La obra más monumental de Luis Hernán Castañeda (Lima, 1982) es una novela de iniciación que aspira a algo más. Quinientas sesenta y cinco páginas contiene “Vocación” (Peisa, 2024), la historia de un escritor y un grupo de amigos que se van haciendo un espacio en el mundillo literario local, pero en algún momento migran y, ya desde los campus universitarios estadounidenses, se hacen escritores, entre tropiezos amorosos, exabruptos amicales y reminiscencias de sus años en Perú.
Castañeda reconoce en Ludo Herrero, el protagonista de su novela, una especie de álter ego, aunque aclara que no hay en estas páginas un intento por registrar fidedignamente nada de lo vivido. “Felizmente no soy historiador” y “Lo que no recuerdo bien, lo invento”, dice el autor en algún momento de esta entrevista realizada durante su más reciente visita a Lima.
El profesor asociado de Estudios Lusos e Hispánicos en Middlebury College, Vermont, ha firmado algunas de las novelas más interesantes surgidas en el plano local durante las últimas dos décadas. Desde su debut “Casa de Islandia” hasta “Hotel Europa”, pasando por “La fiesta del humo” o “El imperio de las mareas”. Esta variedad de títulos da una impresión de periodicidad que Castañeda explica en su “urgencia de escribir”, pero que a su vez admite no garantiza que las cosas sigan igual en el futuro. “No sé qué pasará después y tampoco me importa mucho saberlo”, refiere.
A continuación, la entrevista con Luis Hernán Castañeda sobre “Vocación”, una historia entretenida, a ratos conmovedora, y plagada de referencias a autores que nos pueden sonar ciertamente conocidos. En pocas palabras, la historia detrás de un puñado de representantes de una generación muy singular de nuestras letras.
Lo primero que llama la atención de “Vocación” es, definitivamente, su extensión. ¿En quién piensa un escritor cuando se dispone a publicar una novela de casi 600 páginas? ¿En sus lectores de siempre o, tal vez, aspira a llegar a un nuevo público?
Es la fe en que, a lo largo de mis años como escritor, he ido logrando cultivar un pequeño público de lectores que han leído no uno sino algunos libros míos. Así que pensé — al sacar este texto más amplio, que es una especie de culminación, resumen o coronación de mi obra previa– que a ese público que ya me conoce, podría interesarle encontrar una reflexión que se alimenta de lo que ellos ya han leído de mí. Y quizás también esto va para algunos lectores nuevos, claro.
¿Es correcto etiquetar a “Vocación” como una novela de iniciación o aprendizaje?
Sí, esta es, en gran parte, la historia de un escritor y su grupo de amigos. Es una novela muy personal y a la vez colectiva, de un autor que descubre su vocación y la desarrolla, pero también, ya hacia al final, la novela se convierte en la siguiente pregunta: ¿qué hacemos con la madurez? Una vez que la vocación ya está establecida, planteada, desarrollada, y ya el personaje se ha convertido en un escritor, una vez que la iniciación se ha realizado, ¿qué hacemos? Es la segunda pregunta de la novela. En consecuencia, no me molesta que vean a esto como una novela de iniciación, pero sí aspiro a algo más. Y por eso también es un libro extenso.
Se suele pensar que la novela de iniciación es la primera o una de las primeras obras que escribe un autor que se dedica concretamente a esto. ¿Por qué “Vocación” no fue tu primer libro o, en todo caso, uno de los primeros?
El protagonista de la novela es un escritor muy parecido a mí, un álter ego, que empieza la historia más o menos a los 16, 17 años, y la termina acercándose a los 40. Es un largo trayecto que implica mucha vida, muchos cambios y viajes en el personaje. Yo no quería restringirme únicamente al origen de la vocación, sino ver cómo esta se desenvuelve en el tiempo. Y hay muchos reveses y obstáculos. La vocación no es una línea recta o un camino directo, sino uno con mucha oscuridad, incertidumbre, con muchas idas y venidas. Yo quise representar todo eso, y hacer una novela que fuera, cronológicamente muy extensa. Mis novelas anteriores tienen un arco temporal de un año, o tal vez dos, se centran en un cambio concreto en la vida del personaje, pero aquí hay una hilera de transformaciones. Así que para poder lograr eso, tenía no solo que haber desarrollado una obra, sino una vida, como autor y como persona.
