Ni siquiera la docena de libros que tiene publicados en Estados Unidos hacen que Mariana Llanos piense que sabe todo sobre literatura infantil. La escritora y poeta peruana lleva dos décadas viviendo fuera de su país natal, pero reconoce en esta entrevista –realizada a propósito de su nuevo volumen “¡Corre, pequeño Chaski” (Polifonía Editora, 2022)– que aún le queda mucho camino por recorrer.
El tiempo, la humildad, pero sobre todo la paciencia resultan aliados claves en la carrera de esta dedicada autora, quien en este diálogo repasa no solo las claves de este bello cuento ilustrado por su tocaya Mariana Ruiz Johnson, sino además su forma de concebir el trabajo literario.
Sobre “¡Corre, pequeño chaski!” –texto publicado algún tiempo atrás en inglés—podemos decir que es una delicada narración sobre la bondad hacia nuestros semejantes (hombres o animales), aunque también puede ser visto como un delicado viaje hacia nuestros antepasados. Y es que, finalmente, todos somos originarios de un país portador de una incomparable historia.
En la portada de “¡Corre, pequeño chaski!” tanto la autora como la ilustradora son mencionadas al mismo nivel. ¿Cómo fue la experiencia de elaborar este libro junto a Mariana Ruiz Johnson?
Trabajamos par en par. En un cuento ilustrado tanto el texto como las ilustraciones pesan de la misma forma. El texto narra y la ilustración complementa. La historia la creé yo y luego fue traída a la luz por la ilustradora. A través de la editorial se dio una especie de ‘feedback’: la ilustradora me mandaba sus bocetos, yo brindaba mis observaciones, estas eran analizadas, y luego ya quedó un resultado final.
¿Entre el momento en que escribiste la historia y ya el libro publicado cuánto tiempo pasó?
Esta historia la escribí en 2017.
Cuatro años parecen bastante, ¿no?
Sí. Es un proceso largo. Yo escribo, le paso la historia a mi agente literaria y esta la lleva a distintas casas editoriales para poder publicarla. Pero muchas veces estas te rechazan, dándote distintas razones. Creo que se trata de encontrar una casa editorial que esté a la par con tu visión del trabajo. Para mí era importante publicar en una editorial que le de dignidad y respeto a una historia que para mí es muy importante.
Todo esto trae abajo el prejuicio de que un cuento infantil se escribe en un fin de semana, se dibuja en un mes y luego se publica. En realidad, hablamos de algo tan complejo como una novela o un poemario…
De hecho. Lo que pasa es que es distinto. Yo escribo rápido, pero el proceso de edición me toma mucho tiempo. Nunca publico lo primero que escribo. En mi caso, el proceso es: escribir, re escribir, dejarlo un rato de lado, volverlo a ver con ojos frescos, pasarlo a mi grupo de crítica, aplicar sus consejos y, luego, recién envío la historia a mi agente, quien luego me pasa otra ronda de sugerencias. Por último, la editorial brinda su vez nuevos consejos. Es un trabajo que me gusta mucho, pero sí toma su tiempo.
¿Tienes otros libros publicados en el género infantil?
Tengo doce libros publicados. Lo que pasa es que yo publico en Estados Unidos. Pasó ya con “¡Corre, pequeño chaski!”. Lo que sí es que esta versión que saca Polifonía es mi primer libro publicado en Perú. Hablamos de una casa editora que apuesta por literatura peruana, auténtica y que devuelve a los niños un poco a temas como el antiguo Perú. También me gusta este sello porque tiene cosas muy lúdicas. Creo que el cuento ilustrado es una forma de arte, donde se ‘casan’ el texto y la imagen.
¿Los otros 11 libros que has publicado en Estados Unidos son también con temática de historia peruana o más bien globales?
Uno se titula “Kutu, La Ñusta Diminuta”, que sí es bien peruano. Es un mito creado por mí y ambientado en la época de los incas. Mis otros libros siempre exploran mi peruanidad, mi lado inmigrante. Siempre hay algo de eso en lo que escribo.
Más allá de que los niños son el público final de tus historias, quienes compran los libros son los padres (adultos). ¿Qué diferencias identificas entre el mercado de venta y compra de libros infantiles en Perú y Estados Unidos?
Vivo en Estados Unidos así que lo que manejo más es el mercado editorial de acá. En Perú no vivo hace más de 20 años. Lo que sí noto es que acá el mercado más grande es el de las escuelas. Yo visito colegios –no tantos como quisiera—y hay bibliotecas, conferencias de maestras y bibliotecarias, etc. Mientras que en Perú creo que son los padres quienes están a cargo de comprar. Pasa también en Estados Unidos, pero el mercado que te menciono (educativo) es mayor. Quizás eso falta en Perú: un mercado educativo a gran escala.
Es inevitable hablar de niños casi dependientes de las pantallas, algunos incluso desde muy pequeños. ¿Tienes en cuenta este factor al momento de sentarte a plasmar tus historias? ¿Es un reto mayor captar la atención de personas expuestas a tantas imágenes y colores?
A mí la tecnología me encanta. Me parece que nos abre las puertas a un universo más grande, porque se pueden contar historias de muchas formas. Me fascinan los libros impresos. Amo tocar las páginas. Trato siempre de leer en papel, así que me considero un ‘dinosaurio’ en ese aspecto. A pesar de esto, sé que algunos niños leen en sus tablets. Hoy también existe el mercado de los audiolibros, y ahora vengo trabajando justo en algo relativo a eso que me emociona mucho. Existen muchas formas de contar historias, y lo que nosotros los padres debemos tener cuidado es fundamentalmente en el contenido que consumen nuestros hijos.
