Miguel Sánchez Flores: “Admiro a los que ven la literatura como una diversión, porque para mí no lo es”

Un profesor universitario descubre que varias de las obras del emblemático pintor peruano Pancho Fierro que circulan alrededor del mundo son apócrifas. Esto, además de ser un delito, distorsiona la idea de historia del arte peruano que se tiene hasta el momento. Investigar qué hay detrás lo pone al borde de la muerte, sin embargo, él persiste, convirtiéndose en el centro de una historia policial realmente atrapante.

En este primer párrafo hemos resumido “Secta Pancho Fierro”, interesante novela con la que Miguel Sánchez Flores ganó el Premio de Novela Breve de la Cámara Peruana del Libro. La historia, publicada ahora por Planeta, permitió al autor pulir algunos detalles de estilo y técnica que ciertos lectores ya habían percibido como especiales en su libro debut, “Ciudades vencidas” (Animal de Invierno).

Aquí nuestra entrevista al autor de esta novela, la cual fue presentada hace unas semanas en Lima, y que ya está a la venta en las principales librerías de Lima.

-Este debe ser uno de los casos más notorios de uso de una experiencia personal para crear una historia íntegramente ficticia. ¿Cuánto te sirvió tu maestría en Historia del Arte para escribir “Secta Pancho Fierro”?

Siempre he dicho que no soy un especialista en Pancho Fierro. Es más, la maestría que seguí estaba diseñada para eludir todo lo que tiene que ver con una tradición del arte peruano. Entonces, por el lado del tema en general, me sirvió muy poco. Pero sí me ha servido para crear la trayectoria del personaje principal. Manuel Fontana es un profesor obsesionado con un tema (Pancho Fierro) y se percata de que hay muchas estampas apócrifas circulando. Y él piensa que mucha de la investigación seria al respecto se hizo basándose en dichas copias. Eso le permite lanzar una hipótesis aún mucho más ambiciosa que gira en torno a si la historia del arte peruano se viene basando en objetos falsos.

-Pasaste de publicar “Ciudades vencidas” a “Secta Pancho Fierro” en un lapso relativamente corto de tiempo. ¿Cuál fue la mayor dificultad al ir de los cuentos a la novela y plantearte esta historia como una de largo aliento?

Hoy pienso que escribir cuentos es algo más difícil. Los de “Ciudades vencidas” me tomaron casi quince años, mientras que la novela tres o cuatro meses (aunque idearla fueron tres o cuatro años). Me parece que lo que te exige un cuento es mayor complejidad, como un trabajo de orfebre, de cuidado de los detalles. Me pasa siempre que tengo una primera versión de un cuento y deben pasar muchos años para tener una versión final. La novela te exige otro ritmo y no puedes darte el lujo de darle tanto tiempo porque quizás se termina sintiendo. Es como un rush.

-¿Podrías decir que siempre te planteaste “Secta Pancho Fierro “como una novela y ligada a este género?

Sí. Para mí siempre fue una novela con la excusa del policial. Al inicio la protagonista era una investigadora, pero me costó mucho situarme en el personaje, por lo que Manuel Fontana terminó volviendo y tomando fuerza. Es como si me hubiera dicho que lo utilice. Y creo que sirvió.

-En tu novela hay muchas mujeres y son como satélites que rodean a Fontana, casi dando vueltas en su vida. ¿Hasta qué punto tuviste en claro el peso de las féminas en la historia?

A veces he pensado que todas las mujeres de mi novela son la misma en distintas versiones. Una más joven y alocada, otra más adulta, otra mucho más madura, no sé. Y creo que al final las mujeres orbitan como una extensión de la ausencia materna que sufre el protagonista. Y hay momentos en los que Fontana se entrega a los designios de estas mujeres, como si no fuera un actuante. Y muchas veces ellas le hacen su itinerario, le dicen dónde ir, lo toman de la mano y lo rescatan…

-Tu protagonista llega a estar un par de veces al borde del colapso, incluso se desmaya por la presión a la que se somete. ¿Llegaste a compartir esta situación límite mientras redactabas la historia?

