Lucía Dammert: «Ningún lugar pasa de ser una isla de paz a uno de mucha violencia de un día para el otro»

Recorrer durante más de una década la región latinoamericana y el Caribe le ha permitido a la socióloga y experta en seguridad Lucía Dammert construir un texto imprescindible para entender nuestro presente: “Anatomía del poder ilegal. Violencia, crimen organizado y corrupción” (Ariel, 2025). El volumen desarrolla con absoluta pulcritud la gran mayoría de problemas que castigan casi a diario a millones de ciudadanos en esta parte del mundo. Extorsiones, violencia de pandillas, pero también minería y tala ilegal, uso y abuso de armas de fuego, entre otros, terminan por exponer una serie de debilidades y/o carencias estatales que gobiernos, tanto de derechas como de izquierdas, no han sido capaces de cubrir con éxito.

En esta entrevista, Dammert –profesora titular de la Universidad de Santiago de Chile y autora de diversas publicaciones vinculadas al tema —responde los puntos más saltantes de su investigación, una especie de radiografía del poder paralelo que se ha ido construyendo casi desde que nuestras naciones consiguieron independizarse. La autora desmenuza temas como el lavado de activos, el ‘fenómeno Bukele’, la ola de violencia en Ecuador, la incapacidad para frenar las extorsiones en Perú o la crisis de los penales, una realidad que golpea cada país en distintas magnitudes.

Mientras uno lee tu libro tiene la impresión de ir repasando una radiografía del crimen en América Latina que no deja de lado sus orígenes. Incluso te remontas a una época como la Conquista. ¿Cuál dirías que fue tu objetivo con esta publicación?

Efectivamente, este libro busca poner en un formato distinto las conversaciones que hace rato se vienen dando en el mundo académico y en la política sobre violencia, crimen organizado y corrupción. Tiene también un segundo objetivo, que es permitir que esta sea una conversación latinoamericana y no de un país específico. Y un tercer fin sería tratar de salir de un poco de los énfasis que se han puesto últimamente en la discusión, me refiero a énfasis o por delito, digamos, narcotráfico, o por estructura criminal, llamémoslo Tren de Aragua. Entonces, intento proponer una nueva forma de entender el fenómeno que vive América Latina en su totalidad, que es esto que llamo el poder ilegal.

-Te decía que una de las ideas principales que me deja el inicio del libro es precisamente el origen de todo esto. Concluyes que desde la Colonia el ‘sistema’ está mal configurado y deviene en un estado mayormente débil, con una sociedad desigual y donde lo ilegal parece un camino inevitable. ¿Es correcta mi conclusión?

Sí, o sea, lo primero es que, a veces, cuando hablamos de ilegalidad, informalidad y zonas grises olvidamos que nuestros estados han sido construidos con la vocación de un grupo muy pequeño de gente, que es la gente que está en ‘lo legal’, en lo jurídico y lo normado. Pero un grupo muy importante de la población quedó afuera, incluso de la capacidad de votar, sin mencionar que las mujeres, empezamos a votar hace no mucho en algunos países de la región. Entonces, lo que tienes es que, para las grandes mayorías, desde el inicio de nuestras repúblicas, la forma de salir adelante, de conseguir trabajo, la forma en cómo se contrataba la gente, o cómo conseguías tu vivienda, era muy informal, y en muchos casos ilegal, vinculado, digamos, a mercados ilegales que ya estaban presentes en ese momento. Entonces, a lo largo del desarrollo democrático de América Latina, una región muy desigual, que crece con bolsones importantes de pobreza, pero que esa pobreza se empieza también a consolidar, a crecer y a expandir también el marco de la ilegalidad. Entonces, a mí me parece importante mencionar este punto de partida, porque creo nos permite entender mejor dónde estamos.

También dejas claro que las culpas están repartidas casi igual entre derecha e izquierda, que han sido los gobiernos sucesivos a lo largo de estos años de naciones independientes en Latinoamérica que han cometido errores casi de la misma forma…

Sí. Lo primero es reconocer que cuando tienes esta expansión de la corrupción, la violencia y crimen organizado, necesitas políticas públicas de largo aliento, una voluntad política férrea, probablemente de las presidencias, y un entendimiento del fenómeno mucho más detallado. Y en esas tres áreas, en general, en América Latina, no hemos sido correctos, ni la izquierda ni la derecha. Y, muy por el contrario, como la seguridad es un tema que genera una enorme ganancia económica, pero también electoral, lo que sí hemos tenido es más bien una vara bastante bajita con los ‘ofertones’. Porque en el fondo la ciudadanía necesita respuesta y esa respuesta, como como no la logran consolidar en una mirada más profunda, termina siendo una de más encarcelamientos, o sea, cosas que emocionalmente te impactan, pero que en términos de política pública funcionan poco.

