Un millón doscientas mil vistas acumula un video en el que Elsa Punset habla sobre cómo las emociones impactan en la inteligencia de los niños. Todo alrededor de esta escritora es así: masivo, viral y, por supuesto, capaz de tocar el corazón de quien la escuche, vea o lea, sin importar su zona geográfica.
La escritora, filósofa y divulgadora vio con atención cómo cambió el mundo durante la pandemia por el coronavirus. En su país de residencia, España, decenas de miles de personas perdieron la vida mientras científicos de todo el mundo intentaban –en una carrera casi heroica contra el tiempo—desarrollar vacunas que hoy, varios meses después, se aplican lento, pero de forma segura en casi todo el planeta.
“Después de cada trauma histórico el mundo mejora. La siguiente década es siempre para reconstruir lo destruido. Y en esta pandemia se han destruido muchas cosas”, empieza diciendo Elsa Punset en esta entrevista a propósito de “Fuertes, libres y nómadas. Propuestas para vivir en tiempos extraordinarios” (Destino), su más reciente publicación.
Para la autora, “hoy ya no puedes decir ‘esto es así’ o ‘esto es imposible de cambiar’” Asumiendo ese trascendental giro a la forma de ver las cosas, ella ha buscado a través de sus reflexiones plasmadas en el papel “seguir empujando este cambio, personal y socialmente”. Un gran aporte.
-De los abuelos sabíamos que eran fuertes porque muchos pasaron guerras, dictaduras o largos años de pobreza, pero ¿cómo evalúa la forma en que millones de jóvenes han enfrentado esta crisis desatada por la pandemia del coronavirus?
Tengo dos hijas adolescentes. Creo que la pandemia ha hecho madurar enormemente a mucha gente joven. Los ha obligado a enfrentarse a cosas que tal vez antes desconocían, como la mortalidad, la fragilidad, la dependencia de los unos con los otros, o a lo frívolas que nos parecen algunas cosas ahora. Cosas que nos preocupaban antes muchísimo, porque venimos de una sociedad de la distracción. Entonces, de un día para otro tu mundo puede cambiar, y eso es un aprendizaje duro. Se prevé que habrá también una ‘pandemia de salud mental’. Y me parece muy importante facilitar a las personas herramientas para salir adelante. Lo que la ciencia nos dice es que la forma más eficaz de salir adelante frente a un problema es aprender algo, que se convierta en una lección. Y a mí me ha encantado algo que hizo The Times hace poco. Les pidieron a los jóvenes que cuenten, usando sus propias palabras, qué habían aprendido del año 2020. Lo importante es que todos tengamos la oportunidad de reflexionar y aprender algo de la pandemia.
-Dice en su libro: “Tenemos miedo a enfermar, a perder a nuestros seres queridos, a sufrir problemas económicos y además nos enfrentamos al miedo colectivo a un futuro incierto”. ¿Ha cambiado hoy nuestra forma de definir el futuro? Antes vivíamos pensando en los planes, pero la pandemia parece habernos quitado eso…
Es como si de repente estuviéramos obligados a vivir en un presente bastante estrecho. Mira, en “Fuertes, libres y nómadas” hablo mucho sobre la importancia del optimismo, que es la capacidad de mirar al futuro con esperanza. Y es verdad que hay que hacer un esfuerzo mayor por, primero, encontrar motivos de alegría en el presente y, además, aprender a calmar nuestros miedos. El cerebro humano –y esto forma parte de mi trabajo—tiene ciertas características que muy a menudo desconocemos, como el hecho de que está programado para sobrevivir, y que da muchísima importancia al miedo al futuro, por lo que prefiere seguir rutinas muy claras. Hay que aprender a gestionar en estos momentos, vivir en el presente, disfrutar las cosas pequeñas, apartar las grandes preocupaciones, ser conscientes de que tenemos este sesgo negativo y hacer un esfuerzo extra por centrarnos en emociones ligadas más al amor que al miedo. No hay que plantearnos tanto que necesitamos seguridades de cara al futuro porque no las tenemos. Así que una buena pregunta para empezar cada mañana es ‘a qué certeza voy a renunciar hoy’ y cómo me voy a centrar en las cosas pequeñas para no quedar en un estado de frustración permanente, mirando un futuro que ahora mismo es incierto. ¡Claro que esa es una lección!
-Vemos hoy a más de 100 millones de vacunados en Estados Unidos y, por otro lado, países que apenas han pasado el par de millones. En su libro usted dice que uno puede ser optimista sin importar si nació en un lugar pobre. ¿No es acaso más fácil ser optimista en Estados Unidos que en Lima o Quito?
