Susanne Noltenius: «¿Planes a futuro? Seguir escribiendo, aunque sea solo en mi cabeza»

Dueña de una convicción envidiable, Susanne Noltenius (Lima, 1972) ha construido a paso firme su propio y singular camino en la literatura. Hija de padre alemán y madre chiclayana, la autora comenzó dos décadas atrás su acercamiento a la escritura mediante talleres. En 2006 publicaría “Crisis respiratoria”, su primer libro de cuentos editado por Estruendomudo.

Aquel hito, como ella misma lo califica en esta entrevista a propósito de su nueva novela “Se hace otoño” (Seix Barral, 2024), daría inicio a una trayectoria no exenta de dificultades, pero también con muchas satisfacciones. Entre ellas, por supuesto, el Premio Nacional de Literatura que ganó en 2017 por su libro “Tres Mujeres” (Animal de Invierno).

Noltenius, formada siguiendo las líneas guías de escritores como Iván Thays y Alonso Cueto, ve a la literatura como un viaje sin retorno. Por lo mismo, se visualiza escribiendo por el resto de su vida, así sea “solo en su cabeza”. La autora de 52 años de edad responde a continuación sobre algunos de los aspectos clave en su vínculo con las letras.

Precisamente en “Se hace otoño”, el personaje principal es una escritora que de un momento a otro decide dejar Perú para irse a vivir a Alemania, país donde residen sus hijos. En lo que parece ser una especie de autoexilio, este personaje repasará aspectos fundamentales de su existencia, comprendiendo el peso específico de aquellos quienes la rodean y, finalmente, sopesando el imborrable efecto de algunos sucesos que la involucran.

En la solapa de su libro menciona que “fue criada en una familia conservadora”. ¿Cree que un factor así influye, aún hoy, en el crecimiento y desarrollo de una persona?

Uno desarrolla la visión que tiene del mundo a partir de lo que ve en casa. Las primeras experiencias vienen de lo que uno observa en sus padres y en su entorno inmediato. Entonces, sí, creo que eso ha sido algo determinante en mi vida.

¿Su interés literario surge desde los talleres o hay una etapa previa, no sé, en la universidad o el colegio?

Hablando de lo visto en casa, mis padres han sido muy lectores siempre. Tengo grabada la imagen de mi papá leyendo frente a la chimenea en invierno, con el fuego al costado. Él leía novelas policiales y mi mamá poesía. Y yo siempre tuve la inquietud de algún día poder construir una historia, inventar un mundo y publicar un libro. Sin embargo, y aquí viene lo de la familia conservadora que te dije, cuando tuve que elegir qué estudiar, decidí por algo que me asegurase la independencia económica. Pero ese primer amor por la lectura no lo perdí. Así que apenas conocí sobre los talleres y sobre la escuela de escritura, me embarqué en una especie de viaje sin retorno.

Entonces, presumo es una defensora total de los talleres de escritura…

Claro que sí. Uno necesita estructura. Por más que después te salgas de ella, hay que entender cómo funciona la teoría, hay que tener los referentes que le permitan a uno encontrar su propio estilo, su propia voz. Los talleres proporcionan todo eso.

De aquel primer libro que publicó con Estruendomudo, “Crisis respiratoria”, han pasado ya casi dos décadas. ¿Cómo analiza hoy la experiencia viéndola en perspectiva?

Es increíble, sí, 18 años de ese libro y ya 20 desde que me metí a la escuela de escritura creativa. Alonso Cueto e Iván Thays fueron mis profesores en esa época. Miro hacia atrás y veo la publicación de “Crisis respiratoria” como un hito. La primera experiencia de algo te marca y deja una huella emocional muy profunda. Pero también pienso en todo lo que aprendí después. Y en cómo, a pesar de lo poco que sabía en ese entonces, logré publicar aquel texto, que además me trajo muchas satisfacciones.

Muchos lanzan su primer libro y no vuelven a publicar más. ¿Qué diría usted que hizo que persista en esta lucha?