Es una investigación este libro, pero sobre todo una especie de crónica periodística de tus viajes por diversos países entendiendo el delito y sus consecuencias. Presentas casos y testimonios. ¿Qué sensación coincidente podrías decir que hallaste? ¿La gente se siente abandonada a su suerte, sin expectativas, no sé?

Me parece muy importante que los libros sobre estos temas puedan traer, digamos, la textura de la voz de aquellos que están vinculados, no solamente ellos, sino también funcionarios públicos, policías, fiscales, gente que trabaja en las cárceles, porque en el fondo te vas dando cuenta de la complejidad real humana de todo esto. Cuando uno dice ‘ha aumentado el tráfico de migrantes’ es como si fuera un dato medio en el aire, pero cuando empiezas a mirar lo que viven los migrantes en ese proceso creo que le pones una prioridad mayor. Y, evidentemente, la sensación generalizada de los latinoamericanos es de abandono del mundo político, pero también –y por eso el concepto poder ilegal– la constitución de poderes que parecieran ser legales, pero que en realidad son ilegales. No son pocas las personas que te dicen, ‘mira, yo he sido víctima de funcionarios públicos’. Durante mucho tiempo decíamos ‘existe el poder legal y el ilegal’, pero, hoy, muchos latinoamericanos viven bajo el comando de un poder que pareciera ser gris o ilegal directamente, y esta ilegalidad también está muy vinculada a algo que le genera a los latinoamericanos mucho terror, que es la corrupción del sistema, lo que impide que haya justicia y aumenta la impunidad.

Antes de leer el libro, viendo el titular y la contraportada, uno imagina que trata solamente de grandes, no sé, circuitos, o mafias criminales, pero cuando ya lo vas leyendo te encuentras, por ejemplo, con este bullying escolar, con acoso a niñas. ¿Por qué incluir estos temas en un trabajo sobre poder ilegal en Latinoamérica?

Es muy importante también ponerle un marco al análisis de lo que estamos hablando. Entonces, cuando uno se pregunta por qué en América Latina, primero, hay tantos mercados ilegales, pero luego, somos el continente con mayor tasa de homicidios del mundo, o sea, que tenemos la mayor cantidad de muertos, comparado incluso con zonas donde hay guerra. ¿Por qué la mayoría de nuestros homicidios en una forma desproporcionada ocurren con armas? También requerimos reconocer que hemos naturalizado la violencia como una forma de resolver nuestros conflictos. Es cuestión de ver las redes sociales o la violencia política que hoy se da cuando uno escucha adversarios, y verdaderamente ya estamos en unos niveles de violencia absurda, niveles que luego, a mí me parecía importante reconocer que, si bien no son el crimen organizado, permean una relación social que está presente en los colegios, en la relación entre los médicos, las enfermeras, en la relación entre los clientes y el servicio de salud. La situación en la calle, en general, lo que hay en América Latina, porque nosotros representamos un porcentaje alto de homicidios, pero la mitad de estos parecieran estar vinculados con el crimen organizado y la otra mitad, que son muchísimos también, con problemas de violencia en la familia, con problemas entre los vecinos, digamos, con un deterioro en la calidad de la convivencia. Y ese deterioro también permite que estas organizaciones, digamos, criminales, que estos mercados ilegales, se desarrollen y se masifiquen.

Has mencionado el problema de las armas. Por las noticias, vemos que en Estados Unidos el tema está más vinculado a tiroteos, venta descontrolada, mientras que aquí es uso de armas para robos menores, extorsiones y sicariato. ¿Dónde radica la clave del problema en ambas realidades?

