Diego Zúñiga: “Los personajes de mi novela ‘Tierra de campeones’ son ‘Ribeyrianos’ en muchos sentidos”

La iniciativa Mapa de las Lenguas de Penguin Random House permite que, año a año, autores de distintas latitudes puedan llevar sus obras alrededor del mundo con mayor facilidad de la habitual. Esto ha permitido, por ejemplo, que los peruanos descubran en las novedades de sus librerías preferidas, una historia marcada por varios elementos muy suyos, pero escrita por un chileno. Hablamos de “Tierra de campeones”, la más reciente novela de Diego Zúñiga (Iquique, 1987).

Tomando como inspiración al campeón del mundo de caza submarina 1971 Raúl Choque, Zúñiga ha confeccionado la figura del Chungungo Martínez, un chico que, tras descubrir su habilidad para soportar mucho tiempo sumergido bajo el agua, inicia una relación incomparable con el mar. Así pues, llega desde Calama hasta Caleta Negra, un humilde territorio costero donde conocerá a personajes que se convertirán en lo más parecido a una familia.

Convertido en uno más de dicho ecosistema, el Chungungo se sumaría a la selección nacional, ganaría, pero también sentiría la amargura de las derrotas, el desconcierto de las lesiones, y –en la parte más oscura de la novela— tendrá la posibilidad de ver cara a cara el horror. Y en medio de todo esto, Zúñiga reparte toques muy sutiles de elementos muy peruanos, desde remembranzas sobre la Guerra del Pacífico, hasta la presencia de un personaje secundario tan noble como singular, el de la señorita Carmen, que surge para –tal vez—encender la ilusión del protagonista.

Sobre “Tierra de campeones” conversamos con Diego Zúñiga, un admirador de la cultura peruana en general, pero sobre todo de la narrativa de Mario Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro y Cronwell Jara, así como de la poesía de autores como Mario Montalbetti.

¿Haríamos mal en ver esta novela como un retorno de Diego Zúñiga a su natal Iquique? Evidentemente, la novela transcurre en los 60 y tú no estabas ahí en ese entonces, pero resulta imposible no hablar del ambiente, de los escenarios…

Nunca me he podido ir realmente de Iquique. Y ese es mi gran ‘problema’ desde la escritura (risas). El otro día alguien me decía que nunca termino de irme de allí porque nunca termino de alejarme realmente de la infancia. Yo nunca he creído mucho en esa idea, de que uno finalmente escribe sobre lo que le pasó cuando uno es niño, que es cuando se formó. Enrique Lihn tiene un verso hermoso que dice “todo lo que vivimos ya lo vivimos a los 10 años”. Yo no creía mucho en eso, más allá de que “Camanchaca” remita a la infancia –aunque en “Racimo” el asunto se aleja—es verdad que casi todo lo que he escrito remite a cosas que me sucedieron en ese tiempo, que escuché. Y cada vez que vuelvo a Iquique de forma temporal, la veo y digo: ha cambiado tanto, es como una ficción. Siempre he tenido el deseo medio en chiste de llevar a mis amigos que escriben a pasear por la ciudad para que vean esto que yo he tratado de mostrar en libros. Nunca he podido salir de ahí. Y siempre prometo que es mi última novela sobre el norte. Pero no lo sé. Es un espacio obviamente que me sigue generando muchas preguntas y de alguna manera llevo todos estos años tratando de responderlas con los libros escritos. Me parece un espacio muy fuerte políticamente. Pero nada. Yo creo que, en el próximo libro, si es que resulta, ahora sí nos vamos a alejar un poco, y ya veremos si luego regresamos.

Más allá de lo bien escrita que está la novela, y de la fascinante historia de Chungungo, lo primero que como lector peruano uno descubre en “Tierra de campeones” es que tiene a nuestro país como escenario en varios momentos y a ratos de forma importante. ¿Haber nacido cerca de la frontera hace inevitable que tengas en el imaginario natural de tu desarrollo al Perú?

