Este miércoles 4 de abril a las 7 p.m. será presentada en la librería El Virrey (Av. Bolognesi 510, Miraflores) la reedición especial de “Ciudadano Fujimori”, libro que el periodista y escritor Luis Jochamowitz publicó originalmente en el año 1993.
Veinticinco años han pasado y si bien mucho en nuestro país cambió, existe un consenso en torno a la importancia que esta publicación tiene para conocer los orígenes de uno de los mandatarios más controversiales en nuestra historia republicana.
En esta entrevista, Luis Jochamowitz rememora algunos detalles de su investigación, convertida en referente clave para periodistas peruanos y extranjeros que desean saber sobre la cabeza principal de lo que hoy es el clan Fujimori, enquistado en la política peruana desde 1990.
-En el libro hay mucho dato, testimonio y recuerdos de gente que en algún momento fue cercana a Fujimori. ¿Le tomó mucho tiempo el trabajo de investigación?
Me tomó un año, quizás un poco menos. En cuanto a la parte oral (entrevistas) fue algo bastante estándar. Vas y buscas a los compañeros de colegio, universidad, a alguno que haya participado en la campaña electoral, o sea, haces lo que haría cualquier periodista. El ‘descubrimiento’ en sí fue los archivos vinculados a la historia de la inmigración (japonesa en Perú). Esa es una trama muy rica que estaba muy encapsulada ‘para ellos’, aunque en realidad se trata de una historia universal, porque nos conecta con la Segunda Guerra Mundial, con la crisis de los años 30, con una serie de cosas que parecían alejadas de Fujimori.
-Se llegó a decir que Alberto Fujimori no tiene historia…
Así es. Incluso Morales Bermúdez dijo que “Fujimori no tenía huesos enterrados en el Perú”. Esa es una premisa totalmente falsa. Probablemente no hay nadie que haya llegado a la presidencia del Perú que –en los últimos treinta o cuarenta años—con una historia republicana tan cercana y comprometedora como Fujimori. Él fue un chiquillo que vio cómo le quitaban el negocio al padre o cómo amenazaban (a los inmigrantes) con deportarlos, es decir, estuvo totalmente implicado en la historia de su tiempo.
-En el libro hay un detalle de Fujimori siendo ‘popular’ en su salón de clases porque era tan aplicado que todos querían les preste su cuaderno. ¿Pueden la infancia y adolescencia explicar la personalidad del Fujimori presidente?
Lo pueden en un libro. No pretendo saber cómo es Fujimori. Me hice una idea de él pero en realidad estamos ante una construcción. Ahí echas mano de todas esas herramientas: la infancia, el barrio, la familia. ¿Pero hasta qué punto realmente influyen? De repente sí, pero de formas no muy evidentes, quizás a través de trasposiciones, superaciones, no lo sé. La gente es muy complicada de entender.
-Está la premisa de que “Fujimori no podía manejarse por sí solo” y que “necesitaba siempre un asesor”. ¿Podría esto explicarse como consecuencia de una infancia complicada?
No lo creo. Yo más bien diría que no solo la infancia –aunque en su caso es fuerte y fundamental–, sino también la adolescencia y la juventud son importantes como parte de un largo aprendizaje. O sea, cómo aprovechar lo mejor posible mi situación de hijo de japonés y de persona peculiar dentro de una sociedad como la peruana. Todo eso para maximizar mis ganancias. Porque todo esto está visto desde una perspectiva muy pragmática: “yo quiero ganar” (poder, dinero o lo que sea). Fujimori jamás se planteó cómo hacer que el Perú sea mejor. Él nunca tuvo empatía con los demás. Él es primero que nada y su gran esfuerzo auto educativo se basa en ‘cómo logro mis objetivos’. Eso lo fue aprendiendo desde chiquito.
-En una parte del libro se menciona el caso de Kitsutani, un comerciante japonés que se quita la vida tras ver manchado su honor. Este sacrificio ‘oriental’ parece no estar ligado mucho a Fujimori, quien no pidió perdón por sus delitos y ni siquiera los admitió. ¿Puede atribuirse esto a su lado ‘peruano’ o criollo?
Es que Fujimori es de dos, tres o varios mundos. Él no es un japonés, aunque tenga algunos rasgos, sobre todo por sus padres. A veces he pensado que él tiene lo peor de japoneses y peruanos. No esperemos que se comporte solo como los primeros, esas son cosas que nosotros queremos que haga, y que él se da cuenta y más o menos las falsifica o las representa, pero Fujimori no es así.
