Porque los lectores se renuevan año tras año, la nueva edición de “Mientras huya el cuerpo” (Seix Barral, 2023) es una magnífica oportunidad para conocer la escritura de Ricardo Sumalavia. El autor, reconocido exponente de la llamada microficción, publicó la primera edición de esta novela en Perú y España en el año 2012.
En la siguiente entrevista, el actual director de Centro de Estudios Orientales de la PUCP, cuenta algunos de los entretelones alrededor de la construcción de esta historia que, aunque se presenta en sus primeras páginas como un relato policial convencional, pronto empieza a desdoblarse ambiciosamente para abarcar una serie de temas, como la violencia en un país como el Perú.
Sumalavia, quien vivió y trabajó casi una década en Francia, recuerda en este diálogo cómo fue aquella primera presentación de su novela, la influencia de narradores de la talla de Carlos Calderón Fajardo, su visión de lo políticamente correcto en la literatura y, finalmente, repasa los cambios que ha sufrido el concepto de policial latinoamericano a lo largo de la última década.
¿Cómo ha sido esta experiencia de revisar tu novela casi once años después? ¿La releíste mucho o solo entregaste el texto a los editores?
Antes que nada, le agradezco a Planeta la oportunidad de reeditarla. Bueno, le dije a la editora, Leila Samán: “imagínate que esto es un manuscrito y dime qué sugieres cambiar”. La idea era trabajar juntos, y si había que quitar o agregar algo, encantado. Porque, claro, el Ricardo Sumalavia que escribió y publicó esto en 2012 no es el mismo que el de ahora, con 54 años y viviendo en Lima. Mi mirada cambia y la perspectiva también. Traté de mantener, obviamente, el espíritu del libro, aunque pensé que, si le podía agregar un poco de la experiencia que hoy tengo, podría irle mejor. Además, parte de la problemática que planteaba “Mientras huya el cuerpo” también se ha ido iluminando, con muchos otros textos y reflexiones de actualidad. Asimismo, pienso que la comunicación con los lectores hoy es otra. Recuerdo que esa vez vine, presenté el libro y me regresé a Francia. Prácticamente ni me enteré qué pasó después. Afortunadamente esa edición se agotó. Y hoy mi contacto con mi país es otro, como si tuviera otro algoritmo.
La novela la presentó entonces Carlos Calderón Fajardo. ¿Qué recuerdas de sus comentarios sobre “Mientras huya el cuerpo”?
Con Carlos tuve una amistad de larga data. Lo conocí cuando yo no había publicado nada, en el año 91 o 92. Él publicó “La conciencia del límite último”, un texto que me maravilló, con un toque policial. Y fíjate que en mi novela también lo tiene. Mantuvimos un contacto vía cartas cuando yo vivía en el extranjero. Así que para mí fue casi natural que me acompañase en la presentación. Lo mismo con Iván Thays, con quien mi amistad data desde la época universitaria. Tener a dos grandes amigos en la mesa fue fabuloso. Pero específicamente con Carlos, diría que me aportó la frescura, la posibilidad de experimentar, de ser bastante libre para contar una historia, de no necesariamente mantenerme bajo los moldes de un canon muy realista en el Perú. Y fue una gran enseñanza, de mirar otras literaturas también. Recuerdo que me permitió compartir libros. El gesto de amistad, su reflexión intelectual, fue muy importante. Y recuerdo bien dos cosas de lo que dijo. Carlos se fijó más en el tema político, es decir, que se trataba de una novela que planteaba un ajuste de cuentas para un escritor como yo que había publicado su primer libro en la década del noventa, que eran todavía épocas muy duras, de violencia, de muerte. Y algunos de mi generación nos llamaban escapistas, evasivos, porque lo que publicábamos en ese momento no hablaba de Sendero, del MRTA, de los militares o de las bombas. Mira, como ciudadano yo vivía todo eso, y tenía mucho miedo y preocupación, desde los ochenta que era niño/adolescente y luego en los noventa algo mayor, pero literariamente no lo afronté porque no tenía quizás la capacidad.
