Guillem Sánchez: “Hay que reivindicar el oficio de reportero, disfrutar el trabajo que significa sacar información”

Sin el toque de magia y espectacularidad que añade Netflix a sus millonarias producciones, podríamos decir que Guillem Sánchez (Girona, 1981) estuvo varios pasos delante de una de las más sonadas docu-series de la plataforma de streaming en los últimos años: “El estafador de Tinder” (la cual recopila denuncias contra el israelí Shimon Yehuda Hayu, conocido por todos como Simon Leviev).

La historia de este reportero, profesor de periodismo y ganador en 2017 del prestigioso Premio Ortega y Gasset por una demoledora investigación sobre pederastia en los colegios Maristas suena algo simple, pero conlleva mucho detrás.

Un día cualquiera, un vecino suyo le pide que –en su calidad de periodista—le ayude a comprobar si un reciente detenido identificado como David es en realidad Francisco Gómez Manzanares. Lo primero que supo fue que este personaje se había hecho pasar por miembro del staff de entrenadores de nada menos que el poderoso Fútbol Club Barcelona. Su objetivo: engañar para robar.

El tipo en cuestión era en realidad un experto en las estafas sentimentales. Pero esto Guillem lo conocería luego de múltiples reportajes que trabajó y publicó en El Periódico de Catalunya. David conoció, cautivó y finalmente estafó a varias damas en diversas localidades de España.

Aunque las autoridades llegaron a capturarlo y a sentenciarlo por sus múltiples delitos, la historia de este timador merecía conocerse más allá de las páginas policiales de los periódicos. Así pues, Sánchez dedicó varios meses a trabajar lo que tiempo después sería “El estafador” (Ediciones Península, 2021).

Lejos de ser un ‘copy paste’ de actas policiales y expedientes judiciales, este magnífico libro recorre el accionar de un artista del engaño en la era pre Tinder. Guillem Sánchez ha escrito un texto atrapante de principio a fin, pero fundamentalmente un homenaje al reporterismo y a la persistencia en un oficio que, ejercido con responsabilidad, vaya que puede aportar a la sociedad.

Conversamos con el autor de “El estafador” sobre el proceso de elaboración de su libro, sobre el delincuente David, pero sobre todo sobre su forma de concebir el oficio periodístico.

Este es un libro con mucha información, sin embargo, tampoco podías permitirte publicar una especie de expediente judicial lleno de folios interminables. ¿Cómo manejaste el tema de la extensión ideal para “El estafador”?

Es tal cual lo mencionas. Para mí era un libro en el que tenía que explicar bien algo que era complejo, pero debía de hacerlo de una forma atractiva, con ritmo, para que enganche al lector y le genere ganas de saber más. Mira, yo me considero un mal lector. Me cuesta mucho que un libro me atrape, y si no lo hace lo dejo enseguida. Eso es algo que me reprocho a mí mismo, porque me gustaría ser un lector más entusiasta o persistente, pero no lo soy. Así que cuando escribo intento tener en la cabeza a un lector tan cabrón como yo, que en cualquier momento va a soltar el libro. Entonces, para que mi libro enganche tenía que renunciar a pasajes –e incluso tuve que borrar muchos capítulos—siempre en favor de que lo que se contara, que era muy complejo, se entendiera bien, pero que a continuación tuviera buen ritmo.

En “El estafador” cuentas cómo llegaste al tema. No te pediré que repitas esa historia, sin embargo, ¿luego del libro pudiste desprenderte por completo de Francisco Gómez Manzanares (David)?

Pues no sé qué hacer con lo que ha pasado después del libro. Me ha contactado mucha gente, incluso un familiar cercano de Francisco, que me ha confirmado lo que cuento sobre lo que pasó en su infancia. Y la verdad es que me gustaría mucho algún día reunirme con este familiar, con más víctimas que me han ido localizando, y como mínimo hacer un buen reportaje para El Periódico, y si hubiera una segunda o tercera edición del libro, pues quizás hacer algún tipo de extensión, no lo sé.

¿El caso de Francisco fue el único en el que te obsesionaste con un personaje o ya te ha pasado antes?

