Fernando de Szyszlo: «Me arrepiento de las cosas que no hice» [ENTREVISTA DIC/16]

Una de las entrevistas que más satisfacción me generó fue, sin duda, la que realicé a Fernando de Szyszlo a fines de diciembre del año 2016. Recuerdo que leí sus memorias tres veces intentando armar las mejores preguntas posibles. Ya el día de la entrevista me sentí en casa. Me trató súper bien. Se tomó todo el tiempo del mundo en mostrarme sus libros, los que tenía autografiados por grandes autores de la literatura latinoamericana. Recuerdo que salí de su vivienda y no podía creerlo. Había estado una hora con un artista de talla mundial.

Hoy que ha muerto Gody –como lo llamaban sus familiares y amigos cercanos– una pena inmensa toca mi corazón. Y quisiera recordarlo con el cariño y respeto que él me trató. ¡Que en paz descanse maestro!

–AQUÍ LA ENTREVISTA QUE LE HICE PARA LA WEB DE EL COMERCIO —

Fernando de Szyszlo: «Me arrepiento de las cosas que no hice»

A los 91 años conserva la misma lucidez que lo hizo uno de los artistas más reconocidos en este país. Con más de tres mil pinturas esparcidas en distintas partes del planeta, Fernando de Szyszlo se mantiene dispuesto a pronunciarse sobre distintos temas, artísticos, políticos o sociales. Las entrevistas no son para él una tarea difícil. Eso quizás explica su evidente facilidad para dar respuestas concretas.

En esta ocasión, Godi –como lo llaman sus amigos y familiares—recibe a “El Comercio” en su casa de San Isidro para conversar sobre “La vida sin dueño” (Alfaguara, 2016), su libro de memorias presentado hace unos días en Arequipa. El texto es una colección detallada de recuerdos que van desde su infancia hasta la actualidad. Más allá de tratarse del retrato escrito de un artista, estamos ante un conjunto de piezas que nos permitirán entender su personalidad, carácter y visión de país.

 -Siempre tuvo una relación fría con su padre debido principalmente a la personalidad que este poseía. ¿Cómo ha hecho usted para no repetir esto con sus hijos?

Creo que fue la contraparte natural. Haber sido hijo de un padre distante hizo que yo busque no ser así. En realidad, yo siempre fui muy amigo de mis hijos.

-Usted ha dicho varias veces la frase “cada cuadro terminado es un fracaso para mí”. ¿En qué momento se formó esta ambición positiva como pintor?

Desde el primer momento. Para todos los pintores como yo, un cuadro es como el homicidio de un sueño. Volver una sensación en una cosa palpable requiere de un proceso complicado, que deja luego a un pintor desalentado por no haber podido hacer todo lo que quería.

-¿Por qué decidió publicar sus memorias?

Siempre quise escribir mis memorias. Mario Vargas Llosa siempre me animaba, hasta que un día decidí juntar mis recuerdos y, con la ayuda de Fietta Jarque, logré lo que buscaba.

-¿Cuál ha sido la parte más dolorosa de este conjunto de recuerdos?

Sin duda, la muerte de mi hijo a los 35 años de edad. Lo que pasó fue y sigue siendo inaceptable. Fue un escándalo. Los hijos entierran a sus padres y no al revés.

-Usted es agnóstico, pero, ¿ni siquiera en los momentos más tristes o difíciles se puso a rezar?

Nunca. Ahí hay un punto fundamental: ¿Cree usted? ¿Tiene fe? Y yo no creo. Y no digo (que soy) ateo porque el agnóstico siempre deja un resquicio para algo imponderable que se nos escapa y que tendría que darle sentido a toda esta tragedia que es la vida humana. Sin embargo, nunca he tenido confianza en que algo podría modificar un hecho intolerable e inaceptable, y al mismo tiempo irrecuperable.

-Usted ha dicho que “no vivir en París es insensato”. ¿Por qué decidió quedarse en el Perú?

Siempre digo eso porque París es la ciudad más linda del mundo. Allí la gente ha recibido la mejor educación que hay. No se les enseña solo a memorizar textos, sino también a pensar, a elaborar los datos. ¿Por qué si creo eso me quedo en Perú? Porque, además de mi vocación de pintor, siempre he creído que, si queremos que este país cambie, debemos estar aquí. Hay que empujar el cambio, sino nunca se producirá. Creo que hemos dado fuertes pasos hacia adelante en los últimos diez o doce años, pero aún falta por recorrer.

-En el libro usted menciona varias veces a Octavio Paz. ¿Cómo podría resumirnos el recuerdo que tiene de este amigo tan especial?

Él fue una persona indescriptiblemente intensa y culta. Leyó muchos libros. Tenía lucidez para opinar sobre política o lo que fuera. Era una persona maravillosa. Lo conocí cuando tenía 34 años y, sin embargo, en el mundo de las letras en París ya era muy respetado.

-Además del arte, usted dice que las mujeres son su gran turbación en la vida. ¿Por qué le fue tan difícil entender el mundo de las mujeres?

¡Todavía no lo entiendo! Aún navego en ese mar complicado que es el otro sexo. Pero tengo mucha suerte porque finalmente he encontrado una persona que tenía el mismo deseo de formar una relación fuerte, duradera, respetuosa del otro y al mismo tiempo solidaria.

Usted ha recorrido el mundo con sus pinturas ¿Cuál cree que es la diferencia esencial entre el arte latinoamericano y el arte europeo?

Desde que llegué a París me di cuenta de eso. Usted sabe lo que es para un pintor que viene del tercer mundo como yo, el haberse podido formar sin mirar las obras, sino viendo reproducciones. Nunca había visto un Rembrandt, un Velásquez, sino solo reproducciones pésimas de los años cuarenta. Y de repente encontrarme con cambios de proporciones maravillosas. Eso fue para mí una gran revelación.