El amor a los libros, a la escritura. Para mí fue como descubrir que mi vida ya no podría ser igual. Es como, ‘ok, esto es lo que quiero ser, por lo que me gustaría que me recuerden cuando ya no esté. Esta es la huella, el legado que quiero dejar en el mundo’. Entonces, ha sido difícil, he tenido obstáculos para persistir, porque tengo tres hijos, los he criado yo sola, y el tiempo siempre ha sido un recurso muy escaso, sin embargo, esta es mi vocación. Yo no podría no escribir.

¿Cómo elige hoy sus lecturas Susanne Noltenius?

No suelo guiarme de cánones. Creo que el no tener una primera formación en literatura quizás me libera de esa obligación. Cuando uno está formado desde el inicio en esto como que encaja en un molde donde los referentes son casi obligatorios. Pero al ser ‘outsider’ puedo permitirme elegir. Y sin buscarlo resulta que engancho muy bien con escritoras de habla inglesa, a pesar de que leo en castellano. Desde Alice Munro, que para mí fue como otro viaje de ida sin retorno, por su elegancia, su sutileza, y por su capacidad de sugerir cosas con aparentes descripciones inocuas que, sin embargo, resultan muy profundas en la parte psicológica y emotiva de los personajes y del lector, por supuesto. Lorrie Moore, Maggie O’Farrell, Jenny Erpenbeck. De alguna manera, estos libros llegan a mí, por referencias o porque consigo una muestra digital y me engancho. Pienso: ‘esta es una experiencia que quiero vivir’ y, además, creo que puede aportar a lo que escribo.

¿Le cambia la vida a uno ganar el Premio Nacional de Literatura?

Uno no escribe pensando en que va a ganarse un premio, porque podría contaminarse con ideas comerciales o que busquen cierto efecto. Prefiero escribir concentrada en lo que quero comunicar, en lo que he sentido y pensado. Sin embargo, si llega un premio es como un ‘hey, esto que hiciste con tus manos estuvo bien’. Como si fuera la manualidad de un niño en el colegio. Y, además, qué responsabilidad, ¿no? Porque lo que venga ahora tiene que seguir siendo bueno para que, quien tuvo dudas del premio que gané, tal vez no lo dude más.

Noltenius es ganadora del Premio Nacional de Literatura.

Precisamente la protagonista de su novela “Se hace otoño” gana un importante premio de escritura y a partir de ese momento en la narración hay una especie de ‘crítica al sistema’. ¿Qué es lo que nos ha querido decir este personaje?

Ella ha tomado una decisión muy grande, que es dejar su país, y además casi a los 50 años. Entonces, yo necesitaba que estuviera herida y fastidiada de las cosas que había vivido en su país. El divorcio, el criar sola a sus hijos, pero también el haberse sentido rechazada o al menos no integrada al ambiente cultural, que era donde más quería pertenecer. Entonces, eso también la hirió. Ese conjunto de experiencias y emociones son los detonantes para que ella diga ‘ok, mis hijos están viviendo afuera, me voy tras ellos y dejo mi patria’.

¿Por qué le ha despojado la identidad que otorga el nombre a su protagonista? ¿Podemos pensar que hay algo o mucho suyo en ella?

No menciono el nombre porque todo está narrado en primera persona. Y si bien pensé que se llamaba María, al inicio, luego me di cuenta que no era necesario mencionarla porque todo está muy focalizado en ella. En segundo lugar, sí, hay algunos de mis rasgos en la protagonista, pero también muchas diferencias. Empezando porque yo no me he ido del Perú. No obstante, en la manera en cómo ella piensa y reacciona sí hay mucho de mí. Amos Oz decía ‘todo es autobiográfico, pero jamás una confesión’.

Pudo haber sido esta una novela plagada de monólogos interminables, contemplaciones extensas y múltiples divagaciones. ¿Cómo evitó que todo resulte un conjunto de largas reflexiones sobre la vida en la adultez?