Depende con quien hablas en Estados Unidos, claro. Fíjate que la pandemia nos está mostrando la crueldad que supone no tener acceso a sistema de sanidad gratuito y universal. La pandemia nos ha mostrado claramente qué es importante: salud y educación. El no poder acudir a las escuelas o a los hospitales porque no hay suficientes me parece básico. Mucho más que varias de las cosas que la sociedad de consumo nos vende como importantes. Y también la pandemia nos ha enseñado el significado real de interdependencia, o sea, cómo dependemos los unos de los otros. Y es una especie de lección universal el ver que ‘está muy bien que todos en Estados Unidos tengan ya su vacuna, pero si en los demás países no pasa lo mismo, no estaremos solo ante una injusticia, sino que –como vivimos en un mundo globalizado—podrían desarrollarse variantes que tal vez ataquen también a las personas ya inoculadas’. En mi libro digo que tenemos que transformarnos en vez de ciudadanías en ‘cuidadanías’. Es interesante pensar en la pandemia no solo como un foco de dolor y de pérdida, sino como algo que nos obliga a reinventarnos. Y para mí, lo peor que nos podría pasar es volver al mundo de antes como si no hubiese pasado nada. Tenemos muchos temas pendientes: la salud, la naturaleza y la educación. Y en todos podemos avanzar mucho.
-Para ejemplificar cómo cambió el mundo durante el confinamiento, habla usted incluso de los pajaritos que volvieron a salir a cantar en lugares donde antes ya no aparecían…
¡Es que es verdad! Para la naturaleza la pandemia no fue tal, sino tal vez la posibilidad de recuperar su lugar. Es que los humanos vivimos de una forma muy agresiva, mostrando muy poca empatía y respeto por las demás especies que comparten el planeta. Suelo plantearle a la gente la siguiente pregunta: ¿en qué época de la historia les hubiera gustado nacer? Yo creo, aunque mucha gente dice que pasa un momento difícil, que pocos podrían negar que estamos en los mejores 25 o 30 años de la historia de la humanidad. Tenemos la tecnología para derrotar esta pandemia, para enfrentar a muchos de nuestros problemas, incluido el del medioambiente. Así que animo a las personas a que sean activistas. El mundo no ha mejorado como ha mejorado por las personas de brazos cruzados. Así que animo al optimismo inteligente, a que entendamos lo que nos pasa, a que entendamos porqué tenemos tendencia a tener miedo, a no querer que pasen ciertas cosas. Eso es lógico. Tenemos un cerebro que se contenta con sobrevivir, pero hoy tenemos la tecnología, el conocimiento y las ganas para ir mucho más allá. La década que viene puede ser enorme en cuanto a cambios sociales, morales y éticos.
-Recomienda usted en su libro dejar de lado los celulares si vamos a dormir. Y me resulta muy difícil porque, por ejemplo, tengo a mi madre viviendo en otro país. Aunque siendo sincero, uno termina usando el móvil para todo. ¿Cómo encontrar un justo medio en esto?
A lo mejor la conexión con tu madre puede ser por un teléfono fijo de casa. El problema con la pantalla del celular no es solo la luz que emite o las ondas que irradia cerca de ti, sino que es además una pequeña ventana al mundo, por lo que te agreden y asaltan todos los estímulos exteriores y te desvelan. ¡Para dormir necesitamos paz! Hay muchos problemas vinculados al sueño. Si tú dejas de pensar por cinco minutos te duermes. ¡Pero qué difícil es dejar de pensar! Tenemos una mente muy sofisticada que mira hacia el futuro y el pasado con miedo, que tiene curiosidad, que se compara constantemente. Eso físicamente es un cocktail de hormonas, adrenalina y cortisol. Tú eres joven y te podrías recuperar, pero llega un momento en el que nuestro cuerpo estará muy desgastado. Nos cuesta, claro, porque tenemos un cerebro adictivo. Queremos saber quién nos ha escrito o qué ha pasado. Yo solo sugiero unos momentos de paz al día, para darse un paseo, darse un baño, meditar, cocinar, hablar con un amigo sin pensar en lo que viene ahora. Daniel Goleman dice una cosa muy bonita: “la atención plena hacia otra persona es una forma de amor”. Y ya no damos esa atención plena a nadie. Vemos padres jóvenes con hijos pequeños de la mano, pero con el celular en la otra. Nos necesitamos los unos a los otros para crecer y para superar obstáculos. Precisamos una atención plena del otro. Y creo que esta pandemia que nos ha dado tanto tiempo libre. ¡Porque vaya que hemos ganado tiempo libre! Antes para dar una entrevista así tenía que atravesar el Atlántico. Seguimos conectados, pero necesitamos cuidar nuestras relaciones humanas y estar los unos para los otros.
