Historias sobre el vínculo entre el hombre y los perros 500 años atrás

Huyendo de un amor no correspondido, Tomás de Xérez, natural de Sanlúcar de Barrameda, emprende un viaje desde la península hacia el Nuevo Mundo sin imaginar que, tras sobrevivir penurias al interior de la carabela La Latina, terminaría convertido en quizás el ejemplo más definido de un ‘aperreador’: esos hombres que entrenaban perros para atacar y someter terceros.

El vínculo que el protagonista de “Tierra de canes” — la nueva novela del escritor Carlos Freyre– lograría con Baldomero, un portentoso perro de la hoy histórica raza alano, es solo una de las aristas dentro la historia que tenemos entre manos. Todo inicia en febrero de 1502 y se extiende hasta poco antes de lo que conocemos como descubrimiento del Perú (1532).

Aunque hay mucha información en torno a los nexos entre humanos y perros con fines ‘expedicionarios’ –por llamarlos de alguna manera–, la información hallada por Freyre para esta novela era dispersa. Como confiesa en esta entrevista, el autor venía investigando sobre Zarumilla, la zona fronteriza con Ecuador, cuando descubrió papeles sobre el ingreso de perros a Tumbes.

La gente se rendía ante el perro más que ante los caballos o ante los propios españoles”, refiere el también militar, investigador y guionista, quien desde hace una década y media ha publicado obras como “El fantasomocopio”, “El semental”, “Desde el valle de las esmeraldas”, “El miedo del lobo”, entre otras de interesante factura.

Tomás de Xérez, el perro Baldomero, las violentas escenas de ataque a indígenas, la actitud de personajes como Cristóbal Colón o Vasco Núñez de Balboa hacia los perros, pero sobre todo la aparición de otros ‘canes’ con diferente suerte en tierras ajenas son algunos de los temas de esta novela histórica, ya a la venta en las principales librerías del país.

Siempre has tenido mucho cariño por las mascotas, especialmente por los perros. ¿Cómo surge esta novela?…

Así es. En el recorrido de la novela puede apreciarse la relación entre el ser humano y los perros, a pesar de que, aquellos canes que aparecen allí, son unos salvajes. Pero este libro en sí surgió porque me encontré de frente con una historia que podía rescatar. El perro venía siendo ninguneado desde la época de la Conquista, aunque claro que había sido una parte importante. Así que necesitaba que le devuelvan el lugar que merecía en el conocimiento humano. Y es curioso porque mucha gente lee mi novela y me dice ‘no sabía esto…’, incluso habiendo leído en el pasado crónicas que ya mostraban esta especie de dupla.

A propósito de ello, ¿cuánto se había investigado y publicado sobre este vínculo entre hombres y canes? No me refiero a la gran historia universal, sino a la que nos atañe más a nosotros los americanos.

En las crónicas están presente los perros, en algunas más que otras. Luego, hay investigaciones, particularmente en España y México, sobre estos castigos, los denominados aperreamientos. Así que, sí había bibliografía, solo que está muy dispersa. Creo que se pudo haber producido mejores trabajos, pero en ocasiones los tiempos son traicioneros. Ojalá que “Tierra de canes” motive a otros investigadores a acercarse al tema, porque los documentos son muy ubicables.

¿Qué historia llegó a ti? ¿La de inmigrante Tomás o la de los perros llegando a este continente?

Estaba en Zarumilla. No venía pasándola bien porque debido al calor los zancudos me devoraban. Aparece entonces un regidor de la zona que me propone investigar sobre los orígenes del lugar. Al principio no estaba muy convencido, pero acepté. Ya investigando, entre biblioteca y biblioteca, hallé el relato de los perros entrando a Tumbes, y atacando a su población. La gente se rendía ante el perro más que ante los caballos o ante los propios españoles. Ahí aparecen varios relatos, fraccionados en distintos libros.

Mencionas en una parte de la novela Apodencos, Lebreles, Alanos, entre otros. ¿En el universo de las razas existentes alrededor de 1500, esos perros eran la mayoría, o solo los dedicados al combate?

Había una gran variedad, incluso ‘chuscos’. Dependiendo de la zona se utilizaban para diferentes fines. En parte de América, por ejemplo, había canes mucho más pequeños, vistos como compañeros, aunque algunos se los comían. Eran como una gallina más. Sin embargo, los perros que tú mencionas eran especiales, su comportamiento era tan terrible como el de un soldado.

En el colegio hemos estudiado lo mal que la pasaron muchos ‘expedicionarios’ (como tú los llamas en tu novela) al cruzar el charco y llegar desde Europa hasta Perú. ¿Pasaban los mismos sufrimientos los canes?

Morían por las inclemencias del clima o por naufragios. La gran cantidad de población que tenía Europa en esa época generaba constantes oleadas de migración. Y mucha de esa gente murió en la travesía. Como se ve en la novela, muchos descubren durante el viaje qué es un huracán o qué es un tiburón. Entonces, el perro legaba a padecer tanto como el hombre, por eso se ‘hermanan’ en el padecimiento.

“Tierra de canes” se ofrece como novela, pero tiene mucho de investigación histórica. ¿Cómo podrías categorizar más específicamente la obra?