Te diría que un ‘flechazo’ tan intenso, pues no. Has usado una palabra que me interesa mucho: obsesión. Obsesionarse es un verbo que se acostumbra a conjugar con cierta negatividad, pero si lo entendemos también como un verbo que lo que remite es a la pasión, al ánimo de saber cada vez más, de investigar, de preguntar y de llegar hasta donde sea posible, pues esto es algo que se me da muy a menudo, porque no se me da muy bien a mí como periodista hacer un marcaje a la actualidad muy intenso, pues soy más bien despistado y me cuesta estar pendiente de todo lo que pasa cada día, sin embargo, creo que cuando un tema te apasiona lo mejor es obsesionarte con él y tratar de llegar hasta el final. Y yo no sé si habrá habido obsesiones tan claras como esta en el pasado, pero esta es mi forma de trabajar: me gusta seguir los temas hasta el final, y esto a veces hace que convivas demasiado con ellos y que tengas luego muchas ganas de apartarte. La verdad es que no he podido despegarme del todo de esta historia, aunque me apetece muchísimo. Y creo que esto le pasa a mucha gente cuando termina su libro. Yo lo he explicado tan bien como he podido, he llegado hasta donde he podido llegar y ya toca otra cosa.

Un libro que cualquier aspirante a periodista debería leer.

En una parte del libro dices que probablemente Francisco no te quiere mucho porque varias de tus piezas periodísticas sobre él están dentro de los sumarios y expedientes policiales y judiciales en su contra. ¿Este es el fin supremo de un periodista, ayudar a encontrar a los culpables?

Es una consecuencia bonita, pero no es la que debe mover al periodista. El periodista tiene una misión tan difícil como informar, pero termina ahí. A partir de ese momento lo que aspiras es que la sociedad en la que vives con esa información actúe en consecuencia.

¿Crees que tu libro sería otro si hubieras logrado la entrevista con Francisco?

Aunque me hubiera encantado que me dé la entrevista, creo que tiene más valor la información que obtiene la víctima a través de este interrogatorio nocturno que cierra el libro y se produce vía WhatsApp, que la entrevista que yo le hubiera podido hacer, porque a mí me hubiera mentido desde el principio, y en cambio creo que, con ella, a pesar de que también la engaña, hay algunos momentos en los que es sincero. Así que esa información que aporta, que está obtenida de un modo no muy ortodoxo, combinado con el hecho de que yo intenté hasta el final conseguir –por tierra, mar y aire– la versión de Francisco de forma directa, me legitimaron a publicar este libro. Sin una de las dos no me hubiera sentido legitimado a publicar sobre alguien al que no le has preguntado qué pasó y cuál es su opinión sobre lo ocurrido.

¿Que muchas personas no acepten consignar su nombre real para el libro es un obstáculo, un reto o una dificultad extra para ti?

No. Esa parte a mí me da bastante igual. Si ellos aceptan hablar conmigo y luego piden (se les consigne) un nombre falso, me da igual. Lo que sí me duele son todos los que no han querido hablar, porque creo que tenían mucho que contar y que el libro los va a echar mucho de menos. Te hablo tanto de los que no quisieron de entrada como de los que se arrepintieron al final.

En una parte dices que este estafador no escarmienta. ¿Crees que la prisión tiene un poder de reinserción o está sobrevalorada?

Dependerá del delincuente. Habrá algunos que pisen la cárcel y será como un gato en un balde de agua que sale corriendo, y pensarán ‘esto va en serio, yo debo tomar el camino de respeto a la ley’. Pero hay otros casos en los que un encierro no sirve para que se produzca un cambio que permita después la resocialización, sino que el trabajo tiene que hacerse en la mente, y en la personalidad, trabajando con psicólogos que logren acceder a la forma en cómo piensa este hombre, y lo ayuden a cambiar su conducta, lo cual no es sencillo, porque si un castigo funciona, genial, pero en este caso un castigo no resulta suficiente.

Otro detalle que mencionas en el libro es la descoordinación en los cuerpos policiales a cargo del caso. ¿Crees que hoy, en general, la situación es igual a la época en la que operó Francisco?

Ahora es mejor, están más coordinados, pero sigue habiendo cierta descoordinación, y sobre todo entre policías y jueces. Aun así, creo que podría seguir pasando lo que pasó con Francisco porque seguimos sin darle la importancia que tiene a este tipo de delincuentes, porque la justicia y la policía sigue sin creer que sea algo prioritario. No prestamos atención al daño real que causan este tipo de criminales. Y hasta que eso no cambie, mejorando la coordinación no bastará. Pienso que hace falta ganas de retirarlos de circulación, porque cuando están libres hacen mucho daño. Aunque sí, ha mejorado algo la cosa, porque están deteniendo estafadores, destinando recursos de verdad, y esto no pasaba antes.