Jeremías Gamboa publicó en 2021 “Animales luminosos”, con reminiscencias de un latino que se iba a estudiar al extranjero. ¿La experiencia para un migrante en una universidad americana te parece un tema que podría propiciar una creación de ficción?
Sí, de hecho, yo fui compañero de Jeremías en Boulder, Colorado. Además, eso no es nada raro, porque gran parte de los escritores de mi generación han pasado por las aulas en Estados Unidos. Y eso es inevitable que se vea reflejado en las obras, y es un tema literario fundamental. Creo que no estamos descubriendo nada al hablar del cambio que el viaje implica. Y la experiencia universitaria también. Y esto último tal vez sea algo interesante y nuevo en la literatura peruana, porque creo que no hay tanta representación de eso. Está, por ejemplo, en “Conversación en la Catedral” de Vargas Llosa. La época universitaria está ahí, pero no hay un desarrollo tan amplio del tema en la ficción (peruana). Yo veo a este como un tema interesante, con vínculos con la novela de campus, con la novela de aprendizaje, tan importante en el Perú, y con la literatura metaliteraria, que me importa mucho en lo personal.
Algo que llega mucho a través de las noticias aquí son los tiroteos en universidades a lo largo de Estados Unidos. No sé cómo ha sido tu experiencia personal por los campus que has pasado, pero, ¿es posible vivir, estudiar, trabajar y desarrollarte casi abstrayéndote de la posibilidad de vivir un episodio así?
Lo que se vive en los campus allá es una paradoja, entre el silencio, la tranquilidad, la situación de estar en una burbuja, donde uno es capaz de abstraerse, estudiar, desarrollarse intelectualmente, y al mismo tiempo eso convive con la amenaza latente y permanente de la violencia. En los campus donde yo he estado han ocurrido, no muchas, pero sí algunas amenazas de ataques, de momentos de violencia, que felizmente no se han efectuado, pero que estuvieron latentes. Y ocurre en todas partes. Tanto así que yo escribí “La noche americana”, que tiene que ver con un atentado terrorista en una universidad. Así que sí, es un tema que no solo llama la atención, sino que es parte de la vida cotidiana, y que existe. Es una presencia, que está en segundo plano, pero que puede manifestarse en cualquier momento.
Te vas para los 20 años en Estados Unidos, casi la mitad de tu vida. Viendo lo que el Perú ha cambiado en todo este tiempo, ¿repetirías hoy tu decisión de irte a estudiar y a vivir tan lejos?
El Perú del que me fui no es el mismo que tenemos hoy. Este era un país más complicado, yo era mucho más joven y las oportunidades en mi mente y seguramente las de mi generación estaban afuera. Ahora, uno nunca se va con la idea de quedarse. Yo me fui pensando en regresar, por lo menos a través de la literatura. Y por eso sigo publicando aquí, y tengo ese deseo de seguir existiendo en el Perú, aunque sea a través de la escritura. La pregunta que me haces es muy dura porque todo es muy circunstancial y todo cambia. Pienso que, en mi formación como escritor, el estar fuera fue esencial, un reto muy complicado, pero también necesario, y lo considero un ingrediente, como un tema, como una prueba, y como una experiencia sin la cual no sabría yo entenderme ni saber quién soy. Así que, tal vez, tu pregunta no tiene respuesta, pero creo que, fue una decisión en su momento, cuyas consecuencias, como ocurre con todo en la vida, fueron de todo tipo. Aunque, tanto lo bueno como lo malo, lo dejaré como material para la ficción.
Hablaba con Santiago Roncagliolo sobre cómo hace para seguir escribiendo sobre Perú tan fidedignamente si lleva, como tú, muchos años fuera del país. ¿Con 20 años afuera, cómo haces para que tus recuerdos se mantengan frescos?
