El título número 12 de la colección LiteraRutas Contemporáneas de la Editorial Pesopluma es un entretenido conjunto de relatos escrito por el chileno Antonio Díaz Oliva. Nacido en Temuco, este autor de 38 años confiesa en esta entrevista que su acercamiento a la escritura tiene orígenes casi en la infancia, cuando su padre lo llevaba al centro de Santiago y le compraba cómics, los cuales devoraba una y otra vez. Pronto sentiría la necesidad de continuar dichas historias y empezó a escribir continuaciones o finales distintos.
Tiempo después reforzaría la escritura acercándose a un oficio como el periodismo. Trabajó en El Mercurio y en la revista Qué Pasa. Su especialidad: entrevistar escritores. En algún momento todo empezó a caer por su propio peso y en 2011 ganó el Premio Roberto Bolaño a la creación joven con su novela “La soga de los muertos”. A esto le sucederían más premios y, por supuesto, la posibilidad de firmar en prestigiosas revistas internacionales como Gatopardo, Letras Libres, El Malpensante y Rolling Stone.
Ganarse una Beca Fulbright le permitió viajar a Estados Unidos hace casi ya doce años, donde se hizo docente, esposo y padre de familia. También tiene una perra. Todo es, según nos dice aquí, parte de su identidad como escritor latinoamericano.
“Gente un poco dañada” es el libro que Pesopluma, la dinámica editorial independiente peruana, le ha publicado recientemente, y agrupa los relatos –o novelas atomizadas, como él prefiere llamarlas—aparecidos en sus obras “La experiencia formativa” y “La experiencia deformativa”. Un volumen plagado de situaciones absurdas, en las que el humor y la melancolía toman protagonismo, generando una empatía inmediata.
Aquí nuestra entrevista con Antonio Díaz Oliva sobre “Gente un poco dañada”, título que puedes encontrar en las principales librerías del país y, además, en la web de la editorial.
“Gente un poco dañada” agrupa cuentos de dos libros tuyos. Para aquellos que te leemos por primera vez, ¿cuál sería la idea que une ambos textos?
Efectivamente, el libro es una suerte de remix entre “La experiencia formativa” y “La experiencia deformativa”, que los publicó la editorial independiente chilena Neón, una especie de ‘hermana’ de Pesopluma. Y todo esto tiene que ver con un diálogo con la editorial peruana, y más personalmente con Paloma Reaño y con todo el equipo, que me querían publicar. Les mandé mis PDF y me ofrecieron una serie de remix, y no solo eso, sino que Pesopluma tuvo el ojo de edición preciso para tomar de un cuento (“Prefiero a mi mami”) la frase “Mami, somos gente un poco dañada”. Y a mí me gusta mucho ese título, porque encuentro que los escritores y escritoras somos gente un poco dañada, y ese daño te lleva a crear. Así que el concepto que une a estas novelas atomizadas es precisamente esa palabra. Todos estos personajes están un poco dañados, han pasado por unas experiencias formativas y deformativas, y ahora están intentando un poco darle forma a ello. Eso me parece que une a los cuentos y creo que la editorial hizo un gran trabajo detectando esto. Ricardo Piglia siempre decía que el escritor es ciego ante su propia obra, y yo era ciego ante estos cuentos, no podía ver esto que sí vio Paloma y el equipo de la editorial.
En “Prefiero a mi mami” aparece un fisicoculturista en un taller de escritura creativa. Él describe a sus compañeros de curso y dice que son gente que falló en otras cosas y llegó ahí a “corregir”. Siendo un inmigrante en Estados Unidos, ¿te sentiste también en esa posición de llegar a otro país para corregir o más bien para formarte recién?
