Verónica Ramírez: «No soy madre, pero imagino que la sensación de publicar una novela es parecida a la de tener un hijo»

Verónica Ramírez Muro (Lima, 1974) no proviene de una familia particularmente lectora, pero en la Universidad de Lima, su alma mater, conoció un puñado de compañeros que, a través de interesantes lecturas, motivaron en ella un genuino gusto por las historias. Así pues, cuando le tocó elegir la rama de las Ciencias de la Comunicación que debía seguir, eligió el periodismo.

Esa profesión la ha desempeñado con solvencia en distintos formatos durante más de dos décadas. Muchos de los temas que sostienen las crónicas, perfiles y reportajes publicados por Ramírez en diarios, webs y hasta Podcast, podrían reflejar su esencia eminentemente curiosa.

Paralelamente a esta faceta, la periodista publicaría guías de viaje sobre Barcelona (2008) y Madrid (2018), ciudades de España a las que dedicó algunos años de observación y disfrute (en la capital ibérica vivió 18 años). Luego también firmaría “Coca Express”, un cúmulo de pequeñas historias acerca de Nuria González, una burrier española que realizó más de 150 viajes entre Lima y diversos países hasta que un día cayó, y terminó presa en el penal Santa Mónica.

Jóvenes que vivían entre lujos fingiendo ser hijas de millonarios, valientes mujeres que denunciaron derrames de petróleo, monjes que habitan templos budistas (casi) escondidos en el anonimato, etc. Estos son los personajes que Verónica Ramírez Muro ha perseguido durante veinte años. A la par, la literatura siempre estuvo ahí. Como un gusto, aunque también como algo más serio: fue durante varios años asistente del Premio Nobel Mario Vargas Llosa.

Hoy, como si de cerrar un primer círculo se tratase, la periodista da el salto a la ficción para presentar “Casi todo desaparece” (Alfaguara, 2023), la historia de Vera, una mujer que migró desde Europa hacia el Perú tras la Segunda Guerra Mundial, y que, en algún momento, ya de adulta, revisita su pasado, para encontrarse con personajes y situaciones en ocasiones desgarradoras. En una narración salpicada por párrafos de innegable belleza, iremos descubriendo que estamos frente a algo más que una simple historia de migrantes.

Le pido que recuerde todo el proceso que ha tomado publicar su novela. Desde el momento en que la historia surgió en su cabeza hasta hace un par de meses, cuando el libro salió a la venta. ¿Cómo se siente ante el resultado final?

Ha sido un proceso bastante largo porque es una historia que comencé a escribir hace ocho años, más o menos, y tardé en encontrar la forma o los mecanismos que podían hacer fluir y canalizar mejor aquello que quería contar. Luego vino la pandemia y hubo un parón para toda la humanidad, pero en este caso para las editoriales, entonces, las publicaciones quedaron suspendidas y, por lo tanto, desde que la entregué hasta que ha sido publicada pasaron también un par de años. Y, no sé, yo la di por terminada, porque había cerrado un ciclo y había concluido la historia que más o menos quería compartir. Y, por supuesto, ahora estoy enormemente contenta. No soy madre, pero imagino que esta sensación es bastante parecida a la de tener un hijo.

¿Diría también que la sensación es completamente distinta a la que tuvo cuando publicó años atrás estas guías de viaje sobre Madrid y Barcelona?

Es una aventura completamente distinta, claro, sobre todo porque las guías responden a mi oficio y a mi profesión, que es la de periodista, y eso te mantiene dentro de algunos márgenes que tienen que ver con la realidad. Tú no te puedes inventar lugares o personas. Te tienes que ceñir a los hechos, mientras que la ficción es el ejercicio de la libertad, y de dar rienda suelta a las ideas, a las imágenes y a la historia que quieres contar sin ningún tipo de restricción más que las que uno se pueda poner a sí mismo.

Presumo que por el trabajo con las guías y por su oficio como periodista ha viajado mucho a lo largo de su vida. ¿Qué cree que lleva a algunas personas a preferir salir del hogar y conocer, mientras que otras –incluso en ocasiones teniendo los recursos—prefieren quedarse siempre en su lugar de origen?

No tengo idea de las motivaciones que algunos tienen para quedarse o para, por lo contrario, emprender distintos viajes. En mi caso, siempre he sido una persona curiosa y me ha gustado descubrir y conocer gentes, lugares distintos al mío, pero de una manera pasajera. Nunca me he quedado mucho. No sé, algunas personas son un poco más arriesgadas, aunque ahora con los años me estoy volviendo un poco más temerosa y hay destinos que no elegiría, y que antes probablemente sí, lugares que implican más aventura y exteriores. Hoy soy mucho más de ciudad.

Verónica Ramírez en una fotografía de Isis Mur cedida por PRHGE Perú.