Es una novela de cinco capítulos. En el primero, presento a los personajes, la situación y el lugar, que me parecía clave porque necesitaba una conexión con la naturaleza. Y de ahí, quería un capítulo que hablase sobre la escritura, porque ella ha renunciado no solo al Perú, sino al castellano, pues se va a vivir a Alemania, y empieza a actuar y eventualmente a pensar en alemán. Entonces, necesitaba esa posibilidad de retomar en algún momento su lengua. Así pues, en el segundo capítulo, hay este ejercicio en el que ella piensa sobre cómo era el proceso de escribir, el manejo de las palabras, y se desespera porque quiere volver a moldear el español, a dominarlo. Creo que esa reflexión sobre la escritura permitió que entrasen otras ideas más personales.

Estamos también ante una novela sobre una madre que aborda sus heridas con Sebastián, su hijo. ¿Qué de singular quiso añadirle usted a un tipo de relación ya abordado por la literatura?

Lo más grande que he hecho en mi vida es ser madre. En lo que escribo casi siempre está presente la maternidad. Es lo más inherente a mí. Entonces, cuando escribí esta historia era muy importante la relación con los hijos, que son además un detonante, porque como (la protagonista) tiene a sus hijos viviendo en Alemania, decide ir tras ellos. Creo que la interacción con los hijos es esencial, y necesitaba un quiebre muy fuerte para que ella decida ‘desandar’, porque cuando renuncia al Perú y al castellano, ella deja de escribir para poder sobrevivir y adaptarse en este otro país, entonces, necesitaba que le ocurra algo muy grande y doloroso, algo que justifique volverse sobre sí misma. Y una herida con el hijo era algo que le iba a hacer sangrar y replantearse todo.

Como lector uno va esperando el momento en que la novela se toma el tiempo de contar qué cosa rompió el vínculo entre madre e hijo. ¿Cómo sostener la intriga desde la escritura?

Quise dosificar la intriga porque había varios temas en paralelo. Estaba el hecho de que ella quiere volver a escribir. Estaba el pleito con el hijo. También la presencia de la otra hija. La interacción con los personajes del pueblo, que funcionan como un espejo de las relaciones que ella tiene con su familia. Y si yo soltaba todo de arranque, no me iba a quedar mucho para contar después. Así que precisaba de cierto equilibrio y dosificar las partes de todas estas tramas paralelas. También, por ejemplo, el motivo por el que se separó del padre de sus hijos también viene dosificado. Es como soltar pistas y después uno tiene que unir los puntos numerados para ver qué figura sale.

«Se hace otoño», la más reciente novela de Susanne Noltenius.

¿Qué podríamos decir de la relación entre la protagonista y su primer esposo, Ramiro? En un inicio ella describe lo reducida que parecía a su lado. Luego se separan. Aprenden a vivir divorciados. Pero cuando él tiene una emergencia, a ella le afecta. ¿Cree que vínculos así nunca terminan de deshacerse?

Creo que, en general, los vínculos que uno tiene a lo largo de su vida nunca se rompen del todo. Al final el padre de sus hijos siempre será parte de su familia. La ide era, entonces, cómo reconciliar, después de un evento doloroso, la relación entre dos, hasta eventualmente llegar a una situación más serena. Que creo que es lo que nos pasa al hacernos mayores: perdonas cualquier cosa.

Sobre los detalles. Hay muchas referencias artísticas en su novela, no solo autores, intérpretes, directores de orquesta, etc. ¿Le gusta mucho adornar sus historias así?

Más que adornar, tengo una fascinación genuina por los grandes compositores clásicos y románticos. El siglo XIX fue una época de genialidad para la creación artística. Eso incluye no solo la literatura, sino también la música de manera sorprendente, y el arte. Soy muy inquieta en cuanto a todas las disciplinas artísticas, y a veces me pregunto las relaciones que hay de literatura con pintura, música, cine o fotografía. Esas transferencias, esas fuentes con las que uno en sus propios oficios se nutre. Así que, había tanta carga artística que yo quería transmitir en esta novela, con este contacto de la naturaleza, que resultaba imposible no hacer referencia a algo que me fascina tanto como es la música del romanticismo, donde el elemento de la naturaleza estuvo tan presente también. Y me parece que, además, alimentaba la atmósfera que yo quería crear.

