Con la humildad y el tesón que lo caracterizan, Rodrigo Blanco Calderón (Caracas, 44 años) es capaz de sentarse y responder una larga entrevista sin efectuar un solo gesto de molestia, y manteniendo siempre firmes sus convicciones sobre temas delicados como la política. Porque sea en su país de origen, una Venezuela raptada por la dictadura chavista hace casi tres décadas, o en el que reside hoy, una España bajo un bipartidismo que se remonta a 1982, pero al cual resulta inevitable sumarle el altisonante VOX de los últimos años, nada luce tranquilo en el ambiente.
Aunque como si se tratase de un refugio, Blanco Calderón tiene la fortuna de dedicarse a lo que más disfruta: leer libros, escribir, enseñar, y más recientemente, ‘crear contenido’, siempre vinculado a esos mismos temas que le han traído múltiples satisfacciones. Una de ellas, sin duda, haber ganado varios premios, de los cuales tal vez el más destacado fue el de la III Bienal de Novela Mario Vargas Llosa en 2019, evento donde el propio Nobel peruano le entregó el galardón en la ciertamente literaria ciudad de Guadalajara.
Hoy, Rodrigo tiene un nuevo libro bajo el brazo. Pasaron seis años del Premio aquel. Vargas Llosa murió en abril. Y la política sigue igual de agitada que en los últimos años. Sobre todos estos factores, entre buenos, malos y peores, conversamos con el escritor venezolano, quien visitó la última Feria Internacional del Libro de Lima para presentar “Venecos” (Páginas de Espuma), un notable libro de cuentos en los que la migración y el desarraigo sobresalen para hacernos sentir de forma especial una realidad visible en muchas esquinas de Madrid, Lima, Bogotá o Nueva York.
Seis años después de recibir el Premio de la Bienal de Novela Vargas Llosa (MVLl) por “The Night”, ¿cómo ves en perspectiva ese momento?
Guardo recuerdos muy nítidos en mi memoria. Fueron días de locura, muy emocionantes. Y tuve la suerte de que terminaran de manera apoteósica. Todo salió genial.
Ya habías ganado otros premios antes de ese, ¿qué de particular tuvo aquel en 2019?
Ha sido el gran premio de mi carrera literaria. De un nivel internacional tremendo que le dio muchísima exposición a mi novela. Se realizó en Guadalajara, que es una ciudad a la que le tengo mucho afecto, y además (es un reconocimiento) vinculado a un hombre tan importante como Mario Vargas Llosa. En esos días de la Bienal pude compartir momentos con él y recibir el galardón de sus propias manos fue como un sueño de adolescencia. Son cosas que no se olvidan.
A diferencia de ese momento, hoy Mario ya no está con nosotros. ¿Coincides en que su legado se valorará mucho más en los años que vienen?
Creo que sí. Con el caso de Vargas Llosa hay una cuestión interesante: el papel tan preponderante que tenía su propia figura. La presencia física e intelectual de MVLl era un estímulo tremendo para todo lo que tenía que ver con su obra, pero también era una especie de ‘obstáculo’ para sostener una relación más fluida con quienes, por razones políticas, constantemente se situaban en la villa contraria, o directamente lo atacaban. Espero que, tras su fallecimiento, muchos de esos lectores que tenían un conflicto político con él, al ya no estar presente físicamente él, puedan acercarse a sus libros de una manera mucho más transparente. Y volver a lo importante, que es el legado de una obra que ya lleva varias décadas sosteniéndose y que, visto como está el panorama en América Latina, nos va a seguir interpelando en los próximos años.

Por su novela “La casa verde”, Mario Vargas Llosa ganó en 1967 el Rómulo Gallegos, un Premio sobre el cual has dedicado duras críticas en las últimas semanas. ¿Cuándo consideras que este galardón perdió total legitimidad?
