El internacionalista Farid Kahhat se ha dedicado el último tiempo a publicar una serie de textos enfocados en un público algo más masivo. Y aunque, según él mismo reconoce en esta entrevista, ello conlleva una serie de consideraciones distintas a las que exige la Academia, la responsabilidad por aportar datos certeros y análisis precisos es siempre la misma.
Denominados ‘libros de actualidad’, estos volúmenes publicados por Kahhat a lo largo de los últimos años han abordado temáticas tan distintas como la pandemia del COVID-19 («Pandemias, dragones y muertos vivientes«), la invasión rusa en Ucrania («Tiempos violentos«), o las peculiaridades vinculadas a la denominada derecha radical (“El eterno retorno”).
Este último título, publicado en 2019, tiene vínculos con la nueva obra que el internacionalista tiene entre manos. También bajo el sello Crítica, en «Contra la amenaza fantasma. La derecha radical latinoamericana y la reinvención de un enemigo común«, el autor busca ayudarnos a entender, bajo su particular agudeza y con datos incuestionables, a personajes de la política nuestra de cada día.
Desde Javier Milei hasta Nayib Bukele, una serie de autoridades desfilan por estas 164 páginas. En el camino repasaremos muchos discursos de ayer y de hoy, pero sobre todo seremos testigos de cómo muchas veces las convicciones se acomodan según las más variopintas razones e intereses.
A continuación, nuestro diálogo con Farid Kahhat sobre su interesante libro.
Tiene varios libros académicos en su haber y a propósito de ello, ¿qué diferencia siente ahora que publica textos como este, con un enfoque más ‘comercial’, por decirlo de alguna forma? ¿Los trabaja de forma distinta?
Te tomas licencias poéticas que no te tomas con los textos académicos. En la Academia, a costa de ser árido, hay que ser preciso, siempre fiel a las fuentes. Aquí hay una pretensión polémica. Desde la propia carátula. Pero sí con base en información de fuentes fidedignas o con base en investigaciones académicas. Esas fuentes siempre están en la base. Lo que cambia es el estilo de redacción en buena medida, pero yo diría que intento fundamentar con lógica y evidencia lo que digo en cualquiera de mis textos. Solo que, y repito, aquí puedo usar calificativos que no usaría en un texto más estrictamente académico.
Y eso último se nota mucho más en un libro como este, en donde hace las veces no sé si de ‘cazafantasmas’, casi al acecho…
El punto aquí es el siguiente: yo he buscado por todas las vías posibles debatir con mis críticos y, en lugar de aceptar eso, aunque, claro, no están obligados a debatir, pero si no lo van a hacer, entonces que no me ataquen en manada en redes sociales. Los trato de la manera en que me tratan a ver si así aceptan el reto y dan la cara. Lo dudo, pero esa es mi intención. Quieren debatir, aquí estoy.
Más allá de ganar elecciones, de convocar gente y de generar tendencia, muchos de los protagonistas de su libro no dejan de ser políticos eminentemente precarios. ¿Coincide con este término para agruparlos?
