Comparte el catálogo de Éditions Gallimard con Mario Vargas Llosa, tiene como una de sus grandes referencias literarias a “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, es admirador del realismo mágico con impronta latinoamericana, y decidió usar el apellido español de su abuela para presentarse públicamente. Todo parece muy diverso si hablamos del escritor francés Jean Baptiste Del Amo.
Nacido en Toulouse en 1981 (con el apellido paterno García), este autor visitó el Perú para participar en el último Hay Festival Arequipa. Allí tuvo la oportunidad de dialogar en torno a “El hijo del hombre” (Seix Barral, 2024), su quinta novela.
Aunque tiene origen español, dicha lengua es algo que no aprendió en casa, sino viendo películas y conversando con amigos extranjeros. Ese aprendizaje le permite hoy responder esta entrevista con envidiable fluidez, pero, sobre todo, repasar sus traducciones a nuestro idioma, e imaginar cómo gente de cualquier rincón del planeta puede llegar a sus creaciones.
En “El hijo del hombre”, este autor francés nos muestra a una familia dominada por el padre, quien, tras una larga ausencia, regresa dispuesto a recuperar el dominio. Así, pues, lleva a su expareja, a su hijo (el protagonista) y al bebé que completa el grupo, a un campo al sur de Francia. A partir de aquí, seremos testigos de una especie de (doloroso) relato de control parental cuyas raíces no están en el presente, sino que se sostienen en la historia de la humanidad misma.
Siendo “El hijo del hombre” tu quinta novela, ¿dirías que hay temas que a un escritor se le hacen algo más fáciles al momento de elaborar nuevas historias de ficción?
No sé si decir que más fácil, pero creo que con el tiempo un escritor descubre su manera de trabajar y entiende más cosas sobre cómo se construye una historia, sobre cómo se encuentra una voz singular, y creo que con “El hijo del hombre” hallé una manera de contar algo, y también con el lenguaje que yo quería.
Has hablado de hallar una voz particular. ¿Cuáles de tus referentes tienen sus propias voces particulares y a ti te interesaría destacar?
Por ejemplo, hay un libro que es muy importante para mí, y es “Pedro Páramo” de Juan Rulfo. Y creo que con este libro tenemos una lengua y un universo muy particular, muy poético, que trabaja sobre la lengua y las imágenes. Lo mismo me pasa con William Faulkner, Virginia Wolf, y en los franceses está, por ejemplo, Claude Simon. Todos son figuras importantes para mí, y creo que participaron de la construcción del autor que soy, cuando yo era pequeño, leía sus libros, y con ellos me parecía que la literatura era un territorio de imaginación, de poesía y de posibilidades.
¿Por qué elegiste el apellido de tu abuela para tu carrera pública como escritor?
Mi papá nació en España. Su familia se fue después de la Guerra Civil. Y es una pena porque mi padre nunca habló español en casa, así que yo tenía que aprenderlo viendo cine, series, y conversando con amigos en América Latina y España. Pienso que esta parte de mi historia, que es la de mis abuelos, es importante, más allá de que no la conozco todavía muy bien. Y el nombre de mi abuela creo que es muy bello, así que es una manera de reconocer a esta parte de mi pasado.
La Guerra Civil española es un tema muy importante y muy explotado por los autores de dicho país. ¿Alguna de tus novelas previas la toca, al menos tangencialmente?
No, todavía. Me gustaría escribir un libro que ocurre en la España de esos años, pero no es el momento para mí. No sé si algún día lo escribiré. Creo que tengo que leer más. Como bien dices, son muchos los libros que tocan este tema, y tengo que estudiar mucho más para estar seguro de poder liberarme de esta parte de realidad y elaborar una novela de ficción.
Leía tu novela y pensaba cuán dispuestos estamos algunos a hacer todo lo posible para tener a nuestra familia en la palma de la mano…
Creo que eso es algo que se encuentra en toda nuestra humanidad. Este deseo de control, de posesión y me parece un tema muy importante en América Latina, porque aquí me hablan mucho de historias de padres que a veces se van y dejan sola a su esposa con sus hijos. Entonces, esto toca a los lectores de América Latina. Mira, yo solo tengo preguntas, imágenes, sensaciones y miedos sobre esas preguntas de cómo nuestra humanidad siempre intenta destruir y dominar. Y lo que intento hacer con mis libros es ilustrar esos miedos.
Quizás uno entiende mejor el inicio del libro tras terminar su lectura. ¿Qué función cumplen esta especie de reminiscencias, colocadas en letra cursiva incluso?
Mi intención fue empezar la novela con una cena de casa para encontrar las primeras imágenes de la violencia en nuestra humanidad. Y en lo que sigue en el libro intento crear relaciones entre esas primeras páginas y la historia que acaba en nuestra época. Es también una forma de mostrar que nuestra historia común, y nuestra historia de violencia, de la manera en que se transmite, es algo que se repite a través de cientos de años. También busca presentar la novela como si fuese algo mitológico.
Uno de los tantos detalles que llama la atención de tu novela es que no hay nombres. ¿Por qué un relato totalmente impersonal?
Creo que es una manera de darle a estos personajes una dimensión más mitológica. Son un padre, una madre y un hijo, pero también todos los padres, todas las madres y todos los hijos. Y lo que me interesaba aquí era lograr una historia personal e íntima, pero que hable de nuestra humanidad en general, dándole –como te dije antes—una dimensión general y mitológica.
¿Podrían ocurrir situaciones como las que narra tu novela –un arrebato del padre a la familia, un secuestro, una huida—en un minidepartamento cualquiera del centro de París?
