La frecuencia con la que Santiago Roncagliolo recomienda en redes sociales libros de autores peruanos o internacionales demuestra que –tal como lo admite en esta entrevista—la lectura es para él una forma de empaparse de las múltiples formas que existen de contar historias.
Y es que este autor le rehúye por completo a la posibilidad de repetirse. Así podemos encontrar en su larga hoja de vida novelas como “Abril Rojo”, “Pudor” o “La pena máxima”, libros periodísticos como “La cuarta espada”, memorias ajenas como “El amigo americano”, compilaciones de sus columnas sobre cultura y entretenimiento, y también libros infantiles.
Precisamente de este último género es una de sus más recientes publicaciones: «Cómo conocí a las gemelas Pizzicatto« (Editorial SM, 2019). En su argumento, dos niñas de rasgos góticos e imaginación infinita indagan en el pasado familiar para finalmente –y tras la aparición de personajes sumamente peculiares como un general que conquistó varios países pero huele a pipí de gato—volver a reunirse.
En esta entrevista, Santiago Roncagliolo nos habla sobre su rechazo a repetir esquemas, pero también ahonda en temas como el hábito de la lectura en los niños o en ese particular universo que conforman los escritores peruanos.
-Uno recuerda “La cuarta espada” (reportaje sobre Abimael Guzmán) y luego un libro como “El material de los sueños” (columnas sobre cine y televisión) y piensa en cuántas pieles tiene Santiago Roncagliolo. ¿En qué momento decides qué tipo libro pasará de tu cabeza al papel?
No me doy cuenta. Es que yo siempre pienso en historias. Finalmente, soy un narrador de historias. Hay algunas que requieren un buen ilustrador y una editorial para niños, otras que requieren investigación y otro tipo de editor, no lo sé. Lo que me gusta es justamente estar todo el tiempo cambiando y experimentando. Quizás en literatura no estamos tan acostumbrados a eso, pero en la música hay artistas y en el cine hay cineastas que cada cosa que sacan es un universo diferente. A mí no me interesa escribir el mismo libro siempre. Es más, ni me interesa repetir el mismo género. Hace mucho tiempo que hago cosas muy variadas. A veces pienso “quizás debería escribir otra novela”, pero la verdad es que la paso tan bien haciendo todas estas cosas…
-Aunque has dicho que «Cómo conocí a las gemelas Pizzicatto» es una novela para cualquier público, finalmente llegará mucho más a los chicos que a los adultos. Teniendo esto en cuenta, ¿te planteas la obligatoriedad de una moraleja al escribir libros como este?
Supongo que los personajes aprenden que tú escoges a tu familia, que no todas las familias son iguales, y que querernos como familia es aceptar lo que hicimos mal. Pero eso les pasa a ellos. No lo he planteado como una moraleja. Es que en general veo como un error obligar a que los niños lean (libros) con moraleja. Luego te pasa que cuando escribes libros para grandes te encuentras con mucha gente que te pregunta: ¿qué quisiste decir? Y te das cuenta que esa pobre gente no sabe disfrutar las historias. Creen que cada vez que escribes es para luego tener un eslogan. Y a mí me parece que eso les impide comprender.
-En una parte de la novela el sol no sale y las niñas dicen “vamos a ofrecerle huevos revueltos con tocino”. ¿Podemos pensar que ese es el niño Santiago Roncagliolo escribiendo?
Creo que eso es lo que llamamos ‘para niños’, es decir, existen ciertos niveles de imaginación que los adultos ya perdimos. Lo que disfruto de estas historias es precisamente el poder imaginar las cosas más delirantes y absurdas posibles. Esta posibilidad es la que admiro de autores como Michael Ende, quien en el fondo puede escribir sobre el capitalismo, pero lo hace con unos hombres de gris y una niña salida de ninguna parte. Pienso también en Roald Dahl o tal vez en Lemony Snicket (Daniel Handler), que escribe cosas chirriantes y se ríe de la realidad. A ellos los lees con mucho placer. En mi caso, jamás pienso “esto no ocurriría en el mundo real”. ¡A quién le importa lo que pase en el mundo real!
-En la contratapa dice que el libro es para niños de 10 o más. ¿Qué libros leías a esa edad?
