Jerónimo Pimentel: «Me divierte no saber en qué terminarán los libros que escribo»

Solo una mente tan inquieta como brillante puede escribir una novela como «Estrella solitaria. Canciones para ser cantadas por Nacho Vegas». Este es el caso de Jerónimo Pimentel, de profesión periodista pero a la vez escritor, poeta, editor y columnista.

La historia captura gracias a la voz de un narrador atrevido, insatisfecho, capaz de llevar al lector por un camino lleno de reflexiones, diatribas e ironías en las que el humor, pero también el miedo, se convierten en el ambiente propio de cada escena.

«Estrella solitaria», publicada por el Fondo de Cultura Económica, será la base de un conversatorio titulado «Rock en Lima», en el que participarán, además de Pimentel, Dante Trujillo –escritor y editor de «El Dominical–, y José Carlos Yrigoyen, poeta y crítico de libros en «Perú21». El evento será este jueves 11 de agosto a las 7 p.m. en la Librería del Fondo Café Galería, ubicada en Calle Esperanza 275, Miraflores.

Aquí nuestra charla con Jerónimo Pimentel sobre su nueva novela:

-Con «La ciudad Más triste» llevaste a los lectores al siglo 19,  con «Al norte de los ríos del futuro» los ubicaste en el año 2023 y, ahora, con “Estrella solitaria”,  estamos ante un texto relativamente actual. Por tu edad, ¿esto ha significado mayores facilidades para armar el texto en sí?

Cada historia demanda un lenguaje distinto. Lo que traté en cada uno de los casos que mencionaste es encontrar el universo verbal y simbólico que necesito para poder contarlo. En ese sentido trato de ser versátil. “La ciudad más triste” me requería un tratamiento del idioma más relacionado a lo que yo llamo una traducción española del inglés del siglo XIX, que era como llegaban las traducciones acá. Mientras que con “Al norte de los ríos del futuro”, me requirió trabajar muchos metalenguajes, el tecnológico, al científico, para poder expresar lo que quería contar. En el caso de “Estrella solitaria” me he servido de experiencias, amistades, amigos que están disfrazados en estos personajes, de los usos y del habla. Soy una persona que usa mucho transporte público y que camina. Eso me permite estar atento a cómo habla la gente en algunos círculos o lugares. Me alimenté de eso para trabajar dicho lenguaje y volcarlo en la novela.

-En una parte de «Estrella solitaria» el narrador se cuestiona por qué está detrás de bambalinas y no dice su nombre. Ahora yo te pregunto a ti: ¿por qué decidiste plantear la narración de tu texto de esa manera? ¿Es Jerónimo Pimentel aquel muchacho que vive la vida a mil? ¿O es acaso el chico que alguna vez quisiste ser?

(Risas) lamentablemente, no lo soy. Me gustaría tener una vida tan divertida como esa. Tengo una vida mucho más aburrida que la de los personajes de “Estrella solitaria”. Tal vez sí hay algo de deseo, de querer. Es algo que Vargas Llosa trabajó muchas veces: uno escribe para vivir varias vidas. De alguna manera, aunque no haya vivido esa vida, al haberla escrito siento que fui el compañero de aventuras de esos muchachos. Entonces, por supuesto que hay cosas que sí comparto por ellos, como el gusto por la música y la literatura, pero hay otros que, lamentablemente, se me han escapado: como la vida nocturna que tienen mis personajes.

-En el fútbol se habla del ‘cambio de ritmo’ de tres cuartos de cancha para adelante como esa capacidad para aplicar la velocidad en cierto momento de un partido y generar peligro de gol. Siento en tu novela varios momentos en donde aumentas la velocidad y lograr párrafos geniales. ¿Son aquellos los momentos que más disfrutas al escribir?

Sí, eso lo que más disfruté al escribir este libro. Hacer esta mezcla de recorrido físico de un lugar a otro. En un caso el narrador atraviesa el Puente Villena. En otros casos atraviesa la ciudad de Buenos Aires, no sé. Pero a la vez se acompaña de un recorrido mental, basado en pensamientos, digresiones, en asociación de ideas, que yo trato de volcar a través de recursos literarios y que generan una idea de ritmo: sientes que el hombre está caminando y tú estás caminando junto a él.

