Un momento de “indisciplina archivística” originaría uno de los libros más interesantes publicados este año. Se trata de “Historia de la prostitución en el Perú (1850-1956)”. Su propio autor, Paulo Drinot, cuenta, en la introducción del volumen de 401 páginas publicado por el Instituto de Estudios Peruanos, que llegó a este tema mientras investigaba en viejos reportes policiales de actividades sindicales ocurridas a mediados del siglo XIX.
En medio de tanto folio, el profesor titular de historia latinoamericana en University College London halló una serie de cartas escritas por prostitutas (y también en representación de estas) cuyo destinatario era el Prefecto capitalino de ese entonces.“(…) ellas se quejaban de que les habían ordenado trasladar su burdel a otra parte de la ciudad, que habían sido multadas por infringir las regulaciones impuestas por las autoridades, que había sido sometidas a exámenes médicos y que la policía trataba a algunas mejor que a otras” (Página 33).
Cada una de estas quejas, justas o no, representaban –en primer lugar—la voz de las personas directamente involucradas en una problemática cuyo origen venía incluso desde la Colonia. ¿Qué ocurrió de distinto a mediados del siglo en mención? Para Drinot, también autor de “La seducción de la clase obrera: Trabajadores, raza y la formación del Estado peruano” y coeditor de “La revolución peculiar. Repensando el gobierno militar de Velasco” y “La condena de la libertad. De Túpac Amaru II al bicentenario peruano en seis ensayos y un colofón”, a partir de 1850 es cuando el Estado peruano empieza a tomar acciones concretas con respecto a la prostitución.
Pero “Historia de la prostitución en el Perú” tiene un paso previo. “The sexual question: a history of prostitution en Perú 1850s-1950s” es el título en inglés que en 2020 publicaría Cambridge Universy Press en Reino Unido. En la siguiente entrevista, el destacado historiador “peruanista y peruano” (como se define a sí mismo en Twitter) intenta explicar algunas de las particularidades y hallazgos de una obra que le tomó más de una década de trabajo interrumpido. ¿Qué es el reglamentarismo de la prostitución? ¿Qué es el abolicionismo? ¿Llegó tarde el Perú a aplicar ambas medidas? ¿Quiénes escribieron sobre la prostitución en qué medios y con qué intereses? ¿Existió prostitución masculina? Son solo algunas de las preguntas que se le formulan aquí.
Quería remontarme al paso previo a este libro, que es su versión en inglés titulada “The Sexual Question”. El tema en sí va mucho más allá de solo la historia de la prostitución en el Perú. ¿Cómo llegaste a interesarte en todo esto?
Primero, sobre cómo llegué a interesarme en el tema. En la introducción cuento un poco cómo fue que encontré estas cartas escritas por prostitutas al prefecto de Lima en los legajos de la Prefectura, en el Archivo General. Me parecieron muy interesantes y de ahí creció mi interés por desarrollar un proyecto de investigación en torno a ese tema y escribir un libro. Pero eso tenía que ver también con el hecho de que yo había leído algunos estudios sobre la historia de la prostitución y el sexo comercial en otros contextos nacionales o incluso transnacionales. Libros como el de Alain Corbin sobre Francia o Judith Walkowitz sobre Gran Bretaña, aunque quizás el que más influyó es un libro de Donna J. Guy sobre Buenos Aires, donde hay un proceso bastante similar al peruano. Por ahí llegué al tema, y al tratar de encontrar una manera de abordar la temática esta idea de cuestión sexual me pareció bastante sugerente. La idea surge un poco de mi trabajo anterior, que era sobre la cuestión social, es decir, sobre cómo fue apareciendo la problemática del mundo obrero en el contexto peruano. Y la cuestión social era el término que se usaba para referirse a la creciente conflictividad que uno veía desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, y cómo los estados, tanto en Europa, EE.UU. y América Latina, comienzan a verse obligados a buscar solucionar esa conflictividad, y en la mayoría de los casos eso implica, por un lado, represión y, por otro, medidas que buscan encausar la conflictividad hacia una finalidad más pacífica. Entonces, ese concepto de cuestión social lo tenía muy presente por mi libro anterior, “La seducción de la clase obrera”, y me pareció que se podía modificar un poco precisamente para referirme a cómo en el campo de la sexualidad, de la salud pública, de la moralidad y de la cuestión urbana, aparecen una serie de problemas –en el mismo periodo—que comienzan a ser vistos como posibles de solución. Y que de la misma manera que la cuestión social hacen que el Estado comience a intervenir en la esfera pública, en lo social y busque soluciones.