En las cartas que tú le haces llegar a Francisco no se nota un odio. Más bien siento algo de conmiseración tuya hacia él. ¿Cuál es la sensación general que te ha dejado este personaje luego de tantas notas periodísticas sobre él y del libro publicado?

Yo creo que él fue víctima antes que victimario. El mundo lo hizo así. Él es responsable de sus actos, pero juzgarlo a secas no ayudaba, así que mi obligación era decir ‘este tío hace mucho daño, pero alguien se lo hizo antes a él’. Sé que nos gusta hablar del mal y de la fascinación que genera, casi como religiosos hablando del demonio, y el mal no es el mal per sé, siempre hay unos factores sociológicos, un pasado, una infancia, una familia, una serie de ingredientes que hacen que el plato que se cocina durante los años pues acabe siendo el que es. Y a mí lo que me gusta es explicar eso. Creo que la gente debe juzgar a Francisco teniendo toda la información posible a su alcance.

En tu libro citas a Javier Cercas. ¿Leíste otros libros sobre grandes estafadores para tratar de entender si el perfil de Francisco se repite en otros?

No. A mí Cercas es un autor que me gusta y admiro mucho, pero no. Yo soy periodista y quería hacer un libro que me gustara de periodismo. Soy profesor de periodismo y hay que reivindicar el oficio del reportero, la posibilidad de viajar, preguntar a la gente, disfrutar un poco de este trabajo para sacar algo de información. Yo más que fijarme en grandes novelistas, lo que tenía que hacer era fijarme mucho en la realidad y tratar de explicarla de manera que el resultado sea apasionante, porque esta historia es durísima, muy triste por momentos, pero no deja de ser muy interesante.

Cuentas en tu libro tus progresos en la investigación, pero también de momentos tal vez amargos, como cuando se cae el primer contrato de publicación de “El estafador”. ¿En algún momento se te pasó por la cabeza dejar todo?

Cuando las doce mujeres se echan atrás me tuve que preguntar muy seriamente si lo que yo estaba haciendo tenía sentido, porque yo durante mucho tiempo pensé que no. Tuve que hablar con mucha gente, con mi mujer, con un psicólogo, con algunas víctimas, con los editores, y al final me di cuenta de que sí se tenía que publicar, pero sin esta parte. Creo que cuando quieres que un libro traiga cosas buenas y te das cuenta de que para estas mujeres podría traer cosas malas entonces piensas ¿para qué lo publico? Hasta que no tuve claro esto, no me animé. Y, claro, también tuve varios momentos en los que pensé si sería o no capaz, si sería una historia interesante, o sea, las dudas que tiene todo el mundo. Y sobre todo me puse el límite: si no tengo la entrevista con Francisco yo este libro no lo puedo hacer. Pero cuando tuve acceso a esa conversación sentí que sí podía.

La entrevista a Guillem Sánchez en el programa Página Dos de la televisión española.

¿Usar la primera persona te ayudó mucho a planear mucho mejor el libro? Esos diálogos tan directos con las víctimas son realmente notables…

Claro. Tú cuentas lo que sientes, lo que vives, tus intenciones, tus dudas, tus contradicciones, lo que estás haciendo, porque lo estás haciendo tú, así que hablar en tercera persona es como si te limpiaras las manos. Es que soy yo el que escribe. Y no es un ejercicio egocéntrico, aunque seguramente tendrá su punto, sino un ejercicio que dice ‘esta es mi versión de los hechos, yo respondo por ella’. Y la idea es ser tan sincero como se pueda, decir ‘creo que aquí me equivoqué, aquí tengo mis dudas’, o sea, compartir sinceramente lo que has vivido.

Finalmente, aquí en Perú hay muchos periodistas, pero son muy pocos los que se han animado a publicar libros. ¿Qué plus crees que te ha dado publicar un libro como “El estafador”?

Yo me di cuenta que debía explicar estas cosas en toda su complejidad, que al final es lo que debe mover a un periodista. A pesar de que mis reportajes estaban tratando el tema de las estafas sentimentales desde un punto de vista que la gente fuera consciente del daño que estas hacían, me di cuenta que esto no bastaba. Entonces quise hacer un libro motivado por explicar en qué consiste esto y para tratar de responder la pregunta –que no había podido responder en El Periódico—de por qué Francisco actuaba así. ¿Qué convertía a un estafador sentimental en lo que es y por qué la sociedad no se da cuenta del daño real que causan las estafas sentimentales? Esa fue mi motivación para escribir un libro como este.

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