Llevo casi doce años en Estados Unidos. Mi plan era hacer una maestría en escritura creativa y luego volver a Chile. Pero las cosas cambiaron y terminé quedándome. Pero mi idea era formarme. Lo que pasa es que llegué a la Universidad de Nueva York, que era medio famosilla, y demasiado académica, en el sentido de que la gente escribe papers, hace performances, y habla sobre el poder, la hegemonía y qué se yo. Y allí éramos un grupo de latinoamericanos y españoles, con algo de adolescencia en nuestro cuerpo, y queríamos ser escritores, nos emborrachamos y peleamos, y estábamos fuera de la casa. De ahí viene ese cuento. Y en lo personal, yo ya venía un poco formado, porque en Chile era periodista, y había publicado mi novela “La soga de los muertos”, y (entonces) llego a esta esfera nueva, donde todo lo que uno escribía tenía que ser un comentario social. Y yo dije no, para mí la literatura es intentar contar la historia de la vida de uno. Entonces, en este ambiente tan cargado con la sociedad y política, pensé: ¿cómo puedo escribir algo que sea como absurdo? Porque ese último es un concepto que me gusta mucho. ¿Y si escribo sobre algo que nadie hace en esta universidad? ¡El fisicoculturismo! Y a partir de eso pensé en cómo algo tan ‘masculino’ lo ‘desmaculinizo’ mostrando a un tipo que le escribe cartas a su mamá. Y que le hable sobre lo que mencionas: cómo alguien se forma y se deforma. Y me gustó mucho el resultado. Hoy lo releo y me río mucho. Es más, el relato tuvo mucho eco con gente que pasó por esa maestría.
Del otro lado también podemos mencionar un cuento del libro, en el que un estudiante se decide a investigar los suicidios que ocurren el campus. Porque, y esto no es algo que se trata mucho en general, la presión por lograr metas lleva a algunos incluso al suicidio…
Desde América Latina uno mira la academia gringa y la europea, aunque más la primera, y piensa: oye qué ganas de que te paguen por estudiar una maestría o un doctorado. Estudiar en estas bibliotecas tan inmensas, llenas de libros, pero uno llega y la utopía se transforma en distopía. Margaret Atwood dice eso, que en cada distopía hay una utopía y viceversa. Uno necesita el yin y el yang. Y a mí me pasó que llegué a la Universidad de Nueva York, que tiene una biblioteca increíble, con muchos libros, y lo primero que hice fue buscar literatura peruana, que era algo a lo que en Chile no tenía acceso. Así leí “La tentación del fracaso” en una semana, encerrado en mi basement.
Bueno, en esa biblioteca escuché que un chico de pregrado se había tirado del quinto piso. Pensé: ¿cómo puede ser que una biblioteca que para mí representa casi una utopía, con todos los libros del mundo; para mí, que vengo de un país donde leer es carísimo, un chico se mate? Luego supe que era alguien con mucha presión, que sus papás lo habían mandado desde China, habían invertido mucha plata y tenía que sacarse puras ‘A’. Me pongo a investigar y no era el primer suicidio, sino que ocurrieron muchos. Luego Edmundo Paz Soldán me contó lo que ocurría en Cornell, y pensé que ahí había algo. Cuando te pasa eso siendo escritor se termina convirtiendo en una obsesión. Empecé a investigar y dije: mira, voy a escribir sobre un detective, no sé si hípster, pero sí medio Big Lebowski, porque también es un tipo que fuma una nueva droga y alucina. Todo eso me llevó a escribir dicho cuento y me parece interesante porque ahora lo han puesto en varias universidades, en cursos de español para que los estudiantes hablen sobre la salud mental. Porque el relato tiene que ver sobre eso.
¿Cómo fue el proceso de construcción del cuento “La señora Gonçalves”? Porque lo que sale a flote primero es el lado cómico, pero hay mucho más. Drama, migrantes, soledad, etc. En un momento la sobrina de la señora dice que “ya no necesitan a Jimin”, y eso te genera cierto desasosiego. ¿Eres consciente durante el proceso de escritura de todo lo que puedes generar?
Ese cuento lo empecé hace como catorce años en Chile. Yo vivía en un departamento en el centro de Santiago, y por mi ubicación podía ver a mis vecinos. Y empecé a tomar nota de lo que ellos hacían. Me di cuenta que había muchas situaciones que me parecían literarias. Y antes yo tenía la idea de que lo literario tenía que hablar sobre temas grandes, como sociopolíticos, la dictadura, Pinochet, etc. Pensaba que como a otra gente le iba bien escribiendo eso, pues pensé que tenía que replicarlo. No escribir sobre mis vecinos ni sobre lo que veo. Y tenía muchas notas. Luego llegué a Nueva York y también viví en un espacio similar, donde podía ver todo, y en un momento –siete años después—agarro todas las notas y pienso: acá hay algo. Decidí escribir el cuento, pero también tocando temas como la inmigración en Chile –porque no hay mucho sobre dicho tema en la literatura de mi país—y más especialmente sobre los coreanos en Chile. Porque antes de irme iba a mucho a un restaurante coreano y me gustaba ver a su primera generación o la segunda. Y la señora Gonçalves es brasileña también, tiene que ver con ese país, con la dictadura, en general, con estas migraciones dentro de América Latina que enriquecen tanto nuestra cultura. Lo interesante de ese cuento fue la estructura, que tuve que armar en una especie de pizarra: A –B, con papelitos de colores. Y fue cambiando cosas. A la distancia puedo decir que ese cuento representa muy bien mi tipo de literatura, que tiene que ver con lo absurdo, con la inocencia. Jimin me gusta porque representa esa inocencia. Él es el tipo de niño que yo era, le gusta la cultura pop, es un poco cabizbajo y callado. A veces se relaciona mejor con la gente súper vieja que con los adultos. Y así se fue dando.