¿En qué sentido?
No era una preocupación estética porque no tenía las herramientas literarias para afrontar el tema, y no quería hacerlo con los viejos moldes de una narrativa de los sesenta o los setentas, que quizás a mí ya me parecía algo desgastada a nivel de propuesta, de lenguaje. Y yo buscaba entonces mi propia voz. Por eso es que en los dos mil, cuando ya tengo un poco más de experiencia, tengo distancia, y vivo en Francia, miro mi pasado y escribo esta novela como una especie de ajuste de cuentas conmigo mismo. De qué pude haber dicho, qué no dije, qué me gustaría decir ahora (en 2008-2010 que la escribí), y ahora ya en 2023, donde muchos jóvenes ni siquiera tienen memoria de aquella época.
En la novela no hay solo un tipo de violencia…
Es una novela que habla de la violencia física y psicológica. Estas sesiones de tortura que aparecen muestran ambos tipos de violencia. Esta mujer que la van degradando hasta que pierde el nombre. Y también hay otra que es acuchillada. Es como si en la cercanía a la muerte nos hacen perder identidad, nos desconocen, hombres o mujeres. La novela en sí se problematizó por el tema de la mujer, pese a que en esa época no se hablaba mucho de los feminicidios. Y estrictamente “Mientras huya el cuerpo” es la historia de un feminicidio, y de otros.
Uno empieza leyendo la novela y se encuentra con el crimen y el detective supuestamente llamado a investigarlo, pero en vez de seguir un camino convencional, tu historia se desdobla, se fragmenta. A ti siempre te ha interesado no entregar relatos ya ‘masticados’ o fáciles…
Efectivamente, cuando escribí la novela –tal como se relata ahí– empezó como un cuento policial. Cuando estaba ya terminándolo me di cuenta que no era tal cosa, que tenía muchos elementos, porque además como investigador yo había escrito muchos artículos académicos sobre el género, de hecho, hice mi tesina sobre “La conciencia del límite último” de Carlos Calderón Fajardo, entonces me di cuenta que yo no podía ni puedo escribir géneros puros. No podría escribir novela histórica pura de género, ni policial, ni erótica. Es decir, me encanta la hibridación, alimentarme de todas las formas y de todos los géneros. Eso me quedó claro. Soy así. Por lo tanto, ya que no estoy ante una novela policial pura, puedo jugar como quiera.
Y me surgió la pregunta que nos suelen hacer mucho: ¿Por qué escribí este texto? ¿De dónde sale todo? ¿Como escritores, realmente podemos explicar todo cuando escribimos? ¿Podríamos dar todas las pistas? Pienso que esta novela es un intento de poder desmembrar este cuento y poder al máximo tratar de explicar todo. Lo interesante es que en ese intento hay, como bien has mencionado, una fragmentación y también una digresión. Aparentemente me voy por las ramas, pero en ese irte por las ramas, inconscientemente sí encuentras datos que te regresan a la historia. Y la novela se convierte en un conjunto de grandes digresiones que buscan una armonía, la cual se resuelve al final de la novela en este cuento con una versión muy posmoderna.
