Augusto Higa Oshiro: «Si naciera otra vez, volvería a ser escritor, a La Victoria y a Matute»

Todo lo que rodea a “Que te coma el tigre” es popular. Las temáticas de sus cuentos, sus personajes, los ambientes y, fundamentalmente, su título. El libro que Augusto Higa Oshiro publicara por primera vez allá por 1977 lleva ese título gracias a una pequeña alteración de una canción popularizada a mediados del siglo pasado: “Que me coma el tigre”.

Tan particular y pegajoso tema, que sería interpretado por famosos cantantes como el colombiano Gustavo Enrique Barros González o la española Lola Flores, efectivamente, era muy bailado cuando el libro debut de Higa Oshiro estaba a punto de salir al mercado. Y como él mismo cuenta en esta entrevista, la idea inicial era colocar una frase de la melodía en su portada.

“Poner ‘Tú lo que quieres es que me coma el tigre’ como título era imposible. Demasiado largo. Así que en la edición de la carátula lo recortaron”, refiere el autor de 75 años en una conversación telefónica desde su casa, donde lleva recluido –aunque no de forma absoluta—más de un año a causa de la pandemia del coronavirus.

“¿En algún momento de esta pandemia llegó a sentir miedo de morir?”, le pregunto. Con absoluta honestidad, el ‘Maestro’ Higa –como lo llaman muchos de sus lectores—asegura que no. Aunque la cifra de 180 mil decesos reportada por el gobierno es para él “una barbaridad”, está seguro de que siempre tomó los cuidados debidos. Tal vez por eso hoy, tras haber recibido ya las dosis de la vacuna contra el maldito virus, asegura sentirse mucho más tranquilo.

– ¿Qué lo llevó a estudiar literatura?

Era lo único que me gustaba. Yo escribía desde el colegio. La escritura siempre significó para mí un equilibrio para sosegar mi psiquis escabrosa, para conservar mi equilibrio. Escribir me calmaba, me ayudaba a alcanzar la ecuanimidad. Creo que la literatura siempre fue una forma de desahogo psicológico, y por eso es que mis primeros cuadernos son de queja, de contentamiento. Un poco en versión diario, pero sin serlo.

-A veces cuando uno empieza en esto dice “quisiera escribir como tal” … ¿Le pasó?

Yo quería escribir como Cortázar, como Vargas Llosa o como Julio Ramón Ribeyro (JRR). Esas fueron mis principales influencias para este primer libro. El cuento “La toma del colegio” está inspirado en “La ciudad y los perros” y en “Los jefes” de Vargas Llosa. “El equipito de Mogollón” está inspirado en un cuento de Cortázar titulado “Torito”, sobre un boxeador de barrio que llega a ser profesional. Ribeyro influye mucho en “Parados mirando las gaviotas”, un cuento más o menos dialogado, ¿no? Tal como pasa en “Vaquita echada”, cuento del libro “Botellas y hombres” de JRR. En ese relato todo es dialogado y transcurre en un corto tiempo y en un mismo lugar, algo muy de Ribeyro.

– ¿Cómo llegó la propuesta para reeditar este libro 44 años después?

Que te coma el tigre” fue editado en el año 1976 por Retablo de Papel Ediciones. Es un libro juvenil escrito entre 1968 y 1974. Como libro de iniciación, es una obra que toca la problemática de los jóvenes marginados de la época. Te hablo de los sesenta y setenta. Presenta adolescentes, esquineros, vagabundos que están empezando una vida activa en el mundo criollo. Es un mundo de patotas, donde se produce la toma de colegios, enamoramientos como en el cuento “El edificio”, percances como en “Que te coma el tigre”. Indistintamente se trata de expresar la vida de estos ‘desadaptados’.

– ¿Hubo muchos borradores antes de publicar este libro o le salió casi al primer intento?

Claro que hubo muchos intentos por escribir los cuentos. Por ejemplo, un relato como “El equipito de Mogollón” no baja de un mes de trabajo, todos los días. Y otro como “La toma del colegio” son tal vez tres meses escribiendo. La orientación general es buscar un lenguaje popular de las clases marginadas de aquella época, de zonas como Lima Centro, La Victoria y Breña.

– ¿Qué hacía Augusto Higa entre 1968 y 1974?

Yo era estudiante en San Marcos. Y recuerdo que algunos cuentos los consultaba con el doctor Washington Delgado.

-Podríamos entonces inferir que él fue uno de sus maestros.

Sí. Fue una de las personas que más me alentaron en la época estudiantil de San Marcos. También el doctor Cornejo Polar. Él reseñó de forma muy bondadosa “Que te coma el tigre”. Conservo con mucho cariño ese recorte de “Marka”. Creo que este libro tuvo muy buena ‘prensa’ y crítica.

– ¿Cómo uno va absorbiendo ese lenguaje tan pícaro y popular de la lisurita y el adjetivo bien puesto que aparece mucho en el cuento “El equipito de Mogollón”?