Queda claro que la prostitución en Perú no comenzó en 1850 ni terminó en 1956. ¿Por qué elegiste este periodo de tiempo para tu estudio?
El final es relativamente fácil de explicar: la clausura del Barrio Rojo, Huatica, que era un momento conveniente para cerrar el estudio, aunque muchos de los procesos continúan. Como bien digo en el libro, que no exista el Barrio Rojo, no significa que se haya solucionado la prostitución tal como lo entendían las autoridades limeñas o peruanas. Sin embargo, era un momento de inflexión en la política en el sentido de que se cierra el Barrio Rojo. Y el comienzo sí es un poco arbitrario, porque bien podía haber empezado a finales del periodo colonial o incluso antes, pero me parecía que la mitad del siglo XIX era un periodo importante porque corresponde más o menos a ese momento de consolidación de un Estado, todavía incipiente, pero que, con el guano, con los gobiernos de Castilla como que comienza a aparecer, algo que se asemeja más a lo que hoy entendemos como un Estado, con ciertas capacidades de actuar sobre la sociedad. Además, comienza a consolidarse un establishment biomédico, con una carrera médica en la universidad y con algunas figuras de la medicina que comienzan a destacar y comienzan a escribir en revistas como la Gaceta Médica, y también a intervenir en la cosa pública, además de otros periodistas como Manuel Atanasio Fuentes, etc. Entonces, la problemática de la prostitución comienza a ser vista de una manera más clara y más frecuente a partir de esta década. Y el Estado, aunque decide no hacerlo, comienza a tener las capacidades para actuar sobre la temática de la prostitución y en particular de las enfermedades venéreas.
Me has mencionado estudios sobre la prostitución básicamente publicados en el extranjero. ¿Qué tanto de inédita tiene tu obra? ¿Por qué no hay mucha bibliografía del tema en Perú?
Hay pocos trabajos, algunos buenos, y no hay un trabajo como el mío que busque esta visión de largo aliento y que aborde el tema desde varios aspectos. Existe un estudio sobre los burdeles de Lima, también un trabajo muy bueno de Lorraine Nencel, que es más antropológico, sobre la prostitución en los años noventa, pero que también hace un recuento histórico. Pablo Macera tiene un texto también. Por otro lado, el historiador Richard Chuhue ha trabajado también este tema, pero con estudios más puntuales. Así que lo que yo me propuse fue hacer un estudio más similar a los que te mencioné al inicio de la entrevista: de largo aliento y que tratan de enfocar el tema desde varios ángulos. Ahora, ¿por qué no se ha trabajado tanto este tema en Perú? Primero, porque las fuentes son difíciles de encontrar. A mí me ha tomado una década investigar este trabajo. Yo estoy en una situación privilegiada porque soy profesor de una universidad con bastantes recursos y me da tiempo para investigar, entonces, he podido dedicar muchos años a investigar este trabajo. Yo sé que en el Perú la situación de los historiadores es mucho más precaria que la mía, entonces asumir un trabajo de largo aliento no se puede así nomás. Yo he podido hacerlo y eso me ha permitido ir buscando fuentes que, como habrás notado en la lectura del libro, son muy variadas. Van desde caricaturas hasta las cartas, los artículos de los médicos, informes de policías, etc. Igual hay muchas fuentes que no he podido conseguir y que en otros estudios de otros países diversos historiadores han usado, como los registros, que (en Perú) deben estar en algún sitio o tal vez ya han sido destruidos. A veces los materiales de archivo no pueden sobrevivir, pero también hay algunas fuentes de historiadores que han trabajado el caso cubano han podido acceder y en nuestro país no hay, que son los periódicos escritos por prostitutas. Esa es la realidad del acervo archivístico que hay y que he podido consultar. En el fondo ha resultado algo bastante rico, aunque he tenido que pasar mucho tiempo buscando y armando un corpus de fuentes.
Y hacerlo de forma coherente…
Claro, porque se complementan entre sí. El trabajo del historiador siempre es no basarse solo en una fuente, sino buscar triangular para tener cierta confianza, que es lo que uno dice se basa en cierta realidad histórica. Eso también es difícil.