Algo que me gusta mucho y que le gusta a la gente es que tiene como escenas, como el conserje meciendo al gato, que a la gente le provoca decir: ¡no sabía que se podía hacer literatura de esto! Mira, eso yo lo veía en Santiago. Frente a mi casa había un apartamento donde solo había un gato. Es como si alguien hubiera arrendado el espacio para el gato. Y veía al conserje yendo, acariciándolo y meciéndolo como si fuera un bebé. Pensé: esto es literatura.
Me has hablado de un gato, pero en tus cuentos uno encuentra varios animales. ¿Por qué hay tantos animales, muchos de ellos muy raros, en los cuentos de Antonio Díaz Oliva?
Es una buena pregunta porque tampoco lo pensé al comienzo, pero hoy a la distancia sí. Y la excelente portada de Pesopluma me hace mucho más sentido. Y tiene que ver con esto de que el ser humano nunca está tan lejos de los animales. Hay momentos en que uno se animaliza y en que uno se humaniza. Y hay momentos en que yo me siento más cercano a los animales que a los seres humanos. A los gatos y a la perra que tenemos ahora en casa.
Pensé en cómo podía ir exacerbando eso a medida en que escribía los cuentos. Entonces, en el primer cuento de la serie, “La experiencia formativa”, hay conejos, que es un animal no muy extraño, pero que sirve para hablar de una comunidad y cómo dentro de esta a veces (los integrantes) se destrozan, qué se yo. Luego ya viene “La Miniaturista”, donde conscientemente agarro esta animalización y digo: ¿qué puedo hacer? ¿qué mascota sería excéntrica? Y un día estaba leyendo una novela de Laurent Binet sobre filósofos franceses, y decía que Foucalt iba a fiestas tipo sadomasoquistas, donde la gente llevaba langostas como mascotas. Y pensé que eso no podía ser. Así que lo llevé a mi cuento porque, un gato es algo normal, pero una langosta, ¿por qué no?
Me has mencionado la palabra dictadura, y más allá de que no son cuentos políticos, en el ambiente flotan militares, mencionas a ‘Pinocho’ (Pinochet). ¿Es inevitable tocar estos elementos políticos siendo parte de una generación que vivió momentos tan duros como la dictadura de Augusto Pinochet?
Yo soy la última generación nacida en la dictadura, era chico, pero recuerdo ir a las protestas. Y en los noventa, pese a que no eran propiamente una dictadura sino una transición, había sus cosas ahí. Pero mi problema con la literatura chilena es que muchos autores de mi país la ocupan como si fuera una carta para que los traduzcan y para ganarse premios afuera. Es como esto del ‘síndrome Rotterdam’, del festival de cine en Holanda, que decía que mientras la película sea más blanco y negro, más sufrida y más sobre dictaduras latinoamericanas, más premios le van a dar los europeos. Parece como si con la literatura chilena pasara algo similar. Y yo echo de menos ciencia ficción, novela policial, novela humorística sobre la dictadura, etc. Es como si solo se escribiera un tipo de novela sobre la dictadura, cuando hay tantos tonos en la literatura. Justamente, mi cuento más directo, “La experiencia formativa”, sobre la dictadura, la idea es preguntarnos qué hubiera pasado si en una comunidad de hippies de los años 70 se hubiera hecho un pacto con los militares y hubiesen vivido apartados de la sociedad. Qué pasa con esa gente y con esos niños que crecen en el medio de esta comunidad. Y qué pasa con el hipismo latinoamericano que hubo en Chile o Perú. Hippies de clase media alta, parte de la izquierda. Muchos se volvieron parte del establishment latinoamericano. Entonces, hay algo así. Lo que pasa es que a mí a la hora de hablar de literatura me interesa tocar tonos y estéticas que no encuentro mucho.
