Hugo Coya: “Detesto los libros que te subestiman e intentan explicarte todo”

Ya en el campo de la ficción, Hugo Coya no ha dejado de lado aspectos propios de su formación como periodista. Se nota claramente cuando, promocionando “El último en la torre” (Planeta, 2022), su primera novela, se preocupa por dejar en claro que estamos ante un relato que contiene “90% de hechos reales y solo 10% de agregado ‘literario’”. Honestidad (y exactitud) ante todo.

En Coya, el salto de la no ficción a la novela ha seguido un proceso lento, pero seguro. Y como si de quemar etapas se tratase, ha sido el séptimo (libro), finalmente, el vencido. Antes de esta historia sobre Ludovico Hurwitz, el espía peruano ejecutado en la torre de Londres durante la Primera Guerra Mundial, vendrían éxitos que no necesitan mayor presentación. Desde “Estación Final” hasta “Polvo en el viento”, pasando por “Los secretos de Elvira” y, por supuesto, “Genaro”.

Como pasó con los protagonistas de los libros mencionados, esta vez Coya se propuso conocerlo todo sobre Hurwitz. Así se tomaría tres años para investigar y planificar una novela en la que espías, diplomáticos y policías buscan hacer su trabajo en un contexto de guerra. El resultado final ha sido un libro de un centenar y medio de páginas cuya lectura resulta ágil y amena, aunque en el fondo esconda temas delicados y, lamentablemente, muy vigentes como el racismo y la xenofobia.

A continuación nuestra charla con Hugo Coya sobre su novela «El último en la torre«, ya a la venta en librerías del país.

– ¿Crees que el Hugo Coya escritor de novelas le debe mucho al autor de textos de no ficción como “Genaro”, “Polvo en el viento” o “Estación final”?

Definitivamente, son cosas indivisibles. Tanto en los libros de no ficción como ahora en las novelas, hay siempre una investigación muy amplia detrás. No se trata de elementos gratuitos que he colocado por simple inspiración. “El último de la torre” es una novela histórica, basada en hechos reales. La primera información sobre esta historia me llegó en 2017. En ese momento, claro, no me había planteado la posibilidad de indagar y escribir al respecto, más allá de mi simple curiosidad natural, pero luego sí vendría un proceso de investigación de alrededor de tres años.

– ¿Eres lector de novelas históricas? ¿Qué novelas y autores recuerdas? ¿Qué último libro de ese género acabas de leer?

Sí, por supuesto. He leído varias novelas históricas, comenzando por las de Mario Vargas Llosa. Y paralelamente al inicio de la escritura de “El último en la torre” empecé a leer muchas novelas sobre espías. Recientemente he leído “Tomas Nevinson” de Javier Marías, que es un libro de 680 páginas, parte de una trilogía sobre un espía de origen español que trabaja para el servicio secreto británico, y que, tras vivir varios años jubilado en España, su jefe lo busca para encomendarle una nueva misión. Todo eso lo ‘devuelve’ a la vida. Creo que, si bien es una novela de largo aliento, leerla me ayudó mucho a ver cómo trabajan ciertos escritores como Marías, y también otros de la talla de Joseph Conrad o Conan Doyle. Solo por mencionarte a algunos de los que he podido leer.

-Dentro de las varias particularidades que presentan los espías en tu novela está su nacionalidad. La mayoría, por no decir todos, son sudamericanos…

El énfasis sobre los sudamericanos es porque yo lo soy y justamente escribo los libros que me gustaría leer, y que lamentablemente no encuentro en las librerías. Hemos leído mucho sobre espías alemanes, ingleses, estadounidenses e incluso españoles, pero no hay una literatura que ubique a los sudamericanos en el contexto de los hechos, que además fueron reales. Porque estas personas existieron y padecieron más o menos las mismas cosas que son narradas en la novela. Todo esto hace que yo tenga un particular interés porque se muestre, conozca y divulgue, además de mi interés porque el lector comparta la misma sorpresa que yo sentía mientras investigaba.

– “El último de la torre” ha salido en un contexto bastante particular. Hoy no estamos en una guerra sino más bien en una invasión de un grande sobre un pequeño, y lo han reconocido muchos expertos. Sin embargo, en ambos casos las víctimas son las personas. ¿Es posible hacer paralelismos entre lo que ocurrió en la Primera Guerra Mundial y lo que está pasando hoy entre Rusia y Ucrania?

Totalmente. Es más, la historia pareciera que no avanza sino retrocede. Tenemos dos elementos que además son capitales en esta misma coyuntura. La Primera Guerra Mundial se desarrolla en medio de una pandemia, y esta invasión rusa sobre Ucrania también pasa dentro de una pandemia. Y estaba revisando, a raíz de todo lo ocurrido en estas últimas dos semanas, la conflictiva historia de Ucrania. Es un país que ha estado siempre a merced de esta esfera, en algún momento soviética, y ha tenido que permanentemente tratar de defender su territorio y su derecho a ser un país, algo mínimo que se puede exigir a una nación que comparte el mismo idioma, territorio e historia. Y entonces los paralelismos son inevitables. Hay demasiados elementos comunes entre lo que está sucediendo ahora con lo sucedido un siglo atrás.