Sí, en Estados Unidos hay permiso de porte, hay una cultura de porte de armas importante, pero luego, para la utilización de armas más en el mundo criminal hay castigos muy fuertes y una capacidad estatal de respuesta muy grande. Es interesante este punto porque uno piensa, bueno, en EE.UU. se consume casi el 80% de la cocaína del mundo, tal vez un poquito más, un poquito menos y, sin embargo, pareciera que ese comercio de cocaína que es ilegal no le genera tanta violencia. ¿Por qué? Los estudios muestran que en muchos casos las organizaciones saben cuál es el límite del uso violencia que pueden tener antes de que se genere la debacle, y por eso es importante reconocer que cuando uno tiene un ‘mercado ilegal perfecto’ hay menos violencia, porque ya no hay una pelea entre las organizaciones criminales o entre estas y el Estado. El monopolio del negocio está hecho. Entonces, también eso pasa por la dominación de un mercado, pero también porque tú sabes que si, por ejemplo, hay un tiroteo en un determinado barrio, al día siguiente tendrás a toda la policía, la fiscalía, y mucha presencia que finalmente inhibe tu negocio, por supuesto, y luego, muchas veces, te llevan preso. Eso en América Latina no hay. En algunos países de aquí, menos del 90% de los homicidios como delitos se resuelven judicialmente. O sea, los niveles de impunidad son feroces y en algunos casos lo son por la ineptitud o la incapacidad institucional y en otros por la connivencia o por la corrupción. Entonces, en América Latina es mucho más ‘económicamente viable’ salir con un arma, porque en el peor de los casos, digamos, si la llegas a usar, las posibilidades que te persigan o te metan preso son muy bajas, y si no la llegas a usar, te sirve muy rápidamente con un mecanismo de rápida resolución del delito.

-En el libro aparece el término guerra contra las drogas, iniciada por Felipe Calderón en el 2006. Tú y varios dicen que esta fracasó, pero, ¿acaso no es la única opción? ¿Por qué lo otro no sería liberar el comercio y venta de drogas a nivel global?

Ese es uno de los mercados ilegales que hay en la región, la cocaína principalmente. Aunque hay algunos países que ya están con la marihuana y otros en la heroína, pero muy poquito. Mira, la guerra contra las drogas es algo que nace en Estados Unidos como una respuesta al problema que tienen ellos de consumo y nosotros de producción, transporte y venta. La mayor cantidad de plata de ese negocio queda en los Estados Unidos, digamos, en la última milla es donde se generan las ganancias verdaderas, porque los cocaleros y los traficantes iniciales tienen ganancias, pero menores. Mientras más cerca estás de Estados Unidos o, bueno, ahora en Europa también están creciendo las ganancias. Entonces, EE.UU. decide que la guerra contra las drogas es lo más importante y ahí empezamos, digamos, a perseguir a los cocaleros, a hacer una inversión muy grande en los dos países más importantes productores de coca, que son Perú y Colombia (en tercer lugar, Bolivia). Treinta años después hoy se produce más cocaína que antes. los mercados están superdiversificados, empieza a aumentar el consumo en Europa y en Asia, y en Estados Unidos se fortalece el consumo de drogas mucho más complejas como el fentanilo. Entonces, en medio de dicho proceso en América Latina pasó que las policías, las fiscalías, todo el aparato represor, estuvo muy concentrado en la guerra contra las drogas, y por los lados nos creció la minería ilegal, la tala ilegal, el tráfico de migrantes, etc. O sea, las mejores policías, y todas las capacidades estatales estaban concentradas en el tema drogas y en muchos países siguen estándolo. Así que, evidentemente, para el tema de las drogas –que yo planteo verlo como un mercado– pues necesitas la colaboración de Estados Unidos, aunque no tanto en Black Hawks, satélites y en drones, sino más bien en una reducción de sus niveles de consumo. Porque son los niveles de consumo y el tamaño del negocio, los que fortalecen la sofisticación tecnológica, la innovación política, la innovación de la economía política del mercado de las drogas.

Ahora, lo que sí vimos es que cuando en Estados Unidos –y los datos así lo muestran– hay un nivel de des-criminalización o legalización en algunas áreas de la marihuana, por ejemplo, esta abundantemente queda de este lado de la región. Aquella que subía, ahora se queda de este lado, entonces, nosotros tenemos ahora también un negocio gigante. Así que tenemos dos alternativas: seguir haciendo lo mismo que no funciona o tratar de buscar nuevas formas. ¿Cuál es el problema? Que este dinero que genera el narcotráfico se ha empezado a meter en otros negocios, como la minería ilegal, principalmente, y en negocios obviamente legales, ¿no? Que lo que permiten es que este dinero entre en la economía formal.