Es una novela histórica, y es novela porque hay ciertos vacíos que debo completar con ficción, sobre todo con algunos desplazamientos, con excepción del de la gran armada colonizadora de Nicolás de Ovando, hay muchos otros que yo me los imagino por las fechas. Es como si me hablaran de que ‘el barco estuvo acá el 13 de mayo y el 20 allá’. Si solo tienes eso, ¿qué pasó dentro de esos siete días? Ahí hubo vida, definitivamente, conversaciones, y una serie de elementos que deben describirse, y se hace a través de relatos. Por ejemplo, cómo hacían ‘servicio’ en el barco. Qué decían, no sé. Aspectos así.

Si bien la novela es la historia de los canes, también hay un toque entre el protagonista y su primer amor, Aparición Vallejo. Quizás pudiste priorizar lo romántico, pero no, nunca fue lo suficientemente preponderante esto para opacar la historia en sí de los canes.

Creo que este personaje (Tomás) es de aquellos que nunca se arraiga bien en un lugar. Un gitano. Nunca llega a convencerse de lo que tiene. Porque pudo haber regresado y quedarse tranquilo en España, cuando se le presentó la oportunidad. Y cuando ha detenido su participación, siempre retorna su hambre de seguir. Creo que eso les pasa a las personas que combaten toda su vida: siempre hallarán una razón para combatir y meterse en líos.

¿Cualquiera podía ser un aperreador en ese momento histórico?

Sí. Pasa que todo el tiempo estaban peleando, entonces, el herir a un enemigo era una cuestión común. Y el aperreamiento era un castigo que buscaba la humillación: el perro se encargaría de quitarte el alma. Por eso es que revestía mayor gravedad. Era algo inhumano.

Fue inevitable que tu novela tenga también ciertos personajes como Pizarro, Bartolomé de las Casas, etc. ¿Cómo fuiste ordenándolos en la trama? Pizarro, por ejemplo, tiene un rol clave, pero ya al final de la historia…

Es que así estaban. Al principio eran elementos secundarios. En el caso de Bartolomé de las Casas, él va escribiendo y eso lo hace potente y, por su parte, Pizarro va ascendiendo. De ser un joven soldado, hasta encontrar su razón. Comienza a tomar poder, a hacerse conocido por su eficiencia y, finalmente, entra a la historia.

¿Podemos decir entonces que los perros originarios de las indias no se usaban para pelear, mientras que los de Europa sí eran los soldados?

Sí, los primeros eran de compañía, o a veces se los comían si no tenían aves para ello, mientras que los segundos eran los soldados.

Hablas de los ‘tomases’ como gente que viene desde otro continente “con un petate y un baúl de ropa salada”. ¿Tu protagonista tiene entonces bases reales?

Tomás de Xérez fue un moro que sí vino a América. Su descripción está en los documentos de Nicolás de Ovando, cuando vino a la expedición. A todos les parecía que por la edad y por la posición dentro del barco, era quien mejor podía incorporarse a ser el aperreador.

¿Qué fue entonces lo que inventaste de ese personaje?

No creo que se haya convertido realmente en un aperreador, porque se le pierde el rastro. Quizás pudo haber sido un soldado, pero en el barco sí viaja como ayudante de calafate. Eso sí está bien descrito en la documentación que pude revisar al preparar esta novela.

¿Cuánto tiempo te tomó documentarte para esta novela?

Me he demorado poco. Es una novela que venía dándome vueltas en la cabeza por mucho tiempo, solo que se me fueron presentando otros proyectos de cierta urgencia. Pero si me hubiera dedicado exclusivamente a “Tierra de canes”, tal vez me habría demorado algo más de un año. Sin embargo, siento que esa distancia que conseguí con el texto, me permitía después, al retomarlo, verlo con otros ojos. Hasta que en un momento sentí que la historia había cuajado.

¿Hay alguna de las varias etapas previas a ver el libro publicado que disfrutes más que el resto?

En general, siempre disfruto escribir y buscar información, porque rápidamente me doy cuenta que voy hallando revelaciones. Por ejemplo, el encuentro de Colón con otros españoles y él anticipándoles qué ocurrirá. Eso es algo poco conocido. La educación promedio respecto de Colón nos dice que vino, descubrió América, luego se fue, y murió. Pero él tuvo un papel preponderante después. Llegó a un acuerdo: mientras él seguía navegando, España se hacía cargo de las tierras descubiertas. En ese camino se encuentra con esta expedición y les dice ‘no regresen a España porque habrá un huracán’. Y los tripulantes, que no lo querían para nada, le dicen: ¿acaso tienes un pacto con Dios para saber eso? Y él responde: porque he visto cómo se comportan los animales en lo previo a que algo así suceda. O quizás cómo Vasco Núñez de Balboa conoce el Océano Pacífico y se reserva para él el derecho de tocarlo por primera vez. Y lo hace con un perro. Su cercanía con el can me pareció muy simbólica.

¿De qué depende la larga o corta vida de estos perros soldados? Porque en la novela narras que algunos pueden morir hincados por un espadazo, pero otros resisten, parecen más fuertes. El caso de Baldomero, por ejemplo. ¿Era una cuestión de azar?