De hecho, no muchas cosas para niños. Mis padres leían mucho (y lo siguen haciendo). Yo empecé a leer novelas desde los ocho o nueve años. Supongo que a esa edad estaba leyendo cosas de Agatha Christie. Y creo que, un tiempo después, lo primero de ‘alta literatura’ que leí fue “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada” de García Márquez. La verdad es que no entendí mucho del libro, pero sí me pareció lo suficientemente interesante como para captar mi atención. También leía novelas juveniles como “El corsario negro”, que quizás hoy es considerada literatura para adultos.
-En tu novela están las gemelas, los padres, la villana que bien puede ser la tía Brígida, el Nomo, etc. ¿El escritor puede tomarse como una especie de cocinero que debe tener todos los ingredientes (protagonistas, villanos, secundarios) para armar un relato sólido? ¿Hay una ecuación exacta en la literatura?
Estoy pensando en mis otros libros para niños y quizás sí. Pero en la literatura para grandes también hay villanos. No sé, a lo mejor no son personas con risas maléficas, pero pienso en villanos como los de “El otoño del patriarca” o “Conversación en La Catedral” en donde estos son los dictadores. En otras novelas negras como las de Henning Mankell es más bien el asesino. Creo que si no hay un villano no existe conflicto y sin esto último no tienes historia. Pienso que las historias necesitan que sus personajes se enfrenten a algo que en el fondo representa una parte de sí mismos, una especie de lucha interior. Las gemelas (de mi novela) se enfrentan al pasado de su propia familia y deben encontrar la manera de reunirla y de reconstituir su hogar.
-HÁBITOS DE LECTURA Y DESARROLLO EN LATINOAMÉRICA
-Si hablamos del hábito de la lectura, ¿cuánto este se debe a la posibilidad de ver leer a tus padres en casa y cuánto hay de motivación personal en el colegio (por mencionar otro espacio)?
Creo que depende mayormente de cuánto puedes disfrutar leyendo. Y me parece que eso está cambiando, porque voy a colegios peruanos y lo noto. La educación tradicional era decirle al niño que debía salir del colegio habiendo leído los clásicos. Y entonces tenías a niños de 11 años intentando leer “El Quijote” en un castellano complicadísimo. Y yo creo que esa es la mejor receta, ¡pero para odiar la lectura! No se necesitan cursos para que te guste el sexo o el fútbol, simplemente te gusta y ya. La literatura debe ser enseñada del mismo modo. Si te enseñan a disfrutar leyendo, entonces luego solo buscarás cosas para leer. Pero si te enseñan a odiar los libros, pues nunca leerás nada. En el caso de mis hijos, trato de motivarlos con libros que a ellos les gustan. Creo que cualquier otra política estaría condenada al fracaso. Y es más, este libro lo fui escribiendo junto a mis hijos, como ha pasado con muchas cosas que escribí para niños. Ellos participan y me cuentan qué cosas les gustaría que pase a lo largo del argumento.
-Los niños no puede comprar libros en la librería. Son sus papás los que eligen porque ellos tienen el dinero…
¡Los padres no leen pero quieren que sus hijos lean! Los grandes muchas veces compran libros que ni siquiera entienden pero les parece prestigioso decir que los han leído. El problema es que si no lees no sabrás cómo hacer que tus hijos disfruten una lectura. Para padres como para profesores, si quieren enseñar a que los niños lean, primero deberían disfrutar leyendo ellos.
-En una entrevista para “La vanguardia” dijiste que Europa era consciente de que iba a estancarse y que más bien Latinoamérica saldría a flote. ¿Podrías desarrollar esa idea?
Europa está cada vez más vieja (en edad) y también cada vez más desorientada. Lo mismo creo que ocurre en Estados Unidos. A pesar de todos sus problemas, veo más energía creativa, juventud y fe en el futuro en América Latina que en Europa, sin duda. Y nadie está preparado para que sea así. Porque los latinoamericanos son los primeros en negar eso. Te dicen “de ninguna manera” y te explican todas las cosas que están mal en sus países. Pero la Feria del Libro de Lima lleva dos años con 600 mil personas y los eventos literarios de España –donde llevo veinte años viviendo—son bastante menos convocantes que antes. Así que estamos frente a un mundo nuevo, están pasando cosas que nunca habían ocurrido y eso cambia lo que somos todos.
–CADA LIBRO REPRESENTA LO QUE ERES EN DETERMINADO MOMENTO
-¿Hay algún libro de los tantos que has escrito que hoy pensarías dos veces antes de escribir?
