Treinta y dos años después, Zoila Mendoza parece haber terminado su propia peregrinación. En 1989 realizó su primer recorrido al santuario del Señor de Qoyllur Rit’i (Cusco), sin saber tal vez que aquello marcaría su vida profesional, pero sobre todo la llenaría de satisfacciones personales.
Incapaz de fingir su emoción al responder cada pregunta sobre el tema, esta antropóloga egresada de la PUCP relaciona el inicio de su interés hacia esta ciencia con el efecto casi mágico de aquellas primeras danzas que veía junto a sus padres en el Valle del Mantaro.
Reconocida en 2011 como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, la peregrinación al nevado ubicado en Ocongate conlleva una serie de elementos religiosos, simbólicos y emocionales que Mendoza ha investigado por décadas. El resultado: fichas, grabaciones, un documental y ahora un texto de lectura obligatoria. Sin duda, un camino personal concluido, pero solo un punto aparte en la historia de una celebración fascinante.
Qoyllur Rit’i (La Siniestra Ensayos, 2021), es una crónica etnográfica en la que habitantes de Pomacanchi, distrito perteneciente a la provincia de Acomayo, explican lo importante que es para ellos recorrer año a año kilómetros al ritmo de melodías incesantes e hipnotizantes. En esta entrevista, la autora brinda detalles sobre el texto.
– ¿Qué buscan aquellos que peregrinan hacia el Qoyllur Rit’i?
Es difícil de responder eso. Se busca reciprocar con las fuerzas superiores que dominan el ambiente y la vida. Porque el peregrinante siente que da su música, danza y esfuerzo, y luego recibirá un beneficio, un placer o una alegría.
-Quisiera remontarme a sus inicios. Sé de su interés en la infancia por la danza. ¿En qué momento esto conecta con su decisión de estudiar antropología?
Mis padres provienen del pueblo de Concepción, en el Valle del Mantaro. Si bien yo me eduqué sobre todo en Lima, los viajes frecuentes de regreso al pueblo me llevaban constantemente a las fiestas. Recuerdo que veía las danzas de los Andes y me asustaban, me daban mucha impresión. Estaba fascinada desde muy chica. Y entonces, aproximadamente en la secundaria, cuando tuve una muy buena profesora de Ciencias Sociales y luego otro profesor (un antropólogo) que me habló de esa ciencia, me dije: ¡esto es lo que debo seguir! Creí que esa carrera me llevaría a entender el mundo del cual era, pero tal vez no comprendía bien. Y eso tal vez porque me crie en Lima, en un contexto distinto. Así que, sin ninguna duda, seguí bachillerato, licenciatura, máster y doctorado sobre el tema. Y sigo con la exploración de intentar entender al Perú. Pienso que aquí existen muchos estereotipos, brechas, no lo sé. No nos entendemos unos a otros. Siempre he estado en una búsqueda para poder transmitir a través de mi trabajo la importancia de estos hechos y no la superficialidad ni la ignorancia que muchos les achacan. Mi misión ha sido un poco descubrir su complejidad y explicar la importancia de fiestas, danzas y en este caso específico, de las peregrinaciones.
-Al terminar su libro, lo primero que uno se cuestionar es si tal vez, siendo esta una peregrinación masiva, podría darse en un contexto como el actual, en medio de una pandemia, con un riesgo latente de contagio en aglomeraciones, y con un sistema de salud colapsado.
La peregrinación es un evento regional, no solo atañe a los habitantes de Pomacanchi. En 2020 hubo algunos pequeños movimientos y rituales puntuales. La gente del lugar que te menciono, con la que estuve en contacto, no viajó al santuario. Sí lo hicieron la gente más cercana, y se encargaron de realizar gestos mínimos. Así que no se detuvo del todo. Esto demuestra que es importante año a año poder estar en contacto con la imagen. Mira, la cosmovisión incluye de manera importante la idea de catástrofes, plagas y momentos de crisis, entonces, eso no es algo que congele o desoriente a los andinos, sino que simplemente se incorpora. Se tiene mucho cuidado y se espera que todo pase. La idea de que después de una crisis viene la recuperación está muy enraizada en las ideologías andinas. Y específicamente con quienes hablé en Pomacanchi, quienes mantienen la esperanza de que este 2021 vuelva a suceder. Están a la espera del avance de todo esto para ver si es posible viajar.
-Entonces no estamos cerca del fin de la peregrinación…
Para nada. Si pudiera hacer algún tipo de predicción te diría que en absoluto. Creo que la peregrinación al Qoyllur Rit’i sigue siendo un evento que históricamente se ha convertido en algo grande y, ya antes de la pandemia, venía en constante crecimiento. Esta crisis, si bien es algo que ha entristecido y palidecido el evento por un año –y tal vez por un segundo— considero que no lo ha afectado de una forma tal que pueda ponerle término.
– ¿Cuánto toma la peregrinación para quienes parten desde Pomacanchi y en qué momento del año suele hacerse?
