Al borde de los 70 años, Mónica Lavín parece haber alcanzado la madurez ideal no solo como escritora, sino fundamentalmente como divulgadora, de literatura y de cultura en general. Nacida en Ciudad de México, esta bióloga de profesión, que inició creyendo sería siempre una cuentista, alcanzaría reconocimiento construyendo una serie de libros de notable factura y merecedores de distintos premios, como «Ruby Tuesday no ha muerto», «Café cortado», «Yo, la peor», «Manual para enamorarse», entre otros.
La también columnista de El Universal, visitó la última Feria Internacional del Libro de Lima. Perú, según afirma, es un país que conoce desde lo literario, y del que ha leído a autores como Alonso Cueto, Alicia del Águila y Renato Cisneros. En esta entrevista, realizada apenas días después del triunfo de Claudia Sheinbaum en las elecciones presidenciales de su país, la narradora nacida en 1955 desentraña sus inicios en las letras, aquel primer taller de escritura que lo inició todo, pero sobre todo dedica varias reflexiones sobre la construcción de “Últimos días de mis padres” (Planeta), un texto absolutamente conmovedor en el que la protagonista –tal vez su álter ego—repasa la despedida de sus progenitores, con la distancia de un año entre uno y otro.
En nuestro país, no obstante, pueden encontrarse varios textos de esta prolífica creadora mexicana, desde “Tonada de un viejo amor” hasta “Yo, la peor”, pasando, por supuesto, por la novela que originó esta charla y, finalmente, su más reciente libro de cuentos, “El lado salvaje” (Tusquets, 2024).
¿Qué debe tener una novela para gustarle a Mónica Lavín lectora?
Para mí, una buena novela debe lograr lo que dice Milan Kundera: “iluminar la experiencia humana”. Claro que nos gustan las tramas, el suspenso, pero, sobre todo, debe haber sabiduría y un correcto uso del lenguaje. Y a mí me gusta mucho subrayar las novelas, así que creo que –en cuanto a la forma y la prosa—cuando hay un momento de una gran revelación, bellamente escrito, cuando hay una verdad, o cuando (la historia) refleja algo mío, pues, me parece importante. También la creación de personajes, claro, porque la novela –ya que al cuento no le da tiempo, y es solo un asunto—construye personajes memorables, originales, únicos, creíbles, que se plantan como de carne y hueso, con sus contradicciones. Yo quiero eso en una novela.
¿Cuáles podría mencionar como ejemplos?
“Luz de agosto” de William Faulkner. Ahí hay un personaje llamado Christmas (Navidad), luego, “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, con Marlow, el personaje que cuenta la historia y Kurtz, el que está enfebrecido de poder. Luego, por supuesto, “Madame Bovary”. Esa una novela clásica, y Emma es un referente hasta de una conducta, de esto que los libros te parece que van a ser como la vida y pierdes la cabeza.
Usted es bióloga de profesión. ¿Cómo se dio el salto entre esa especialidad y la literatura?
De muy adolescente, como a los 13 o 14, escribía novelas a mano, pero era algo placentero, apenas un juego. Hoy existen escuelas de escritura, pero en ese momento no existían. Había talleres, eso sí. Pero cuando yo estaba en la preparatoria me gustaban muchas cosas, y una de ellas era la ciencia, y me parecía que yo podía seguir leyendo y a lo mejor escribiendo de modo juguetón, sin tomarlo tan en serio. Pero ya estudiando biología me metí a un taller dictado por Mempo Giardinelli, un escritor y periodista argentino que estuvo algunos años en mi país. Pienso que el taller me fue dando los elementos para sentir qué era la escritura, para fascinarme. Luego, terminé, di clases un año, pedí una beca, y cuando me iba por esta a Francia, de repente tuve contacto con unos periodistas de ciencia, en una reserva de la Biósfera (Bolsón de Maipí), que es en el norte, en el desierto. Como yo hablaba en inglés, me encargaron explicarles qué se investigaba ahí, y me sentí más como ellos: porque iban preguntando de todo, y la escritura es preguntarse de todo, meter las narices en ambientes y épocas. Y al regresar del viaje, decidí no irme a la maestría. Pensé en jugármela. Y me dediqué a divulgar ciencia. Así busqué una revista que había para niños sobre el tema…
Una excusa para escribir…
Sí, juntar la ciencia con la palabra, y mientras tanto armar un primer libro. Ahí surgiría “Cuentos de desencuentro y otros”.