Ese Premio perdió toda su legitimidad literaria hace ya veinte años, con la edición del año 2005, cuando ganó el español Isaac Rosa. ¿Por qué digo que pierde su legitimidad? Porque en la edición anterior, cuando Fernando Vallejo ganó con su inmensa novela “El desbarrancadero”, su discurso no cayó para nada bien dentro del oficialismo chavista. Y a partir de ese momento, el chavismo empezó a modificar la constitución del jurado, colocando puras personas afiliadas políticamente con ellos. Y se empezó a premiar únicamente a escritores, o que eran abiertamente chavistas, como Rosa o William Ospina, o a otros que no le eran incómodos al Gobierno, como Elena Poniatowska o Ricardo Piglia, y a autores que se mostraron de forma bastante cómplice con la situación, sin pronunciarse demasiado. Esa fue la transformación de ese Premio, que siempre fue una referencia en el ámbito del español, entre otras cosas por su independencia de juicio. Hoy se ha convertido en una nueva versión del Premio Casa de las Américas de Cuba. Es decir, un instrumento cultural de legitimación de un sistema dictatorial.
Vives en España hace ya algunos años y sobre ese país dices que allí “la literatura está muy impregnada de política”. ¿Cómo te llevas con una realidad como la existente ahí? Con un Gobierno como el de Pedro Sánchez que, en algunos casos parece ambiguo hacia el chavismo, pero por el otro lado apoya a los migrantes que llegan a su territorio. Y a su vez existiendo VOX, que fustiga a Maduro y su régimen, pero a la vez es bastante severo con los inmigrantes. ¿Cómo Rodrigo Blanco ordena sus ideas en un país tan agitado políticamente?
Hay una cosa que tenemos los venezolanos y es que estamos algo traumatizados por lo que pasó en nuestro país en el siglo XXI por lo que, a donde llegamos, estamos siempre comparando las situaciones políticas existentes con Venezuela. Aunque aquello tiene limitaciones evidentes, en ocasiones la historia se empeña en demostrarnos que aquellos paralelismos no son tan ideas nuestras. Veo con mucha preocupación lo que pasa en España porque creo que el Gobierno de Pedro Sánchez es un peligro para la democracia. Es alguien que está allí con un proyecto claro de desmontar el Estado de derecho español para perpetuarse en el poder siguiendo modelos que han sido “exitosos” en América Latina, aunque es cierto que hay algunas líneas discursivas de su Gobierno que parecen loables, como la política inmigratoria. Por otro lado, tienes a un partido que no solo es detestable sino estúpido como VOX, que resulta ser un virus que busca paralizar el sistema, pero que no propone prácticamente nada sino repeticiones de discursos extremos que están circulando en otros países. Y pienso que VOX es el gran aliado de Pedro Sánchez. Él necesita de un Abascal y este último necesita de un Sánchez. Son falsos extremos que en el fondo se parecen mucho y se necesitan, porque son dos formas de discurso radical, que lo que alimentan es el fantasma del otro como mecanismo para, en un caso, mantenerse en el poder o, en el otro, acceder al mismo. Eso hace mucho daño. VOX hace muchísimo daño, no tanto por lo que dice que va a hacer, sino por lo que ya hace para sostener un Gobierno como el de Pedro Sánchez.
Vamos al libro. En el epígrafe de “Venecos” consignas lo que la RAE dice al respecto, de que se trata de un término usado básicamente en Perú y Ecuador, como un trato despectivo al inmigrante venezolano. ¿Cómo ves tú a las sociedades que reaccionan mal ante la recepción de los foráneos?
No pienso mucho en los términos de cada sociedad sino en contextos más amplios. Pienso que los movimientos migratorios suponen un choque cultural siempre, un encuentro con lo ‘desconocido’, con los propios fantasmas que arrastra cada sociedad. Yo siempre digo que el rechazo que puede haber habido en algunos momentos particulares hacia la emigración venezolana, es un rechazo no a los venezolanos en sí, sino a los venezolanos pobres. Eso está en el fondo moviéndose. Y cuando en cualquier país se rechaza al extranjero y al pobre, se está rechazando un miedo a la propia pobreza, a la propia extranjeridad. Porque todos somos, al principio y al final de nuestras vidas, extranjeros y pobres. Llegamos sin nada y nos vamos igual. Estamos exiliados, primero, del vientre materno y, luego, de la vida. En todo esto se mueven miedos muy colectivos y también muy profundos y yo trato de no personalizar, de no verlo como algo exclusivo contra los venezolanos. Es contra nosotros porque nos toca ahorita, pero podría ser contra cualquier otra nacionalidad.
¿Indica algo que hayan pasado casi siete años entre tu anterior libro de cuentos y “Venecos”? ¿Un respeto mayor al género? ¿Una forma distinta de afrontarlo con respecto a la novela?
