Gonzalo Zegarra: “El Perú se conoce también en las sobremesas, en las conversaciones y en la calle”

Aunque se considera viajero, Gonzalo Zegarra admite que no conoce todo el Perú. Este detalle, sin embargo, no ha sido impedimento para que asuma la labor de editar un libro ambicioso y lleno de color. Hablamos del “Atlas del Perú” que, bajo el sello Ediciones Pichoncito, espera capturar la atención de los chicos no solo por sus bellas ilustraciones – a cargo de Mariana Bahamonde—sino porque esconde en sus 60 páginas todo lo que hace a nuestro país un lugar único.

En esta extensa entrevista, el exdirector de Semana Económica cuenta algunos pormenores sobre esta llamativa publicación, pero además recorre algunos aspectos de su biografía personal, sin dejar de lado la posibilidad de analizar aspectos fundamentales de nuestra sociedad, siempre compleja y, por momentos, indescifrable.

-En la parte final del Atlas citas “La urgencia por decir nosotros”, uno de los últimos libros publicados por Gonzalo Portocarrero. ¿Qué te dejó la lectura de dicha obra?

Portocarrero se centró mucho en los esfuerzos intelectuales— sobre todo del siglo XIX– por construir conceptualmente esta idea de la identidad nacional, algo que, por lo menos cuando yo estaba en la universidad, era de sentido común desafiar. Yo creo que ese es uno de los grandes temas pendientes en el Perú de hoy, porque evidentemente tenemos una identidad nacional compleja, difícil y muy inasible en cierto sentido. Pero me parece que es simplista negar que exista, sobre todo cuando uno ve las cosas en perspectiva y se da cuenta que estamos tratando de convivir unificadamente hace por lo menos 3500 años. Entonces, si un territorio y una población, a pesar de sus dificultades geográficas, culturales, políticas, lingüísticas y climáticas está intentando permanentemente –en una especie de ensayo/error– de convivir unificadamente, pues entonces no sé a qué le podemos llamar identidad nacional.

Tampoco puedo negarte que sea un proceso complejo, alambicado y de alguna manera sufrido. Porque no es algo fácil, pero esto tiene que ver más con un intento casi utópico de querer unificar todo. No es broma cuando decimos que el Perú tiene casi todos los microclimas, los pisos ecológicos, y uno podría decir también que tiene casi todas las sangres y culturas. Creo que no dimensionamos lo extraordinario de esa empresa, en el sentido del rendimiento y del intento. Y asumimos que el hecho de que no funcione fácilmente es una muestra de que es un error. Yo creo que debemos darnos la oportunidad de, primero, ver que nadie dijo que sería fácil construir un país, y mucho menos uno como el Perú. Entonces, cuando miras las cosas con esa visión algo más pausada, lejana e histórica en perspectiva, tal vez uno se puede explicar algunas de las dificultades de nuestra viabilidad política y de nuestra complejidad al momento de intentar convivir.

-Si hablamos de complejidad y de viabilidades para tratar de convivir, ¿cuánta importancia le das al hecho de la Conquista? Hasta hoy muchos la culpan de la gran mayoría de nuestros males como sociedad. Precisamente, hace unas semanas se celebró el Día de la Hispanidad y, nuevamente, el debate se reactivó…

Es una pregunta difícil de contestar sin usar afirmaciones que pueden ser controvertidas. Hablas del Día de la Hispanidad, y para otros es el (Día del) Descubrimiento de América (y en Estados Unidos el Día de Colón), y yo lo que vi en este mundo instantáneo y exabrupto que son las redes sociales es una visión cortoplacista, majadera e infantil de creer que se pueden juzgar las cosas fuera de su contexto. Mira, en 1947, cuando mi padre era dirigente estudiantil en San Marcos, escribió un texto chiquito pero muy vigente. Básicamente él dice: ‘dejémonos de majaderías, es una tontera ser hispanista, y es también un poco tonto mirar las cosas de una forma puramente indigenista, porque lo que hay que ser es peruanista. Es como cuando mis hijos me critican o critican a mi esposa, yo les respondo: ¿quién te garantizó a ti que tus padres iban a ser perfectos?