Citas la frase de Donna J. Guy “la prostitución femenina regulada fue una de las primeras campañas modernas de salud pública”. ¿Con qué otras iniciativas de este tipo podríamos compararla?
Creo que la comparación más relevante es con las campañas de erradicación de epidemias, que ya se ven desde la Colonia, con la viruela, y que aparecen más claramente a fines del siglo XIX en el contexto este de la revolución bacteriológica, en medio del incremento de la capacidad de los estados frente a la cuestión de la salud pública. Entonces no sé si es exactamente la primera, pero es una de las primeras en donde uno ve que el Estado y los médicos comienzan a plantear la situación de las enfermedades venéreas como un problema que merece ser resuelto a través de la intervención del Estado, de los médicos, de un aparato sanitario que tiene que construirse. Y en el Perú vemos algo similar por ejemplo con las campañas frente a la peste bubónica que Marcos Cueto por ejemplo ha estudiado. Son más o menos las mismas fechas, aunque en el caso peruano –como muestro en mi libro—desde la década de 1850 hay propuestas concretas para hacer esto.
Hablas del papel de la Iglesia. Diarios eclesiásticos, periódicos, pronunciamientos. ¿Cómo podría resumirse la posición de la Iglesia sobre el reglamentarismo de la prostitución en el periodo de tiempo estudiado? ¿Hablamos de algo cambiante o más bien permanente?
Es difícil decirlo. Hay que reconocer que las fuentes que he podido acceder, que dan la mirada de la Iglesia frente a la prostitución y a las campañas anti venéreas son muy escazas. Y yo creo que es porque la Iglesia prefería no hablar del tema, por razones obvias. Y es solo en situaciones muy críticas que se ve casi obligada a intervenir. Y en el libro tengo muy pocas fuentes donde uno puede rastrear más o menos la posición de la Iglesia. Aunque en un principio, ciertamente en la década de 1850, lo que uno ve es una oposición muy clara al reglamentarismo, porque se piensa que este da rienda suelta a la promiscuidad y a una sexualidad no procreativa (aunque no lo pongan así) que va en contra de la moral católica. Esta posición se mantiene en gran parte, pero ya hacia el final del periodo estudiado también hay algunos curas que creen que quitar el reglamentarismo puede crear problemas mayores. Entonces, hay cierta continuidad, pero también algunos matices que surgen de diferentes coyunturas que ellos van observando desde sus parroquias, desde el púlpito y también desde más arriba, porque la Iglesia misma peruana es un reflejo de la romana que va cambiando en sus posiciones frente a toda una serie de temáticas políticas y sociales en el transcurso del siglo XX.
Mencionas en tu libro que el reglamentarismo peruano tiene influencias del extranjero, aunque con sus propias modificaciones. También mencionas que “llegamos tarde al reglamentarismo, así como también al abolicionismo”. ¿Hay mucha distancia temporal/histórica entre el inicio del reglamentarismo en Perú y en Europa?
Sí, sin embargo, lo primero que quisiera aclarar es que el reglamentarismo es una nueva versión de algo que ha existido desde hace mucho tiempo: registrar a las mujeres. Los exámenes sí son algo reciente del siglo XIX, pero hay otros aspectos que uno puede encontrar en la Edad Media, como enclaustrar a los burdeles en una zona de la ciudad. Pero a inicios del siglo XIX y en particular en Francia se consolida un sistema que pasa a ser llamado reglamentarista. Diferentes países adoptan el mismo sistema, incluso en América Latina lo hacen a mitad de dicho siglo, y es por ello que decimos que el Perú llega tarde, porque aquí se implementa el sistema recién a partir de la primera década del siglo XX. Y es recién hasta la mitad de la década de 1910 que el sistema está en pañales. Yo diría que recién en 1914 y 1915 empieza a implantarse de verdad. Por lo mismo, el abolicionismo, que es este movimiento en contra del reglamentarismo y que surge en varios sitios, pero muy particularmente en Gran Bretaña en la década de 1860 y se consolida en 1870 y 1880, tiene un impacto muy fuerte en varios países del mundo porque se elimina el reglamentarismo en varias zonas y ya para los años veinte en la gran mayoría de los países de Europa, con algunas excepciones importantes como Italia, este se abolió. Incluso en Argentina ocurrió en 1930. Entonces, yo planteo en mi libro que el momento cumbre del abolicionismo viene con la clausura del Barrio Rojo en 1956. Aunque en realidad, el reglamentarismo no desaparece del todo. Y en cierto modo incluso en el Perú de hoy hay un sistema reglamentarista: es posible registrar un burdel, es posible conseguir autorización como un trabajador o trabajadora sexual, pero es algo mucho menos visible de lo que fue con el Barrio Rojo.