Entonces, el taller con Mempo Giardinelli vaya que le sirvió…
Totalmente. Él siempre me decía la frase: “te tienes que creer escritora”. Y yo pensaba y pensaba. Porque eso ya es asumir un compromiso, de frente. El taller me sirvió mucho porque solo era de cuentos, y además era un grupo pequeño, entonces él nos enseñaba qué es lo que hay que ver en el texto. Ese fue el único taller al que he ido. Y yo ahora doy talleres. El taller es un acompañamiento, algo que brinda pautas y herramientas necesarias.
Usted ha dicho la frase “mi historia es de pasitos y constancia”. ¿Si tuviera la posibilidad de volver a cero, repetiría todo esto tal cual?
Creo que repetiría porque todo lo que viví antes, la biología o, no sé, jugar basquetbol, me dio elementos importantes. Por ejemplo, yo primero no quería estudiar letras. Pensaba que para volverme escritora no tenía que estudiar eso, que bastaba con ser una buena lectora. Pero no quería ser una estudiosa de la literatura, pero hoy soy su cómplice. Siempre tengo apetito literario. Y, bueno, empecé como cuentista, que quizás es un ‘pasito a pasito’. Mira, ahora hay muchos novelistas exitosos con solo su primera novela, y veo, además, que hay una profesión del escritor. Eso sí me hubiera gustado. Ojalá hubiera existido una escuela de escritores que me diese muchas herramientas, las que yo tuve que conseguir quizás con un paso más lento. Por eso siempre le digo a los asistentes de las escuelas de escritura: ¡qué maravilla!
¿Es fácil para un escritor discernir entre comentarios buenos con asidero y elogios por cariño de familiares, amigos o conocidos?
El tiempo te va dando mayor libertad frente a tu escritura y frente a la opinión de los demás. Yo escucho a mis editores, porque ellos significan un primer filtro y además quieren que el libro tenga lectores. Casi no doy a leer las cosas hasta que están a punto de ser publicadas. O de repente lo comparto con algún amigo o amiga escritora, sin embargo, tiendo a mantener las cosas en privado, porque la materia escrita es muy vulnerable y uno también lo es. Incluso la propia familia a veces es muy descarnada. Una vez mi madre, que era mi lectora fiel, me dijo ‘esta novela no me gustó’. Y uno busca aprobación siempre, pero de alguna manera aprendes no a complacer, porque no se trata de eso — pues la escritura es una búsqueda permanente– pero sí (aprendes) a oírte mejor.
En “Últimos días de mis padres” nadie nos advierte que es Mónica Lavín el personaje central, pero es inevitable pensarlo. Como pasó con usted, esa mujer ve morir a sus padres uno detrás de otro, con un año de diferencia. ¿Cuánto le marcó en lo personal una tragedia como esa?
La escritura creo que hizo maravillas en esta aceptación de una historia de vida, como es la de todos. ¡Yo también me preguntaba cómo así piensan que es mi historia si yo no puse mi nombre ni el de mis padres! Pero quizás (la novela) es tan sincera que resulta inevitable. Porque, ¿cómo hablar de la muerte y de ser hijo sino es porque te ha pasado a ti?
Hay detalles muy delicados en el libro, como cuando la protagonista se reprocha no haberle cumplido a su papá el último deseo de sacarlo a pasear por la clínica. ¿Se arrepiente uno de eso?
Claro, y todavía eso me duele. Pero hay un gran aprendizaje. Cuando uno ya está muy viejo qué importa si nos dejan hacer ciertas cosas. Al escribir esto pensé que la ciencia médica debe tener un oído distinto para alguien que tiene 90 años. Pero, mira, justo es curioso que recuerdes esa parte porque cuando la escribí me volvió a doler. Cuando grabé el audolibro, se me cuajaba acá (en la garganta), y tenía que respirar y volver a entrarle al texto.
¿Cómo alguien es capaz de locutar casi 250 páginas de una historia tan personal sin quedarse a medio camino?
