La imagen y trascendencia de D’Ancourt, un poeta de finales del siglo pasado que dejó huella en aquellos que alguna vez se lo cruzaron por los pasillos de San Marcos, desatan la curiosidad de un profesor universitario que, a través del estudio minucioso del poema “Acto Primero”, intenta dar con la esencia de un ser cuyos rasgos lo ubican entre la brillantez y la pedantería.
Este es el argumento de “Quién es D’Ancourt”, la primera novela de Carlos Arámbulo. El finalista del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez 2015 presenta esta vez una historia capaz de capturar la atención del lector mediante la descripción fluida de hechos históricos, sin dejar de lado un atento cuidado del lenguaje
Esto último quizás no sorprende en Arámbulo, un autor que si bien no posee una obra tan nutrida (un poemario, un libro de cuentos y esta novela), siempre ha sido reconocido por su predilección por el lenguaje fino y preciso.
Conversamos con Carlos Arámbulo sobre “Quién es D’Ancourt”, publicada en nuestro país por Alfaguara y ya a la venta en las principales librerías al precio de S/59.
-Ricardo Piglia decía que “Pálido fuego” de Nabokov no hubiera existido sin Borges. ¿Podría decirse que “Quién es D’Ancourt” no hubiera existido sin “Pálido fuego?
Creo que no hubiera existido, pero también solo con “Pálido fuego” hubiera terminado siendo otra cosa. Efectivamente, esa novela es el modelo que tomé para la mía. Yo soy un ‘Nabokoviano’ confeso, sin embargo, cuando leía esa obra sentía que el poema y la historia se iban separando mucho y yo no quería eso. Pensé que no podía hacer un “Pálido fuego” en el que prioritariamente hay una reconstrucción a partir de una sola voz, de un narrador omnisciente. Pienso que la realidad es más bien poliédrica, que tiene varias facetas y que las personas son como los diamantes porque tienen muchos cortes. Entonces decidí construir (mi novela) con fragmentos, porque es imposible conocer una persona desde una sola perspectiva. Y la segunda diferencia con “Pálido fuego” es que mi novela se llega a comportar como un policial, después como un thriller y también como una historia de amor, para finalmente terminar siendo una especie de reunión –a lo ‘Agatha Christie’– de personajes buscando un autor. Me parece que esas transformaciones me vienen de otro lado y no de la novela de Vladimir Nabokov.
-Antes del inicio de la novela colocas el significado de esfera según la RAE. Para aquellos que desconocen la teoría literaria, ¿qué idea de novela esférica tuviste al escribir este libro?
Mi intención era construir una novela esférica en la cual el universo sea cerrado por capas que se van componiendo sobre el mismo núcleo de la historia sucesivamente, pero al final, por una trampa que coloco te das cuenta que has estado encerrado en una especie de viaducto esférico. Y el título inicial de mi novela iba a ser ese: “En el viaducto esférico”, pero creo que la estructura esférica está suficientemente clara por la apertura con la definición de la RAE y que hace mucha referencia a lo personal también, no solo a la figura geométrica. Yo no era muy consciente de cómo venía logrando esta estructura, pero me fui dando cuenta casi al final que había un modelo –aparte de Nabokov y otros autores—y era el de Cervantes. En la parte de la posada, donde llegan personas a contar historias sucesivas en la cuales incluso algunos de ellos son autores y allí la prisionera descubre a su amado cuando él relata la historia. Ese modelo también se hizo presente para esta estructura esférica que planteo.
¿Recuerdas haber leído algunos cuentos o novelas ambientadas en San Marcos antes de escribir “Quién es D’Ancourt”?
Sobre San Marcos no he leído mucho, quizás algunas menciones de novelas que me parecieron poco logradas porque tenían muy poca arte. Encontré mucho contenido e información pero sin llegar a ser literatura valiosa. La verdad es que utilicé el ambiente de San Marcos y la Católica en los ochenta y noventa porque es un ambiente que conozco y en el que podía moverme mucho más cómodamente sin tener que consultar enciclopedias ni tener que preguntarle a alguien. Yo estuve ahí.
-Es mejor escribir sobre lo que uno ha vivido…
Sí, aunque Kazuo Ishiguro (Nobel de Literatura 2017) dice que le parece una estupidez. Pero él no está libre de decir estupideces. Cada autor piensa algo y no tiene que denigrar lo que piensan los demás. Hemingway pensaba que había que conocer de lo que escribías. En “Fifteen” –relato con el que gané el Premio Copé de Plata—escribí sobre África porque me movió haberla conocido y tenía ganas de escribir sobre su historia. Y la gente decía: ‘qué bien escribió sobre África’. Y claro, yo estuve ahí.