Pero diría lo mismo de políticos de izquierda y en mayor proporción. El término radical, dicho sea de paso, es equívoco. En el lenguaje radical se suele asumir como sinónimo de extremista. Yo más bien uso el término como lo hace la Academia en el caso de la derecha radical, pero además lo utilizo con base en su etimología. Radical implica que hay que ir a la raíz de un problema. Y si hay que hacerlo depende de la naturaleza del mismo. Hay males radicales que deben ser atacados de raíz. Eso depende de las circunstancias. Pero sí, sobre lo que mencionas, hay una precariedad en el debate. Maduro también es un ejemplo palmario desde otra perspectiva. Milei pasa por un tipo teóricamente informado, y como trato de probar en el libro, no es capaz de ser consecuente virtualmente en nada de lo que dice, o no es capaz de sustentar de manera debida nada de lo que dice. En el caso de Bukele es paradójico que ahora no solo, sino que sea sobre todo la derecha radical la que lo reivindica cuando, primero, él empezó su carrera política con la antigua guerrilla marxista del FMLN transformada en partido democrático. Y, en segundo lugar, lo que hace es claramente incompatible con el estado de derecho, los derechos humanos y la democracia representativa. Aunque, claro, cuando la propia seguridad está en juego mucha gente no para mientes en esos detalles, cosa que es explicable, pero los políticos deberían estar un paso más allá. Ahora, esperar de los políticos peruanos que sean capaces de pensar en su interés propio de largo plazo ya es pedir demasiado. Por ejemplo, ninguno de nuestros parlamentarios que apoya a Bukele recuerda que su primer acto autoritario fue llevar a las Fuerzas Armadas al recinto del Congreso para exigir a los congresistas que aprobaran el presupuesto para sus políticas de seguridad.
Más allá de las diferencias, todos estos personajes tienen un enemigo común, que es la izquierda, pero bajo una composición media gaseosa y hasta confusa quizás. Y cuando se les pregunta especificidades, estos a veces terminan coincidiendo con los que a su vez fustigan. ¿Cómo definiría esta izquierda que los personajes de su libro ven como la ‘gran enemiga’?
Sí hay una izquierda enemiga que representa un riesgo para derechos humanos, democracia, economía de mercado y propiedad privada. La de Ortega en Nicaragua, la de Maduro en Venezuela, sin ninguna duda. El problema es que ellos ponen en el mismo saco desde esa izquierda radical o que representa una amenaza para valores que ocasionalmente dicen defender, pero no cuando quien amenaza esos valores es uno de sus correligionarios. E incluyen ahí a Boric, que tiene una actitud clara de crítica al autoritarismo nicaragüense y venezolano, y en el extremo –en el caso de Milei—a Milton Friedman, un economista neo clásico que tiene un libro llamado “Capitalismo y libertad”, que es una oda al liberalismo económico, que dice que el papel de la empresa privada es maximizar las utilidades para sus accionistas, no tener políticas de responsabilidad social empresarial, y lo pone junto a la izquierda porque Milei dice que él no distingue más que sistemas políticos y económicos, sobre todo esto último: capitalismo de libre mercado o socialismo. Cualquier cosa que no sea lo primero es un paso en la dirección de lo segundo. ¿Por qué pone a Friedman? Porque como él admite la existencia de fallas de mercado, admite que hay circunstancias que ameritan la intervención del Estado para corregirlas y que cualquier intervención es un paso en la dirección al socialismo. Entonces, no hay diferencia entre el capitalismo realmente existente, porque el de libre empresa nunca existió en ninguna parte en sentido estricto, y Corea del Norte. Eso raya en lo patológico, es no tener sentido de realidad.
Si intentamos buscar algún tipo de evolución o involución en el tiempo, y basándonos en lo geográfico, ¿quiénes serían los antecedentes más cercanos de los personajes que protagonizan su libro? Tal vez Bucaram, Menem…
Rosángela Barbarán, congresista fujimorista, dijo en su momento que Fujimori dio en el Perú un “Bukelazo”. El anacronismo es muy evidente. Fujimori llegó al Gobierno 29 años antes que Bukele. ¿Por qué decir que este perpetró un Bukelazo y no que Bukele perpetró un Fujimorazo? La razón es obvia: los fujimoristas solo quieren que recordemos los dos o tres primeros años de Fujimori. Cuando cierra el Congreso, pero con apoyo popular y se apodera de todos los poderes del Estado, como hizo Bukele, que se ha apoderado de todo, aunque este no cerró el Congreso. Y lo hizo con apoyo popular. Y ambos tuvieron logros de seguridad en una primera etapa. Fujimori contra el terrorismo y Bukele contra el crimen organizado. Pero, claro, lo que no se quiere recordar es que el fujimorismo continuó y sabemos cómo terminó: con Fujimori preso, con cargos de corrupción que aceptó, y por violaciones a los Derechos Humanos. Por eso es que el fujimorismo el que se quiere comparar con Bukele, que todavía está en sus años mozos como gobernante y no al revés, porque muy probablemente Bukele acabe de una manera significativamente distinta a la imagen pública nacional e internacional que tiene hoy en día. Está ocultando información que debiera ser de dominio público, como por ejemplo cuánto costó esa famosa cárcel de la que tanto se vanagloria. Y hay indicios de abusos de derechos humanos sistemáticos que tarde o temprano le pueden pasar factura.