Me decías que un lector no es el mismo de hace dos años, y tampoco un escritor. Te leo un párrafo de la novela:
“Los polvos más frustrados de la literatura han recaído en estos investigadores, a pesar del símbolo fálico que supone la pistola, a lo mejor por ello mismo. Cierta crítica literaria que anda buscando referencias homoeróticas ya puso la mira en los detectives, con eso de que se andan disparando entre hombres. Otros –no sé si lo leí o me lo estoy inventando—también sostienen que, en ese tipo de novelas, como en el cine negro, las femmes fatales con regularidad portan una diminuta pistola, un adminículo que se asocia al clítoris…”
Esto hoy chocaría con el filtro de lo políticamente correcto …
Iría en contra de lo políticamente correcto, sí. Pero para mí la escritura, la literatura, siempre tienen que ir en contra de lo políticamente correcto. Quizás sea un cambio entre lo que pasaba el 2012 y hoy, donde lo políticamente correcto se está imponiendo, lamentablemente, en muchos espacios de la literatura. No porque tengamos una misión de socavar todo lo que pasa en el mundo, de hurgar en las tripas de la sociedad. Ese no es el fin. Pero lo contrario también tiene que evitarse de ajustarse a ciertos moldes. Hace poco escuché del caso de Kevin Lambert, finalista del Premio Goncourt, quien admitió haber recurrido a una «lectora sensible» mientras escribía su novela «Que nuestra alegría permanezca». Desde la literatura, como escritor, eso me parece terrible (aunque un escritor también es un ser humano, claro), porque la literatura y el arte hurgan más allá. Si no nunca se hubiera escrito “La divina comedia”, o sea, para qué, ¡era el infierno! ¡Cuánta literatura dejaríamos de leer por ser políticamente correctos! Necesitamos explorar en lo peor que somos y mostrarnos también si nos toca hacerlo, para poder aprender y corregir. O sea, yo puedo escribir una novela policial y no quiero matar a nadie. En mis novelas hay asesinos, pero soy la última persona capaz de poder agredir físicamente a alguien. No lo considero correcto. Pero en la literatura sí. Ahí quiero hurgar en lo bueno y en lo malo.
Más allá de lo fragmentado del relato, de las voces presentes, y de los temas como la violencia que abordas, no podemos dejar pasar que “Mientras huya el cuerpo” es fundamentalmente un ejercicio metaliterario. ¿Identificas ciertas dificultades al hacer esto?
Lo que pasa es que, fíjate, mi vida afortunadamente está consagrada a la literatura desde la creación, desde la reflexión y desde la docencia (soy profesor de literatura, doy talleres de escritura creativa y soy escritor). Mi pareja es escritora. Respiro literatura por todos lados, de tal manera que, si alguien me dijera que hable de mi vida, inevitablemente hablaría de libros, de literatura. Ricardo Sumalavia es metaliterario al 100%. No lo tomo como “voy a hablar de mi vida y, aparte, “voy a hablar de libros”. Es lo mismo.
¿La idea de policial latinoamericano que tenías cuando hacías tu tesina es la misma a la que tienes hoy? Y si somos más específicos, de qué hablamos cuando nos referimos a policial peruano…
Afortunadamente, ha cambiado mucho. En los noventas, que fue la época en que yo lo investigué, el policial latinoamericano tenía un contexto político, los escritores en su mayoría eran de izquierda, en el sentido de que la problematización era en países donde había dictaduras, y eran protagonistas, personajes, policías, investigadores y profesores, que habían sido sometidos, ajusticiados y desaparecidos por esos regímenes, y los perseguían por ser de izquierda. Eso era como una marca. Eso con el tiempo ha ido cambiando y lo policial ha derivado en ‘novelas de la violencia’, donde no necesariamente hay una investigación o un detective que quiere resolver un caso, sino más bien una mayor concentración hacia la violencia. Lo que tenemos, pues, son formas híbridas, que tocan el policial, lo erótico, lo político, y que han derivado incluso en narraciones donde se problematizan temas como la violencia de género. Y todo esto también pasa en el Perú, donde tenemos novelas acerca de ese tipo de violencia. Y pienso que tal vez podríamos ver a mi novela como un policial alternativo, posmodernos, no lo sé. Diego Trelles Paz quiso establecer esa categoría de lo alternativo, que yo lo veo también como un sinónimo de lo posmoderno. Sin embargo, lo que queda claro es que hablamos de algo distinto. En los últimos años se publican muchos libros, y en algunos hay una suerte de investigación: hubo un crimen, pero quiénes son los responsables, y cuál es nuestro rol, o sea, hasta qué punto hemos sido responsables de esos crímenes de una manera indirecta, o con el silencio.