-Creo que los mejores momentos de “Quién es D’Ancourt” son los que ocurren en San Marcos. La huelga y correr contra la autoridad, por ejemplo. ¿Te parece que esto puede llegar a tocar la fibra de la nostalgia de varios sanmarquinos?
Por supuesto. Me parece que esa gran marcha a la que hago alusión es uno de los momentos más logrados de la novela. En esa movilización ingresó la policía y absurdamente, sin ninguna razón, destruyó la biblioteca. Fue como la barbarie enfrentándose a la cultura. Y la descripción que hago del personaje ingresando a la biblioteca dañada es un momento muy ‘Borgiano’, porque los libros y el ambiente son presentados como si se hubiera cometido un asesinato en masa atroz. Como si los libros fueran seres vivos y los muebles personas mutiladas. Y sí, pienso que el que ha estado en una marcha va a reconocerse en esos momentos de la novela. Nadie puede decirme cómo es estar en una marcha y enfrentarte con un grupo de policías que quiere golpearte y apresarte porque yo estuve ahí. Y también puedo contar cómo Sendero Luminoso se metía en esa marcha, porque ellos manipulaban una legítima protesta estudiantil para convertirla en otra cosa.
-En tu novela está la frase “biblioteca es cultura, no es una sepultura”. ¿Esta exactitud para recordar tuvo alguna ayuda de amigos de San Marcos?
No en esta novela. Detesto sentarme y decir ‘voy a investigar para escribir esto’. Yo creo que las novelas salen de la emoción. Para mí no son un trabajo intelectual. Si tú vas alimentando y alimentando (una idea) durante mucho tiempo, algo saldrá de eso. Y cuando esto pasa, dejo que el texto tome control. No me gusta manejar las cosas de forma fría o ‘científica’. Es como un solo de jazz. El músico de dicho género tiene ciertas pautas, pero cuando debe ‘solear’ se revienta las tripas en el instrumento y las hace salir. No investigué pero quizás sí recordé inconscientemente charlas con amigos que también estuvieron en esos momentos.
-¿En tu caso la capacidad de ser contemplativo ha venido de la mano con la madurez?
Sí, pero no referida necesariamente a la edad, sino más bien relacionada a las lecturas. Porque en 20 años uno lee un montón. Sobre todo si estás dedicado más a tu arte que a la vida social literaria, o sea, dedicarte casi monacalmente a leer, y esto me permitió preparar algo que sale muy fluidamente en la novela. Y las influencias que todo autor tiene –porque el que te diga que no las tiene es un mentiroso o vivió en una isla y nunca leyó nada—aparecen natural y espontáneamente.
-Has dicho que este libro lo escribiste en cuatro meses. Es un dato sorprendente por ser una primera novela. ¿Acaso tenías ya un mapa mental de lo que querías?
Más que un mapa mental, tenía pequeñas marcas sobre la autopista, es decir, por dónde tenía que pasar la novela y quién tenía que hablar. Pero algunos personajes me pidieron hablar solos. Es el caso de Uldric, que al comienzo pensaba como un personaje menor y de pronto se revela como alguien muy importante. O ‘El Infiltrado’, que dicho sea de paso sí existió. En mi grupo de amigos teníamos un infiltrado con una facha tremenda de policía, ¡y lo era! Pero estudiaba literatura y la amaba. En esa época, para serte sincero, todo el mundo quería ser poeta y famoso.
-Casi casi al final de la novela hay una descripción de Máncora y del mar. ¿Es inevitable imaginar una historia tuya sin el mar? ¿Qué significa para ti este elemento?
Soy surfer desde los 15, entonces son 37 años dedicados a ese deporte. Para mí el mar es una emoción primaria. La emoción de estar cabalgando la energía del sol convertida en ola es algo que nadie puede describir bien. Me encanta mirar la cara de las personas que están aprendiendo a correr (olas) porque puedes diferenciar claramente cuándo es la primera vez que se paran en una. Esa sensación de felicidad la tengo muy presente. Mis hijos comparten la pasión por el surfing. Esta familia es impensable sin él. Y creo que me debo un buen cuento sobre eso, aunque ya tengo el título en la cabeza.
-En “Quién es D’Ancourt” también describes el pase de un alumno de la Católica a San Marcos. ¿Crees que hoy –teniendo en cuenta el contexto social del país– podría significar lo mismo ir de una universidad a la otra?