¿Cómo definiría el rol de un partido como el español VOX con respecto a las fuerzas políticas peruanas que hoy lo aúpan? Porque VOX ha ido debilitándose en las últimas elecciones en España, aunque aquí sigue siendo muy referenciado. ¿Lo ve como un ‘padre’ o ‘padrino’ para algunos?
VOX tiene asociado al partido un Think Tank, un centro de pensamiento, pero también de activismo político internacional, llamado Fundación Disenso. Esa fundación organiza el Foro Madrid, que reúne a partidos afines de lo que ellos llaman la Iberosfera, o sea, básicamente la América Latina que fue Colonia, aunque en la práctica es toda América Latina y el Caribe, porque está Brasil. Ellos firman comunicados diciendo cosas como que la izquierda regional quiere derrocar al gobierno constitucional de Dina Boluarte, y ahí el chiste se cuenta solo, porque esta gente que firma las declaraciones del Foro Madrid, en el caso peruano, congresistas de Avanza País, Renovación Popular y Fuerza Popular, es la misma gente que dice que Dina Boluarte ganó las elecciones con fraude. Y ahora dicen que es una presidenta constitucional a la que la izquierda quiere derrocar al margen del Estado de derecho. Y, por otro lado, en el caso de VOX los dobles estándares son tan ostensibles como ese. Ellos dicen no tener institucionalmente una opinión sobre Franco. Francisco Franco fue un dictador durante casi cuatro décadas que intentó dar un golpe de Estado contra un gobierno democráticamente elegido propiciando una guerra civil que provocó un millón de muertos. Guerra Civil en el transcurso de la cual recibió el respaldo a través de la División Cóndor nada menos que de la Alemania de Hitler, y que luego en la Segunda Guerra Mundial devolvió el favor enlistando voluntarios para formar la división azul que peleó del lado de los Nazis. Sobre ese personaje no tienen opinión y vienen a cruzar el Atlántico para decirnos cómo preservar la democracia en América Latina. Y alguien podría decir: ‘pero ese personaje murió hace décadas’, claro, pero cuando cortes europeas le dicen a Polonia –durante el gobierno anterior—que estaba violando la autonomía del Poder Judicial, ¿de qué lado se pone VOX? Del lado del Gobierno, que violaba la autonomía judicial, cosa dicha tanto por la Comisión Europea como por una Corte de ese nivel. Así que VOX tiene una actitud frente a la democracia francamente acomodaticia. Lo mismo Milei, quien no tiene problemas con que Trump haya dicho que le robaron la elección e intentara un golpe de Estado, pese a que nunca pudo probar el presunto fraude. El tema fue a cortes y ninguna aceptó los alegatos de Trump y, sin embargo, aquí sí está preocupado por el Estatus de la democracia. Entonces, eso que le atribuyen a la izquierda, que es verdad, como lo del Foro de Sao Pulo, que tiene un doble estándar ostensible en temas de democracia y DD.HH., porque habla del autoritarismo de Bukele, pero nunca del de Cuba, Nicaragua y Venezuela, es a su vez una falencia que padece también el Foro Madrid.