Es que a mí se me pasan volando los años entre un libro y otro. Y, de hecho, el libro de cuentos anterior a este fue también hace siete años (“Los terneros”, 2018). Y a su vez el anterior a ese también fue siete años atrás (“Las rayas”, 2011). Me interesa descubrir esa pausa temporal entre mis libros. Yo no sé cómo hacen los escritores que publican un libro cada año nuevo. Yo simplemente no puedo ni me interesa, y se me pasa el tiempo sin darme cuenta. Para mí los textos deben reposar, y el proceso creativo siempre es muy distinto al de la publicación.
Cuando conversamos por “The Night” te confesé que me pareció una novela compleja, que exigía revisar más de una vez y volver, e inclusive tomar notas. No pasa lo mismo con “Venecos”, un libro de cuentos que se puede leer en una noche, y disfrutarlo, claro. ¿Cómo encontraste esta unidad temática en un conjunto de relatos en su mayoría no inéditos?
Por un lado, este libro ha sido el que más me ha tomado escribir, porque me tomó 12 años, desde el cuento más viejo hasta el más reciente, pero a la vez el más fácil, porque es un texto que surgió cuando me puse a revisar materiales viejos, cuentos que tenía ya entre publicados (la mayoría, nueve) e inéditos (cuatro). Hay, por supuesto, más cuentos que descarté, pero fue por razones técnicas, no temáticas. Los veía flojos o que quizás no funcionaban muy bien. Y me quedé con estos 13. Y a medida que ya iba poniendo a un lado los que sí me convencían, el patrón de los temas, de los personajes, del exilio y de la migración venezolana, se hizo muy evidente. Por eso, cuando uno lo lee da la impresión de que fue un proyecto muy consciente y elaborado de principio a fin, pero yo digo que – a nivel del tema—este es un libro producto del trauma de la emigración. Y lo digo no para que la gente crea que yo estoy llorando todo el día, sino porque es algo que me ha marcado tanto que inconscientemente surge en todos los cuentos que he escrito en estos 12 años.
Además de ese gran tema, uno percibe aquí, fundamentalmente, anécdotas, épicas muchas de ellas, pero anécdotas, al fin y al cabo. ¿Apuntas lo que vives a diario, eres de escuchar a quien te propone contarte su vida? ¿Cómo construiste estos 13 relatos?
En realidad, me pasan muy pocas cosas. Trabajo en casa dando talleres de escritura creativa, leyendo y escribiendo. Sin embargo, tengo la suerte de que sí escucho. En una conversación siempre voy a preferir estar escuchando que hablando. Y hay una cosa rara, que seguro les pasa a muchos escritores, y es que la gente viene a contarme sus historias. No me refiero a aquellos que dicen ‘tú eres escritor, y seguro esta historia te va a servir para…”. Esas historias no me interesan. Lo extraño es cuando hablo con gente que no conozco y comienzan a contarme historias, algunas de ellas bastante personales. Tal vez será como un imán que uno tiene para atraer esas cosas. Y buena parte de “Venecos” surge de historias que me han contado la mayor parte de personas conocidas, pero a veces también de historias que simplemente me llamaron la atención. Para mí siempre la posibilidad del cuento viene desde afuera. Algo que pasa a mi alrededor o que me cuentan y que yo digo: esto es interesante, porque no lo entiendo.
Conversaba con un escritor peruano que lleva varios años viviendo en Barcelona y me contó que le cuesta mucho situar sus historias allí, por lo que sigue escribiendo sobre su país, el Perú. Tú, sin embargo, ya sitúas tus muchos de tus relatos en Málaga, donde vives hace algunos años. ¿Cómo ha sido ese proceso para ti de asimilar tu entorno y plasmarlo en tus historias?
Por suerte no me ocurre aquello. Incluso cuando todavía vivía en Venezuela, pero me tocaba salir al extranjero, iba con una libreta tomando notas, cual productor de cine, porque yo sabía que esas ciudades que visitaría probablemente las usaría para un cuento o para el capítulo de una novela. Y desde que migré, la relación ha sido más fluida e incluso más constante que en aquellos lugares donde viví. Yo salí primero a París, donde viví tres años, y ahí escribí un cuento titulado “Los locos de París”, dentro de mi libro “Los terneros”, y ahí aparece París plenamente. También escribí una novela ambientada en esa capital, aunque no la llegué a publicar. Este libro tiene dos cuentos que suceden en Málaga. Para mí es algo totalmente natural, como tomar posesión de un nuevo lugar donde trabajo, donde vivo y donde estoy. Me gusta mucho porque se siente refrescante.