Felizmente no soy historiador y tengo permiso de tener mala memoria. No registro exacta ni fielmente lo que ocurrió, ni es mi deseo, sino que más bien, lo que hago es tratar de hacer memoria y lo que no recuerdo bien lo invento. Y no tengo ningún tipo de preocupación con eso porque lo que hago es ficción, y no pretendo hacer copias de la realidad. Eso me da una gran libertad. ¿Tengo recuerdos? Claro, como cualquiera, más porque yo pasé mucho tiempo acá, los años más importantes de mi vida, este es mi país y siempre lo será. Entonces, esa es una mina inagotable de historias, que viene de lo que me cuentan familiares, amigos, no sé, y todo se transforma en una especie de mezcla que va fermentando, y de un momento a otro surgen ideas, historias. No todas cuajan, claro, algunas pueden terminar en libros y otras no. Pero, como a Roncagliolo y como a muchos que estamos afuera, no nos faltan la historias, porque el Perú es una mina de historias y lo que faltan son escritores para contarlas todas.
Has dejado en claro que el personaje principal de “Vocación” es una especie de álter ego tuyo, pero, supongo que hay hechos que han coincidido en la importancia de la vida de ambos, como el último día de colegio, la decisión de qué carrera tomar, o la influencia de sus maestros. ¿Crees que estos momentos terminan marcado la vocación, precisamente?
Sí, esta es la historia de un escritor y sus amigos escritores, pero no es la historia de cómo se escribe y de la escritura en sí, sino de todo lo que rodea la vocación. Las relaciones sociales y amorosas, las instituciones, colegios, universidades, mentores, rivales, enemigos, amigos, todo lo que comprende el mundo social y afectivo que rodea la creación. En la novela se mencionan libros, que son los firmados por el escritor, pero no se habla mucho de qué contienen, sino más bien de cómo surgieron y de cuál es la experiencia vital de la cual surgen. Está, por ejemplo, el colegio, que en Perú es un tema fundamental, tal vez más que en otros países. Luego, la universidad, y el desencanto frente a la misma, y el estudio académico de la literatura, y el deseo de generarse un camino de creación, que en mi época era una experiencia mucho más rompedora, libre y autónoma, porque no existía la idea de la creación literaria como un camino desarrollado. Había cursos por ahí, pero no tanto carreras. También está el viaje, el conflicto con los mentores. Aparece (en la novela) un profesor importante con el cual hay una relación de rechazo y envidia, por un lado, pero también de admiración y respeto.
Representado en el personaje de Tyson…
Sí. Y esto busca representar esa relación que es tan antigua y fundamental para el escritor: la del discípulo y el maestro, que suele estar llena de tensiones y complejidades. Luego, las relaciones amorosas, que para mí o cualquiera son importantes y marcan etapas. Se trata de momentos arquetípicos, no me he inventado nada, son instantes que afectan a cualquier persona, a cualquier escritor, y que dejan su huella en la creación.
¿Por qué y cuándo eliges que tu novela sean las circunstancias que rodean la vocación y no el cómo se escribe, o sea, cómo aprende uno a escribir?
No fue tanto una decisión sino la manera en que el libro surgió en sí. Muy temprano en la escritura (de “Vocación”) nació la idea de que lo que yo quería era acompañar a un escritor en todo aquello que no se ve en el libro, pero que deja su huella en él. Es decir, cuando un escritor trabaja con su vida. Por más que escribas novelas históricas, uno siempre está volcándose a sí mismo en su obra. Aunque no siempre es evidente, y no siempre está claro para los lectores de qué manera se da ese tránsito entre la vida y la obra. Yo quería investigar eso. Esa fue mi idea original. En obras previas he trabajado más el tema de la escritura en sí, las relaciones entre textos e influencias de la literatura en lo que yo escribo. Por ejemplo, en “Casa de Islandia”, mi primera novela, es mucho más metaliteraria en ese sentido. Con “Vocación” quise hablar del mundillo y el mundo de los escritores. Entonces, la respuesta a tu pregunta es que el texto estuvo planteado un poco a la manera de algunos cuentos de Ribeyro, como “Ausente por tiempo indefinido”, un relato que narra la imposibilidad de escribir, o inclusive el propio “Contarlo todo” de Jeremías Gamboa, donde se habla sobre la vida literaria como marco y como fuente de temas e historias para lo que luego el lector encuentra.