Tres días y dos noches caminando por 87 kilómetros aproximadamente, yendo de arriba para abajo. Claro que ahora existe la opción de ir en bus. Luego uno se queda allí dos noches y finalmente toca regresar. Existen pueblos más cercanos. La fiesta tiene un momento central de procesión y bendición, como todos los rituales andino católicos. Es un constante ir y venir. Pero la gran mayoría trata de quedarse en el momento clave. Hay gente que llega el mismo día central. Hay una fecha variable, que va ligada al calendario católico y a Semana Santa. A veces es a fines de mayo y a veces a mediados de junio. Es una fecha movible, tal como el Corpus Cristi.
-Danzas, festividades y peregrinaciones se desarrollan en distintos puntos del país y hay un tema que suele salir a flote: ¿influye aquí el paso de las generaciones? ¿Lo hace para bien o para mal? Hablando específicamente de Pomacanchi, zona que usted ha estudiado mucho tiempo, ¿cómo se ha transformado la situación allí?
Cada pueblo tiene distintos ciclos de migraciones e influencias. En el caso de Pomacanchi he observado que existe todavía una gran fuerza que trae a los migrantes, no necesariamente de Lima o del extranjero, sino de zonas algo más cercanas como Puno o Arequipa. Al estar muy enraizada esta tradición en el pueblo, existen mecanismos por los que padres y abuelos traían siempre de regreso a los que migraron. Por ejemplo, en mi primer año de investigación conocí a un chico que ya vivía y trabajaba en Lima y estaba regresando por la celebración. Y recogí su testimonio. Sus padres vivían ahí y él había crecido con esta creencia muy fuerte en la peregrinación del Señor de Qoyllur Rit’i. Creo que el hecho de que uno salga del lugar no quiere decir que se desconecte, sino todo lo contrario. Las familias se encargan de mantener esos mecanismos por los cuales informan y propician que los más jóvenes experimenten eso. Entonces, lo que veo es que esta fiesta crece por distintos motivos.
-En su libro hay un destaque sobre el sentido que otorga la música conforme avanza la peregrinación. ¿A lo largo del caminar las melodías cambian mucho su tonalidad y por qué motivos?
La música, en esta peregrinación en particular, es esencial porque su importancia comienza desde la historia del origen del lugar, que dice que fue a través del baile del Wayri Ch’unchu que el niño Jesús y el niño Marianito Mayta se reúnen y bailan, propiciando así el milagro de la reproducción del ganado. Entonces, desde un primer momento se indica que gracias a la música es que todas estas cosas importantes suceden. Esta historia que cuento en mi libro (aunque existen varias versiones algo distintas) siempre destaca la música como algo clave, así que es algo que yo sentí constantemente en mis recorridos. Algunos autores incluso la han descrito como ‘hipnotizante’, circular, muy específica, con múltiples variaciones, aunque al oído del de afuera le suene a lo mismo. Hay una repetición, pero una evolución a la vez. No se siente, no se aprende y no se camina sin esa música.
En algunos testimonios que recojo, efectivamente, la gente dice que “no podría caminar” sin el Chakiri Wayri. Les parece estimulante, los alegra, y les da esa idea de ‘reflorecer’, que resulta central a esta experiencia. Ahora, en contraste existe el Alawaru, que llega a ser una versión quechua del Alabado. Junto a otros investigadores pensamos que –por su estructura musical—esta melodía es distinta al Chakiri Wayri (con características más andinas) y deriva probablemente de algún himno de iglesia, de algo traído de fuera, que resulta mucho más ceremonioso. Se toca en momentos muy específicos y la gente lo conecta a la idea de introspección, reflexión, nostalgia y hasta pena. Vale decir que esta música se toca en ocasiones para recordar a los muertos. Entonces, el contrapunto entre estas dos melodías configura esta experiencia de la peregrinación. Muy aparte de esto existen las músicas de los cientos de danzas que cada uno trae. Es una cacofonía. Subes al santuario y escuchas todo tipo de música, desde bandas tipo militar, hasta silbatos.
– ¿Existe alguna oficina gubernamental en donde existe un registro exacto y actualizado de cuántas peregrinaciones como la del Qoyllur Rit’i se realizan en Perú?
Hasta donde sé, en el ámbito estatal, no hay. Sí existen algunas instituciones privadas, por ejemplo, el Instituto de Etnomusicología Andina de la PUCP tiene una gran colección de material audiovisual, libros, fichas y más información sobre este tipo de celebraciones. Ahí la gente interesada puede ir y averiguar. Ahora, el Qoyllur Rit’i es conocida como la peregrinación más grande del Perú, y tal vez una de las más grande de todos los Andes.
-Otro tema de los varios que deja su libro está relacionado al quechua y su importancia. Con una crisis tan grave como la sanitaria, tal vez la educación bilingüe queda un poco relegada en el orden de prioridades para nuestro país. ¿Cómo lo ve usted?