Escribiste un ensayo sobre hippies durante la dictadura de Pinochet. ¿Hay alguna relación entre este cuento que mencionas y aquel libro?
Totalmente. Ese fue mi primer libro de no ficción: “Piedra roja, el mito del Woodstock chileno”, cuya nueva edición sale este año. De hecho, cuando estuve en la Feria Internacional del Libro de Lima, la gente tenía mucho interés en esa obra. Lo que pasa es que muchas veces viajan los autores, pero no los libros. Y hay muchas sintonías entre lo que pasaba en Chile en los años setenta, en la contracultura chilena y la peruana. Está el tema de los Saicos y todo eso, pero también había bandas latinoamericanas de Rock que las escuchas hoy y piensas: esto era mucho más psicodélico y punk que lo que estaba pasando en el mundo anglo. Así que “La experiencia formativa” lo conecto con Piedra Roja, que fue como el Woodstock chileno, organizado por unos chicos de 15 años. Y llegó la mitad de Chile. Llegó la televisión. Luego de eso Chile recién legisla sobre drogas. Antes no había leyes al respecto. Pero no solo eso. Luego del festival muchos chicos no vuelven a sus casas y se van a vivir a comunidad. Entonces, esa idea de que alguien de 17 años se va a vivir a una comunidad justo en el año 70 y que luego ocurre el golpe de Estado, es lo que llevé a “La experiencia formativa”. Se trata de un cuento que entra con esto contracultural chileno y luego lo une con la dictadura, pero también hay una banda ficticia, Los High Alpacas. Me interesaba meter todo esto en el relato.
¿Podríamos decir que “La ciudad ya escrita” es quizás el cuento que más te toca en lo personal? Me imagino vivir en Estados Unidos, muchos metros, bajar estaciones, etc. Y uno cuando recién empieza tal vez más perceptivo de los detalles. Y en tu cuento hay pasajeros llevando gatos, etc. ¿Es el cuento más cercano a tu historia personal?
Es muy cercano a la manera en cómo observo la ciudad. Yo soy totalmente urbano, de transporte público, odio manejar, soy horrible en un automóvil. Así que para mí caminar, tomar el metro, es lo que me gusta, pero también porque me gusta tomar nota de lo que veo. Y ese cuento, “La ciudad ya escrito”, viene de un taller que hice en la universidad con Antonio Muñoz Molina, quien nos obligaba a llevar un diario en Nueva York. Y yo lo hice, pero para este cuento cambié todo a segunda persona, porque quería retarme: la segunda persona es muy difícil de llegar bien. De hecho, en español está “Aura” de Carlos Fuentes y creo que pocos ejemplos más. La segunda persona puede ser a veces un poco siútica y sentimental. Pero además para el cuento me robé algunas experiencias de escritores amigos. Vivencias y episodios. Ese es mi consejo para aquellos que tienen escritores amigos: tengan cuidado porque les pueden robar sus historias (risas).
En este caso específico, a mí me pasó eso de quedarme dormido en el metro por la resaca. Me pasó y desperté al otro día en Coney Island, que es al final. Y cuando uno llega ahí piensa: ¿qué hago? Camino y luego vuelvo a la ciudad. Esa es como la premisa del cuento, y también este se une con los recuerdos del narrador sobre viajar en tren en Chile. Yo nací en Temuco, al sur de Santiago, e íbamos mucho en tren a ver a la familia en Santiago (“Tren al sur”, como la canción de Los Prisioneros, además). Empecé a mezclar todo eso, a darle forma. Y pensé que necesitaba algo de humor, y por eso robé algo de lo que le pasó a un amigo que quería comprar marihuana en Estados Unidos. Hice un collage de todo eso y quedó el cuento. Me gusta mucho generar esa sensación de que el protagonista del cuento podría ser yo.
Tú eres periodista, claro, pero en qué momento decides ‘lo mío es escribir’ o ‘quiero ser escritor’. ¿Cuándo y por qué?