¿Cuál es tu nivel de acercamiento al quechua? En tu cuento hay muchas palabras en dicha lengua, y más allá de que algunos de nosotros podemos saber lo básico, otros lo desconocen casi por completo. ¿Te apoyaste en diccionarios o pediste asesoría?
Mi nivel de acercamiento al quechua empieza en la primaria, cuando estudiaba el colegio en Perú. Mi escuela fue un centro piloto de folklore en Chaclacayo. Nos enseñaron danzas desde primer grado, y también algunas canciones, aunque sin saber mucho lo que estas decían. Siempre he pensado que era una lástima que no enseñen quechua a los de mi generación. No sé si a los más jovencitos hoy les enseñan. Antes lo tomaban como una cosa obsoleta y nos decían que era un dialecto y no un idioma. Lamentablemente, no soy quechuablante, pero para este cuento hice un trabajo de investigación en Internet, revisé diccionarios y luego consulté a expertos, gente que me podía dar una mejor idea de lo que quería.
Seguramente has tenido acceso a cientos de libros infantiles ilustrados. ¿Qué podrías decirnos del trabajo de la ilustradora Mariana Ruiz Johnson en “¡Corre, pequeño Chaski!”?
Como te conté ya, cuando escribía la historia tenía otras imágenes en mi cabeza, más tipo ‘Editorial Escuela Nueva’ (risas), o sea, más clásicas. Y cuando vi las ilustraciones de Mariana se me abrió un mundo. Pensé: ¡Esto lo puede leer un niño en Lima, Cusco, Amazonas o Estados Unidos! Me pareció genial su habilidad para llegar a los niños de una forma divertida y colorida, porque sus colores son increíbles.
¿Ha cambiado tu forma de concebir la literatura infantil a lo largo de estos doce libros publicados? Por error tal vez uno piensa al inicio que la moraleja y el mensaje lo son todo en este género…
Este un camino de aprendizaje que aún no he terminado. El lector cambia permanentemente y toca explorar. Yo he aprendido muchísimo desde mi primer libro, que era más de narrativa. Lo que he aprendido más tiene que ver con el formato, porque aquí en Estados Unidos el formato del cuento ilustrado es distinto al de un cuento por capítulos. Lo mismo pasa si tu libro es para un niño de 3-6 años o para 6-9 años. Es distinta la cantidad de palabras, la estructura, etc. Además, he aprendido mucho sobre las ‘reglas’ para escribir. Como bien dices, la moraleja ya fue. Pienso que mi trabajo no es adoctrinar ni enseñar. No soy maestra sino escritora y hago cuentos. Cada lector tiene la suficiente inteligencia como para sacar sus propias conclusiones. Ahora, en “¡Corre, pequeño Chaski!” hay un mensaje que es bien claro y está en una línea fina entre moraleja e historia. Y me parece que este se lleva bien con la estructura y luce natural.
Cuéntame un poco sobre tu lado poético. ¿Has publicado poemarios? ¿De qué tratan?
Yo escribo poesía desde niña, siempre me ha gustado. La mayoría de veces escribo para mí. Publiqué un libro de poesía en español para niños acá en Estados Unidos. Es un texto muy bonito, con ilustraciones. Y el año pasado se publicaron tres de mis poemas en una revista muy importante de la Poetry Foundation. Fue la primera vez que me sentí en libertad de llamarme poeta. Eso me validó, porque es increíble ver mi nombre en una revista donde hay poetas de verdad. Ahora estoy trabajando en un poemario más para adultos, en español, que espero salga en algún momento. Yo siempre escribo poemas en inglés. Me conmueven mucho situaciones actuales como las balaceras en las escuelas o la negligencia hacia los niños. Estos poemas son mi forma de poder entender y procesar lo que pasa en el mundo.
¿Y no te has animado a ilustrar algunos de tus cuentos?
Me encantan las artes visuales. Hago papel maché, un poco de escultura también, sin embargo, no me atrevería a ilustrar libros para niños. Eso lo dejo a los expertos. Porque la gente de artes visuales tiene otra forma de ver el mundo, interpreta distinto, los colores, etc. Así que me quedo contenta con la palabra.
Entendemos la diferencia económica entre Estados Unidos y el Perú. ¿Qué le dirías a un padre que tiene la posibilidad de comprar para sus hijos un libro como “’¡Corre, pequeño chaski!”? ¿Por qué comprarlo por encima de otras alternativas que existen en la librería?
Este libro les da a los niños una ventana a un periodo en nuestra historia que es muy interesante, que puede ser divertida y que puede incitar a la curiosidad para aprender un poco más de nuestro Perú. Ese es uno de los atractivos más importantes del libro. Además, al final del texto hay un código QR en el que pueden acceder a una canción muy bonita creada especialmente para esta historia. Finalmente, te cuento algo muy personal. Recuerdo que cuando era niña mi mamá me traía libros y yo los abrazaba, los releía y los personajes se volvían mis amigos, no salían de mi cabeza, y me ayudaban a sobrellevar muchos momentos de la vida. Les diría a los padres que les regalen un libro a sus niños y así les abran un poco el mundo.