Mario Mendoza: “Leer es resistir al desastre en el que vivimos”

Volvió a Lima para participar en una conferencia cuyo propósito fue crear nuevos lectores a nivel nacional. El escritor colombiano Mario Mendoza (Bogotá, 1964) conversó en extenso con “Libros a mí” sobre cuánto puede ayudar la lectura a salvar a una sociedad que parece cada vez más cerca de la ruina.

En su opinión, a nivel macro el mundo no tiene marcha atrás. “Es imposible decir que vamos a cambiarlo para bien”, afirma. Sin embargo, en lo micro sí es posible encontrar pequeñas islas de esperanza. Cada una de ellas está conformada por seres humanos que –con un libro en la mano—resisten a la debacle.

La charla con Mario Mendoza incluye, además, preguntas sobre sus obras “La melancolía de los feos” [Planeta, 2016] –que retrata con destreza la marginalidad de un personaje (Alfonso Rivas) que pese a sus múltiples defectos físicos es capaz de tocarnos y conmovernos en lo más profundo—y “El mensajero de Agartha” [Destino], su saga juvenil de aventuras con un tono bastante latinoamericano.

-Tengo muy buenas referencias del Plan Lector en Colombia. ¿Cuáles crees que son las claves de su éxito?

Son varias cosas. Primero, tenemos un equipo de promotores de lectura que entienden la especificidad del libro. Es decir, el libro no es un objeto común y corriente, y no puedes venderlo como si fuera un neumático o papel higiénico. Estamos ante un objeto sagrado y distinto. Tenemos promotores de lectura que se leen los libros y por lo tanto existe una comunicación con maestros y colegios que fluye bastante bien. Y lo otro es que a mí me interesa particularmente la creación de lectores. Yo creo que a veces las editoriales y las librerías no crean lectores sino que esperan que estos vengan a comprar nomás. Y aunque parezca mentira, a veces las mismas instituciones educativas y el gobierno tampoco lo hacen. No hay una preocupación social por este tema. Y los que leemos recordamos ese momento especial, mágico en el que llegó alguien y nos dio un libro que nos cambió la vida para siempre. Es como si uno hubiera sido iniciado en un misterio. Me parece que la creación de lectores es algo que entre todos, en un esfuerzo mancomunado, deberíamos hacer. Y eso es lo que Editorial Planeta junto a Crisol van a intentar realizar en el Perú: empezar a crear lectores de gran envergadura. Y me parece una propuesta noble.

-¿Qué libro le cambió la vida a Mario Mendoza?

A los siete años sufrí una peritonitis gangrenosa. Estuve siete meses en un hospital y me desahuciaron. Incluso me dieron los santos óleos. Veía cómo mis vecinos del área de cuidados intensivos se iban muriendo y a nadie se le ocurrió en todo ese tiempo llevarme un libro, hasta que una hermana de mi papá lo hizo. Y me llevó “Cuentos de hadas franceses”. Era un libro de tapa dura y con ilustraciones. Yo creo que cuando uno empieza a leer estas son muy importantes porque te transportan a la historia. Y unos meses después, cuando logré sobrevivir y salir del hospital, debí aprender a caminar nuevamente. Y lo hacía con un morral lleno de libros. Esa fue mi primera biblioteca.

-De acuerdo a lo que me has respondido en la primera pregunta, ¿crees que un escritor que se queda simplemente en su estudio escribiendo no sirve?

Sí sirve. Yo creo que hay que respetar las maneras de ser y las vocaciones. Un escritor finalmente es aquella persona que escribe, crea mundos y procura conectar con sus lectores. Pero si tuviera que elegir entre el escritor que está encerrado en su biblioteca y que se cree muy trascendental como para vincularse con los otros afuera, y el autor que sale para conectarse con sus lectores, pues prefiero quedarme con el segundo.

-¿Qué pasa si en una familia los padres no leen ni el periódico? ¿Es imposible imaginar allí la presencia de un niño lector?