Quizás por la edad que tengo, porque yo necesitaba –y Vargas Llosa siempre dice que escribir es ordenar el caos—ordenar las cosas. Este libro empecé a escribirlo antes de la pandemia y cuando empezó esto me ayudó quizás a una introspección mayor. Sin embargo, al empezar a olvidar lo que ocurrió en los últimos días me dio miedo. Pensé: el camino de la muerte de los más queridos es el olvido. Vamos olvidando incluso para sobrevivir. Pero necesitaba ordenar esos días como para despedirme. Y fue interesante porque en las novelas suelo hacer un escaletado, pero aquí yo solo sabía que iba a recorrer los días, pero no sabía cómo la memoria iba a entrar para hablar de la vida y no de la muerte.
Y en la búsqueda de fotografías y cosas del pasado, ¿uno termina de descubrir quiénes fueron papá y mamá? ¿O es que existen cosas que sí o sí se llevarán a la tumba?
Nunca acabas de descubrir a tus padres. Siempre te quedará la sensación del misterio que son las personas. Al escribir yo decía: ¿cuántas cosas no supe, no sé y no pregunté? Porque tus padres no son personajes, pero al escribir el libro se vuelven tales. Y necesitas saber más, pero incluso a lo mejor no lo quieres. En la vida no quieres saber si tu madre se enamoró de alguien más mientras estaba con tu papá, pero escribir hace que ellos salgan, y las preguntas salten. Y mi padre era mucho más abierto. En ese sentido, quizás las madres cuidamos mucho más nuestra imagen. Mi padre, con ese ‘permiso’ que tienen los hombres, sabíamos que tenía otra mujer, que se fue, pero seguramente desconozco aún muchas cosas suyas, ni tampoco sé a fondo cuánto sufría por haberse enamorado de alguien más, o por ser huérfano.
Hay personas que pierden a sus padres siendo chicos, pero también otros que gozan de su compañía hasta los 100 años, o más. ¿Debe uno buscar despedirse reconciliado de sus papás?
Yo creo que sí. Pero sobre todo siento que existe una necesidad de conversar. Recuerdo que mi padre, al final, contaba cosas que, en mis 60 años de vida, 90 de él, nunca las habíamos conversado. Eso me hacía sentir que había mucho más que yo no iba a poder conocer, y entonces tenía la ‘necesidad de’. Luego, tienes la sensación de no haberle dedicado el tiempo suficiente a tus papás. Cuando estás ahí, debería uno soltar todo y disfrutar a los padres como si fueran esas personas, con una vida propia, con decisiones y con sabiduría. Mira, yo me llevaba muy bien con mis padres y fue en el último instante que nos peleamos. ¡Qué coraje! Eso me dejó una especie de hierro frío muy adentro que solo la escritura pudo soltar.
Qué piensa de esa frase: “tus padres estarían muy orgullosos de ti”. ¿Es algo en lo que se detenga a pensar?
Yo creo que sí (estarían orgullos de mí). Tal vez mi madre me hubiera dicho cómo contaste estas cosas mías, ¡qué descarada! Por eso quizás, si ellos estuvieran vivos, tal vez hubiera escrito otra novela. Pero orgullosos sí, felizmente siempre tuve padres que me dieron reconocimiento. Ellos fueron los primeros sorprendidos cuando les conté que iba a estudiar biología. “¿Pero no te gusta leer y escribir?”, me decían. Sin embargo, en esa rebeldía juvenil, yo siempre pinto mi raya.
Usted tiene una columna sobre cultura, algo ya no muy habitual en medios de prensa latinoamericanos. ¿Cómo elige sus temas?
Eso es como medio mágico. Por ejemplo, hoy, es el día que mando la que sale mañana, pero yo estaba preocupada de que tendría entrevistas y no tendría tiempo. Porque escribo siempre el día anterior, no antes, con la adrenalina encima. A veces me acuesto el jueves en la noche y digo: ¿de qué voy a escribir? Es una columna quincenal, tal vez si fuera semanal sería más complicado, sin embargo, es todo cuestión de entrenamiento. Como te decía, a veces no sé el tema del que escribiré y pienso: hablaré de cómo se pone el título en una novela. Y resulta que esas columnas son las que más reacción del lector logran. ¿Será porque saco todo de mi experiencia? Por ejemplo, en la columna que escribí anoche y hoy corregí, tampoco podía escribir sobre esta FIL, porque aún no empezaba el evento en sí, y entonces no era mi material. Así que lo hice sobre “Runner”, una película que me enganchó, porque yo escribo sobre cosas que me importan.