Cada libro representa lo que eres en determinado momento y lo que quieres hacer. Sin embargo, un libro muy extraño y al que muchas veces me cuesta reconocer como mío es mi primera novela, “El príncipe de los caimanes”, que no tiene nada que ver con lo que hice después. En realidad se abrió esta posibilidad de publicar un libro, porque yo venía de años intentando publicar sin poder hacerlo, y lo que había eran libros de viajes y libros de ríos, así que pensé en el Amazonas, un río al que nunca había ido ni podía ir porque no tenía dinero. Así que leí todo sobre él y escribí una novela rarísima. Hay gente que cree que esa es mi mejor novela, lo cual me parece sorprendente [risas]. Creo que esa es una novela que yo no había escrito de no haber vivido en unas condiciones tan específicas.
-Encontrar ese libro hoy es imposible. Está ‘no habido’…
Claro, y no hago ningún esfuerzo para que vuelva a aparecer [risas]. Aunque en el fondo no me arrepiento de haberla escrito porque tal vez no sería el escritor que soy sin “El príncipe de los caimanes”. Todo tiene que ver mucho con mi idea de probar y explorar cosas. Es un poco agotador el hecho de que cuando eres un novelista todo el mundo quiere volver a leer la misma novela que ya leyó con tu nombre. Por eso leo mucho para explorar cosas nuevas. Y me encantan los guiones porque a nadie le importa el guionista. Y además se hacen en equipo, por lo que colaboras con mucha gente. Ahí entonces puedo ‘cambiar de piel’ sin que se queje el editor. Además soy negro literario, por lo que muchos de mis trabajos ni siquiera llevan mi nombre. Y me gusta que sea así. No tengo ningún interés por hacer muchas veces el mismo libro, en ser completamente predecible y que eso se considere que está bien.
-En el caso del libro de James Costos sí aparecía tu nombre en la portada…
Sí, la editorial consideró que era una buena idea que aparezca y eso me pareció bien. De hecho era un trabajo creativo muy interesante porque James ni siquiera habla español. Así que había que escribir un libro en inglés y crear una voz en español para contar la historia. Entonces tenías que meterte en la cabeza de un personaje que finalmente terminaría siendo el dueño de su historia. De hecho yo le decía entre bromas “en tu historia falta drama, la has pasado muy feliz. Si fueses mi personaje yo te lo haría pasar muy mal”. James tiene una historia fascinante pero es una persona que siempre se ha sabido adaptar muy bien a lo que le pasa. No sé si no ha sufrido lo suficiente, pero por lo menos no tiene ganas de contar eso. Y mi trabajo no es inventar historias sino meterme en la cabeza de otro (James) y escribir la historia que él hubiera escrito. Y esa posibilidad de ver el mundo desde otros ojos es algo genial que te da la literatura.
-Uno aprende cosas de cada libro. ¿Qué lección te dejó la polémica alrededor de “Memorias de una dama”?
No libres batallas que no vas a ganar y no mueras por un libro [risas].
-A veces cuando uno estudia ingeniería o medicina y egresa luego piensa “hay mucha competencia, están saliendo muchos profesionales”. ¿En qué piensa un escritor cuando ve a tantos nuevos autores en cada feria? ¿Tus colegas son una competencia? ¿Cómo defines el ecosistema de los escritores?
No veo a los demás escritores como competidores sino todo lo contrario. Creo que nos necesitamos. Y eso es algo he tratado de decir mucho en Perú. Las fábricas de lavadoras sí compiten, porque te compras una lavadora y no otra. Pero si compras un libro y este te gusta, pues luego te compras otro más. Es muy importante para los escritores peruanos ser conscientes de que en cualquier caso somos muy pequeños. Perú es un país muy mal conocido afuera. Tiene muchas cosas que ofrecer, pero a la vez es mucho más desconocido que Argentina, México o Brasil. Así que cada artista o escritor peruano que coloca algo afuera abre espacio de interés para otros. Y en ese sentido todos estamos en el mismo barco. Nos llevemos bien o mal, estamos en el mismo proyecto y es conveniente que lo sepamos. Por otro lado, pienso que el mundo de los escritores es un maravilloso manicomio. Vas a un encuentro de escritores y están los activistas, los lúdicos, los que escriben de deportes o los que vienen del periodismo. Es un medio muy interesante porque cada quien está loco a su manera y tú puedes aprender de la locura de todos.