Recuerdo mucho la sensación de mi primer viaje a Lima, más que a Tacna tal vez, porque para mí ir allí era algo muy común de niño. Incluso en Arequipa me sentí muy en casa. Sentí un aire muy familiar, desde la arquitectura y una serie de elementos culturales que para mí están súper presentes, y yo me hice mucho más consciente de esa conexión cuando me vine a vivir a Santiago, a principios del 2000, que en el fondo ya era generar una distancia, y que además era un momento bastante difícil porque toda la migración peruana convivía entonces en un ambiente de mucha xenofobia y discriminación. Hoy tal vez ya no es tanto, porque llegaron nuevas migraciones a Chile y esa violencia se ha traspasado lamentablemente hacia migrantes de otros países. Entonces, cuando vengo a Santiago me doy cuenta que yo pensaba que había cosas que veía como cotidianas chilenas, y en realidad tenían mucho más que ver con Perú. Y, en ese sentido, siempre ha estado presente para mí, porque cuando escribo sobre Iquique lo hago sobre un territorio muy determinado en parte, y también literariamente, porque para mí fue clave la lectura de buena parte de su literatura, sobre todo de la poesía, pero también el impacto de los primeros libros de Vargas Llosa, y luego de Ribeyro, que para mí es lo más grande.

«Tierra de campeones», la notable novela de Diego Zúñiga.

Sí, los personajes que rodean a Chungungo, no sé, el ‘viejo Riquelme’, Violeta, y compañía, son medio ensimismados, incompletos, con un toque algo ‘Ribeyriano’. ¿Lo ves así?

Qué bueno que lo dices porque hay algo loco en los procesos de lectura de uno, y cuando te consultan por tus influencias es difícil que uno tenga tanto dominio sobre eso. Si me consultas qué escritores me impactaron, claro, para mí Ribeyro fue clave, sus cuentos, el diario, pero durante mucho tiempo me preguntaba cuál es mi conexión desde la escritura con esa referencia. Y yo creo que en esta novela es donde más se me hizo latente lo que mencionas. Existe un cuento de Ribeyro titulado “Al pie del acantilado”, que transcurre en un espacio parecido a una caleta, con personajes sumamente marginales. Y tras releerlo, me di cuenta que estábamos hablando de cosas muy similares. Mira, algo que me fascinó siempre de la escritura de Julio Ramón fue cómo sus personajes, siempre muy especiales, pertenecen a una clase social que no era la suya y él lograba mirarlos sin ningún tipo de condescendencia. Son personajes con mucha humanidad y para mí eso caló muy hondo, por eso veo su escritura como muy política. Yo creo que siempre se ha hablado de este autor desde otros lugares, pero que él fuera capaz de darle vida a esos personajes, con esa humanidad y precisión, con ese cariño, para mí fue una escuela. Y, evidentemente, la gente que vive en la caleta (de mi novela), y el Chungungo, son ‘ribeyrianos’ en muchos sentidos.

Está la señorita Carmen, una antropóloga peruana, evocaciones a la Guerra del Pacífico, y todo esto me hace pensar si son elementos que ya tenías previamente en tu propio imaginario, listos para plasmar, o si fueron colocados aquí mientras construías “Tierra de campeones”.

Cuando hablas de Iquique, del norte de Chile, estos elementos que mencionas resultan muy naturales. No es como que yo diga ‘tengo que introducirlos para hacer una conexión’. Ese flujo de información, lo de la Guerra, etc. Cuando uno crece en un contexto así, eso es tu ‘mundo natural’. Por supuesto que, si yo escribiera del Iquique de ahora, que no conozco tanto como el de los noventa, aunque en este caso específico tuve que investigar para reconstruir la ciudad de los 60 y 70, pues hoy las relaciones probablemente han cambiado, hay otras migraciones, es distinto. Pero me acordaba de la señorita Carmen porque para mí fue muy importante, y la hice peruana porque es un homenaje muy secreto a la psicóloga Carmen Pimentel. Ella escribió un libro titulado “Vidas marginales”. Vino a Chile en los 60 a estudiar las poblaciones que estaban formándose en medio de una pobreza y miseria tremenda. Y en este libro ella va y conversa con la gente, y les pregunta sobre la cotidianeidad, sobre cómo se sienten, adaptan, y yo recuerdo haber leído ese libro, con una portada blanca acompañada de un texto de Lemebel, porque ese era el mundo que mencionaba Carmen ahí. Entonces, ella hizo esta conversación con todos estos chilenos, y para mí eso fue importante para reconstruir la caleta. Porque si bien ella no fue a un lugar así, para mí había muchas cosas hermanables en ese sentido. Y quería dejar ese pequeño homenaje, porque fue un texto súper importante. Y mientras escribía la novela me preguntaba cómo tratar ese espacio marginal, porque ya el norte es marginal en Chile por estar lejos de la capital, pero además la caleta es aún marginal dentro de las mismas ciudades. Me preguntaba, entonces, cómo tratar ese mundo sin caer en la conmiseración, sin manipularlo, y el libro de Pimentel me sirvió mucho para escuchar, pues ella tiene un gran oído y transcribe muy bien la voz de los chilenos de ese entonces. Por otro lado, yo soy parte de una editorial llamada Montacerdos, titulada así en homenaje a la novela de Cronwell Jara, y el impacto que me produjo esa historia fue grande, y de alguna manera transcurre en un mundo en el que podemos dialogar con respecto a la caleta donde transcurre “Tierra de campeones”.