Nunca fui de salir mucho, pero lo poco que veía y escuchaba lo apuntaba. Consultaba muchos diccionarios. Y esto también influyó mucho Oswaldo Reynoso, aunque tal vez desde lo opuesto. Él utilizaba mucho las jergas, y al final de “Los inocentes” colocaba una especie de vocabulario de cómo se debían leer algunas palabras de su texto. Así que yo quise armar un cuento de estilo popular, pero sin caer necesariamente en la jerga. Entonces opté por emplear vocablos como “toma y daca” o “aquí estoy”, que son universales, muy usados por los muchachos.

– ¿Suele releer sus libros?

La verdad que no.

-Pero recuerda con claridad la creación de un cuento como “El edificio”. ¿Cuál es el tema central ahí? ¿El racismo, la discriminación o el amor?

Es un padre que está frente a sus hijos y tiene que realizar una venganza, casi al final. Esa venganza se oculta, no se narra. Muchos creían que este detalle (de ocultar la venganza) era un defecto del cuento, pero no. El cuento tiene como escenario los edificios del Porvenir, que tienen una estructura muy parecida: un patio, los corredores de los pisos, etc.

-Cuando leo los cuentos de este libro me queda impregnada la imagen de chicos en una callecita observando a lo lejos la belleza de una guapa señorita. ¿Podríamos imaginar situaciones así hoy?

No lo creo. Los chicos de ahora son algo más violentos, más combativos. Se enfrentan. Hace unos días la barra de la U con la de Alianza se enfrentaron aquí en Lima.

Augusto Higa Oshiro, una exacta combinación entre talento y sencillez. (Foto: Nadia Cruz)

-Su obra tiene un detalle insalvable: es corta y con títulos también relativamente breves. Esto no necesariamente es malo porque, le confieso, me ha ayudado a conocer su trabajo en su totalidad.

Sí. Incluso mis novelas son pequeñas (de extensión). “Final del Porvenir” debe tener 180 páginas. “Japón no da dos oportunidades” unas 200, y las demás obras no exceden las 110 páginas. Creo que son obras cortas, hechas con muchas limitaciones y sobre todo con mucha timidez. No he sido frontal en la difusión, no me oriento hacia el mercado latinoamericano ni hacia la traducción, sino que todo mi trabajo es local. Al igual que muchos de los escritores peruanos como yo.

– ¿Rechazó entonces las luces de la fama y el reconocimiento?

No tanto rechazar, sino que simplemente nunca vivimos en el centro o la periferia de la cultura. Un Vargas Llosa o Ribeyro han hecho parte de su carrera en Francia o España, y ahí está toda la mata de la cultura. Fácilmente se consiguen traducciones ahí. Un Julio Ramón que era bastante modesto para publicitarse él y su obra, terminó –cinco o seis años después (de llegar a Europa) — traducido al francés, portugués o al alemán.

 -En “La toma del colegio” un grupo de estudiantes se apodera de su institución educativa reclamando sus derechos. Lo que pudo terminar en tragedia, sin embargo, usted lo trastoca. ¿Por qué este giro tan rotundo hacia lo que podría desear o esperar el lector?

“La toma del colegio” fue un cuento inspirado en una toma de una escuela que hubo en esa época. No recuerdo bien si fue en el colegio Labarthe de La Victoria. La clave es que los chicos lo hacen por rebeldía, pero durante la toma se emborrachan, se tornan brutales y violentos. Y, como bien dices, el giro está en que al final la sociedad reacciona de forma indiferente. Y entonces, a pesar de la violencia inicial, todo queda en el anonimato.

-Usted fue profesor, solo en universidades, no en escuelas. ¿Qué más hizo además de dedicarse literatura?

Fui editor en el Ministerio de Cultura. Primero en un centro de investigaciones educacionales y luego en el Ministerio de Educación. Publicábamos revistas y libros.

-Si pudiera volver a nacer, ¿elegiría otra vez ser escritor?

Claro que sí.

– ¿Y volvería a mantenerse alejado de las luces del espectáculo que sí rodean a muchos escritores hoy?

Definitivamente. Volvería a escribir, a las lecturas, a La Victoria, a Matute. Son los barrios donde he vivido, estudiado. Estudié en la Gran Unidad Escolar Melitón Carbajal. Y recuerdo que, tras salir de clases, minutos antes de las 6 de la tarde, nos regresábamos a casa a pie. Desde Lince hasta La Victoria.

-Uno piensa que 44 años atrás era algo más fácil encontrar lo marginal expresado tan a flor de piel en las calles. ¿Sería hoy más difícil escribir un libro como “Que te coma el tigre”?

Es probable. Creo que los chicos de ahora expresan otros desencantos, otras marginalidades. Ya no es lo mismo en comparación con los chicos de los sesenta o setenta. Sin embargo, yo siempre he pensado y me imagino que los chicos de hoy escriben mejor que los de antes. Es una impresión.

Compártelo