Cinco escritores chilenos y dos peruanos aportan sus cuentos para “Pacífico: historias de guerra”, un intento de Ediciones B por retratar desde lo literario un conflicto que aún hoy sigue dejando secuelas históricas.
Conversamos con Juan Carlos Cortázar, autor de “Dos Victorias”, relato en el que dos estatuas peruanas –una en Lima y otra desde Talca, Chile—mantienen un duelo de egos y envidias. El origen de ambos monumentos es el mismo: la celebración del Combate de 2 de Mayo.
[LEE LA NOTA SOBRE EL LIBRO «PACÍFICO» PUBLICADA EN EL DIARIO «EL COMERCIO» AQUÍ]
-¿Cómo surgió este relato sobre dos estatuas que finalmente fue incluido en el libro “Pacífico”? ¿Es un texto completamente inédito o has tomado parte de otros cuentos tuyos para elaborarlo?
El texto es completamente inédito, jamás había escrito sobre un tema como la Guerra del Pacífico. Buscando sobre qué escribir, hallé la anécdota sobre la que armé el cuento. En 1868 el gobierno peruano encargo a un escultor francés una estatua para celebrar la victoria del 2 de mayo sobre los españoles. La estatua no gustó al gobierno, que mandó hacer una segunda. Cuando las dos arribaron a Lima, la segunda fue erigida en la actual Plaza Dos de Mayo y la primera enviada al puerto del Callao, donde cayó en el mayor descuido y nunca fue instalada. Un oficial chileno, al momento de la ocupación, la pidió como trofeo del Batallón Talca. Resultado: tenemos (casi) la misma estatua de la Victoria en Lima y en Talca. De ahí el título del cuento, “Dos Victorias”. Sin embargo, no quise contar la historia así, linealmente, e inventé una especie de dialogo (o monólogos paralelos) entre estas dos Victorias, hermanas que sin embargo se han peleado, se han odiado, se desprecian y se envidian, pero que responden paradójicamente a un mismo origen y a las que, además, les van sucediendo muchas cosas parecidas (paradas militares, hipocresías, terremotos). Me pareció una buena imagen para representar esta pelea entre chilenos y peruanos, señalar el sustrato de sentimientos medio sucios que subsiste en alguna medida hasta hoy y que es necesario superar. Quería un texto que fuera más allá de los límites del discurso políticamente correcto que hemos armado de ambos lados de la frontera, y reconocer que hay un sustrato denso de prejuicios y odiosidades que está lejos de diluirse del todo.
–Esta es la primera vez que escribes sobre temas históricos. ¿Sentiste una mayor responsabilidad al momento de armar el cuento, teniendo en cuenta lo chauvinistas que pueden llegar a ser ciertos lectores?
Sí, me sentí algo apretado, para ser sincero. Dado que la idea del cuento era ir más allá del discurso políticamente correcto y lograr que las dos estatuas-hermanas sacaran a la luz parte de los sentimientos medio sucios que peruanos y chilenos tenemos respecto al otro (rencor, orgullo, revancha, desprecio, etc.), mi temor era excederme en ello. Creo que el dialogo de las dos estatuas va desnudando estos sentimientos, y confluye en un momento en una crítica de los militarismos de ambos países, su pequeñez e hipocresía, recordando el daño objetivo que han hecho (con la guerra misma y, mucho después, con las violaciones a los derechos humanos, por ejemplo). Quise que el cuento se alejara todo lo posible de una mirada “patriótica”. Igual, al escribirlo, quedé inquieto. Sin embargo, semanas después de entregarlo leí unas declaraciones de un comentarista deportivo peruano. Maltrataba de manera brutal a un futbolista chileno, con largos excesos, y al final, como buscando una justificación, declaró que no le gustaban los chilenos en general, y que tenía muy buenas justificaciones históricas para ello. Después de esa manifestación clara y contundente de rencor y –a la larga- de inferioridad, me quedó claro que no me había excedido con el cuento. Asumo, también, que podemos encontrar manifestaciones equivalentes del lado chileno, por supuesto.
-¿Cuál crees que es el principal rasgo que identifica a ambas estatuas? ¿La vanidad? ¿El resentimiento?