Algunos de los personajes de tu novela son fanáticos de aquella vieja revista “Selecciones” de Reader’s Digest. El Chungungo la lee –porque es uno de los pocos que sabe leer—y luego re transmite las historias que ahí encuentra, para beneplácito de todos. Hay mucha narración oral en “Tierra de campeones”, y además hay mucho de este factor de re transmitir algo pese a que en el camino puede ir alterándose, tal vez, incluso convirtiéndose en otra cosa…

Sobre “Camanchaca” una vez alguien me dijo era una novela que la contaba alguien que no quería contarla y, luego, “Racimo” fue una suerte de transición, como un camino de ir descubriendo cuál era la relación con la narrativa. De chico tenía intuiciones, deseos, pero menos control de las cosas tal vez. Aquí lo que me pasó es que, con los años, han pasado ocho entre mi última novela y esta, el deseo de narrar se me hizo muy presente. Por eso elegí el narrador que elegí. Y obviamente la narración tiene un origen, que es la oralidad. Esto lo ha estudiado mucho Piglia, y yo lo comparto mucho en mis talleres, porque me parece importante hablar de ese origen y de cómo terminó mutando en la escritura. Y lo dices muy bien, porque Violeta y luego el Chungungo leen la revista y terminan contando las historias como quieren contarlas. Para mí eso es también la novela en sí. Tú sabes que hay un origen real en la historia del Chungungo, pero yo no quise atenerme completamente a esa realidad. La historia del campeonato de 1971 es verídica, y a partir de ahí quería narrar y que esta me de la libertad de irme hacia donde quiera. Por otro lado, esas lecturas del Reader’s Digest no dejan de ser un homenaje encubierto a cómo nos encontramos nosotros los que escribimos con las historias. Porque en los últimos años ha salido a la luz la figura del escritor que no nació en una casa llena de libros. Yo agradezco haber tenido las bibliotecas públicas de Santiago. Y a su vez cuando uno piensa en el origen de ese acercamiento a la lectura, sí recuerdo que en casa había esas “Selecciones” del Reader’s Digest, así también las revistas de fútbol como Don Balón. Y después supe que, mientras las leía, el editor era un escritor llamado Francisco Mouat. Él hizo un libro genial titulado “El empampado Riquelme”, sobre un tipo que se pierde en el desierto. Hay entonces muchas conexiones. Específicamente con ese deseo que de alguien te cuente una historia. Entonces, cuando empiezo a imaginar este mundo de “Tierra de campeones”, y se me aparece el personaje de Violeta, yo dije sí, ella es la que debe saber leer…

Porque ella es la que va a enseñarle el mundo al Chungungo…

Claro. Además, las “Selecciones” del Reader’s Digest te permitían, primero que todo, mirar el mundo, porque, imagínate que, si bien hoy todo está súper conectado, en los 50 o 60 las posibilidades de saber qué ocurría a un par de kilómetros eran pocas. Y esas publicaciones hablaban de otro mundo realmente, y me interesaba mucho, además, porque cuando se me ocurrió la idea, me fui a buscar algunos ejemplares al mercado Persa Bio Bio, que tienen todavía algunos antiguos. Y son revistas súper ‘pro yankees’, muy anti Unión Soviética, etc. ¡Parecen un libro de cuentos! Pero cerrando el tema, sí consideré interesante que mi novela tenga a alguien capaz de saber y contar las historias de afuera.