-Y de pronto coge velocidad…

Así es, coges cierta velocidad y empiezas a intervenir la sintaxis, o a quitar algunas comas, a concatenar un poco algunas frases. Se crea una idea de velocidad que, al menos yo, disfruté mucho escribiendo.

-¿Cómo se explica que estos jóvenes universitarios con la vida económica, supuestamente, resuelta, y que tienen un mínimo bagaje cultural sean a la vez tan trágicamente vulgares?

Eso es algo que me he preguntado durante mucho tiempo. Yo estudié periodismo en la Universidad Católica, traté de llevar cursos en literatura, aunque sentía que esta no debía estudiarla de esa manera. Pero sí conocí a muchos compañeros que, de alguna manera, tenían esa vida: necesidades económicas resultas, cierto acceso cultural, y, además, aspiraban a la belleza como si esta fuera una idea platónica, ajena del mundo material al que hay que sublimar. Y las mujeres muchas veces estaban en ese lugar cotidiano. Sin embargo, en sus vidas cotidianas eran gente muy grosera, vulgar, eran pantagruélicos, excesivos, toscos, no sé. Pero cuando abrían un libro era como si ocurriera una revelación. Y ese contrapunto me pareció muy interesante porque era gente que sentí cercana a la alta cultura y a la baja, por llamarlo de alguna manera, pero que con sus contradicciones conciliaban esos dos mundos que pueden parecer ajenos. Eso no solo me pareció interesante, sino también divertido.

-¿Por qué el narrador le va cambiando de apelativos al Nacho Vegas peruano? Al comienzo sentí ese recurso como algo muy raro, pero al final más bien me pareció muy necesario…

Con ese juego quise marcar la idea de que estos son personajes que se están haciendo. En ese sentido, “Estrella solitaria” tiene algo de novela de aprendizaje. Es algo raro porque (los personajes) tienen más de veinte años. Pero a la vez son como adolescentes eternos. Quise marcar que eran personajes ‘en proceso’ de formar su identidad. Y eso termina cuando ocurre lo indecible: el improbable encuentro entre los dos ‘Nachos’, el verdadero y el impostor. Ahí se derrumba el juego. Quise marcar esa idea ‘Borgiana’ del terror que suscita ver a tu otro igual. ¿Qué harías tú si fueras a un café y te encontraras con una persona exactamente igual a ti? Eso generaba una suerte de angustia y el final de un juego, porque finalmente hay cierta idea algo trágica.

-Y no se trata solo de parecerse, sino también de creérsela…

Sí. Creo que buena parte de la premisa con la que se ha construido la novela tiene que ver con cuánto se parece la caricatura de una estrella de rock a una estrella de rock. Y en cómo te conviertes en eso a través de la imitación o de la impostura. Porque una estrella de rock también es una impostura. En esa imitación, en la opción de esos manierismos, hay una esencia que empieza a transformarse, no sé si por osmosis o por mimesis o por lo que fuera. De pronto el impostor empieza a ser la persona que quieres ser. Y eso me parece tierno, maravilloso, pero también triste. Por eso coloqué el epígrafe de Roberto Bolaño que dice “Toda parodia disfraza una forma de tristeza”. Y yo creo que en ese aprendizaje también hay algo triste: tratar de fijarnos en personas que, a pesar de que creen ser muy superior a los demás en cultura o socialmente, son personas que no se pueden insertar al mercado laboral, que no tienen relaciones saludables con las chicas que les gustan. Las imposturas, las máscaras y las palabras sirven como sistema de defensa para proteger estas soledades.

-¿Te planteaste con esta novela burlarte del proceso metaliterario?