“HAY MUCHO MENOS PENSAMIENTO HOY EN DÍA EN LA IZQUIERDA RADICAL”
Ya que me ha mencionado el Foro Sao Paulo, pensaba en se podía escribir un libro como este, pero con los personajes acomodaticios de izquierda, sobre sus incongruencias y precariedades. Volviendo a España, no sé si incluyendo a Pedro Sánchez cambiando de posición más de una vez en el tiempo…
Ya, pero la izquierda no proclama ‘Viva la libertad, carajo’. Milei adopta las posiciones en favor del autoritarismo que adopta. Por ejemplo, la dictadura militar de su país a la que nunca llama tal, y cuyos crímenes minimiza en nombre de la defensa de la libertad que supuestamente es su porta estandarte. En segundo, lugar, hay mucho menos pensamiento hoy en día dentro de la izquierda radical. Es un pensamiento menos rico. Porque el de Milei uno puede estar de acuerdo, pero hay lecturas al transmitirse. Lecturas de interés, además. La otra es que yo personalmente no me he dedicado a estudiar ese fenómeno. Pero sí, en principio la respuesta a tu pregunta es positiva, solo que la izquierda radical tiene problemas que no tiene la derecha radical. Cuando ves quién estaba detrás de Milei ves a grandes grupos de interés mediáticos como La Nación o Clarín. La izquierda no puede contar con grandes medios de comunicación masivos de su lado. Luego, los modelos de izquierda son casi invariablemente fracasos económicos. Los de derecha no necesariamente. Tres, muy pocos son capaces de negar que en Venezuela hay una dictadura pura y dura. Luego, con el caso de Bukele, el Gobierno peruano acaba de felicitarlo por el triunfo electoral incluso antes de que salieran los resultados oficiales sin reparar en sus abusos de poder cometidos. Vemos, pues, nuevamente, el doble estándar, que tiene muchos más adeptos desde la derecha. Porque hoy en día quién se atreve a ver a Venezuela como un modelo a seguir. Tal vez en tiempos de Chávez y con el petróleo a 130 dólares el barril algunos lo hacían. En cambio, ahora si uno ve el Latinobarómetro, mucha gente ve a Bukele como un modelo. En ese sentido, es más interesante estudiar la derecha radical.
Hace un momento me habló de los ‘años mozos’ de Bukele y me hizo pensar en que tras su último triunfo algunos medios del extranjero e incluso la Unión Europea lo felicitaron. ¿Qué restaría para que estas dudas se conviertan en certezas del autoritarismo que usted menciona?
Ese es el problema con las misiones de observación electoral. En ocasiones constatan los problemas previos, pero hacen borrón y cuenta nueva. Entonces, te dicen ‘en este proceso electoral no hubo irregularidades masivas y sistemáticas, y el resultado representa la voluntad popular expresada en las urnas’. Pero nadie te dice, salvo en el preámbulo de la declaración de una misión electoral, que bajo la Constitución salvadoreña –cosa que ha aceptado el propio Bukele cuando era candidato y no presidente—él no podía aspirar a la relección. Y que a través de su mayoría en el Congreso se ha hecho del control de todos los poderes del Estado. Y que ha cambiado la legislación electoral para favorecer a los partidos mayoritarios (Nuevas Ideas, partido oficial), y para reducir, rediseñando distritos electorales, la participación de la oposición en el Congreso. Porque la oposición, efectivamente, sacó poco más del 10% de los votos, es una clara minoría, pero no tienen ni siquiera el 10% del Congreso, sino dos de 60 diputados. Eso tampoco es representativo del voto popular. Todo eso no es parte de lo que una misión de observación electoral supervisa insitu. Lo puede tomar como punto de inicio, o sea, decir que las condiciones en las que llegamos a esta competencia no califican necesariamente como libres y justas, pero el informe final se atiene a si hubo o no fraude el día del escrutinio, lo cual claramente no hubo. Esa es una trampa que hay en regímenes como el salvadoreño. Personalmente, creo que ya se podría invocar la Carta Democrática Interamericana, pero el problema es que hemos visto que su invocación no se ha dado o cuando se intentó no sirvió de nada, porque finalmente estos países se retiraron de la OEA, y en el caso de Venezuela se retiró incluso del sistema interamericano de Derechos Humanos, como pretenden algunos sectores aquí. Pero paradójicamente mientras que parte del oficialismo (aquí) se quiere ir del sistema interamericano porque lo considera caviar, es decir de izquierda, Maduro se fue porque lo considera un instrumento del imperialismo norteamericano. Entonces, convengamos que la Corte-IDH puede ser de izquierda o de derecha, pero no puede ser ambas cosas a la vez. Lo más probable es que la Corte esté haciendo su trabajo y a los autoritarismos que violan derechos humanos no les conviene ser expuestos de cara a la opinión pública internacional.