No, para nada. San Marcos hoy es otra, tiene un componente mayor de clase media. Por otro lado, yo decidí meterme entre los ‘colmillos del dragón’. No me di cuenta de que estaba yendo a la universidad donde Sendero Luminoso y el MRTA tenían mucha presencia y fuerza. Solo quería lo que buscaba mi personaje. Por eso esta parte del libro sí tiene mucho de mí. Esa idea de que la sed de conocimiento podría estar por encima de cualquier riesgo fue real. Es más, en la pizarra de mi salón –como pasa en la novela—pusieron “fuera los burgueses de San Marcos”. Fui amenazado. Tuve un par de momentos muy complicados.
-Has dicho que varios de los personajes de tu libro son ‘amorfos’. ¿Lo es también D’Ancourt?
Sí lo es. Él es un amorfo de varios gestos y posturas que vi. Porque si bien puede parecer un personaje entrañable, por su dedicación a las letras, por su amor y por su muerte repentina, también puede llegar a parecerte medio pedante. Y eso lo saqué de varios. Obvio tiene cosas mías, igual que otros personajes, pero hubiera sido muy cómodo decir ‘yo voy a ser ese personaje’. Eso no es trabajo literario. Considero que esta estrategia de armar personajes ‘Frankestein’ es muy rendidora porque te permite hacerlos más coherentes y cuando introduces cierta variación, esa incoherencia se nota y adquiere valor estético, porque ya es forzada por el autor y sabes que la pones por alguna razón.
-Dentro de los mundillos que aparecen en tu novela está el de las revistas literarias, ajenas a un lector de menos de 30 años. ¿Qué puedes decir de ese ámbito?
¡Ese mundillo de las revistas de mimeógrafo era genial! El mimeógrafo era una forma de impresión en la cual trabajabas, incluso hasta manualmente, un rodillo entintado que tenía una suerte de película de papel encerado en la que cual escribías y al perforarse la tinta imprimía el texto escrito, reproduciéndose manualmente. Así que sacábamos revistas hechas a mano. Yo participé de una de ellas. Sé la emoción que te genera ver tu nombre impreso por primera vez a los 17 años. Ahí te juras un autor consagrado, que vas camino a la gloria y la inmortalidad. Era una sensación muy especial. Nos intercambiábamos las revistas, como lo que hoy significa una tarjeta de presentación. Finalmente (las revistas) eran para eso, porque nadie creía que te iban a generar dinero. Ese ‘mundete’ de las revistas literarias y los recitales cruzados ‘San Marcos-Católica’ ya no existe. Ahora la cosa es más hipster. Te vas a un bar lindo de Barranco y ya.
-Tú lees las obras de un autor en orden y en conjunto. ¿Si alguien hiciera lo mismo con tu poemario “Acto Primero”, con tu libro de cuentos “Un lugar como este” y con esta novela, podría encontrar algo que vincule las tres obras?
Lo primero que harían sería preguntar quién es Arámbulo (risas). Y esto que te voy a decir es muy ‘borgiano’: yo creo que un dios menor oculto detrás de estas paredes está tratando de escribir la vida de Arámbulo e intenta armar dicho personaje. Si tú lees “Acto Primero” y “Quién es D’Ancourt”, obviamente hay algo ahí, porque el poema de D’Ancourt se llama “Acto Primero”. Pero si vemos las tres obras en conjunto siento que hay una constante: la reflexión sobre el lenguaje. El poema “Acto primero” es una reflexión del lenguaje como constructor de mundos. En “Un lugar como este” el lenguaje se convierte en actor principal, en cambio, en “Quién es D’Ancourt”, si bien el lenguaje es importante, creo que la historia tiene una riqueza de por sí. Yo quería lograr un lenguaje que, sin dejar de ser cuidado, fuese a la vez divertido. Es decir, que el lector disfrute de la lectura, y no me refiero solo a un lector experto o literato, sino a cualquiera. Por otro lado, las dos novelas que estoy trabajando son muy diferentes entre sí, pero siempre con la marca del lenguaje cuidado y del ritmo.
-Finalmente, en tu novela está presente Rodolfo Hinostroza. ¿Qué te hubiera gustado diga él luego de leer “Quién es D’Ancourt”?
Lo que me dijo cuando leyó “Acto Primero”: ¡Puta madre, Carlitos, te visitó la musa, huevón!
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15 abril, 2019 at 7:21 pm