-Usted recoge evidencia científica para remarcar la importancia de pasar momentos al aire libre. ¿Cómo llevar esto si tenemos en las noticias que afuera están las nuevas variantes o vemos a personas que usan mal la mascarilla o no les importa guardar distancia, etc.?
Lo que sabemos es que al aire libre estamos más seguros. Creo que no debemos buscar excusas para no salir de casa por miedo al contagio. Pero creo que tú hablas de la necesidad que tenemos los humanos de formar parte de este mundo natural. Un naturalista español llamado Joaquín Araújo dice que los humanos éramos árboles que bajaron por las ramas y echaron a andar. Y la ciencia nos da mucha evidencia de que cuando estamos en un entorno natural nos recuperamos antes, o nos curamos antes de las enfermedades si tenemos una ventana que mira al parque, etc. Esa codicia que hace que talemos los árboles para hacer más casas o carreteras muestran que vivimos contra natura, contra nosotros mismos. Yo creo que de nuevo en muchas ciudades del mundo se está replanteando las cosas de una forma más local, donde puedes irte a reunirte con otra gente, ir al huerto, caminar por el parque, siempre en un entorno cercano. Necesitamos re naturalizar nuestra forma de vivir. Y esta pandemia nos ha dado una oportunidad que debemos aprovechar.
– ¿Qué cree usted que llevó a miles de personas a salir a protestar en Colombia, Perú y otros países en medio de una pandemia que se propagaba velozmente y que apagaba la vida de millones?
En cada uno de nosotros hay facetas. Y mientras el miedo nos mantiene en casa podemos ser prudentes. Ahora estamos viendo que las vacunas nos pueden liberar un poco. La pandemia ha traído problemas graves para las personas derivados de no poder ir a trabajar, de no poder ir a la escuela, de no poder sentirse libre. Y es lógica la impaciencia. Además, como tú lo has dicho, hay una desigualdad enorme entre clases sociales de distintos países. Es lógico que haya impaciencia, ira, protestas. Eso mantiene el mundo moviéndose, hace que los dirigentes escuchen a la gente. Pero uno rogaría porque sea una forma lo más inteligente y humana de protestar, intentando al mínimo poner a los demás en peligro. Creo que debemos seguir reclamando de forma pacífica pero decidida.
-En Perú hay una expresión corta pero contundente: “saltarse la fila” de la vacunación. Muchos se fueron a Miami o Nueva York y otros se han vacunado incluso en Perú, pero de forma irregular, pasando por encima a otros a los que sí les correspondía el turno. En su caso personal, ¿qué hizo que Elsa Punset, teniendo las posibilidades, no se haya ido a vacunar primero a Estados Unidos y espere su turno debidamente en España? Finalmente, ¿cuál es la gran lección personal que le dejó esta crisis?
No sabría cómo haberme saltado la fila y me hubiese horrorizado hacerlo. Yo creo que parte de la solidaridad es que cada uno espere su turno. No creo que pueda hablar como ciudadana si estoy al margen de lo que vale para la inmensa mayoría de ciudadanos. Y lo mismo ha pasado con la gente que está en mi entorno. Y eso que en España arrancó muy lenta la vacunación, así que entendemos igual que ustedes la impaciencia. Ahora, ¿qué he aprendido yo de este tiempo dentro de casa? Yo llevaba una vida muy intensa, de viajes, de charlas y de repente la pandemia –y lo explico en la contratapa de mi libro: “la pandemia cerró de un portazo todo aquello que me tenía tan ocupada. Familia, viajes, trabajo, nunca había vivido así, sin correr decidida hacia un lugar o con alguna excusa. No sabía parar”. En mi entorno hemos perdido a bastantes personas. Yo he temido mucho por mi madre, pero sí es verdad que al menos dentro de lo malo agradezco esta sensación de que nada es inevitable. Yo no tengo porqué vivir haciendo determinadas cosas. Estoy cambiando un poco mi forma de ver lo que es obligatorio. Y, además, pensar en qué medida mi vida está contribuyendo a un mundo que yo considero muy deshumanizado. Pienso mucho en la relación con la naturaleza y me gustaría trabajar en eso mucho más. Estoy en un momento reinvención como casi todos ahora mismo.
*FOTO: RTVE