Mientras uno va leyendo su novela es inevitable preguntarse si existe algún tipo de vínculo con su historia personal o con la de sus antepasados…

El germen de la historia tiene que ver con dos mujeres. Una es mi abuela, que viajó de Barcelona a Lima en los años 30, y de la que heredé un carné de extranjería, porque no la llegué a conocer. Su documento decía que era artista, y nunca supe muy bien su historia ni a qué se dedicaba. Tampoco ese era un tema del que hablara mucho con mi padre. Recién cuando crecí me empecé a preguntar cuáles podrían haber sido los motivos que la llevaron a tomar un barco para hacer un viaje como ese. Por otro lado, conocí a una croata que tenía una historia de vida parecida a la de Vera, que me contó su historia para un proyecto que por motivos profesionales no salió. Ella sembró en mí esa curiosidad por saber cuáles eran los motivos que llevaban a estas personas a dejar su lugar de origen y rehacer de manera incompleta su vida en tierras lejanas. A partir de eso construí una ficción siguiendo determinados requerimientos dramáticos, buscando que la historia pudiera funcionar.

Siendo esta su primera incursión en la novela, ¿dónde diría que radicó su mayor dificultad? ¿Situarse por ratos en el mundo de los niños? ¿Darle voz a un hombre en esa carta de Alfonso? ¿Armar los diálogos de forma fluida y convincente?

Creo que todo el proceso fue complicado. Encontré algunas primeras dificultades en tratar de encaminar la historia y conducirla hacia un lugar que no sabía muy bien cuál era. Fue como caminar a ciegas por un bosque intentando hallar un camino. Luego, creo que cada paso, como el de la documentación primero, para poder situarla en un contexto y, por otro lado, encontrar la voz de Vera, propiciar que ella pudiera hablar en primera persona de la manera más honesta posible, pero también manteniendo la tensión dramática para no revelar todos los aspectos de la historia en las primeras líneas. Cada etapa representó distintos retos. Todos ciertamente dolorosos, pero muy satisfactorios hacia el final, cuando sentía que quizás estaba encontrando un camino para darle voz a Vera.

Más que una novela de guerra o sobre la guerra, “Casi todo desaparece” me parece más una novela de infancia. ¿Coincides con esta percepción?

Sí. Pensaría que el contexto es de una guerra, aunque no me quise centrar demasiado en los hechos históricos, a pesar de que hice una investigación al respecto, pero sencillamente para sentirme más o menos en un territorio que me resultara seguro, para saber de lo que estaba hablando. Pero sí, diría que es sobre todo una novela de infancia, aunque me gustaría pensar que también de aprendizaje, porque al final es Vera niña la que sufre digamos los grandes dolores, las grandes pérdidas que marcan su destino y su vida adulta, por supuesto.

Hace unas semanas, una niña murió en Lima tras consumir –en una especie de reto viral efectuado en su colegio—pastillas no determinadas. Luego una psicóloga del Minsa remarcó en televisión que durante la adolescencia uno todavía no termina de formar las nociones de qué cosa es seguro y qué no, o qué cosa me puede causar la muerte. En tu novela hay muchos niños. ¿Es posible imaginar cómo un niño concibe lo que es realmente la guerra?

En la novela los niños están jugando a ‘una guerra dentro de una guerra’. Entonces, es como la representación de una guerra mayor, pero con las herramientas que ellos conocen. Y conforme van absorbiendo esta información de violencia, de agresión, de miedo, manifiestan o ponen en escena esos juegos a su manera. Quizás de una manera inocente primero, pero que con el tiempo y revisando bien eso, se ve que estaba impregnado de todo el mal que los acechaba. Sin embargo, también creo que hay una bondad o una mirada de inocencia frente a esto. No saben muy bien lo que están haciendo: representar el mundo adulto a una escala más pequeña.

Hay frases muy bien logradas en su novela, como “Teníamos edad suficiente para saber que tarde o temprano moriríamos y que este podría ser el último instante de vida”. Usted es periodista de formación, pero al enfrentarse a un proyecto de ficción presumo que buscaba ‘algo más’ que cuando escribía crónicas de viaje o reportajes.

Definitivamente se trataba de un reto bastante mayor, sobre todo por el volumen. En un reportaje o una crónica es mucho más acotado el espacio donde tienes que contar cosas. No sé, siento que quizás tiene que ver con la voz de Vera, que corresponde a su sensibilidad, a su mirada sobre el mundo. Ella tiene una mirada atravesada por el dolor, y quizás esto hace que elabore de esa manera, con una sensibilidad mayor. Es una aproximación distinta quizás a quien no ha vivido un trauma de esa manera. Entonces, sí, esa fue la ruta que seguí y fue lo que surgió al momento de interiorizar el personaje y llevarlo por una ruta.

La novela ya está en todas las librerías del país.