Diego Zúñiga nació en 1987 en Iquique.

Más allá de que el Chungungo está concentrado en campeonar, luego en la revancha, y en su tema médico, los puntos de escape para él son Violeta, la señorita Carmen, pero tampoco es una novela de amor. En ningún momento se llega a pegar tanto a ellas. Incluso se le escapan. ¿Cuánto dirías que este par de personajes femeninos importan para el protagonista?

Ahí vamos a entrar en un terreno algo psicoanalítico. Yo crecí en una casa de puras mujeres. Yo era muy niño cuando se separaron mis padres. Mi madre y hermana eran la referencia de mi conocimiento. Las que sabían eran ellas. Así que, tal vez de forma inconsciente, Violeta termina siendo como la maestra del Chungungo. Y me interesa lo que dices en torno a que la relación entre ambos es de mucha admiración, de muchos afectos, pero no termina de convertirse en una historia de amor, ni de deseo. No termina de explotar. Y en el caso de la señorita Carmen se prestaba un poquito más para eso, sin embargo, lo que sentí en este caso fue que era un personaje muy encerrado en ciertos fantasmas, de su vida, no sé. Era alguien que se dejaba querer, pero que tampoco era tan expresivo. Y algunos lectores me han dicho que es un personaje muy parecido al de “Camanchaca”, que tiene conexiones. Por otro lado, la realidad precaria y difícil del Chungungo, le daba poco espacio para hacer su propia vida, para entrar en su mundo interior. Y yo sentía que la novela tenía que dejar esa distancia que solo romperían en parte Violeta y luego la señorita Carmen. No sabemos qué pasó después, claro. Y lo loco es que, en la vida real, el personaje que inspira mi novela se casó, tuvo familia, fue más ‘normal’ en ese sentido. Pero yo quería darle esa vida de solitario al Chungungo, en medio de todas las luces, y de lo que iba a significar ser campeón del mundo.

¿Qué dirías que diferencia a los héroes de pueblos chicos en los 60s o 70s de un chico que hoy sale de la nada y es vendido a la Premier Legue por 20 millones de dólares?

Es un temazo ese porque tiene que ver con algunos de mis deseos más secretos en la escritura del libro: la fascinación por los deportistas. Me parece figuras muy narrativas. Aunque para nosotros los ídolos han sido mayormente los futbolistas, es verdad también que terminan perdiendo algo justamente por eso que mencionas, que todos se van por nosecuantos millones. Y con la poca distancia que tenemos de ciertos deportistas exitosos no terminamos de ver las cosas increíbles que hacen. Hoy, como el mercado tiene muy controlado el deporte, no es como en el pasado que se le podía hacer ‘trampa a la Matrix’, porque aún no se conformaba completamente. Hoy si tienes 10 años y eres muy bueno para la pelota, es casi imposible que no aparezca un veedor y te lleve a un equipo grande. Mira nomás a Endrick llegando al Real Madrid con 17 años. Y probablemente llegue a ser ídolo allí. Entonces, como el mercado está tan encima del deporte, cualquier surgimiento de alguien extraordinario es cooptado inmediatamente.

Antes no era tan así…

Y eso Chile, Perú y otros países del sur lo conocen muy bien, que para ciertos otros deportes no son muy mirados. Pensando en el fútbol, un argentino promedio cuesta mucho más que un peruano o un chileno extraordinario, porque el mercado funciona así. Y en el caso de Chungungo y de Iquique pasa que tenemos semi o medios campeones. Obviamente mi personaje es campeón, pero piensa que no en un deporte olímpico. Hoy además la pesca submarina no suena para nada en Chile, aunque en su momento cuando Iquique agarra ese mote de ‘tierra de campeones’ tiene que ver con los boxeadores. Y ellos campeonaron localmente, pero cuando viajaron a Estados Unidos perdieron. Esos son los ídolos del Chungungo. Y es increíble que tengas como ídolo a alguien que llegó a una final y la perdió. Y aquí vuelve lo que mencionaste de cómo se juega con la narración, esto de que uno siempre pierde porque pasó algo ‘extra’. No sé, porque lo pisó el árbitro o algo parecido. Y todo eso conforma en muchos sentidos un temperamento. Obviamente, en las ciudades más chiquitas, en las provincias, el tener una figura más o menos exitosa es una sensación de orgullo porque –y esto es algo que pensé tras la novela—en el caso de Chile y Perú el centralismo es brutal. Las cosas que no pasan en Santiago no existen casi. Y las ciudades que pueden hacerle contrapeso son muy pocas. Hay una sensación de abandono y aislamiento. Y si tienes un campeón te aferras a ese éxito porque llegas a sentir que te pertenece. Es loca esa relación provincia/capital que ocurre acá y que me imagino se replica en otras naciones del sur.