El expresidente de México Felipe Calderón, uno de los principales rostros de la polític antidrogas llamada «Guerra contra las drogas».

A propósito de lo que dices este, no solamente de los consumidores en Estados Unidos, Europa y Asia, sino también en Latinoamérica, porque tú a lo largo del libro identificas. El continente latinoamericano se va transformando de mero productor de drogas a consumidor. ¿Qué pasó en el medio? es ¿Cómo explicar este salto?

Se vende drogas donde se piden drogas. Y hay un aumento no solamente de las capacidades económicas de muchos en América Latina –y para eso está, digamos, el libro de Marcelo Bergman («El negocio del crimen») que así también lo va mostrando– que permite que la gente deje de consumir lo que quedaba como botado de la producción de cocaína que eran los ‘ketes’, y entonces empieza a haber más consumo de drogas. Además, antes y después del Covid, el nivel de consumo de la población de todo tipo de drogas, legales e ilegales, es importante. Y luego también que los mercados, digamos, los grupos criminales empiezan a generar una cadena de valor del negocio de la droga donde se paga con droga. Entonces, eso significa que si yo pago con droga, genero el mercado en lugares donde antes tal vez el este era mucho más incipiente o particular. Y hoy día tenemos mercados de consumo de todo tipo de drogas prácticamente en todos los países de América Latina. Y eso le pone probablemente un desafío aún mayor a nuestros estados, porque si no tenemos capacidad para responder al problema de la producción de cocaína, mucho menos tenemos posibilidad de responder al consumo problemático. Recuerda que en América Latina si tú no eres rico, es muy difícil que salgas de las adicciones, porque no hay capacidad estatal para hacerse cargo de ese problema, que es finalmente mayor.

Un actor presente en tu libro también es Ecuador, que pasa de ser considerado una isla de paz, a un epicentro de violencia. Y entonces llegan las noticias de que se matan veintitantas personas, o muchos mueren dentro de los penales también. ¿Cómo se explica esto? ¿Por su origen, podríamos señalar que todo inició en la época de Rafael Correa?

El fenómeno ecuatoriano resulta muy interesante porque hay muchos elementos. Desde la paz en Colombia que lleva algunos cambios en los mercados propios del fenómeno criminal colombiano, lo que tiene impacto en Ecuador, altísimos niveles de corrupción en algunas áreas, un abandono permanente del sistema penitenciario, etc. No hay que olvidarse que en Ecuador, al igual que en Brasil, estos grupos criminales más audaces, más duros, salen desde el interior del sistema penitenciario. Y tienes también la dolarización, que permitió un ‘lavado de facto’ de mucho dinero, y hay muchos economistas que ponen énfasis en ello. Luego, algunas políticas que se tomaron durante la época de Correa y otros donde, por ejemplo, se permitió el ingreso de población, de gente sin necesidad de visas o sin necesidad de investigación, con todo y su plata. Pero principalmente lo que pasa es que Ecuador se convierte en un hub, en un puerto principal de la salida de cocaína desde Colombia y Perú. ¿Por qué? Porque probablemente los niveles de corrupción eran altos y los de fiscalización muy bajos. Y mientras más grande es el mercado, más fuertes son las estructuras criminales, a la vez muy violentas, con una capacidad estatal baja, lo cual deriva en una ‘tormenta perfecta’. Porque ningún lugar pasa de ser una isla de paz a otro de mucha violencia de un día para el otro. La descomposición es muy larga. Lo que pasa es que la política solo se hace cargo de estos problemas cuando hay un escándalo masivo. Mientras tanto es solo como ‘parece que hay unas extorsiones por ahí en el norte’. Y cuando te das cuenta, ya tienes una estructura criminal gigante vinculada en ese caso a la cocaína, pero también que empieza a abrir tentáculos a cosas como el tráfico de migrantes, la minería ilegal, en fin.

El presidente ecuatoriano Daniel Noboa enfrentó desde el inicio de su mandato la violencia por crimen organizado. Ganó la elección, pero luego perdería el referéndum.

Cuando hablas de que venimos repitiendo un mismo modelo para enfrentar el problema pienso en la en las partes del libro que me hacen sentir poco optimista a futuro. Porque señalas que encarcelar los eslabones bajos como extraditar a los cabecillas no siempre mitiga el problema en general. ¿Por qué ambas acciones terminan siendo insuficientes?