Me gustó mucho cuando le da voz a Alfonso en esta carta que le deja a Vera. Y termina ese momento con ella dirigiéndose a él, diciéndole: “Dormiría la siesta contigo, Alfonso, y te diría al despertar lo que nunca te dije: lo mejor que me sucedió fue conocerte”. Hay también romance en esta historia. ¿Qué podría decirme del vínculo entre estos dos personajes y de cómo este fue moldeándose a través de las diferencias?

Alfonso aparece como una especie de salvador de alguien que no quiere ser salvado. Y quizás ella en retrospectiva analiza un vínculo que pudo tener un poco de distancia y de frialdad por el hecho de que ella no sentía que formaba parte de ese mundo, pero que –sin embargo– supo valorar. O sea, había mucha intimidad, protección y un intercambio de ideas, afectos, que hacían ver la relación como una pareja bastante estable, aunque realmente no llegaron a interiorizar ese amor y a vivirlo con toda la confianza. Siempre había una mirada más que respetuosa, distante, que se puede reproducir en muchos matrimonios también. Pienso que la novela también aborda el tema de la incomunicación en las relaciones de pareja.

¿Al momento de leer la novela en la revisión final le fue fácil identificar las lecturas que le sirvieron para escribir “Casi todo desaparece”?

Supongo que hay algunas influencias. No podría señalarte directamente a un autor o autora en concreto. Pero sí, me gusta mucho leer, leo clásicos, contemporáneos, literatura anglosajona, rusa, o latinoamericana. Y supongo que todas mis lecturas están presentes (en la novela) porque finalmente forman parte de mí.  Forman parte de mi manera de pensar y ver el mundo. Todos los escritores y escritoras que he leído siempre han tenido algo que ha enganchado en mí. No suelo dejar las novelas a medio camino, salvo en algunas ocasiones. Ahora, señalar alguna directamente no podría, pero estoy segura de que me siento muy acompañada por los libros que he leído a lo largo de mi vida.

¿Cómo diría que el personaje de Vera va transformándose a lo largo de la historia? En una parte ella describe, habla de la ciudad, y es tan peruana al hablar que resulta a ratos sorprendente.

Creo que al principio el personaje intenta un poco pasar desapercibido, como un migrante que no quiere ser señalado por ser distinto, por ser ajeno, por no pertenecer. Ella busca primero invisibilizarse, ponerse en piloto automático y seguir una vida de la que de alguna manera se empieza a impregnar, de la sociedad que le toca vivir, de la ciudad, de su manera de moverse por la misma, y termina formando parte de ella. Es un proceso que vive cualquier persona que tenga que dejar su territorio tal vez, y que tenga que desenvolverse en otro lugar que se asemeja, probablemente, a otro planeta y en otro idioma. Pero al final los afectos creo que hacen que ella pueda encontrar algún tipo de ancla. Eso es lo que la va encaminando.

Hasta los pescados son migrantes en su novela. En la página 73 dice: “Mi pescado preferido es la trucha, me gusta pensar en su condición de pez migrante, capaz de huir del agua dulce donde nació para adentrarse en la inmensidad de un mar desconocido”. Perú siempre recibió migrantes, los acogió bien, pero también los persiguió por diversos motivos. ¿Cómo ve a Lima hoy, copada de inmigrantes que dejaron su país porque tal vez no tenían otra opción?

Creo que no solamente en el Perú sino en el mundo actualmente se mira al recién llegado con un poco de desconfianza. Es una condición que atraviesan varios continentes. ¿Para qué vienen? ¿Por qué están aquí? En algunos casos hay poca empatía. En otros hay grandes historias de integración y de cumplir el sueño de salir adelante. No se puede caer en generalidades. Pero si tuviera que decir algo, sí me parece que en general –no solamente en el Perú—al inicio puede surgir una mirada hostil, una desconfianza, y sobre todo una ceguera frente a lo que esa otra persona puede traer internamente, quizás un dolor una pérdida y sobre todo los motivos por los que tuvo que dejar su lugar de origen. Hoy se ve esa especie de signo de interrogación frente a alguien que no es como uno, y eso es bastante triste.

En los agradecimientos menciona a varias personas, algunos muy reconocidos como Carlos Granés, Fietta Jarque, Morgana Vargas Llosa, etc. Muchos autores ven la escritura de una novela como un ejercicio netamente solitario. ¿Cómo puedo asumir estas menciones si, además, dice que sin ellos no hubiera sido posible “Casi todo desaparece”?

Sí, le confié la novela a distintas personas porque yo como lectora puedo saber qué funciona o no en otros textos, pero quizás en el mío, al ser una aventura distinta, no sabía si podía funcionar o no, y para eso uno siempre recurre a sus afectos, y yo tengo personas muy queridas que tuvieron el tiempo y la dedicación para leerme, hacerme algunas sugerencias, y sobre todo para aguantarme hablando de lo mismo todo el tiempo.

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