No es imposible. Puede terminar leyendo por su propia cuenta si tiene un buen maestro. A veces equilibras la falta de cultura en tu casa con un buen maestro o maestra. Si te ocurre eso puedes empezar a leer pese a que en tu casa no haya libros. Pero también puede suceder lo contrario, que tus papás lean en casa, que tengas una buena biblioteca pero que no quieras leer porque nadie te ha iniciado o seducido correctamente. Sin embargo, sí creo que lo que suele ocurrir es que si tienes una familia donde hay biblioteca y ves a tus padres leyendo, sin duda tienes más posibilidades de convertirte en un lector.

-Si escribir es resistir… ¿qué es leer?

También es resistir. Hoy digo ambas cosas. Creo que el mundo está pasando por una crisis tremenda. Hemos modificado el clima, destruido a las demás especies, masacrado el planeta, y empieza lo que se llama violencia transpolítica. Y es que somos 7 mil 600 millones de personas. Es una cifra escandalosa. Y vamos a ingresar en una lógica que es: cuando sobre-saturas un sistema este empieza a colapsar y se crean crisis al interior. Y así vemos a un Stephen Paddock masacrando a una multitud en Las Vegas. Y poco a poco vamos a ir sintiendo el delirio, la insania del mundo contemporáneo. La soledad y la depresión. Somos personajes amnésicos, catatónicos, sin proyecto de vida, que vagabundeamos por las calles sin entender muy bien a dónde dirigirnos o qué sentido darle a nuestra existencia. Y en la mitad de eso, abrir un libro y empezar a leer es una forma de resistir a ese desastre general. Creo que es una manera de decir ‘nos negamos a entrar en esa locura general y confiamos todavía en el poder de la inteligencia, de la creatividad, en el diálogo y en la alteridad. Por eso los lectores son tan necesarios, son foco necesario de equilibrio social.

-¿Eres pesimista u optimista en torno al futuro de nuestra sociedad?

No podría opinar blanco o negro por una razón. A nivel macro creo que no hay nada más que hacer. Ni tú ni yo podemos cambiar el mundo. Proponer eso sería absurdo porque terminaríamos destruidos, aniquilados y desesperanzados. Vamos para mal y las cifras así lo confirman. La capa de ozono se va abriendo, Estados Unidos se sale del Protocolo de París. En fin, las grandes potencias seguirán en su capitalismo depredador y entonces no hay forma de decir que el mundo da señales de mejoramiento porque no es verdad. No podemos engañar a la gente diciéndoles que hay una esperanza. Los expertos dicen que el punto en el que se podía reestructurar todo ya pasó. Pero eso no significa que en lo micro no podamos resistir y crear focos interesantes de resistencia. Esto, dialogar en torno a los libros, no solo es sano sino que también es la única manera que tenemos de crear vidas relativamente amables. Entonces, el hecho de que afuera todo esté en un desastre que se agudiza lentamente no significa que debamos entrar y aniquilarnos.

-Hablemos sobre “La melancolía de los feos”. Al inicio León tiene una pareja a la que intenta ayuda a curar pese a que no hay chances claras de que pueda lograrlo. ¿Hacemos mal en intentar resolver la vida de los demás a costa de hacernos daño a nosotros mismos?

Yo creo en la solidaridad, en la amistad, en los afectos. Pero hay un destino individual. Hay algo que es inevitable, lo que los orientales llaman karma. Una fuerza, una energía que sale del sujeto y que lo conduce de manera inevitable a un punto determinado. “La melancolía de los feos” es una novela en la que yo siempre quise hablar del monstruo. Creo que la sociedad de los gimnasios, de la gente linda, abdominales marcados, es repugnante. No creo ya que podamos sostener más esa apología segregacionista de cierto tipo de raza o figura. Si eres aindiado, estás por fuera. Lo mismo si eres gordo o si no te vistes de cierta manera. Es decir, la hegemonía del centro es cada vez más brutal y despiadada. Y lo que yo creo es que ellos (los ‘perfectos’) son una minoría. El 97% estamos por fuera, en la periferia. Y quise escribir una novela en la que haya un outsider que sufriera el peso de la monstruosidad. Así como los personajes enloquecidos y delirantes de Edgar Allan Poe que cruzan la urbe contemporánea y mientras lo hacen son como líneas de fuga que nos iluminan a los que leemos. Por eso me gusta Alfonso [el protagonista de la novela].