Los otros libros publicados por el chileno Diego Zúñiga.

Esta división en que planteas la novela, como tres capítulos, iniciando con una especie de retrato, contando quién es Martínez (Chungungo) de chiquito, su capacidad para nadar y mantenerse bajo el agua, al medio todo lo central, cómo vive en la caleta y se convierte en campeón, y al final…el retrato del horror. ¿Por qué este planteamiento? Y, sobre todo, ¿por qué lo más ‘fuerte’ ocupa un espacio más bien breve?

Cualquier iquiqueño o persona que creció en Iquique en los noventa escuchó la historia de Raúl Choque, un tipo que fue campeón mundial y que fue uno de los primeros en ver cuerpos de desaparecidos por la dictadura en el mar. Y el mito era que luego de eso se había vuelto loco. Yo estuve muchos años con esta idea. No la olvidé. Y cuando empecé a darle forma a las cosas que me interesaban llevar a los libros, era una anécdota que me rondaba siempre. En algún momento lo pensé como un cuento, pero luego sentí que podía ser algo mucho más grande. Y la gran pregunta, antes de sentarme a escribir, era, que hay una parte de la que se sabe poco: lo que ocurre luego de que ve los cuerpos. Y lo obvio era que la novela se trate de eso. Lo pensé, le di vueltas, y lo que ocurrió fue que se me apareció de manera muy fuerte el personaje del Chungungo, más allá incluso de la figura que lo inspira. Y se me aparece con una vida singular. Esta madre que lo abandona, su tío, no sé. Al comienzo yo no sabía el lugar preponderante que iba a tener la caleta en la novela. Al llegar ahí, empieza a agarrar vida. Y comienzo a disfrutar el escribir dicho espacio. Y pensaba: sé que debo llegar al Mundial, ganarlo y luego llegar a la dictadura, porque ocurrirá lo que ya sabes. Creo que la novela empieza bien atrás. Y mientras le daba vida a esa caleta y seguía la figura del Chungungo, me di cuenta que la novela era eso y no lo que venía después.

Eso daría incluso para otra novela…

Sí, y ojalá alguien pueda escribirla en algún momento. Aunque tal vez para eso encajaría más un poema. Porque lo que viene después de que él ve los cuerpos es realmente el horror. Y la pregunta es qué puede hacer el lenguaje con el horror, además algo que no se haya hecho antes. Obviamente yo escribo el libro consciente de que soy parte de una tradición. Hay gente que escribió mucho antes que yo de una serie de materiales con los que he trabajado. Pienso básicamente en la poesía chilena. Acá siempre se habla sobre cuál es la gran novela chilena sobre la dictadura. Y hay muchos libros extraordinarios que han abordado el tema, no solo desde lo representativo, sino desde varios otros sentidos. Muchos grandes textos de narrativa, sin embargo, en mi caso, lo que considero que capturó mejor el acercarse a ese nivel de violencia, que es básicamente la muerte, fue la poesía. Entonces, cuando llego a ese momento (en mi novela) yo siento que el narrador no es capaz de seguir narrando. No se trata de ‘zafarse’ de la situación, sino pensar cómo miramos eso desde hoy. Porque la época de escritura interviene en esos materiales. Pienso que en algún momento era importante contar cómo se le había dado forma al horror. Y yo no sé si mi novela me pedía eso. Creo que me pedía entrar en esa zona mucho más gris, y por eso esa última parte de la narración cambia, su tono, su atmósfera, el lenguaje, la sintaxis inclusive, que era un deseo de sentir también que cuando él ve lo que ve, de eso no se vuelve. Y cuando te digo que no se vuelve de ahí me refiero a que es muy difícil darle palabras a ese intento de retorno. Va por ahí mi intento de escritura con respecto a ese final.

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