Creo que nosotros somos producto de muchas fusiones, de padres no- perfectos, de muchos elementos contributivos, pero dentro de ellos la herencia hispánica y la andina son enormemente gravitantes y determinantes, y ambas las considero riquísimas y maravillosas, pero claro que también tienen muchos pasivos que a su vez determinan nuestros defectos. Entonces, reducir esa mezcla tan rica y complicada a ‘los buenos son los españoles y los malos los andinos’ o viceversa, no sirve para nada. Evidentemente, hay cosas que ocurrieron en la Conquista que resultan inaceptables para los estándares de hoy.  Ahora, ¿cómo haces para renegar de eso? O sea, okey, quejémonos, pero ¿vamos a borrar la historia? No, tenemos que procesarlo. Parte del proceso es decir ‘estuvo mal, no se puede repetir’, pero no podemos dejar de abrazarlo y asumirlo como parte de nuestra herencia e historia con miras hacia una construcción de algo mejor hacia futuro.

Y luego está algo profundamente ignorante que pretende pintar un mundo precolombino como una leyenda rosa, algo que no resiste ningún tipo de análisis. Si la Conquista fue posible no fue solo por la superioridad tecnológica de los españoles. Dos de los factores concomitantes fueron, obviamente, la cosa bacteriológica (las enfermedades que trajeron y que devastaron el territorio peruano), pero segundo fue la colaboración de un montón de los pueblos originarios que había acá. Y esa colaboración no la podemos tratar ni con paternalismo ni con ignorancia. ¿Quiénes somos nosotros para creer que eso era una traición o que estuvo mal? Ellos optaron por eso porque, probablemente pensaron que la opresión de los incas era insoportable y creyeron que mejor podría ser una ‘alianza’ con los españoles. Pero el punto es que no se puede creer una cosa tan infantil como la ‘leyenda rosa’. Nuevamente, la complejidad de la historia, antropológica y cultural del ser humano se tira por la borda si nos compramos un discurso tan simplón y tan hueco como decir ‘esto era un edén, llegaron los españoles y lo destruyeron’. Ambas cosas son falsas.

-En tu biografía subida a la web de Semana Económica mencionas que fuiste Mención Honrosa del Premio Copé 1999 por un relato titulado “En memoria de Mary Jordan”. Pasa que muchos dejamos algunos detalles fuera de nuestro CV porque, o son muy pasados, o tal vez luego logramos cosas más importantes. Pero tú has decidido mantenerlo. ¿Hay una historia oculta de Gonzalo Zegarra con la literatura?

Ese fue un cuento que escribí en mis veintes. No sé si tengo una historia oculta –tal vez sí olvidada o antigua– con la literatura. Creo que puse eso en mi bio para que no pareciera algo ‘superado’, a pesar de que hace mucho tiempo no escribo. Tal vez uniéndolo con la respuesta anterior, ese cuento es parte de mi historia y a la vez de algo no terminado. Te pongo otro ejemplo: cuando estudiaba en el colegio hacía teatro. Y luego en 2019 el grupo de Arte y Derecho de la PUCP me pasó la voz para actuar en una obra titulada “Tinta”. Entonces, son facetas que tengo y que me gustan mucho, pero que tal vez no les puedo dedicar un porcentaje mayor de mi tiempo, aunque son parte de estos intereses tan diversificados que poseo. Soy una persona que tiene una visión de las cosas tal vez un poco amplia. Me considero un gran lector y, antes de la pandemia, era incluso un gran teatrero (dos veces o hasta tres por semana iba a ver obras).

– ¿Leías mucha literatura o ese cuento surgió como de un impulso creativo?

Soy una persona en quien este tipo de cosas van incubando poco a poco. De hecho, la trama del cuento tiene que ver con una nostalgia familiar. Es la historia del cuadro de una antepasada que estaba en la casa donde se crio mi madre, y cuando esta era chica había una especie de leyenda familiar y medio gótica sobre el retrato, entonces, escuchando esas historias se fue forjando en mi cabeza la idea de, manipulando un poco ese anecdotario, escribir un cuento, no sé si oscuro, pero sí intrigante, que tiene algunos guiños sobrenaturales, sin ser explícitamente fantástico. Y, más allá de que no soy una persona de impulsos, ese relato sí se escribió casi de un tirón.

