa con el mundo que ella propone. Creo que los personajes que ella atrapó en su forma de dibujar tienen el alma de mis personajes. Y aunque no trabajamos directamente (porque aquí intervino una gran editora) se creó un diálogo secreto a través de la novela. Siento que Pamela leyó, cifró y sintió el mundo que yo sentí primero.

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