Para enfrentar el poder ilegal debes tener políticas que salgan de la lucha solo contra las estructuras criminales. Porque en el fondo, el gran objetivo de estas estructuras criminales es el lavado de los dineros hacia la legalidad. Es la compra de voluntades políticas, ya no para seguir desarrollando actividades ilegales, sino, por ejemplo, para participar de licitaciones del Estado, o para meterse en industrias enteras. Entonces, tú puedes perseguir como loco a una organización criminal muy dura, los metes presos, ¡pero aparecerá otra! Porque el mercado continúa. Entonces, ahí donde no estamos poniendo luz, que es en el lavado de activos, en el financiamiento de campañas, en la opacidad respecto al enriquecimiento de muchos actores en el mundo político. En la permeabilidad que hay entre lo legal y lo ilegal, entre la apertura de espacios legales que son como grises para ciertas actividades. Ahí es donde se consolida el crimen organizado. Entonces, ¿qué es lo que uno puede sí hacer? En algunos países ha bajado la tasa de homicidios no porque el negocio disminuye, sino porque tú estableces ciertos marcos claros de lo que vas a permitir y lo que no vas a permitir. Entonces, cuando miras, por ejemplo, Rosario en Argentina o lo que pasó en Medellín en su momento, no es solo capacidad policial. Hay también allí una cierta administración de lo que se permite y lo que no, en términos de los grupos, el desbaratamiento de algunos grupos más violentos, porque lo que nos preocupa de las organizaciones criminales en el fondo es la violencia que tienen en la calle. Salvo, la extorsión, porque este es un fenómeno distinto donde no tienes una estructura que necesariamente está buscando, digamos, el dinero para comprarse una industria. El dinero de la extorsión le sirve a la estructura en sus capas más bajas y medias para pagar cosas cotidianas, para generar, digamos, otros negocios, y ahí, por ejemplo, sí requieres capacidades investigativas que te lleven a sacarlos de esta actividad ilegal y probablemente ahí necesitas mucho menos impunidad y mucho más efectividad en el trabajo de tomarlos presos, y que quede en la calle la voz de que si tú realmente estás extorsionando algún negocio o alguna persona, las posibilidades de que quedes presos son altas. Mira, a todos los que entrevisté a lo largo de estos años y todo lo que yo he estado investigando, demuestra que la extorsión tiene casi asegurada la impunidad. Entonces, es un negocio redituable, rápido y que trae beneficio.

A propósito de la ‘oferta política barata’ de políticos latinoamericanos, he pensado en Bukele, que también es protagonista de tu libro, y a la vez pensé en Perú, porque da la casualidad, que ni bien asumió se fue a los penales a hacer redadas y salió en fotos que fueron comparadas con los operativos que hace el presidente salvadoreño. No obstante, dejas bien claro que el ‘modelo Bukele’ podrá dar tener una imagen, pero en realidad esconde muchas otras cosas.

Claro. Primero que nada, el modelo Bukele no es solo una cárcel gigante donde hay un montón de gente. Hoy tenemos claro que lleva cosas como, primero, conversación y acuerdos con los criminales. Segundo, un estado de excepción permanente donde los niveles de transparencia son bajos, y donde aparentemente la corrupción es alta, donde hay una persecución a los medios de comunicación, y altos niveles de encarcelamiento muy alto, que en el caso de El Salvador le funciona porque no hablamos ni de Ecuador ni de Perú ni de Argentina. Estamos ante un país pequeño que cumplía un rol en el negocio y en el movimiento de los mercados ilegales muy pequeño. Y, por ende, más bien lo que había allí eran estas eran estas pandillas grandes, medianas y chiquitas que se dedicaban a extorsionar a todo el mundo y a matar a mucha gente. Lo cual es terrible, claro. Pero –en ese sentido– ir y tomar preso a la gente, y generar la sensación de que hay un control, sí disminuye, pero porque hubo un acuerdo con los que estaban dedicados al otro negocio. Entonces, todo parece indicar que la resignación del Estado de derecho, la resignación de los derechos humanos, toda esa resignación, también le trae una conversación que además nadie sabe en qué términos se hizo. Mira, a mí me parece loable y muy necesario bajar las tasas, pero también entender el fenómeno en su totalidad, porque, para algunos, pareciera que el fenómeno Bukele es construir una cárcel y mágicamente desaparecerán los mercados. Y el objetivo de mi libro es mostrar que no es así, que los mercados van a continuar mientras estén los factores estructurales que permiten que progrese. Uno de ellos, la corrupción política, sin duda.