A propósito de los haikus que aparecen en la novela y del diseño de su portada, ¿cada vez le importa más el proceso extra-literario? Digamos, no sentir que solo está entregando un manuscrito a un editor…

Sí, cada vez me involucro más y espero no ser muy pesada con mi editor. Este último libro especialmente lo he sentido como una pieza de arte. Por eso las referencias musicales, los haikus, que son un ejercicio de manejo del lenguaje muy intenso. Y las ilustraciones del final, que son de mi amiga Patricia Llona Málaga, quien falleció al inicio de la pandemia. No pude despedirme de ella ni de su familia porque estábamos todos encerrados. Fue muy difícil y frustrante no poner expresar un afecto. Así que empecé a escribir haikus con los collages que Patricia me regalaba en cada navidad. Todo eso fue su primera semilla. Y me pareció que una de las ilustraciones merecía estar en la portada del libro, y creo que quedó muy bien.

¿Es de plantearse muchos objetivos a mediano y largo plazo? ¿Cómo siente que le afectan hoy los comentarios a sus obras, a diferencia de lo que sentía década y media atrás?

En general, todo me afecta menos hoy que hace 15 años. No sé si es por madurez o vejez. ¿Planes a futuro? Sí, seguir escribiendo, aunque sea solo en mi cabeza. Este es un oficio que uno descubre y ya no quiere dejar nunca más. Probablemente venga un libro de cuentos, que es el que dejé sin publicar hace un tiempo, y que estoy corrigiendo ahora. Tengo también la idea de escribir una novela, seguramente breve, vinculada al cáncer. Tengo muchas notas. Estoy esperando alejarme un poquito más de la experiencia en sí para poder escribir algo que me ayude a terminar de procesarlo emocionalmente.

Curiosamente, su personaje se siente mucho más cómodo con el relato corto que con la novela…

Sí, y esa creo que soy más yo que la protagonista (risas). Mira, el tiempo es un recurso muy escaso para mí. De lunes a viernes es casi el 100% el trabajo que me paga las cuentas. Sería muy ambicioso embarcarme en una novela muy larga, y no resultaría algo fluido. Así que me siento más cómoda con los relatos más cortos, ya sean cuentos o novelas breves como esta última.

Usted es una vencedora del cáncer. Y tanto como ganar el Premio Nacional de Literatura, conocer un diagnóstico así, enfrentarlo y superarlo, es tan o más importante, tal vez. ¿Cómo influyó esto en su forma de ver las cosas?

Gracias a Dios mi diagnóstico fue muy al inicio de la enfermedad. Casi en todo momento sentí la seguridad de que esto lo iba a poder controlar. El miedo o la ansiedad inicial era más al tratamiento que se vendría. No sabía cómo iba a reaccionar mi cuerpo, si iba a ser doloroso, etc. ¿Y cómo me cambió? Pues me hizo más consciente de personas que atraviesan por este proceso, y que no todas tienen la suerte que tuve yo de detectarlo al inicio. Esto lo vuelve a uno más empático hacia mujeres o personas en general que están librando las mismas batallas. Curiosamente, al mismo tiempo que yo, a mi padre también le diagnosticaron cáncer y a la nieta de una amiga muy cercana. Todo fue en el mismo mes. Era como ‘¡Dios, por qué todo esto!’. Por eso, con el libro infantil que publiqué en 2020, sentí que podía agradecer por haber salido victoriosa y además ayudar a que otros salgan igual. Así que las regalías de mi libro “La osita, el mono y el cóndor” son 100% para la asociación Magia. Me gustaría que Planeta pueda lanzar una nueva edición.

Compártelo