En algún momento intuí que esta historia solo se podía escribir desde el exceso. En los noventa se puso de moda en el Perú el realismo sucio. Y yo no podía escribir una novela de ese tipo 25 años después porque hubiese sido algo anacrónico. Lo que sí podía hacer era tratar de intervenir el género desde el humor, desde la parodia, para convertirlo en otra cosa. Sí me nutrí de alguna manera de algunas marcas textuales del género pero las intervine para hacer algo más personal.

-Muchos de los que te conocen te describen como alguien ‘totalizador’, que intenta abarcar siempre varios temas. Y a pesar de tus varias ocupaciones, mantienes una columna sobre deportes, otra sobre cultura, y además escribes. ¿Te gustaría mantenerte en esta línea siempre o en algún momento piensas centrarte en un solo tema?

No, yo no soy un especialista, sino un generalista. Nikola Tesla dijo que “un hombre es la suma de sus obsesiones”, y yo tengo muchas aficiones. Me gusta mucho el deporte en general, la literatura, el periodismo, la ciencia, la divulgación científica, la historia. Pero me parece que todas son distintas expresiones de lo mismo: ‘qué es el hombre o qué hace el hombre’. A veces ponemos ciertas  barreras para encasillar distintas expresiones culturales, ya en el sentido antropológico, pero a mí me gustar derribarlas, ver todo como una sola cosa grande, inabarcable y por eso mismo fascinante y hermosa.

-¿Crees que con el paso de los años eso se ha ido acentuando en ti?

Sí. Pero también creo que esa disposición siempre la tuve pero, obviamente, al comienzo es mucho más difícil. Yo admiraba y envidiaba a las personas que tenían una vocación muy marcada desde muy temprano. Me generaba cierta frustración que ese no sea mi caso. Entré a la universidad a estudiar psicología, luego me cambié a literatura y finalmente a periodismo.  Al final las comunicaciones me permitían abarcar muchas cosas a la vez, y eso era algo que necesitaba, pero que en al inicio cuesta reconocer. Es mucho más fácil decir “me gusta la matemática pura o la lingüística”. Mi camino es un poco más tortuoso, en un punto es lo que dicen de los periodistas “que saben mucho de todo pero en realidad no sabe nada de nada”.

PERIODISMO Y PROYECTOS A FUTURO
-Publicaste en septiembre del año pasado una columna muy comentada titulada “Pensar el periodismo” en la que remarcabas que el periodismo “es moral y método”. ¿Es más complicado imaginar esto en una industria casi volcada hacia lo digital? Teniendo en cuenta que priman herramientas como Facebook, YouTube u otras…

Creo que todo va junto. En ese sentido soy optimista. Creo que la tecnología suma herramientas para la aplicación del método. Por ejemplo, sin el desarrollo de internet y de cierta legislación que obliga a la transparencia informativa en muchas instituciones no se podría hacer lo que hoy se llama periodismo de datos. Y esto último es básicamente ética y moral, y creo que hay gente que lo hace de manera excelente, como IDL Reporteros. Me parece que el periodismo no se agota nunca, sino que se reinventa y creo que eso estará bien siempre y cuando existan la ética, que es la cuestión trasversal y esencial de toda práctica periodística, y el método, que es lo único que nos diferencia de cualquier otra carrera: contrastar fuentes, ser veraz, investigar, etc. En la medida que el periodista tenga eso, lo demás son herramientas a tu disposición. Ojalá las sepamos aprovechar.

-Eres un hombre de muchas obsesiones y asumo estas también están dentro del plano literario. ¿Qué proyecto tienes en la cabeza para publicar en un futuro no tan lejano?

Estoy trabajando un libro sobre un arquero de fútbol. No puedo decirte aún el título, pero lo bonito es que todavía desconozco qué es: si una novela, un ensayo o no sé. Y también vengo trabajando una colección de poemas, que tampoco sé en qué acabará. Pero lo que me fascina y divierte de escribir es no saber cómo va a terminar un libro. Si supiera cómo es el final, probablemente no lo haría.

**Entrevista publicada en Luces de ElComercio.pe el 11 de agosto de 2016.

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