Una fotografía de la Agencia Andina registrada apenas José Jerí asumió como presidente de Perú. El mandatario encabezó requisas en cárceles con un alto impacto en su imagen ciudadana.

Presentaste tu libro en Lima con José Luis Pérez Guadalupe, que fue jefe del INPE y, bueno, en los penales el presidente hizo su requisa la primera semana, pero, probablemente si la repetían un mes después también iban a hallar cuchillos, celulares y televisores. En el medio hay trabajadores penitenciarios que, según estadísticas, tienen cada uno casi 700 reos a su cargo. ¿Qué tan importante es este servidor público dentro de todo el círculo? Por lo menos, en la labor de resguardar presos de variada peligrosidad.

El sistema carcelario se ha creado para castigar, pero también para rehabilitar, porque sino tendríamos la pena de muerte, ¿no? Lamentablemente, hoy día en la mayoría de las cárceles de América Latina los sistemas lo que hacen es intentar asegurar que nadie se escape o se mate. Hay un nivel de gobierno interno de las cárceles muy alto. En muchos países, entras a la cárcel y rápidamente te das cuenta que la administración cotidiana de la vida carcelaria está en manos de los presos. Desde qué comen, dónde duermen, todo. Y hay un abandono muy importante del mundo público a eso.  ¿Por qué? Porque para tener una buena cárcel tienes que invertir dinero, no solamente en la gran estructura, sino también en la cantidad de funcionarios, en su capacitación, y en su protección. Hoy día los funcionarios son otros presos más dentro del mismo sistema. Y, evidentemente, enfrentan situaciones de violencia y de complejidad mucho más grande de las que se enfrentaban hace 10 años atrás. Y luego parece fácil decir ‘aumentemos los niveles de gente presa, metamos preso a todo el mundo, todos los que tengan prisión preventiva que entren también’, pero como no hay capacidad real de separación, al final terminas poniendo a una persona que debe plata, o que cometió un delito sin violencia, junto a un sicario. Y eso, por supuesto, lo va a convertir en lo mismo y muy rápidamente. Así que debe haber un reconocimiento de lo que significa esa institución (penitenciaria). Lamentablemente, hoy en día hay una especie de caricatura, como que la cárcel es la foto de una gente ahí que les da poco de comer, y ‘que vivan como puedan’, pero, el sistema carcelario tiene otro objetivo y, por supuesto, tú requieres que los funcionarios sean considerados como tales. No como funcionarios de segundo nivel, sino muy de primero. Dicho esto, evidentemente, así como en Estados Unidos y en muchos otros países, tú necesitas también una inversión importante en la infraestructura, sino tendrías que ser un ‘funcionario mago’ para desempeñarte bien en lugares hacinados, sin agua, y en una región donde está muy claro el concepto de que la cárcel deshumaniza. Por eso es que los las pandillas carcelarias son tremendas. Porque salen –literal– del infierno. Y para aquellos que crean que lo que necesitamos es darles un infierno a los presos, solo acuérdense que esos presos van a salir a vivir con nosotros. Entonces, incluso desde ese punto de vista, no social, sino individualista, valdría la pena pensar en un sistema carcelario diferente. Pero, claro, con castigo, pero un castigo inteligente, no las locuras que por ahí pasan.

Dammert presentó en El Virrey su libro junto al exjefe del INPE José Luis Pérez Guadalupe.

Antes de terminar quería volver al tema de la extorsión. Me dijiste que esta da réditos y que resulta muy difícil agarrar a los responsables. Pero si un asesor le dice esto al ministro del Interior peruano hoy lo echan, porque la situación es grave. Y se han tardado dos meses para decidir enviar dos policías a un bus que repela a un sicario que va a matar a un chofer, con todo lo que ese enfrentamiento podría implicar. Entonces, tampoco es que sobren las ideas para enfrentar este flagelo…