-¿Cuál es la novela del Boom Literario Latinoamericano que más le marcó?

“Conversación en la Catedral” y también “Cien años de soledad”. Además todas esas novelas formidables, que a pesar de no estar en la generación del Boom, pasaron casi olvidadas como “Pedro Páramo” de Juan Rulfo o las obras de Juan Carlos Onetti. A Borges lo conocía cierta capa pero no tuvo esa explosión que sí tuvo tras la publicación de las principales novelas del Boom.

-¿Aún conserva el libro que le firmó Jorge Luis Borges en Barranco?

Lo tengo.

-¿Cómo recuerda ese instante en que decidió pedirle que se lo firme?

Borges ya estaba viejo, no veía. Así que le pedí permiso a María Kodama. “¿Cree que puedo cometer la impertinencia de pedirle al señor Borges que me firme un libro?”, le pregunté. “Claro, tráigalo”, me respondió. Y también tengo una edición “Las alturas de Machu Picchu” firmada por Pablo Neruda. Y Octavio Paz me ha firmado casi toda su obra.

EL FUTURO DEL PERÚ
-Hablemos sobre lo que une a los peruanos. ¿Por qué cree que la gastronomía logró en tan pocos años algo que no lograron otras industrias o artes?

Es que un montón de gente se ha dado cuenta que la comida peruana es buena, pero yo que he vivido de niño con una madre que fue una cocinera fabulosa siempre comí buena comida peruana: tacu tacu, carapulcra. Y siempre mis platos favoritos son peruanos. Hace unos días estaba en Miami y ahora hasta en los restaurantes más normales hay ceviche. Es increíble el salto que se ha dado en esto. Sin embargo, tenemos que cuidar nuestra comida porque si seguimos de fusión en fusión el sabor de esa gastronomía va a desaparecer.

-Siempre les preguntan a los escritores cuál es el gran tema de sus libros. ¿Existe un gran tema en las pinturas de Fernando de Szyszlo?

Hay un gran tema pero es pictórico. No es, por ejemplo, “una tragedia en la guerra de Vietnam”, no sé. Es más un patalear, hacer que colores enfrentados unos con otros se modifiquen y salgan chispas que producen cosas diferentes de las que los originaron. La poesía es hacer chocar las palabras para que surjan conceptos nuevos. Creo que es más difícil leer pintura porque uno tiene que acostumbrarse a verla. Si uno se acostumbra podrá determinar que hay cosas más frívolas, otras más serias y algunas más profundas. Pero eso requiere una humildad inicial.

-¿Cuál es el poema de Blanca Varela que usted recuerda con más cariño?

Creo que los últimos poemas de Blanca son los que más me emocionan. Para ella fue terrible la muerte de nuestro hijo Lorenzo. Eso la sacudió y concentró su poesía. Se hizo mucho más compacta, compleja. Al final la muerte de su hijo la mató.

-¿Se arrepiente de algo en la vida?

De las cosas que no hice. Felizmente, son cosas frívolas.

-Manejar un auto de carreras, por ejemplo…

Sí, manejar un auto de Fórmula 1, poder esquiar. También me hubiera gustado conocer lugares como Capadocia en Turquía, que es una ciudad llena de torres. Tampoco podré ver el Partenón, aunque actualmente está enjaulado y es imposible entrar. Eso me lo perdí cuando viví en Europa, pero bueno, entonces no tenía muchos medios económicos para movilizarme.

-Usted ha dicho que no le teme a la muerte, pero ¿se imagina cómo será ese momento?

Sí, me la imagino. Soy una persona muy lúcida. Me imagino que iré volviéndome más tonto (risas). Ojalá no. Espero no convertirme en un ancianito que sea la peste de su familia.

-¿Imagina alguna posibilidad de reencuentro con su hijo Lorenzo?

No. Esa es una de las cosas más terrible de la vida humana. Es algo irrecuperable. Por eso uno debe tener tanto cuidado con sus seres queridos. Cada uno de nosotros va desapareciendo segundo a segundo.

-¿Qué le diría a un adolescente que quiere ser pintor pero no tiene apoyo en su casa?

Si tiene esa compulsión, es algo incontenible. Nadie puede contener a una persona con vocación. Van Gogh era un cura protestante que predicaba la religión cristiana en las minas de Bélgica. Poco a poco se fue interesando y le quedaban diez años de vida (del 27 al 37). Y nunca fue desleal a esa vocación. Cuando Van Gogh se muda a la última casa donde vivió, por estar cerca a un médico que era amigo suyo, aficionado a la pintura, estuvo 87 días allí. Pintó 115 cuadros. Fue una máquina de hacer cuadros maravillosos.

¿Siente esperanza por el futuro del Perú?

Sí, claro que la tengo. Totalmente. Hemos sentido el sabor del progreso en los primeros diez años de este siglo. Se produjo luego un lapso que Humala no supo manejar, pero la clase media en este país ha dado un salto, nadie la para. Los políticos no existen frente a la fuerza de la gente que quiere progresar, vivir mejor, tener lo que los otros pueblos tienen: salud asegurada, educación, placer. Octavio Paz se preguntaba ¿qué pasa con nuestra civilización que la palabra placer se ha vuelto obscena? Y es verdad porque nos han metido a esto como si fuera un valle de lágrimas. Y no es así. En ciertos momentos para cada uno de nosotros esto es un paraíso. Y lo único que me da pena es perderlo.

*Entrevista publicada el 28 de diciembre de 2016 en la sección web de Luces de El Comercio.

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