A propósito del debate en torno a la corrección política en las artes, sobre todo en la literatura, en tu novela hay varias expresiones, muy de juventud, que tal vez resultan escasas en textos publicados hoy en día. Por ejemplo, “Ah, estaba buenaza”, “El cuerito del 5to B” o “Se corre una paja”. ¿Cómo ves tú estos cambios en la literatura reciente? ¿Crees que al rescatar estas expresiones vas a favor de la libertad que significa la escritura?
Esto me parece fundamental. Un autor, en principio, debería preguntarse cuál es el lenguaje con el que quiere trabajar, es decir, de dónde provienen las palabras, las expresiones y el sentimiento que es parte de su obra. En mi caso viene del colegio, de la experiencia universitaria, la vida, los amigos, y como bien sabes, siempre hay un lenguaje propio de esas épocas, espacios y personas. Claro, uno podría decir ahora, viendo las cosas fríamente, que sí, que hay ciertas expresiones que podrían ser tomadas como sexistas o racistas y, sin embargo, creo que dentro de una obra de ficción lo más importante es tratar de ir a la verdad profunda de las cosas, y no puedes lograr eso si uno está autocensurándose permanentemente. Entonces, en “Vocación” el lenguaje es completamente libre, en ningún momento me medí, ni pensé que este elemento podía ser ofensivo, porque su uso es literario, no está siendo dirigido contra alguien en particular, sino que está, más bien, siendo representado como testimonio de una época, de unos contornos y círculos sociales. Pienso que, si hubiera quitado todas las jergas, las expresiones problemáticas o si hubiera intentado ser híper correcto y respetuoso, creo que el libro hubiera sido mucho más aburrido, menos verídico y menos interesante de lo que quizás ya sea.
¿Cómo crees tú que la presencia de las mujeres ‘afecta’ la evolución de Ludo, tu protagonista? Porque todas tienen un perfil distinto. Alejandra, Marina, o las que aparecen al comienzo. ¿Le ayudan un poco, o más bien se la complican?
Creo que esta novela también tiene que ver un poco con el descubrimiento del mundo femenino y de las mujeres. Porque al principio, cuando el personaje es muy joven, las mujeres son una presencia lejana, mítica, casi como si fueran musas inalcanzables. Y luego se van humanizando los personajes femeninos y se van convirtiendo en seres concretos, reales, que están más cerca del personaje principal, y con los cuales este puede interactuar de manera más natural. Y eso se ve al final, cuando el personaje se casa y tiene una relación más madura de pareja. Entonces, sí, se representa ese tránsito, también relaciones problemáticas o, como se diría hoy en día, ‘tóxicas’ que el personaje atraviesa. Sin embargo, no creo que en esos casos se pueda hablar de personajes femeninos como obstáculos, sino que más bien el masculino en sí es un escollo para sí mismo, porque se plantea situaciones y entra en tormentas amorosas que nacen de él en realidad. Yo pienso que, en la novela, las relaciones amorosas difíciles son una especie de espejo que revelan lo que el personaje ya tenía adentro. No se trata de culpar a nadie de los dramas de los personajes.
No es una comedia, pero tiene toques de humor bastante definidos. Como la presentación de una de las novelas del protagonista, donde comparten mesa Balboa y Tyson, y todo termina descontrolado. ¿Cuál dirías que es el peso en sí del humor no solo en “Vocación” sino en el conjunto de tu obra en general?