Aunque la salud pública está presente en tu libro no es el tema principal. ¿En algún momento del periodo estudiado las infecciones por transmisión sexual fueron de tal magnitud que pudimos acercarnos a una epidemia?
Es una buena pregunta. Depende un poco de cómo uno defina epidemia. En términos de COVID-19, definitivamente no. Pero si uno ve la cantidad de casos que se reportan en los hospitales en este periodo, o la incidencia entre los soldados, esto era muy alto, porque –entre otras cosas– era muy difícil tratar. Una vez que alguien se contagiaba, la posibilidad de contagiar a otros era bastante alta. Además, era una enfermedad que no se manifestaba de inmediato, por lo que uno podía tener sífilis o gonorrea y no darse cuenta, y si tenías relaciones sexuales la transmitías. Y entonces se vuelve muy obvio que, si bien las prostitutas eran uno de los vectores de transmisión, definitivamente no eran el único. Mucha gente se contagiaba de sus parejas estables o de relaciones sexuales fuera del matrimonio. Creo que lo importante es que para los médicos de principios del siglo XX sí parecía que estaban presenciando una epidemia, porque en particular en los hospitales veían tasas muy altas de pacientes con sífilis, gonorrea. Lo mismo con los médicos militares. Todo esto creó una sensación de crisis sanitaria que en algún sentido no era mucho menor que la de la tuberculosis o de algunas enfermedades infecciosas como la peste o la Gripe Española de 1919.
Un elemento mencionado recién en la ¾ parte de tu libro es el preservativo. ¿Por qué no tocas más este tema? Mencionas que alrededor del condón había muchas ideas que impedían su masificación…
Es que las fuentes no hablan de los preservativos. Hay que pensar que la tecnología de producción y la calidad que tenemos hoy no existía en ese momento, entonces el acceso era difícil. Colegas como Raúl Necochea han investigado más estos temas, pero yo creo que en ese momento no había una gran abundancia de preservativos en el mercado peruano o limeño hasta los años cuarenta o cincuenta. Entonces, hay un problema de oferta: ¿cuán fácil era comprarlos pues muchas farmacias no los vendían? Lo otro es que había una estigmatización muy fuerte con respecto a este porque la sexualidad no procreativa, que no buscaba crear un bebé estaba mal vista, era pecado. Por eso es que ni los médicos (y claramente la Iglesia también estaba en contra) lo recomendaban. Era algo demasiado estigmatizado como para hablar libremente del tema. Y es recién en los cuarenta o cincuenta que comienza a cambiar un poco eso. La excepción me parece que estaba en la Fuerzas Armadas, donde creo que los médicos militares reconocían que era mejor aceptar la estigmatización y proteger a los soldados dándoles acceso a los preservativos que correr el riesgo a que se contagien.
Desde el título de tu libro no hay mención a prostitución masculina. ¿Podemos asumir que esta no existía en ese periodo o simplemente preferiste dejar de lado esto?
Definitivamente no podemos asumir que no existía. Sin embargo, yo no he encontrado en las fuentes referencias. Y eso tampoco me sorprende mucho, es decir, como yo me he enfocado principalmente en la reglamentación, esta venía enfocada en la prostitución femenina. Entonces, la gente que escribía sobre el tema, tanto desde la perspectiva médica, política o de las mujeres mismas, estaban enfocadas en la prostitución femenina y los temas que rodeaban dicho fenómeno. Mientras que la prostitución masculina sin duda debe haber existido (aunque definitivamente en mucho menor número), pero no aparecía porque no era parte de lo que se estaba buscando reglamentar. Eso, por un lado. Por el otro, no se trata de un tema que yo haya investigado conscientemente y creo que otros historiadores que tengan interés en ver ese tema probablemente encuentren algunas pistas en otras fuentes que yo no he consultado. No obstante, sospecho que es poco lo que hay, porque si la prostitución femenina estaba estigmatizada, la masculina muchísimo más. Eso hace muy difícil encontrar fuentes que toquen el tema de manera abierta y lo que eso probablemente implica es que el historiador que investiga el tema va a tener que ser muy creativo en buscar pistas en fuentes que no hablan tan abiertamente del tema.