De la suerte. Baldomero era un perro procedente de Canarias, donde la guerra había terminado ya. No tenía más ‘usos’. Y cuando llega al Nuevo Mundo se encuentra con una población sorprendida. Y él arrasa con esta, porque estos no tienen mucha defensa. Pero los otros perros se van a encontrar con poblaciones que ya tenían un conocimiento a quién se enfrentaban. Pensaban qué hacía el can y lo analizaban.

-Dices “los perros eran su manera de evadir la sensación de no tener a nadie”. Eso es algo que permanece tan igual hoy a que hace 500 años.

El perro tiene una función elemental llenando espacios. Puedes estar en un punto de tu casa y él irá a echarse en tus pies. Solo busca atención. Así se esté muriendo de hambre te jalará para que lo saques. Me pasa a mí. Mi perro relaciona rápidamente cuando agarro su correa con la salida de casa. Y al salir tiene una sensación de liberarse, siendo en realidad, para mí, nada más que caminar. Por eso te genera esa sensación de lo genuino. Un perro no tiene más interés que tú.

Quinientos años después de ocurrida esta historia, y aunque no hay que dejar de lado el contexto, hoy se combate mucho en favor de la defensa de los animales. No se acepta socialmente que los policías usen caballos en sus operativos, etc. ¿Cómo ves estos avances en pos de alejar a los canes de situaciones violentas?

Los tiempos cambian. Hay nuevas percepciones sobre la vida. Algunas más exageradas que otras, y también las hay razonables. Cuando era niño, era muy normal que los profesores les den un ‘reglazo’ a los alumnos. Era una práctica que los padres en ese entonces incluso azuzaban. Hoy eso es imposible. En el caso de los perros, los de mi novela, primero comían hombres, y después dejaron de comerlos, no porque no les ‘gustaran’, sino porque ‘no había más’, porque se necesitaban brazos para trabajar. Pienso que la relación de los animales con la sociedad ha ido cambiando, y yo creo que esos cambios me parece que son para bien, mientras no sean una exageración. Todos tenemos derecho a ser felices con nuestros perros mientras no afectemos el derecho de los demás.

El momento de la muerte del perro Baldomero, que me impactó muchísimo, ¿tú como autor practicas mucho escribir, editar, reescribir un momento así de dramático?

Es que es algo que se parece mucho a la vida real. No lo viví directamente, pero vi morir a un sargento. Luego cuando hablé con su capitán, ese espacio de tiempo, entre que el sargento es herido y el capitán habla, me pareció sumamente intenso. El capitán me decía que había dos heridos. Uno gritaba mucho de dolor. El otro estaba muy tranquilo, solo se preocupaba por no volver a jugar fulbito. Entonces, el capitán estaba más preocupado por el que gritaba, pero en algún momento entró en razón: el que grita es porque le duele, y el que no, es porque se está muriendo. Y murió. Pienso que la muerte a través de una herida violenta se hace más eterna, y creo que ese es el secreto de contar cosas así. El propósito es ‘conseguir’ una muerte que no se olvide. Por eso toma algo de tiempo. Hay que pulir mucho.

¿Cómo asumes la forma en que los lectores procesan tu novela? Para algunos esta podría ser la historia de la llegada de estos perros a esta parte del mundo, otros lo ven como un relato sobre el vínculo entre un hombre y su can, y otros como una historia más de la Conquista…

Ese tema de la Conquista, invasión o como prefieran denominarlo, es algo que siempre llevará una herida permanente, porque cuando hay una sociedad con carencias, esta necesita entender las razones de su fracaso. Y al no hallarla, lo vincula a su origen. Y eso es parte de un pensamiento muy concentrado, que he escuchado muchísimas veces. De hecho, todavía en el Perú hay comunidades o espacios donde no se toman decisiones para explotar ciertos recursos, porque el discurso de la ‘explotación’ ha quedado muy arraigado. Mi percepción respecto a ello es que ya pasó suficiente tiempo para que la herida haya cerrado y, en segundo lugar, para que la persona entienda que es lo que es porque ocurrió esta ‘invasión’. Si eso –tal vez– hoy todos estaríamos hablando quechua. Era algo que iba a pasar, tarde o temprano. Si no llegaba Colón, hubiera llegado otro. No puedes mirar su propio sub desarrollo a partir de lo que ocurrió hace 500 años. Pasó el tiempo suficiente para dar la vuelta a ello. Sino imagínate a la gente botando a sus perros porque “participaron de la Conquista”.

¿Qué decir del tipo de final que has elegido para “Tierra de canes”? Es como verse en un espejo y evitar que tu reflejo siga tus pasos…

A diferencia quizás de lo que ocurría con los autores del Boom, hoy el lector está mucho más cerca del autor. Las redes han propiciado cierta proximidad. Y creo que le puedes dar al lector a elegir. Y por eso mi final queda abierto. ¿Dejarías que alguien tan querido repita tu misma aventura, esa que tanto te costó, o lo abrazas y lo llevas de vuelta a casa?

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