Creo que el humor es una cuestión a la cual muchos autores le temen, porque piensan que le quitará profundidad, importancia o peso a su obra. En mi caso, pienso que el humor es un aliado muy potente. Una cosa que los peruanos tenemos es cierta gracia, que se manifiesta en el lenguaje popular, en las expresiones, en los chistes, y cerrarle la puerta a es un error. Yo conozco autores que son muy graciosos, que tienen anécdotas, historias y chistes muy divertidos, pero al escribir se vuelven muy serios. Es una especie de esquizofrenia. Yo –en “Vocación”—quería ponerlo todo. Y si he escuchado chistes o si ha habido algún tipo de humor en el medio literario, no lo he sacado, sino que lo he representado tal cual, y lo he exagerado incluso. Me he reído mucho escribiendo este libro, hay momentos de tragedia, de comedia, y que nacen de la vida real. Nada en “Vocación” es una pura invención. Todo aquí tiene un germen real, pero mi mala memoria, la libertad de la ficción, las ganas de darle un sentido y orden a las cosas me han hecho modificar lo real, de tal forma que a veces pueda ser irreconocible.
Hay la descripción de un editor que, en la novela, Ludo dice “no lee los libros” sino “identifica lo bueno de tu alma y te publica”. En tu experiencia laborando al lado de varios editores, ¿cuál dirías que es su función hoy en día? ¿Descubrir, acompañar, revisar, tomarse unas chelas?
Todo eso, probablemente. Lo primero, eso sí, debería ser editar bien el libro (risas) y publicarlo de manera profesional. Pero los escritores somos gente difícil y los editores se ven con el gran problema de tener que lidiar con nosotros, y creo que tienen que ser en parte psicólogos, amigos, consejeros, tienen que subirle la moral al autor, escucharlo, lidiar con sus quejas, y también con una situación que me parece algo injusta: el estereotipo del editor como sinvergüenza, estafador, farsante. Creo que se da mucho en el círculo literario peruano, pero me parece que no es algo justo, porque hay muchos editores muy buenos aquí. Yo he tenido algunos muy buenos, como Jerónimo Pimentel, Germán Coronado o Álvaro Lasso. Y de hecho el autor que mencionas como origen de esa pequeña historia es Lasso, un compañero mío de la universidad que, bueno, con el entusiasmo, las ganas, con la juventud y la inexperiencia también, y con el deseo de publicar rápido, que era una necesidad que teníamos muchos jóvenes, se hacía todo con gran pasión, y a veces con la imprudencia de la juventud. Visto con pasión y con objetividad es así la cosa. En “Vocación” me tomo la libertad de exagerar y espero que Álvaro no se moleste.
¿Elegir el destino a donde ibas a migrar para estudiar marca de alguna manera las lecturas que llevarás y, por ende, el tipo de ‘nutrición’ literaria que propició el autor que eres hoy? ¿Serías el mismo escritor si te hubieras mudado a Barcelona y llevaras 20 años allí?
Definitivamente, no. No solo por las lecturas, sino por la sociedad misma del lugar al que llegas, la gente que conoces y el mundo social al cual te incorporas. Creo que, en mi caso, haberme ido a un mundo académico en inglés me ha marcado muchísimo, porque me ha dado el acceso a la teoría literaria, a la crítica, y también el acceso a la literatura en inglés, que yo sigo también allá. Y ha afectado incluso la manera en que escribo. No solamente la técnica sino el lenguaje en sí. La sombra del inglés está ahí. Y ese es un tema para quien quiera analizar con mayor profundidad estos libros escritos por autores que hemos emigrado, notará que hay una hibridez, que tiene que ver con la lengua, la cultura y las lecturas. Sin embargo, pienso también que el mundo literario está muy unificado hoy en día. La globalización hace que leamos un poco todos lo mismo y, entonces, las novedades que salen en España uno no se las pierde por vivir en Estados Unidos. Lo que sí te diría es que la posibilidad de estar en un centro cultural es muy buena para un escritor, porque puedes alimentarte de todo y acceder a cualquier libro que uno desee leer en cualquier momento con rapidez y facilidad. Y esto era una cosa que en el Perú no teníamos en el pasado. Los libros acá eran muy caros, no los había, la industria editorial peruana era muy pobre, y se leía lo que había.