Hablando sobre la salud de la milicia, mencionas algunas escenas en tu libro que me remiten directamente a “Pantaleón y las visitadoras”, no solo a la novela sino fundamentalmente a la película. Esta escena del batallón esperando su turno para ingresar a un cubículo en medio de la selva. ¿Era tan así cuando hablamos de la vida sexual de los militares tiempo atrás?
Lo que he visto más en las fuentes son propuestas más que políticas implementadas. Aunque “Pantaleón” trata de un periodo posterior al que veo, no descartaría que ese tipo de servicio haya existido realmente. Sabemos que en otros países eso sí existió, y alguna de las fuentes que uso en mi libro hablan de eso. De cómo los holandeses en sus colonias en el sudeste asiático habían organizado regimientos de prostitutas. En el caso peruano, para el periodo estudiado, no tengo evidencia de eso, pero sí hay una preocupación muy clara entre los médicos militares por la prostitución. Y esto desde dos ángulos. Primero, por el contagio y qué pueden hacer para mitigarlo y, por otro lado, hay una preocupación por la sexualidad de los soldados y en particular por el efecto que tiene sobre estos el hecho de no tener acceso al sexo con una mujer. En mi libro menciono ese temor referido a que ‘al no acceder al sexo con una mujer, el hombre podía desarrollar’ lo que en el momento se llamaban desviaciones sexuales: homosexualidad, masturbación, y en algunos casos incluso alguna criminalidad sexual que podía llevar a la violación. Entonces, había esta idea bastante arraigada en la sociedad que el hombre no podía no tener sexo, que era importante (según lo diríamos hoy) que se ‘desfogue’ sexualmente. Así que la prostitución reglamentada era una respuesta a esa supuesta realidad. Así pues, yo creo que eso es un poco lo que anima las propuestas del tipo que uno ve en “Pantaleón” y en otros contextos.
¿Cómo evaluarías el aporte desde la ficción a hablar sobre este mundo alrededor de la prostitución? ¿Serio, realista, burlón? Por lo menos en los libros que tú has leído.
A mí me parece que es una fuente como cualquier otra, y como historiador hay que leerla en su contexto y críticamente. Entonces yo no leo ni “La ciudad y los perros” ni “Blanca Sol” como una fuente fidedigna de la realidad sino como una representación de la misma por un autor. Eso primero. Por otro lado, la literatura es como un reflejo de un momento histórico. Entonces, por ejemplo, en el breve análisis que realizo de “Blanca Sol” me permite hablar un poco de cómo aparece una lectura feminista de la prostitución en el Perú y cómo algunas feministas como Mercedes Cabello, pero otras como María Jesús Alvarado utilizan esta temática para producir críticas más amplias sobre el hombre social, político o patriarcal, aunque no necesariamente utilicen esa palabra. De la misma manera, en el caso de “La ciudad y los perros” también uno ve reflejados varios de los temas que ya hablamos: sexualidad de los reclutas, preocupaciones en torno a eso, etc.
¿Crees que el Barrio Rojo resulta indesligable de un tema como el abolicionismo en el Perú?
Primero, es indesligable del reglamentarismo, es decir, es como la culminación de los objetivos del reglamentarismo, porque se mezclan temáticas de orden público, control moral, salud pública, o sea, al concentrar y en cierto modo al encerrar a las prostitutas en un barrio apartado de la ciudad, la idea es que eso permite vigilarlas y controlar un poco más el comercio sexual. Eso sería el primer nivel de análisis. Luego, el abolicionismo al contribuir a la clausura del Barrio Rojo tiene su momento de ‘gloria’ porque, entre los años 30 y los 50, pasa de ser un movimiento bastante de élite, médico y de algunos activistas, a tener una influencia mucho mayor en la opinión pública. Y lo que muestro en el libro es cómo las ideas abolicionistas en el fondo lo que hacen es poner en cuestión los supuestos del reglamentarismo, y en particular esta idea de que el hombre debe tener acceso al sexo porque no puede controlar sus necesidades sexuales. Muestro, entonces, cómo estas ideas comienzan a circular más allá de los ámbitos médicos y son adoptadas incluso por periódicos de bastante circulación y que tienen una llegada a un grupo lector más diverso.