Mira, depende de qué estemos hablando cuando hablamos de extorsión. En Perú, por ejemplo, algo que afecta directamente a los ciudadanos es la extorsión cotidiana, para pasar por una esquina, o para entrar al colegio. Eso requiere una presencia policial inmediata, una investigación muy seria. Y no puede ser que la noticia sea que pusieron una granada en un colegio y que los profesores están pagando para poder abrirlo y al día siguiente tú vas a al colegio y no pasó nada. Lo que necesitas es que, evidentemente, haya una capacidad. Que por un tiempo largo tú tengas policías en la puerta de ese colegio y tengas capacidad de investigación para que por lo pronto ahí no ocurra nuevamente lo mismo. Porque estos son procesos constantes, que requieren estar que estar ahí permanentemente. Entonces, cuando uno sabe de chicas que declaran una y otra vez que los profesores son depredadores sexuales y que le piden sexo a cambio de buenas notas, no puede ser que eso siga pasando y que nada pase de un titular de noticia. Ahí tú necesitas una capacidad estatal de presencia y de acción muy correcta. O cuando tienes comercios que están siendo extorsionados, necesitas crear las confianzas necesarias, aunque para ello también precisas que funcionen mejor los alcaldes, etc., para poder crear lo que se hizo en Italia: comisiones de pequeños y medianos negocios que se organizan con la presencia policial para poder hacer las cosas, pero esto tiene cuatro elementos que no tienen las cosas que estamos haciendo.

Uno, voluntad política permanente. Eso quiere decir que a las dos semanas no es que ya estás en otra cosa, sino que estás todavía preguntándote qué pasó en ese colegio. Dos, necesitas plata para que la intervención sea seria. Porque no basta con poner ahí un policía parado y solo, sino implementar verdaderamente una estructura. Y eso quizás requiere revisar cómo la policía está siendo distribuida. Hay muy poca policía en muchos países en la calle, y están mucho en las oficinas. Tres, necesitas entender el fenómeno. Porque si yo te digo, ‘mira, el problema extorsivo en Perú es, básicamente, llamadas telefónicas desde las cárceles’. Yo te pregunto, ¿en serio? ¿de dónde has sacado ese dato? Porque hay llamadas telefónicas, sí. ¿Son todas de las cárceles? Puede ser. Ese es un porcentaje muy amplio de lo que la gente se queja que es la extorsión, no lo sé. Y cuarto, por supuesto, requieres una mirada mucho más vinculante entre el mundo público y el privado. Porque muchas de las extorsiones se pagan vía billeteras digitales, y en algún lugar se deposita ese dinero. Entonces, existe la tarea de traer al mundo privado, así como en algún momento en Perú se hizo con el tema de la construcción. Entonces, con esos cuatro elementos tú puedes tener una política de verdad. Lo otro es una especie de acto performativo en la desesperación de tratar de hacer algo y la sensación que nada funciona, pero sí hay cosas que funcionan y que se podrían hacer, pero requieren también que la ciudadanía entienda que es mejor tener una cosa a mediano plazo que funcione a tener un voladero de luces cada dos días.

Lo grave de la realidad de las extorsiones en Perú. Hasta los colegios son víctimas, y los niños deben seguir virtuales.

Finalmente, en la parte final del libro agrupas una serie de otros delitos como tala ilegal, pesca ilegal, criptomonedas, etc. En una región sin la capacidad de consenso que sí tiene, por ejemplo, la Comunidad Europea, ¿es posible afrontar esto con políticas transnacionales? ¿O simplemente nos queda ir cada país de forma independiente?

Sí, estamos en un mal momento de lo multilateral. En algún momento los países sí se han llegado a poner de acuerdo mucho tiempo. De hecho, la guerra contra las drogas era una política multilateral en algún sentido, de cooperación, etc. Ahora eso no ocurre. En general, lo multilateral ha perdido valor dado, principalmente, al rol de Estados Unidos, digamos, y la conversación general sobre lo multilateral. Lo que está clarísimo es que si no vamos a enfrentar esto como algo multilateral y uno ve que mucho del dinero de los mercados ilegales se mueve en cripto, que pues ya nadie sabe dónde está, pues mejor invirtamos en otra cosa. Realmente requieres una respuesta multilateral. Dicho eso, lo multilateral no te va a salvar si tú tienes leyes que permiten la tala ilegal, congresos que son financiados por los mercados ilegales. O sea, necesitas tener un primer piso importante para que el segundo se construya. Yo creo que el problema que tenemos en muchos países de la región es que el subsuelo está inundado y el primer piso entonces está empezando a resquebrajarse, que es esto del estado derecho, de los procesos básicos de lo que significa la cultura de la legalidad.

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