-Trabajas inmerso en el mundo de la televisión. Estás muy enterado del negocio del streaming y, a propósito de eso, quería consultarte: ¿qué crees que hace que una persona decida leer una novela por encima de la posibilidad de sentarse a ver una serie o película en Netflix o HBO?

Creo que, si bien hay puntos de coincidencia, también los hay de diferencia. Se trata de dos lenguajes distintos. Es cierto que hoy, con la proliferación del streaming, se conocen más historias, pero el insumo principal de algunas de las más exitosas (series y películas) son los libros. Es como la materia prima, el inicio de la creación de cualquier producto audiovisual. El libro te permite investigar a profundidad, desarrollar todos los elementos y darte el contexto. Una serie, por muy amplia que pudiera ser, difícilmente va a reflejar todos aquellos aspectos que involucran un hecho.

Y, además, la serie es algo tangible, tú la ves y la corporizas. Ves a la representación de un personaje, un lugar o un conflicto. Pero con el libro tú lees y a partir de esa lectura te imaginas cómo fue el hecho. El libro estimula tu imaginación y trata de llenar los espacios en blanco que el autor no ha llenado. Así que, por lo menos en mi caso, ahora que he escrito “El último en la torre”, vas a encontrar información, pero no toda, sino la suficiente para que tengas la posibilidad de llenar los espacios en blanco. Y esto lo hago adrede, pues yo, como soy un lector ávido, detesto cuando un libro me subestima e intenta explicarme todo. Esos mamotretos que no dejan nada para que tú puedas llenar, buscando información. Pienso: tal vez no me estiman o aprecian como lector, piensan que yo no puedo ejercer mi derecho a imaginar, a llenar el espacio en blanco que tú como autor dejaste. Eso me irrita y me hace abandonar lecturas con mucha facilidad.

-Las novelas históricas son usualmente extensas, pero a ti te ha salido un libro de 140 páginas. ¿Editaste mucho? ¿Querías una trama no necesariamente extensa?

Aquí entran dos aspectos. El primero, mi formación periodística y el hecho de que yo conciba de que se pueden decir cosas muy profundas con palabras muy simples. El otro aspecto es que, en realidad, este libro formaba parte de una novela más amplia. Y te voy a contar la anécdota. Yo había planeado la saga de la familia Hurwitz. La comencé a escribir a inicios de la cuarentena, la presenté luego a la editorial y su directora, María Fernanda Castillo, la leyó, y algunas semanas después me llama y me pregunta si yo tendría algún problema con enviar la historia a otras filiales de Planeta en la región. Es el director de Planeta México quien luego se comunica conmigo y me dice que le interesa fundamentalmente la parte mexicana de mi libro. Propone que este se podía dividir en dos: la historia de los espías sudamericanos y, luego, la historia vinculada con México. Por eso hay dos libros ‘hermanos’. No se trata de una saga. El cordón umbilical aquí es que sus protagonistas son hermanos: esta es la historia de Ludovico y la próxima será la de Jacobo Hurwitz.

-Si de no ficción se trata, uno imagina que lo más complicado es siempre la verificación, la rigurosidad al momento de recabar datos y adjuntarlos. ¿Cuál consideras que fue la mayor dificultad al escribir tu primera novela?

Hubo varias. En ambos géneros yo trato de ser riguroso. Pero en el caso de la novela, al ser una experiencia nueva, todo era más complejo porque yo mismo me cuestionaba: ‘estoy mintiendo, estoy creando tal cosa’. Sin embargo, siendo totalmente honesto: hay un 90% de cosas que ocurrieron tal cual, y un 10% de añadido con ciertas libertades que me tomé porque me resultó imposible corroborarlas del todo. Entonces, ¿por qué las he ficcionado? Para enlazar y para que el lector entienda el contexto en el que se desarrollan.

Otra cosa muy complicada fue armar los diálogos y ambientar lugares, porque al haber ocurrido los hechos hace más de un siglo, y hablando de algunos apellidos muy difíciles de pronunciar para nosotros los peruanos, y de circunstancias difícilmente entendibles, yo he tratado en lo posible de ‘acercar’. Así que mis cuestionamientos al momento de escoger qué frase o palabra debía usar eran del tipo: ¿esto lo va a entender el lector promedio? Porque yo suelo cuestionar cuando en un libro el lector comienza a divagar sobre hechos que solo él entiende, abandonando al lector. Yo siempre he visto al lector como mi cable a tierra. Y lo imagino como un alguien promedio que conoce poco o nada de los hechos (yo mismo los desconocía antes de empezar mi investigación), y digo: ¿qué le gustaría saber o conocer? ¿qué palabras pueden ayudarle a entender lo que ocurre?