Hay un momento histórico dentro del marco temporal de tu investigación: la Guerra del Pacífico. ¿Qué hacen aquí los chilenos durante la ocupación? ¿Traslada su manejo de la prostitución a Lima o adapta lo que ya ocurre acá?
No queda muy claro eso. En ese momento histórico no había reglamentarismo en Chile. Lo que hace el Ejército de ocupación en el Callao es implementar un sistema incipiente de reglamentarismo. Y es solo después de la Guerra que en varias ciudades chilenas se establece el reglamentarismo, pero antes que Perú, claro. Así pues, para comienzos del siglo XX hay médicos peruanos diciendo ‘hay que hacer lo que hicieron los chilenos’, pero lo interesante es que en ese momento de ocupación de Lima los médicos militares del Ejército chileno implementaron este sistema en el Callao. Esto no sorprende mucho porque algo que han mostrado historiadores es que en contextos de guerra se pueden hacer cosas que en contextos de paz no, porque el control sobre la sociedad es mucho más vertical. También en contextos coloniales de ocupación. Por ejemplo, varios historiadores han demostrado cómo los británicos en la India implementaron sistemas de reglamentarismo mucho más severos que los que tenían en su país, porque podían contar con una fuerza de ocupación militar represora. Sospecho que era la misma lógica que explica por qué los chilenos aplicaron un sistema reglamentarista en el Callao durante la ocupación, y que tras irse esto no siguió. Y este análisis lo hago a partir del comentario de un médico peruano que dice: ‘la ocupación fue terrible, pero hay que reconocer que los chilenos hicieron esto y habría que hacer algo similar’.
El libro termina en 1956. ¿Setenta años después, tomando elementos de tu libro, es posible hacer una especie de diagnóstico sobre la situación de la prostitución actual? Las posibilidades de reglamentar existen, porque puedes sacar un carné de trabajo sexual, pero también hay mafias alrededor, hombres que traen extranjeras a explotarlas, etc. ¿Cómo podemos usar tu libro para analizar lo que ocurre hoy?
Eso es muy complicado porque hay otra gente que trabaja el tema del trabajo sexual hoy que entiende mucho mejor que yo la problemática actual. Yo no pretendo con mi libro decirle a nadie lo que hay que hacer hoy. Lo que espero es que quizás, y no solo la gente que ve esa problemática, sino el lector en general encuentre algunas pistas en el libro para entender cómo llegamos a donde estamos hoy. Pero no me siento en capacidad de decirle a nadie ‘esto es lo que hay que hacer’ pues no soy experto en ello. Ahora, lo que intento hacer en la medida de lo posible en mi libro es escuchar las voces de las mujeres que trabajaban como prostitutas y donde ha sido posible he tratado de resaltar la capacidad de las prostitutas de influir digamos en un contexto muy desfavorable. Creo que cualquier solución a lo que hoy se ve como un problema tiene que pasar por escuchar a la gente que labora como trabajador sexual, tanto hombres, mujeres, personas trans, pues ellos deben ser los protagonistas de cualquier debate en torno al tema.
Tal vez porque tenemos la pandemia aún vigente, todos nos creemos capaces de decir ‘el Estado fracasó en la política de salud pública contra el COVID-19’. Llevando esto a tu libro, ¿podemos decir que el Estado peruano fracasó en su intento de reglamentar la prostitución para ‘cuidar’ en ese momento la salud de los hombres?