Alusiones al chavismo, a la película “El Padrino” o a sus personajes y escenas, pero también frases como “el peor enemigo de un venezolano es otro venezolano” o incluso macabros hallazgos dentro de viviendas. Son ingredientes que van de lo cotidiano a lo fantástico. ¿Son cosas que tienes previamente preparadas?
Tomo muy pocas notas. Todo lo tengo en mi cabeza, pero incluso no todo está como en primer plano. Sí hay anécdotas que una vez que me llaman la atención se me quedan ahí y cada cierto tiempo les doy vuelta. Con los cuentos de este libro pasó mucho así. Ahora, cuando uno empieza a escribir, surgen conexiones, buscas entre tus recuerdos o en tu mente materiales para construir la historia. Y eso se da de forma instintiva, y yo me imagino unas manos que están casi agarrando cosas entre tus neuronas, como diciendo: esto puede servir y esto no. Es un proceso muy rápido, muy vinculado al propio proceso de escribir, y es después de que yo escribo y empiezo a revisar, que puedo empezar a separar de dónde viene cada cosa. No sé, ‘esto sí me pasó a mí’, ‘esto no’ o ‘esto lo leí’. Es, como decimos en Venezuela, un sancocho, una sopa donde vas metiendo todo lo que te viene a la mente y le vas dando forma, pero le estás dando a uno o dos personajes un conjunto de experiencias que en realidad pertenecieron a muchos otros. O aglutinas en una historia de uno tres tipos de intereses distintos: el cine, las noticias sobre narcotráfico en Venezuela y una leyenda urbana que te contaron sobre un necrofílico que escondía cadáveres en su casa. Es ese proceso de síntesis lo que te lleva a escribir el cuento y lo que hace que escribirlo sea entretenido.

En “Leer y escribir”, una mujer aprende a leer a través de un episodio casi traumático. Ese, particularmente, me pareció uno de los relatos más hermosos del libro. ¿Cómo surge una historia así casi desde un drama?
Ese cuento me lo contó una expareja, mi primera esposa, hace muchos años. Me contó la historia de una muchacha que trabajaba limpiando en su casa, con familia del Oriente venezolano, era analfabeta, y había empezado a leer y escribir a escondidas de su esposo para darle una sorpresa. Pero la sorpresa se la llevó ella, porque lo primero que descubrió fueron unas cartas que la amante de su marido le envió y que él las dejaba ahí confiado de que su esposa no sabía leer. Era una situación tragicómica que siempre pensé en escribir. Tiempo después empecé a trabajarla, pero se fue cargando de muchas cosas, de la debacle del país, de la experiencia de la migración y de motivos muy personales. En ese tiempo yo pasaba una crisis personal muy fuerte, vinculada a la muerte de algunos familiares y con estar en el extranjero, y ese relato que habla sobre aprender a leer y escribir de alguna manera refleja mi proceso de volver a aprender a leer y escribir después de ciertas experiencias. En clave, el cuento también rinde homenaje a “La mancha humana”, una novela que me fascina de Philip Roth. Esos dos personajes de dicho cuento, de alguna manera, ‘repiten’ a los que aparecen en el libro del escritor estadounidense.
Finalmente, ¿qué tal tu experiencia haciendo video reseñas por YouTube? ¿Qué has aprendido del público que te ve en todo este tiempo?
Sí, tengo un tiempo haciendo eso que llaman ahora ‘crear contenido’. Tengo un canal de YouTube, una cuenta de Spotify, y ahora estoy montando unos ruidos en Instagram. Yo lo disfruto muchísimo. Leo mucho y siento que parte de mi ‘labor’ es difundir las cosas que a mí me gustan o que pueden ser de interés. Y la verdad es que tengo tanto tiempo libre que me entretengo. Me gusta mucho ese tipo de atención focalizada en libros y literatura, y no en temas de política, porque para eso las redes sociales son horribles.