-Me has hablado de 90-10 en porcentajes de realidad y ficción en tu novela. ¿Crees que este porcentaje está atado a tu condición de periodista? Porque tal vez si fueras un narrador nato la proporción sería 50-50…

Ese 90-10 que te digo ocurrió porque originalmente concebí este como un libro de no ficción, pero luego me fui dando cuenta que había hechos que eran imposibles de ser corroborados. Entonces, cuánto de responsabilidad estaba en el periodista para decir: ‘estoy colocando esto, pero no sé si es del todo cierto’. Creo que al cruzar el umbral y pasar a la novela, te tomas estas libertades para que la historia se vuelva más atractiva, más interesante, y sobre todo para que se entienda todo lo que quieres decir.

-Los seguimientos que se cuentan a los espías latinoamericanos, sus interrogatorios y luego sus ejecuciones. ¿Eso está en testimonios que obtuviste o ahí sí hay algo de condimento de ficción?

Son varias cosas. Primero, ¿qué ha servido de base para esta novela? Lo primero es cómo llego a la información original. Aldo Mariátegui estaba en Londres en el 2017 y visita el Imperial World Museum. Ahí encuentra que la última persona fusilada en la torre de Londres durante la Primera Guerra Mundial era un peruano. Le toma una foto y me dice: “a ti que te interesan estos temas”. Yo me quedo muy sorprendido y empiezo a indagar, aunque inicialmente solo por curiosidad. Primero en Google. Luego revisé libros sobre espías donde se mencionaba a este peruano, pero más como un personaje totalmente secundario, marginal. Más adelante, me puse en contacto con algunos periodistas y fue Gustavo Gorriti quien me pasó un dato de una señora Hurwitz. La señora me dijo: “¡Es mi tío!”. Le pedí para conversar, lo hicimos varias veces y me mostró fotos, archivos. Ese fue el inicio de la investigación. Posteriormente me puse en contacto con una red de historiadores con los que he desarrollado una relación bastante estrecha, a raíz de mis otros libros. Ellos me dan otras pistas. Y, finalmente, accedo al expediente judicial y a la investigación policial. Algunas partes del libro son muy puntuales, como cuando cito telegramas. Sus términos son la base de las sospechas o el mayor fundamento de que Ludovico era un espía. Los telegramas en ese tiempo eran lo que el WhatsApp es hoy. Los policías creían que el uso reiterativo de determinadas palabras significaban claves que escondían alguna información.

-Uno ve lo que pasa en Ucrania y los medios rápidamente buscan al cónsul peruano para consultarle sobre nuestros compatriotas. Es curioso el trabajo de los diplomáticos, que realizan labores muchas veces insospechadas por las circunstancias y los países a los que fueron enviados. ¿Qué decir sobre este tipo de labor?

Los diplomáticos son, para quienes hemos vivido fuera algunos años, nuestro contacto en un momento de necesidad. Representan al Gobierno peruano y, lógicamente, cuando un peruano tiene un problema judicial o legal acude a la Embajada a pedir ayuda. Lo curioso de toda esta historia es que el diplomático peruano que se encarga del caso era un muy joven Edmundo de la Fuente. Era una de sus primeras misiones en Londres y él tenía una hija muy pequeña llamada Elvira. Y resulta que ella, mientras jugaba y escuchaba las historias de sus padres conversando durante el almuerzo, desayuno y cena, con el paso del tiempo vendría la Segunda Guerra Mundial, se convertiría en el gran personaje de mi libro anterior, “Los secretos de Elvira”. Así que el papá de la espía peruana que ayudó a trazar el rumbo de la II Guerra Mundial tuvo que lidiar con un espía peruano en la I Guerra Mundial. Entonces yo me detengo y pienso: ¿Pero esto es verdad? Después de hacer las verificaciones, me doy cuenta que sí, el señor estaba ahí.

-Me has hablado de tus otros proyectos, y del libro ganador del Premio Copé. ¿Esto significa que seguirás trabajando en temas históricos en donde los peruanos son el centro? ¿O puedes sorprender con una obra sobre algo más reciente, como el narcotráfico o la política? Estos son temas que has trabajado ya en obras como “Polvo en el viento” …

No lo descarto. De hecho, estoy trabajando en un caso policial bastante sonado de la década de los sesenta. Pero estoy investigando aún. No sé si se convertirá en una novela o en un libro de no ficción, ni siquiera sé si lo llegaré a publicar. Va a depender u poco de cuánto avancen las investigaciones y de cuánta información reveladora consiga.

-En una parte de la novela dices “Como judío e inmigrante, sabía qué se siente cuando una sociedad considera a un individuo menos y otro por su origen, color o religión”. ¿Crees que se ha resarcido de forma justa a los judíos?

Creo que no. En “El último en la torre”, y esto es una constante en mis libros, trato de condenar y demostrar cómo la historia es cíclica. Los prejuicios, el racismo, el antisemitismo, la homofobia, la xenofobia, que están presentes ahora y estaban en el pasado, desatan guerras, dramas terribles, separaciones de familias, destruyen naciones, y si algún aporte quiero tener es al debate sobre los ismos que nos hacen tanto daño, y que han perfilado la sociedad que tenemos ahora.

Hugo Coya y su novela «El último en la torre».
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