Leímos «La luz difícil» de Tomás González y este es nuestro comentario

Diversos autores hispanoamericanos han abordado lo que implica la pérdida de un familiar cercano, más precisamente el dolor que le genera a un padre ver partir abruptamente a su hijo, ya sea tras un accidente, un crimen, o como consecuencia de una delicada enfermedad. Ejemplos de esto bien podrían ser libros como “La hora violeta” del español Sergio del Molino o, sin irnos muy lejos geográficamente, “El hijo que perdí” de la peruana Ana Izquierdo.

Esta conmoción personal y sumamente íntima que significa la partida del ser que trajiste al mundo es precisamente el argumento de “La luz difícil”, novela que publicó el escritor colombiano Tomás González originalmente en 2011, pero que gracias a la Colección Bordes salta el charco y arriba a nuestro país en un intento por conquistar nuevos lectores.

David, un pintor colombiano que hizo parte de su vida junto a su esposa Sara y sus tres hijos en Estados Unidos, parecía tener una vida sin mayores sobresaltos hasta que, inesperadamente, un violento accidente deja a su hijo Jacobo minusválido y víctima de frecuentes e intensos dolores musculares. Así pues, un muchacho con futuro prometedor termina dependiendo de los cuidados de sus padres y de su hermano Pablo.

Lo primero que podemos decir sobre “La luz difícil” es que se presenta como una novela esquematizada de forma simple: capítulos cortos (no más de tres páginas cada uno) en los que el protagonista rememora su vida antes y después de perder a su hijo. En el medio tenemos, además, una prolongada línea de tiempo de la eutanasia practicada a Jacobo.

Si uno supone que en esta novela se encontrará ante la debacle de un padre acaecida tras la muerte de su hijo, pues no estaría tan en lo correcto. David parece haberse sentido insatisfecho desde siempre. Y es que la ‘normalidad’ o la falta de sobresaltos no son necesariamente sinónimos de felicidad. Estamos ante un artista a todas luces insatisfecho. Esto queda reflejado en las innumerables reminiscencias que fluyen durante la narración.

Otros detalles muy presentes en esta novela son, primero, una muy presente sensación de desplazamiento continuo (estamos ante una familia de colombianos que pasó por Miami y Nueva York pero que –en parte—termina retornando a su tierra natal). Segundo, González no escatima en expresiones sumamente delicadas para dar cuenta de la fragilidad de su personaje principal:

No existe animal más feliz que un labrador a la orilla del mar. Y ya no logré contener más el sollozo, que emergió como de la tierra misma y me obligó a sentarme, ni logré detener las lágrimas, duras como astillas, que me rodaron frías por la cara”. (Página 44).

“… cuento con ellos para que me acompañen y ayuden cuando la ceguera confunda del todo las formas y sólo me quede la luz, y para que llamen después a mis hijos y me lleven todos al cementerio de La Mesa de Juan Díaz cuando brille para mí la luz perpetua, y me entierren junto a Sara al lado de algunas de esas palmas, que ya se murieron en su mayoría, y por desidia municipal elevan sus altos troncos sin penacho, como columnas de ruinas antiguas.” (Página 74).

Por último, un aspecto que de ninguna manera debe quedar de lado al revisar una obra (fundamentalmente) humana como esta es el siguiente: estamos ante un relato que intenta reflejar lo bello que puede ser envejecer (aunque viudo, con un hijo muerto y otros lejos de casa) con la memoria intacta. Finalmente, es esta la que nos permitirá esbozar una ligera sonrisa, pero principalmente sentir algo de paz, cuando llegue nuestro día final.

SOBRE EL LIBRO:

Título: La luz difícil

Sello: Planeta

Precio: S/29

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