Cuando crecí en Temuco, al sur de Chile, veníamos con mi padre a Santiago, y una de las cosas que hacíamos era ir a los kioscos del centro y recuerdo que me compraba un cómic. Y yo los devoraba. Entonces, durante un mes leía y releía el mismo cómic, y llegué a sentir la necesidad de escribir lo que podría pasar luego. Y empecé a hacer mis propios cómics. A dibujarlos y qué se yo. Y pienso que tuve una infancia y adolescencia bien latinoamericana de clase media, viendo películas en la tele, jugando al skate, a la pelota, yendo a la fiesta a los conciertos, etc. Recuerdo que un día en el skate me rompí el brazo. Como estuve en cama, empecé a leer en plan Bukowski y luego llegué a Bolaño. Y luego la lectura se convirtió en algo voraz. Me hice periodista, algo muy típico en Latinoamérica (la figura del periodista-escritor), trabajo en El Mercurio, en la revista Qué Pasa. Y me especialicé en entrevistar escritores. Paralelamente gané el Premio Roberto Bolaño con la novela “La soga de los muertos”, que juega con la idea de Allen Ginsberg viajando a Chile. Y luego, ya aburrido del periodismo, que además era algo como el Titanic –que se venía hundiendo y que cada vez había menos plata–, postulé a la beca Fulbright, y durante la entrevista tuve la suerte de saber mentir. Y gracias a esto pude seguir una maestría y luego aquí estamos. Todo empezó, pues, por leer cómics y por las ganas de contar mis propias historias.
Me comentaste que en la biblioteca de la Universidad de Nueva York encontraste muchos libros de literatura peruana. ¿Cuáles recuerdas? ¿Te llegó a marcar alguno de ellos?
Muchas veces uno recuerda la experiencia de leer antes que el libro. “La tentación del fracaso” de Julio Ramón Ribeyro me lo leí en tres días. La sensación era como si pudiese leer la mente de Julio Ramón. Una telepatía impresionante. Además de eso, leí a Vargas Llosa. Y me interesa mucho su etapa de los ochentas, antes de que se vuelva político. Cuando escribía como ‘no ficción’. Libros tipo “Historia de Mayta”, una especie de ‘Emmanuel Carrère medio raro’. Tiempo después llegué a leer “Los inocentes” de Oswaldo Reynoso. Y me encantó. Tenía algo de eso ‘contracultural’ de la literatura latinoamericana que me gusta mucho. Luego, la pasé muy bien leyendo “La vida exagerada de Martín Romaña” de Alfredo Bryce. Yo no sabía que alguien podía usar las notas al pie tan bien. Ahora, he disfrutado mucho leer “Aquí hay icebergs” de Katya Adaui. Ella tiene esa cosa muy profesional, y como no está en Perú, se nota que vive un poco esa distancia que te permite leer muy bien. Y también me gustan mucho algunos poemas de Jerónimo Pimentel. Por otro lado, también me gustó “Punto de fuga” de Jeremías Gamboa. Su última novela sobre campus también me gustó. Me interesa mucho, además, el personaje de Gabriela Wiener. Algo que yo no podría hacer es escribir literatura todo el día. Y, bueno, cuando yo estudiaba periodismo mi sueño era hablar un día con Julio Villanueva Chang. Íbamos a hacer algo para Etiqueta Negra, pero murió la revista. Para mí leer esa revista era notar una fineza periodística increíble.
Llevas doce años en Estados Unidos. Tu esposa es norteamericana. Tu hija es chilena-norteamericana. ¿Cómo te identificas? Como un migrante, como un exiliado. ¿Cómo te sientes y cómo te presentarías ante un salón de gente desconocida?
Bueno, cuando hablo inglés tengo acento. En inglés nunca voy a dejar de ser otredad. Por mucho que yo esté acá legal siempre habrá algo que me distancia. El humor o tal vez otras cosas que nos distancian de la cultura anglo. En Estados Unidos yo soy latino. En Chile yo no era un latino sino un chileno entre chilenos. En Estados Unidos he aprendido más del Perú, de México, de Centroamérica estando en Estados Unidos que en Chile. Es algo que les pasa mucho a los escritores latinos que vienen a vivir acá. ¿Qué significa ser latino? Relacionarse con peruanos nacidos en California, nacidos en Lima, con bolivianos, con brasileños, etc. Siempre me presento como un autor latino. Y al final la patria son mis historias, las que acarreo dentro de mí, y también mi esposa, mi hija y mi perra.
*Librerías donde venden «Gente un poco dañada»:
- Sur
- Museo de Arte Contemporáneo – MAC
- Virrey de Miraflores
- La Rebelde
- Babel
- Ciudad librera
- Íbero Larco y Diagonal
- Lancom
- Book Vivant
- Librería de la PUCP