En una entrevista con Zenda de España, usted dedicó muchos elogios para Alice Munro, de quien recientemente se han revelado aspectos bastante cuestionados por ciertos sectores. ¿Qué piensa de todo ello? ¿La juzga?
Es algo que todavía no entiendo bien. No la juzgo. Y hay algo que noto turbio. Pienso que todos los escritores tenemos partes oscuras, sino no seríamos escritores. Y son las partes oscuras aquellas que queremos explorar en nuestros personajes. Y sobre la relación amorosa de Alice con su padrastro, pues toda relación de ese tipo es compleja. Relación filial, lo mismo. ¿Quién dice la verdad? Ya no está la madre para defenderse, aclarar, negar o decir ‘me arrepiento’. ¿Por qué no antes? Tampoco juzgaré a la hija, porque si eso pasó, me parece horrible. Pero nada de esto me hace no querer leer a Munro.
Y ahí viene el debate sobre si la obra debe separarse del artista…
Yo creo que, si la obra dice algo que ilumine la experiencia humana, pues claro que sí debe quedar. Algunas de mis alumnas no querían leer a Hemingway, que porque era un conquistador de mujeres. Mira, no tenemos que juzgar su vida, que además estuvo en otra época. Claro que pueden curiosear en su existencia, pero veamos si vale la pena algo de lo que escribió. No entren con prejuicios a leerlo.
Una corta sobre política, ¿simpatizó con la gestión finalizada de Andrés Manuel López Obrador en México?
No simpatizo, soy opositora, pero no conservadora. Porque lo que hizo AMLO fue dividir entre los que están con él y los que no. Y los que están con él, están del lado de la verdad, del pensamiento de izquierda, y los otros, son unos conservadores que no les interesa la equidad y la justicia, y ese maniqueísmo me parece terrible. Yo vengo de una madre exiliada de la Guerra Civil Española. Yo vengo de una formación de izquierda, con escuelas laicas y mixtas. Para mí ser mujer no fue un impedimento para nada. Vengo de una formación universitaria que tiene siempre una vocación crítica. Ahora, que un presidente no haya aceptado la crítica, es algo muy malo. Porque, vamos, sí hay cosas que AMLO ha hecho bien, pero el dividirnos entre amigos y enemigos ha sido terrible. Por eso a mí me alivia que sea Claudia (la que viene) y que se haya acabado AMLO.
A propósito de aquella frase ‘todo tiempo pasado fue mejor’. Teniendo en cuenta la vida que tuvieron sus progenitores, ¿cree que hoy un chico cualquiera la tendría más difícil en la Ciudad de México de lo que la tuvieron sus padres en su momento?
Sí, en el sentido de la dimensión y de la seguridad de la ciudad. O sea, en abarcar un mundo que fuera más amable. La vida cotidiana, callejera. ¡Se dejó de jugar en las calles! Por supuesto que en la periferia todavía lo hacen, pero ahí ocurren muchos feminicidios. Entonces, en el sentido de seguridad, sí. Por otro lado, el papel de las mujeres hoy es otra cosa, la manera en que participamos, en qué cosa estamos, hacemos y decidimos. Mira, escribir te permite reflexionar sobre los cambios generacionales: mi mamá quería estudiar pintura y su padre, aunque era muy liberal, dijo que ese no era un ambiente indicado, pero ella estudió una profesión, y abría un camino, aunque luego se casó con un señor que (pensaba) ‘sí, puedes trabajar, pero no te puedes ir’ (como yo ahora vengo hasta la FIL de Perú). Era un modelo muy tradicional de roles familiares que sí creo que han cambiado. Pero, de otro lado, a mi abuela le tocó una guerra y se vino acá a México. Y hoy, tampoco es que el mundo esté mucho mejor. Las guerras… no sé. Aunque sí hay más información para que uno cuide su salud, no tenga hijos si no quiere, decida mejor, etc.
Quizás hay más oportunidades, pero en un contexto más complicado.
Más hostil. Vivimos en una era global, planetaria, y eso da una sensación de movimiento que no tenían antes. Siempre recuerdo cuando papá contaba la primera vez que se subió en un avión ¡y tenía 40 años! El cómo vemos y nos movemos con el mundo es otra cosa. Pero ellos siempre hablaban de una Ciudad de México, comparada con las que les fue tocando luego, y decían “su Ciudad de México”…