-Luego del libro pasaron muchas cosas con Alberto Fujimori. Fue reelecto, renunció desde el extranjero, fue vacado y explotaron denuncias de corrupción. También lo sentenciaron, estuvo preso y, finalmente, lo indultaron. A la luz de todo esto, ¿cómo debe leerse hoy “Ciudadano Fujimori”?
Es complicado. Este libro termina cuando él llega al poder, es decir, la historia de Fujimori aún no ha sido escrita. Quizás hoy exista un niño que dentro de veinte o treinta años lo haga. Mi libro fue solo un impulso en un momento en el que estábamos totalmente en sus manos. Porque su influencia, poder y popularidad fue realmente asombrosa. Cuando escribí “Ciudadano Fujimori” trataba de no ver televisión ni escuchar radio. Quería quedarme con la idea del Fujimori del (año) 40 o del 52, pero para nada el de los noventa porque eso me confundía. Había cosas allí que no encajaban en mi libro. Ahí comencé a darme cuenta de la influencia que tenemos todos en estos personajes políticos.
-¿En qué sentido?
Es que somos nosotros los que los creamos. No solo porque los elegimos sino porque luego de esto les damos una serie de poderes, cualidades, características y defectos que proyectamos. Los políticos reaccionan y más o menos terminan convirtiéndose en una mezcla de todo eso.
-Más allá de los defectos de Fujimori que son públicos, ¿encuentra usted alguna cualidad a destacar en ese personaje (político)?
Me molesta el periodismo totalmente ‘negativista’. Aunque a veces es cierto eso de ‘piensa lo peor y acertarás’. Yo trato de no hacerlo. A Fujimori le reconozco determinados valores: gran inteligencia, práctica, rapidez, ser muy dúctil, pero hoy ya no porque es un anciano y se fue anquilosando en el poder. Las elecciones del noventa fueron asombrosas, una revolución electoral. Mostró una capacidad enorme de cambiar y adaptarse con gran rapidez y lucidez. Se mostraba trabajador y austero hasta cierto punto, porque de repente su austeridad es un gusto medio torcido. Pero sí, en comparación con la pompa republicana, sí es austero.
-¿Por qué cree que a los periodistas peruanos les cuesta tanto publicar investigaciones de este tipo? ¿Identifica algún libro que se parezca a lo que usted logró con “Ciudadano Fujimori”?
Sí, claro que los hay. En la colección “Memoria Perú” está, por ejemplo, “Sendero” de Gustavo Gorriti. Se trata de un libro que tuvo una importancia de vida o muerte porque nos comenzó a dar luces sobre algo oscuro, confuso, que era un malestar. Y de pronto comienzas a entenderlo, encontrando soluciones o puntos de vista. Por eso yo pienso que la crónica es un género de emergencia con un poder enorme que no hemos sabido aprovechar los periodistas ni los lectores, mucho más grande que el de una novela o un cuento, que son géneros más estéticos y de satisfacción personal. La crónica puede dar soluciones sociales.
-Su libro intercala capítulos históricos con momentos de la vida de Fujimori. ¿Necesitó la ayuda de un editor o este esquema surgió de usted?
Fue algo mío. Aunque no estoy muy contento con esa estructura. Es más bien sencilla, pensando en el lector, pero esta no presenta mayor innovación. Yo sabía que tenía varias líneas: “la historia de los japoneses”, “la historia de los Fujimori”, “la historia de la campaña”, o sea, planos que se iban intercalando, sin embargo, la solución que encontré era ir por lo sencillo, no retar al lector sino más bien ser amable con él.
-Hasta hace unos días nuevamente el apellido Fujimori estuvo en boca de todos. ¡Casi treinta años pasaron! ¿Por qué seguimos estancados con esta familia pese a todo lo que ha ocurrido con ella?
Es que no cerramos ningún capítulo, nunca llegamos al final de nada. Fue una tragedia que después de Paniagua llegue Toledo, porque fue un volver a lo mismo. Y ahora si viene Vizcarra, ¿luego a quién le toca? Tenemos que cancelar el pasado. ¿Cómo se logra eso? Hay mil formas, pero ninguna de ellas es tirando la tierrita debajo del sillón, sino llegando al final, haciendo justicia. Aunque quizás hemos vuelto todo muy penal, siempre hablando de la cárcel. Evidentemente eso es una vía, pero en mi caso puedo decir que jamás votaré por un ‘mal menor’. (Un candidato) me tendrá que convencer por alguna razón positiva. O aprenderé a votar en blanco o viciado, cosa que antes me molestaba porque me parecía una falta de posición. Uno aprende con la experiencia.