Por las razones que hemos conversado, el Estado tardó mucho en asumir el reglamentarismo como la política moderna hacia la prostitución. Esto por toda una serie de factores. Esa política no es que solucionara el contagio venéreo, porque no diagnosticaba correctamente cuáles eran las razones del contagio, pero al mismo tiempo sí creo que hay que reconocer que hubo un intento por aumentar la capacidad del Estado en las esferas de la salud pública. Entonces en los años treinta uno ve cómo se comienzan a crear clínicas, no solo para tratar a las prostitutas, sino también a los hombres y luego a las mujeres (no prostitutas), primero en Lima y después en varias partes del país. Y esto se inscribe dentro de una política más amplia de desarrollo de las capacidades del Estado frente a la salud pública en lo que constituye, en el contexto peruano, un tipo de sistema de salud pública. Yo creo que eso es rescatable en un contexto como el actual, donde la capacidad del Estado frente a la cuestión de la salud pública es tan limitada, donde se ha privatizado tanto el acceso a la salud, donde el que puede pagarse un seguro, bien, y el que no, tiene un acceso a un servicio de salud muy limitado. Quizás lo que vemos ahí es cómo a mitad del siglo XX, con todas las limitaciones, sí hubo un intento de crear algo que le permitiera al país empezar a resolver sus problemas relacionados a la salud pública y eso se ve más adelante en la reducción de la mortalidad infantil, en el incremento de la esperanza de vida (a partir de los cincuenta). Ahí tenemos pues la famosa transición demográfica del país que en particular Raúl Necochea ha estudiado tan bien. Así que yo no hablaría ni de fracaso ni de éxito, sino de un proceso que muestra cierto intento por aumentar la capacidad el Estado frente a la cuestión sanitaria y muy particularmente frente a la cuestión sexual. Eso en perspectiva de un tiempo largo me parece rescatable.
Tu libro por ratos puede resultar chocante porque fundamentalmente toca una realidad: estamos frente a mujeres de pocos recursos que se arriesgan a contraer enfermedades, víctimas del sistema; pero también hay momentos esperanzadores que demuestran que hace 150 años ya se hablaba de una realidad detrás: no estábamos ante mujeres en busca de sexo, sino de seres humanos sometidos a la pobreza. ¿Cómo valoras la presencia femenina dentro de tu investigación y cuánto ha avanzado esto hoy?
No es algo que vea tan explícitamente en mi libro, pero sí, las mujeres que vendían sexo, porque esa es la manera correcta de describirlo, lo hacían en circunstancias muy desfavorables, y lo hacían porque la realidad que enfrentaban era una donde no tenían acceso a trabajos seguros y cuando los tenían lo que ganaban no era suficiente para ‘parar la olla’, así fueran mujeres que vivían solas, con hijos, casadas, no sé. Era una estrategia de supervivencia para la gran mayoría. Así que hay que reconocerlo así. Sin estigmatizar la prostitución sino entendiéndola en su contexto. ¿Por qué recurrían a la prostitución? Porque sus oportunidades eran mínimas y los hombres (porque en gran parte eran hombres) que escribían sobre estos temas, médicos, abogados, etc., tenían visiones machistas en gran parte, que reflejaban un sistema patriarcal, por supuesto, pero también se daban cuenta que la mayoría de las mujeres que vendían sexo lo hacían por estas razones y ellos decían que esto debía cambiar, proporcionándoles mayores oportunidades de trabajo, de educación, etc. Claro, no lo hacían de manera desinteresada, porque ellos querían aparecer como los redentores de estas mujeres, pero sí creo que había un reconocimiento amplio de que lo que llevaba a las mujeres a vender sexo era un sistema social muy desigual que había que cambiar.
Hace unos días compartiste en Twitter la portada del libro sobre Velasco que publicaste junto a Carlos Aguirre, “La revolución peculiar”, y lamentabas que, cuatro años después de su aparición, “no había ninguna reseña” al respecto. ¿Qué nos está pasando?
Creo que hay muy pocos espacios para las reseñas y el debate. A veces aparecen reseñas, pero es un párrafo. Eso no cuenta en realidad. Y revistas especializadas, históricas, salen muy de cuando en cuando. A eso apuntaba: para un país que produce muy buena investigación es una pena que no haya más debate. Yo preferiría que alguien escriba que mi libro es una m… antes que no se escriba nada. Finalmente, lo que quiero es que la gente lea y saque algunas conclusiones de mi investigación. Si están de acuerdo bien, y si no, también. El dedicar diez años de mi vida a investigar para este libro y luego tener la sensación de que nadie lo ha leído, o que no buscan seguir la discusión, no está bien. Porque la crítica te permite pasar a una etapa discusión: ‘te he leído y he encontrado estas cosas, te planteo lo siguiente y tú puedes decir ok lo pensaré mejor’. Perdemos algo al no tener una cultura de reseñas más abundante y rigurosa.
*La foto que encabeza esta nota es de Hernán Schwarz y corresponde a una pintura del grandioso artista peruano Víctor Humareda.