También a lo largo de la lectura de tu novela uno va encontrando elementos muy distintos. Apolo es adicto a las revistas pornográficas, pero además es una especie de latin lover que termina acostándose con sus clientas. Luego está la pintura de Velázquez. También mencionas la huelga policial de 1975. ¿Son estas piezas que un autor tiene en una especie de cofre y va sacando cuando empieza una nueva novela, o más bien van surgiendo ya durante la escritura?
En mi caso, lo voy creando en el camino, pero no es tan automático como pareciera. Es decir, sé que tengo un mecanismo y voy jalando la cuerda. Mi pareja, Kathy Serrano suele decir ‘si pienso en carro rojo y salgo a la calle, voy a ver muchos carros rojos’. Para esta novela yo pensaba en cuchillos y en detectives, y de pronto todo lo que veía lo hacía en función de mi novela. Y para mis personajes, hecho mano de lo más inmediato. Lo de las revistas porno lo tomé de mi padre, quien coleccionaba un montón de estas publicaciones. Luego, mi exsuegro es Apolinario en “Mientras huya el cuerpo”, y muchos datos corresponden a su vida. Efectivamente, tomo de todo lo que está en mi entorno y también luego fui descubriendo algunas cosas. Por ejemplo, mientras daba clases en Francia, una alumna me dice ‘tú que eres escritor, esto te puede interesar’, y me da el caso de la sufragista que acuchilla el cuadro de La Venus ante el Espejo de Velásquez. Y yo –que estaba escribiendo este libro—pensé ¡qué maravilloso! ¿Qué más crimen simbólico que este? Una mujer acuchilla una representación de otra. Y, además, sus motivaciones tienen diversas interpretaciones. Algunos dicen que era un acto de rebelión contra el patriarcado que propone cierta imagen de la belleza femenina. En fin, yo solo planteo preguntas, pero no tengo la intención de saber todas las respuestas.
Se dijo en algún momento que la novela tiene mucho sobre Perú, que tal vez era tu libro en el que más se percibe a este país. Aunque también yo percibo mucho sobre Francia, donde viviste algunos años…
Es peruana por mi mirada, pero creo que mi novela más peruana es “Historia de un brazo”, aunque es posterior a “Mientras huya el cuerpo”, claro. Siento que todas mis novelas, así ocurran en Europa, África o Asia, tienen siempre la mirada de un peruano.
¿En cuál de estos tres tipos de escritores (Aleph, Emma Zunz y Pierre Menard) que menciona tu narrador te ubicas?
Creo que soy los tres. Hay una relación ahí de identidades múltiple. Y creo que depende de mi estado de ánimo, de la circunstancia de mi vida, pero sí me ha tocado ser un escritor Aleph, uno Emma Zunz y otro Pierre Menard. Los tres me encantan.
Finalmente, Samuel Beckett es mencionado más de una vez, ¿indica ello algún tipo de influencia?
Sí, mucha. En la novela quiero sugerir que toda esa teoría del absurdo de Beckett en su narrativa, poesía, y teatro parte desde un punto de inflexión: cuando él es acuchillado en París por un sujeto que le pidió monedas. Beckett le pregunta al tipo ya en la cárcel por qué hizo lo que hizo. Y le dicen que no había una razón, que simplemente se dio el impulso de hacerlo. Entonces, hay cosas tan irracionales en este mundo, o sea, lo absurdo es mucho más cotidiano de lo que parece. Y pienso que eso a mí como escritor me ha dado también mucha libertad. Y no tengo que ceñirme a los parámetros de la realidad, de una lógica muy occidental. Así que rompo todas las lógicas y las reglas que pueda, pero por una necesidad y con total libertad.