Hay, como dices, vanidad, resentimiento, mutuo desprecio. Pero sobre todo, en el fondo, hay dolor. Si algo se rompe es porque ha estado unido. Las dos estatuas, por su origen y por la imagen que representan, que es la misma con pequeñas variaciones, no podrían estar más unidas y sin embargo se odian. Igual que ocurre en las peleas o distancias entre hermanos: hay revancha, bronca, pero a fin de cuentas, el reconocimiento del lazo que los une. Por otra parte, la historia de ambos países, representada en las dos estatuas, nos recuerda que no basta un origen común o la vecindad para que las relaciones fluyan: si no se pone esfuerzo en ello, las relaciones se degradan y no marchan. Y ahí está el límite del discurso oficialmente correcto (“esto ya pasó”, “es algo muy antiguo”, “separemos esto de los negocios”), que es un discurso que tapa pero no repara.
-¿Tuviste la oportunidad de leer los demás cuentos del libro? ¿Qué destacas de la visión de tus colegas escritores chilenos en sus historias? Siendo Chile el país vencedor de la Guerra del Pacífico, ¿cómo crees que ellos asumen esto en sus relatos?
En Chile hay un trabajo interesante de historiadores y de escritores que hacen ficción histórica, como los que han colaborado en el libro, que se esfuerzan por mirar la guerra sin las anteojeras del patriotismo, que todo lo tergiversa como discurso a favor o en contra de algo. El cuento de Francisco Schilling, por ejemplo, revive el horror de las tomas de Chorrillos y Miraflores desde la mirada chilena, incluyendo en ello la visión horrorizada (inhumana) de las barbaridades cometidas. Algo muy interesante y valioso, es cuando autores chilenos se animan a ponerse en una mirada peruana. Es lo que hace Carlos Tromben (ya lo había hecho con su libro sobre el Huáscar), que entrega un cuento donde una unidad del Ejército Peruano del futuro busca saldar cuentas con el pasado. Me parece genial que su mirada narrativa no sea solo desde una unidad militar peruana, sino que sea una mirada desde el futuro y –lo que más me gustó- desde el punto de vista de soldados mujeres. Es un cuento que remece porque subvierte nuestra concepción fija y simple del pasado, a partir de acudir al futuro y a una mirada de género distinta. No sé si hay algún escritor peruano que haya intentado algo similar: hacer ficción desde el punto de vista de los chilenos y de las chilenas.
-Hay una metáfora un valiosa en tu cuento y es la relacionada a que cuando algo se rompe no existe posibilidad de pegarlo de tal forma que quede como al inicio. ¿Qué le falta a Perú y Chile para poder superar esta etapa de fractura que parece evidenciarse cada cierto tiempo?
Cuando era niño, yo rompía siempre alguna figura del nacimiento, todos los años. Mi madre era muy buena y detallista reparándolos: no bastaba poner cola sintética, eso dejaba la grieta intacta, visible y sensible. Ella usaba yeso (el mismo material del que estaban hechas las estatuas), pinturas logrando el color exacto. Es decir: ponía toda su atención en reconocer la rotura, en repararla a conciencia. El discurso oficial que ambos países tenemos de la guerra, ese que busca decir “esto ya pasó”, es como pegar con cola sintética. Necesitamos una reparación más a fondo, que parta de reconocer las consecuencias que hasta hoy tiene en la vida cotidiana esa guerra de hace 130 años: sin poner atención a la rotura no se puede reparar de verdad. Y ojo que reparar no significa ignorar que la rotura está o estuvo ahí, por el contrario, implica acordar y respetar que hay dolor de ambos lados, no taparlo, pero si tratarlo: aceptar que el otro tiene una visión distinta sin tener que rebatirla en cada oportunidad, que hay cosas que no van a coincidir nunca, y que aun así se puede caminar juntos.
-Finalmente, ¿hasta qué punto crees la literatura puede ayudarnos a sanar las heridas propias de una guerra?
Puede ayudar, justamente porque la ficción nos permite mirar desde los dos lados (como mi texto intenta hacer al considerar por igual la mirada de ambas estatuas, con sus odiosidades y pobrezas), o yendo más allá incluso, mirar desde los ojos del otro (como hace Tromben en su cuento). La ficción ayuda a curar por dentro porque nos permite ponernos en los zapatos del otro, intentar su mirada, probar sus dolores. Y eso genera convivencia, empatía.
SOBRE EL LIBRO
Título: “Pacífico. Historias de la guerra”
Sello: (Ediciones B, 2017)