-En sus inicios Alfonso vive casi alejado del resto de personas. ¿Crees que nos solemos distanciar de los ‘Alfonsos’ que hay en la sociedad por miedo o por maldad?

Creo que estamos educados para admirar a la gente bella, a las rubias, a la Barbie, al que juega baloncesto en el colegio. Hay un capitalismo que nos educa estéticamente para admirar a los exitosos, al que tiene el auto último modelo, al que se viste de cierta manera o va de vacaciones al extranjero. Por eso aumenta tanto el bullying. Si eres negro y entras a un salón de clases ya es muy probable que estés perdiendo. Así nos vamos segregando los unos a los otros en lugar de hacer lo contrario. Los que deberían estar aislados son el 3%. Es el 97% que debería hermanarse, saber que no somos ni delgados ni bellos pero que sostenemos la sociedad.

-Pero lamentablemente ese 3% del que hablas sale más en las revistas, los comerciales y las telenovelas…

Sí, es una estructura de poder. Vamos creando un sentido de inferioridad. Ya soy latinoamericano y voy perdiendo. ¿Por qué no soy francés o inglés? ¿Por qué no mido un metro noventa de estatura? Voy así creando una imagen de mí mismo que no me agrada. Voy creando lógicas de resentimiento, marginamiento y aislamiento, de baja autoestima que lentamente me van a ir degradando. Es una lógica muy perversa la que tiene el sistema. Pero Naciones Unidas habla de algo que se llama patrimonio inmaterial. ¿Qué es eso? Que es irrelevante los ojos, el cabello o tu contextura. Hoy según la ONU lo importante es lo que tienes en tu cabeza. Deberíamos crear una sociedad basada en el talento, en la brillantez y la creatividad.

-¿Cuál crees que es la idea central de “La melanconlía de los feos”, tal vez el valor de la amistad o quizás la posibilidad de reivindicación de lo poco atractivo a los ojos?

En un sistema hay fuerzas que van hacia la periferia y otras que van hacia el centro. Hemos dicho que estas últimas son las de la publicidad, pero también están las otras, que te lanzan en extramuros, que te ponen más allá del feudo, que te mandan al bosque. Yo creo que los personajes que son lanzados al desierto o al bosque, como pasa con Alfonso, son ‘outsiders’ que iluminan la condición humana. Así que pienso que deberíamos ser más cuidadosos con los pacientes psiquiátricos, los alienados, los solitarios, es decir, con aquellos que van por esos caminos tan difíciles. A mí siempre me ha interesado la estética de la marginalidad. Y esta no tiene que ver con lo económico, o sea, no es que me interese la gente pobre. A mí me interesa el personaje lanzado a los bordes porque revisa políticamente las estructuras de poder.

-Finalmente, ha llegado al Perú parte de tu colección “El mensajero de Agartha”. ¿La intención en esta saga es crear un ambiente fantástico pero apelando a símbolos e imágenes más locales?

La saga contiene 10 volúmenes y me tomó siete años hacerla. En Colombia llevamos editados ya siete y al Perú están llegando tres. Se han elegido aquellos que quizás estén más cercanos al lector peruano. El deseo era construir una saga americana. Creo que leer sagas extranjeros es bienvenido, sin embargo, me pregunté lo siguiente: ¿no será que esto puede reafirmar el complejo de inferioridad en un lector latinoamericano? Porque probablemente piense ‘¿por qué no nací en Escocia? Quiero conocer los vikingos, a Merlín’, no lo sé. Y resulta que ese continente mítico está completamente desaparecido. ¿Y cuál es el continente mágico? América Latina. Aquí, desde México hasta Argentina hay brujos, chamanes, formas míticas, gente que pasa a universos paralelos y dimensiones desconocidas. Yo siempre quise hacer una saga americana para lectores que sientan el orgullo de haber nacido aquí. Y para eso recorrí junto a ilustradores todo el continente para que ellos puedan realizar las ilustraciones, que si te das cuenta están muy bien hechas. La saga está siendo leída con enorme entusiasmo y alegría por los muchachos allá en Colombia. Tengo lectores de diez y once años que sienten la saga como propia. Esto es muy bello para mí y espero poder lograrlo replicar también en Perú.

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