Este fenómeno va en distintas épocas en países como Ecuador y Bolivia. Ambos nos han sacado ventaja en la revitalización del quechua. Sin embargo, hay que decir que en los dos últimos censos se ha demostrado que el número de quechuablantes aumentó. Eso tiene que ver mucho con la forma en que uno cuenta los números, claro, pero de hecho que la Guerra Interna tuvo mucho que ver en este avance. Porque desde Lima, con la migración masiva de los desplazados, la presencia quechua tomó una gran importancia. Creo yo que el quechua tuvo la oportunidad de recrearse y renacer en Lima y en otras ciudades del país. Entonces, estas generaciones están ya hace unos años retomando la experiencia del quechua y viendo que no es un idioma del campo, sino que vive y puede funcionar muy bien en la ciudad, conjugarse con el rap, con el cine, con el hip hop. Hay un nuevo interés. Incluso yo, viviendo y trabajando en EE.UU., he estado en círculos con gente que trabaja en la revitalización del quechua. Siento que la pandemia les ha dado más tiempo y ha aumentado su interés para buscar documentos sobre el tema. Están buscando documentales, programas, intentando contactar quechuablantes aquí, promoviendo la creación de Apps. Creo que tendríamos que esperar unos años para ver el resultado de todo esto.
– ¿Qué es lo ideal? ¿Mantener el quechua en las casas, en algunos colegios rurales o convertirlo en parte de una educación completamente bilingüe?
Esto último lo soñamos muchos, pero con una educación bien hecha. El gran problema de las décadas anteriores ha sido que los programas no han estado bien hechos, no han tenido el apoyo importante que deben tener, en el sentido de que no es un problema de educación simplemente, sino estructural, de relaciones sociales, racismo y cuestiones políticas y económicas. No podemos hacer que el quechua sea valorado, revivido y utilizado como nuestro segundo idioma si no cambiamos estructuras, si no terminamos con el racismo hacia lo indígena o andino, si no paramos las concesiones mineras que destruyen el medio ambiente, si no hacemos cambios profundos que ayuden a las poblaciones quechuablantes a revivir su economía y a superar todos sus problemas de calentamiento global, etc. Entonces, sí, el quechua ha seguido viviendo en la casa, en peregrinaciones como las del Qoyllur Rit’i, y se mantendrá, pero para llevarlo a un nivel nacional se requiere de un proceso mucho más grande.
-No sé si esta pregunta es para una antropóloga como usted o más bien para una socióloga. Cada cierto tiempo congresistas de provincias proponen declarar festivos días especiales de su provincia. Y la reacción usual es “se está perdiendo el tiempo en cosas menores”. ¿Cuándo considerar un pedido así justo y cuándo un aprovechamiento político?
En términos generales te diría que hay mucha lógica, porque estamos ante un esfuerzo de inclusión. Fuera de Lima –y yo he escrito sobre el regionalismo y el indigenismo, y sobre cómo Cusco siempre se sintió marginado– la gente no se siente incluida ni reconocida. Tiene sentido que alguien que representa a su pueblo quiera ser reconocido nacionalmente incluyendo elementos culturales propios. ¿Qué elemento cultural es el más representativo de los pueblos? Su santo patrón, su fiesta. Entonces, el reconocimiento y la inclusión me parecen ser algo que está detrás de este esfuerzo de que estos representantes quieran traer el nombre o la representación de su pueblo a lo nacional. Obviamente quienes ven lo nacional como algo occidentalizado lo pueden tomar como burla, y ha habido casos tremendos, de un rechazo completo a la diversidad. Aunque de repente también hay gente oportunista que manipula. Por eso me parece importante revisar cada caso o propuesta específicamente.
-Desde esa primera peregrinación al Qoyllur Rit’i en 1989 hasta la publicación de este libro ha pasado mucho. Fueron cinco recorridos y asumo que mucho agotamiento. ¿Cuál es su balance del trabajo concretado? ¿Cuánto valió la pena?
Yo no sabía que la peregrinación iba a convertirse en algo muy significativo para la gente de Pomacanchi. Fue algo muy importante que yo documentara estas últimas peregrinaciones, como forma de mantener lo que ellos hicieron, lo que quizás se puede revivir en algún momento y lo que pueden enseñar a las nuevas generaciones. Haber documentado todo esto y habérselo revertido al pueblo valió mucho la pena. Ya en términos más generales, siento que en mis años –que ya son más de 30 estudiando las fiestas—he ido penetrando en los diferentes niveles de la importancia de estas acciones. Escribí sobre su importancia ideológica, política, acerca de lo central que es el tema del racismo, de los estereotipos de género, y ahora he podido ir descubriendo otros aspectos más vivenciales, ontológicos y epistemológicos de lo que es la forma de conocer y recordar a través de estas fiestas. Estas celebraciones tienen que ver mucho con quiénes somos. Pero esto tampoco es la última palabra. Vendrán nuevas generaciones que seguirán explorando, con suerte leyendo lo mío, y avanzando.