El primer ministro de Canadá y otras personalidades han advertido sobre ‘estar listos’ para una era de ‘Trump 2’. ¿Cree que los protagonistas de su libro estarían más contentos con un Trump 2 que con un Biden 2?
Ahí la paradoja es la siguiente: los libertarios americanos que generalmente votan por los republicanos, en el caso de Trump, un sector suyo ha retrocedido. Porque Trump tiene aristas autoritarias, porque ellos están a favor de la libre migración y Trump no. Porque ellos están a favor del libre comercio y Trump es proteccionista. Los libertarios que, en teoría lo son y que abrazaron sin ambages a Trump, son los latinoamericanos. Y ahí uno se da cuenta de qué tan poco libertarios son. Porque los libertarios americanos se dividieron en torno a Trump, pero acá esa división no existe. Lo que no se dan cuenta es que cuando digo que Trump es proteccionista, ese proteccionismo lo usó en contra de un gobierno como el de Bolsonaro que en teoría era su par ideológico. Pero igual puso aranceles punitivos contra exportaciones de aluminio y acero brasileñas. Si creen que Trump es uno de los suyos, bueno, él no les va a devolver el favor.
Gracias a los medios y a las redes sociales hemos visto cómo las opciones de derecha han ido ‘evolucionando’ en Europa, no sé, VOX, Meloni, etc. ¿Qué podría deparar el futuro para los personajes de su libro? ¿Qué hay después de Milei, Bukele y demás?
Va a depender de cómo terminen. El fujimorismo, pese a todo lo que se supo de Fujimori, siguió siendo la principal fuerza de derecha y probablemente lo siga siendo al día de hoy. Es la fuerza de derecha que pasó a segunda vuelta en tres elecciones nacionales consecutivas. Que pierdan respaldo, si su gestión termina siendo fallida por una u otra razón, no quiere decir que pasen al ostracismo. Pueden seguir siendo fuerzas importantes y disruptivas si no cambian. Por ejemplo, Bánzer fue un dictador militar que luego se convirtió en una fuerza política democrática en Bolivia. El propio franquismo derivó en el Partido Popular de España. Pero el fujimorismo nunca se aggiornó realmente. Yo me temo que, dependiendo de cómo terminen, van a seguir siendo fuerzas políticas relevantes Milei y Bukele, incluso en el peor escenario, y si no se integran como fuerzas democráticas van a ser fuerzas disruptivas. Ahora, se le fueron encima al pobre Julio Velarde, pero tiene toda la razón cuando dijo que la inestabilidad política actual empieza cuando el fujimorismo convierte la vacancia presidencial en un deporte de contacto, de choque. Tuvimos una sola vacancia entre 1993 –cuando entra en vigencia la Constitución—y 2016, la de Fujimori cuando huye del país. Desde 2017 hemos tenido ocho intentos de vacancia. Eso no es normal y empezó con Fujimori. Pero aquí no se puede decir algo tan evidente porque toda la culpa ahora supuestamente la tiene Castillo. Él tuvo una contribución generosa a nuestra crisis política, pero esto empezó antes. Por eso ganó él en parte.