Creo que algo así sí puede ocurrir en todas las formas y lugares. La región donde ocurre la historia está al sur de Francia, en una montaña. Y, sin embargo, esta es una manera que tiene el padre de poner a la madre y el hijo solos, y así le sea más fácil dominarlos, sin amigos ni familia cerca. Me parece algo muy común intentar aislar socialmente a alguien y así lograr controlarlo.
¿Crees que una de las funciones de la literatura es juzgar? En tu novela, el padre se siente engañado al descubrir que su pareja tiene un hijo de otra persona, aunque él la había abandonado antes. ¿Uno puede sentir empatía con este tipo de hombre ‘engañado’?
Creo que la literatura no tiene que proponer teorías. Solo tengo preguntas e intento crear escenas, imágenes, sensaciones, para dar una experiencia de lectura que resulte muy física. Y creo que cada lector puede recibir la historia de manera muy diferente. Nunca tengo una opinión sobre mis personajes. Son lo que son, y no juzgo sus acciones. No sé si eso sea una forma de empatía, pero sí lo veo como una manera de ser lo más justo posible en la representación de estos personajes y de nuestra humanidad.
Aunque la novela es claramente un drama, y con muchos tintes psicológicos, en sus tramos finales presenta una persecución que la hace parecer incluso el mejor de los thrillers. ¿Cómo te manejas con estos elementos del suspenso, con la intriga, y con la posibilidad de transmitirle exitosamente esto a tus lectores?
Es algo que me interesa mucho porque soy un lector de thrillers y de novelas de horror. Me interesa trabajar con diferentes influencias y me parece que, por ejemplo, el terror, el horror o lo fantástico, son tipos de literatura que pueden decir mucho de nuestra realidad. Es algo más común o más fácil en América Latina, porque tienen el realismo mágico, pero en Europa no tenemos la misma cultura, y consideramos a lo fantástico como algo que está ‘al lado’ de la literatura. No obstante, a mí me gusta trabajar de forma diferente e intentar contar historias que jueguen con los géneros.
El cigarro es un elemento muy presente a lo largo de la novela. Y no parece un detalle menor, porque incluso se fuma al lado del bebé, algo inimaginable hoy. ¿Es un factor accesorio o sí esconde algo más en tu rol de escritor?
Creo que es algo que me viene de parte del cine. Yo no fumo, pero para mí hay una suerte de ‘belleza’ en el acto de fumar, en la manera que las personas lo hacen. Dice mucho de su personalidad. Y en este libro no hay mucha psicología. Yo presto atención a la manera en cómo los personajes se mueven, sus cuerpos, sus actitudes, y el cigarrillo es algo importante porque dice algo de todos. Yo crecí en los noventa y mis padres sí fumaban. Recuerdo las tardes entre amigos, alrededor de una mesa, con los cigarrillos. Había una suerte de poesía, y de algo que suspendía el tiempo. Aunque, claro, tampoco puedo decir que fumar es algo ‘precioso’, pero forma parte de mi historia, por lo que vuelve a lo largo de mis libros. Creo que los autores trabajamos con nuestra memoria, y también con la memoria sensitiva, por supuesto.
El personaje del hijo, que va creciendo en su protagonismo con el paso de la novela, ¿surgió exclusivamente para este libro, o ya te rondaba la cabeza tiempo atrás?
Pienso que todos los personajes vuelven a ti de una forma u otra. Siempre escribo la misma novela. Por ejemplo, entre “Reino animal” y “El hijo del hombre” hay muchas similitudes, entre libros y personajes, y es como si esta quinta novela fuera la prolongación de la otra que menciono. Además, el niño de esta última novela está muy cerca del niño que fui, cuando crecí en el sur de Francia, en el campo. No es mi historia, pero tenemos en común una sensibilidad, una relación especial con la naturaleza y los animales.
Tu traductora al castellano es Lydia Vásquez, una verdadera heroína de las traducciones. Traduce decenas de libros al año y de grandes autores. En tu novela encontramos una que otra palabra españolizada, pero en general se nota un trabajo de traducción efectivo, que genera gusto al leer. ¿Qué tanto eres de estar al lado de tus traductores a idiomas no francés?
Yo puedo leer las traducciones en inglés y español. Es algo importante para mí porque es una oportunidad de trabajar con los traductores. Lydia es mi traductora desde mi primer libro y tengo gran confianza en su trabajo. Sé que hay diferencias con algunas palabras entre España y América Latina, y pasa lo mismo entre el inglés americano y británico, pero lo cierto es que con el inglés cambian algunas formulaciones, y con el español no. La traducción es un trabajo muy interesante porque tu libro se transforma en algo nuevo, no es exactamente lo mismo (del original) y es una oportunidad de hallar otros lectores, imaginaciones, de llegar a otras culturas. Por eso creo que yo escribo un libro y, cuando tengo 15 o 20 traducciones, pues ya hay 15 o 20 libros diferentes. Eso me parece mágico.
Finalmente, si en aeropuerto de un país ajeno, la Policía te quitara tu maleta, pero te dejase un solo de tus libros para presentarte. ¿Cuál sería y por qué?
Pienso que el último libro es lo más interesante porque es lo más cercano a este momento de mi vida. Sin embargo, “El hijo del hombre” lo publiqué ya hace cuatro años en Francia, y quizás hoy me parece un poquito más lejos de lo que soy. Acabo de terminar una nueva novela, que es muy diferente, y hoy siento que está más cercana. Pese a esto, todos (mis libros) son una parte de mi historia y de mi vida. Sin embargo, a la policía le daría “El hijo del hombre” (risas).