-Integraste durante tres años el Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana (Conasec). ¿Te ayudó esta etapa a comprender por qué somos un país tan inseguro y violento?

Creo que no tanto. Esa no fue una etapa muy activa. No estoy seguro si el Conasec puede considerarse como un caso de éxito. Fue un intento de ponerle más peso al tema de la seguridad durante el gobierno de Humala. Yo creo que esa experiencia me permitió ver de cerca las dinámicas de esos intentos por poder solucionar un problema grave. Recuerdo que fueron pocas reuniones. En algunas estuvo el presidente y en muchas otras no. Luego vencería mi mandato. Pero no recuerdo que en las reuniones hubiera una mirada sociológica o antropológica del tema, sino más bien fue como una experiencia burocrática, en el sentido de entender cómo se ve desde la administración pública un tema que tiene una complejidad y unas aristas muy diversas.

-Donde seguramente tu experiencia sí fue más fructífera fue en Semana Económica, donde dirigiste diez años. ¿Crees que tú dejaste una impronta en la revista o que la revista dejó una impronta en ti?

Es una pregunta muy difícil y apela a mis egos [risas]. En realidad, yo estuve 16 años en Semana Económica. Los primeros seis como editor y los siguientes diez como director.  De la primera forma también era líder, aunque con menos atribuciones tal vez. Mira, si yo dejé una impronta en la revista lo tendrían que decir los lectores que me leían y los que leían la revista durante mi dirección. Pero, sin duda, la revista ha dejado una gran impronta en mí. Allí me hice periodista, empresario y líder organizacional, entonces, difícilmente podría no haber dejado una impronta en mí. Además, tuve la suerte de que era una institución que tenía una solidez (desde antes que yo llegara) no solo periodística sino también una cultura empresarial muy sólida y consistente, que es la que forjó el Grupo Apoyo y Felipe Ortiz de Zevallos más específicamente. Así que para mí todo fue aprendizaje y crecimiento. Fue una etapa que me marcó y me sigue marcando.

Nutrido y a full color. Así es el Atlas del Perú. (Foto: Pichoncito)

-Hablemos de tu Atlas del Perú. ¿Te consideras un viajero frecuente? ¿Cuántos de estos destinos conoce Gonzalo Zegarra Mulanovich?

Me gustaría conocer muchos más. Recuerda que yo pertenezco a la generación que terminó casi arrinconada en Lima por efecto del terrorismo. Entonces, los años en los que a mí me hubiera tocado ir conociendo de a pocos el Perú, no me fue posible. Cuando ya se pudo, traté, pero no logré hacerlo en la magnitud deseada. Hay muchas regiones que no conozco. Pero el Perú se conoce también en las sobremesas, en las conversaciones y en la calle. Sin embargo, espero tener mucho tiempo por delante para terminar de conocer el país. Me parece que nunca hubiera podido participar en un proyecto así, si es que me hubiera impuesto conocer físicamente todo el Perú antes de publicarlo. Porque uno conoce este país cuando lee Arguedas, pero también cuando lee “Un mundo para Julius”. Y eso hice toda mi vida: leer sobre, desde y para el Perú.

-En lo literario, uno de los personajes que aparece en este Atlas es Mario Vargas Llosa. ¿Podemos asumir que es uno de tus autores predilectos?

Vargas Llosa es uno de los autores que más he leído. Me siento un lector leal suyo cuando te digo que he leído sus mejores y también sus peores libros. No soy particularmente complaciente ni ‘groupie’ de nadie, entonces, para mí MVLl tiene obras fuera de serie, casi de nivel alienígena –como “Conversación en la Catedral” –, luego tiene otras incomprendidas como “El hablador”, que es una novela maravillosa, deliciosa, fantástica y, sin embargo, para el establishment literario ha quedado como una obra menor. Tal vez porque yo tengo una visión muy filosófica soy alguien muy apegado al asombro. Entonces, claro, toda esta manifestación literaria de la naturaleza y la efectividad del lenguaje, que es lo que en mi opinión aborda esa novela, pues a mí me asombra. Y sin embargo no es una cosa muy compartida por el establishment literario y cultural. ¡Pero Mario también tiene novelas muy malas! “Quién mató a Palomino Molero” me pareció un bodrio, pero sobre gustos y colores no han escrito los autores.