Fue una locura. Escribí esta novela conjuntamente con mi tesis de maestría. Richard Ford dice que luego de terminar una novela lo que hace es internarse en una clínica y desintoxicarse, porque para él la escritura es un proceso sobretodo físico. Y sí, durante ese tiempo estuve a full. Por lo general me levanto muy temprano, a las cuatro de la mañana, y escribo hasta las seis o siete. Yo intercalaba entre novela y tesis, quizás no fui consciente del desgaste, y recién después me encontraron varios pólipos en el cuerpo y me enfermé del estómago. Y creo que esto pasa porque hay un saldo físico, que te exige todo ese tiempo. Es algo bastante curioso. No me llegué a desmayar, eso sí, como le pasó a Fontana (risas).

-¿Y en cuanto a no medir el peligro estás muy lejano a Manuel Fontana?

Me cuesta mucho escribir, es algo con lo que muchas veces sufro. Y creo que cuando las cosas son más difíciles me obsesiono más. Mientras escribía la novela hubo noches en las que no dormí ni un segundo, sobre exaltado por alguna parte de esta. Y mi corazón iba mucho más rápido. A veces me acostaba y no podía cerrar los ojos. Aunque claro, sin llegar al nivel de Fontana. Él parece siempre buscar el peligro y yo me he pasado la vida eludiendo los riesgos.

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-¿Qué tan errado sería tomar esta obra como un relato divertido de un hombre rodeado de mujeres que parecen manejar su vida diaria?

Creo que esta novela no debería leerse simplemente como un relato divertido, en el que hay un personaje que se vincula con chicas y que va de detrás de pistas falsas, mezclándose entre policías y ladrones. Hay aquí una reflexión no solo sobre él mismo y sus ausencias, sino sobre todo en torno a cómo se escribe esta historia del arte, quién la escribe, quiénes son los críticos, los lectores y escritores.  Creo que esa es una discusión mucho más profunda que merece la pena tenerla.

-¿Cuál es el mayor aprendizaje que te deja poder armar una novela, presentarla a un concurso, ganar un premio y ahora verla publicada?

Pienso que hay diversas maneras de dar a conocer tu obra. La mía fue a través de concursos. Sin eso quizás solo seguiría escribiendo en mi casa. Obtuve los dos segundos puestos en el certamen de Caretas con cuentos que hicieron que por lo menos aparezca en el panorama. Esto me permitió publicar “Ciudades vencidas” con Animal de Invierno. Luego vino el premio de la Cámara Peruana del Libro a “Secta Pancho Fierro”, que te garantiza la publicación con un sello reconocido. Mira, quizás esta idea de los concursos podría ser un argumento para Fontana: “qué difícil es para alguien que quiere ser escritor insertarse en un mercado editorial”. Pese a las editoriales independientes y al boom de autores que dicen existe. Solo hay que ponerse a pensar en qué escritor de provincias es ahora leído. Es bastante difícil entrar.

-¿Percibes a la literatura como un intento constante de perfeccionamiento o como un ejercicio de goce y divertimento? Asumo que la visión te cambia cuando ganas premios…

Admiro a aquellos para quienes esto es solo diversión, porque para mí no lo es. Veo a la literatura como una lucha, un sacrificio, un esfuerzo y una disciplina. Y eso no necesariamente son cosas de las que me pueda sentir muy orgulloso. Sin embargo, también la veo como un espacio de oportunidades y de revanchas. Y la siento además como una oportunidad para percatarte de cosas de las que quizás antes no fuiste muy consciente. Y en cuanto a objetivos, el primero, relacionado a escuchar a gente decir que la novela lo atrapó, creo que está cumplido. En segundo lugar, también me interesaba la reflexión sobre el propio proceso creativo. En muchos de los cuentos de “Ciudades vencidas” aparecen escritores y gente reflexionando sobre el aparato creativo de la escritura. En esta novela el policial es la excusa para una discusión un poco más profunda que tiene que ver con cómo se va configurando la ficción, sobre todo ahora que parecemos empecinados en escribir cosas naturalistas o autoficciones. Para mí es muy bueno cuestionarse cómo se construye la ficción.

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