-El Atlas está bastante nutrido, no solo de cosas populares, como la presencia de Rosy War, sino que también incluye personajes relativamente actuales, como el artista plástico Christian Bendayán. ¿Se te quedaron algunos personajes fuera por falta de espacio?

Quedó mucho afuera. Y la gente en su generosidad me hizo ver varias cosas que se nos han pasado. Por ejemplo, Chankillo, el primer observatorio astronómico de América, fue declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, pero esto se dio cuando ya estábamos por entrar a imprenta. Y sobre lo de Rosy War, pues para mí parte del reto era filtrar de alguna manera mis propias preferencias y prejuicios, y formular así una cosa que recoja la cultura popular y no solo unas referencias más intelectualoides o pseudo-eruditas que me puedan ser más afines o más fáciles hasta cierto punto por mis propias preferencias. Pero que esté ella, los cantantes de música criolla o personajes algo ‘olvidados’ o quizás desconocidos. Todo eso fue algo absolutamente deliberado. Hemos querido también incluir gente joven, como en Tumbes que pusimos a Estrella Saldarriaga, campeona mundial de pesas juvenil.

Sin ser yo un seguidor de Víctor Andrés Belaunde, él decía que la idea fuerza del Perú desde el punto de vista ético era el catolicismo, y desde el estético, el barroco. Ambas cosas de alguna manera están en este Atlas. Cuando uno ve Ayacucho y sus iglesias o la sierra con sus fiestas patronales, que también hemos incluido en gran medida. Ahí está el catolicismo, y no lo digo en sentido dogmático sino cultural: como fuerza viva, costumbre e identidad. Y el barroco en un sentido mucho más amplio al que se refería Víctor Andrés. El solo hecho de ser el país de todas las sangres, climas, biodiversidad nos hace intrínsecamente barrocos. Y el Atlas lo es: al abrir en Cusco ves esa mezcla de Garcilaso con las ruinas incas, con el nevado, con los animales. O sea, dime si acaso eso no es barroco.

-Es un Atlas que te hubiera gusto tener y leer a ti de niño…

De hecho. No solo a mí. Creo que ese fue uno de los conceptos con los que trabajamos ya no recuerdo si explícita, pero con seguridad implícitamente con Editorial Pichoncito. El tema de fondo es que el Perú es una realidad tan compleja y difícil de entender que, si no comenzamos a hacerle ver a nuestros niños desde chiquitos todo eso, pues cuando finalmente lo descubran se van a quedar como nos hemos quedado tal vez las generaciones mayores: en la complicación, o como diría Jorge Basadre, en el problema y no en la posibilidad de esa riqueza barroca. Creo que sí está fuerte la idea de ‘oye, esto es tan complicado que una mirada abarcadora era muy necesaria’, y para eso recurrimos a los mejores benchmarks. Miramos afuera productos que nos inspiraron, que no solo están terminados, sino que tienen una pedagogía detrás, una intencionalidad acerca del aprendizaje y eso lo hemos tratado de plasmar en este producto.

-Quisiera cerrar regresando a tu biografía. Has sido parte de muchos comités y/o directorios de empresas, además de las ya mencionadas en esta entrevista. Más allá de tus logros académicos, ¿por qué crees que convocan a Gonzalo Zegarra a sumarse a tantos equipos?

Aclarando que no es lo más elegante hablar de uno mismo, te diría que yo no me meto en nada de lo que no sienta que pueda aportar algo. Y cuando me meto voy con esa mirada, y con mucha sinceridad. Hace un rato estaba tuiteando algunas opiniones controvertidas en materia constitucional y política y, obviamente, eso genera reacciones y discrepancias. Pero mi respuesta a esas discrepancias es ‘seguramente lo que yo opino es discutible, pero ten claro que si digo eso es porque de verdad lo creo’. Tal vez eso resume un poco la respuesta a tu pregunta: creo ser alguien que trata de aportar con sus ganas de ayudar, de acercarnos al objetivo común para cada caso, en cada directorio o en cada institución que me convocó.

(Fotos: Perú 21 y Ediciones Pichoncito)

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