Javier Marías decía que era un escritor “con brújula, pero sin mapa”. ¿Cuánto de tus novelas tienes listas antes de sentarte a escribirlas?
Yo no tengo el mapa ni la brújula. Lo que tengo es una pequeña luz que parpadea y que a veces se enciende y a veces se apaga, y que me va indicando hacia dónde ir. Es como estar en un bosque de noche, y de pronto ver entre las ramas la sombra de la luna que te indica un camino, y uno va por ahí, pero luego se da cuenta de que no era por ahí y tiene que retroceder, dar vueltas, y al final sales del bosque, si todo sale bien. Pero es para mí un proceso muy intuitivo. Tengo muy poco cuando empiezo un libro, simplemente una idea y un entusiasmo. Pero lo que sí me ha dado, la experiencia y los años, es saber con bastante certeza cuando el libro va a suceder o no. Es decir, cuando me meto en el bosque, si me meto de lleno es porque sí que voy a salir, que el libro se va a escribir. En el pasado no sabía cuando reconocer qué libro era real, genuino, y que iba a ser completado. Ahora sí, entonces si la idea no me lleva a ningún lugar, puedo salirme antes. Pero lo fundamental es tener la confianza de que, si el libro te dice sí, pues se va a realizar. Es un proceso bastante intuitivo, visceral, y seguramente para cada autor es distinto, pero para mí la parte afectiva y emocional es muy importante.
Quizás por la cantidad de libros que tienes publicados uno piensa que eres más ‘a la antigua’ de sentarte a leer, escribir y publicar. ¿Pero hay otros intereses en tu norte? ¿Te imaginas, no sé escribiendo guiones para series y/o películas?
No le diría no a una experiencia audiovisual, a algún tipo de experiencia distinta. Tampoco la he buscado, y creo que me he formado la imagen algo tradicional del escritor, como bien la acabas de describir, porque lo que más me fascina son las palabras y las historias en ‘blanco y negro’, en el texto. Y esa es la experiencia que me ha marcado siempre. Ahora, sobre la periodicidad (al publicar) yo creo que eso no es algo premeditado, sino que tiene que ver con la urgencia de escribir. Un amigo y colega me decía que un escritor necesita tres cosas: una relación particular con el lenguaje, poseer un mundo interior propio, y tener la urgencia de escribir. Y es esta última la que me ha hecho publicar tanto. Son libros que han ido naciendo y que para ‘nacer completamente’ tenían que ser publicados. Un libro que no se publica no existe realmente. Por eso es que he publicado tanto con los años. Lo cual no quiere decir que siga siempre con ese ritmo. Es parte de una etapa. ¿Qué pasará después? No lo sé, y tampoco me importa mucho saberlo. Creo que el tipo de autor que quiero ser es uno que se deja llevar por los caminos que van apareciendo.
A veces una novela no solo son los que están, sino también los que no. Muchos chicos que seguramente conociste en algún momento, te compartieron sus manuscritos e ilusiones, sin embargo, se quedaron en el camino. ¿Qué hizo que tú sí lo logres? ¿Dónde está la clave?
Es muy difícil saber qué es el éxito, la realización o la existencia literaria. Quién sabe lo que va a pasar de aquí a 10 años, o a quién vamos a leer en 20 años, qué autores sobreviven y cuáles mueren. Lo que pasa es que la literatura no es una profesión, un trabajo o una carrera, sino una vocación. Y la vocación es por definición un don, un regalo que te es dado por alguien o por algo más. No sé, Dios, el universo, la realidad, como quieras verlo. Te llega a las manos y haces algo con ese regalo, pero a veces no es para siempre. No es que, por ser escritor por cinco años, lo serás durante 10, o porque lo fuiste durante tres décadas, vas a morir escribiendo. He conocido a gente que entró a la literatura por un libro, o porque lo necesitaba durante una época de su vida, o con la idea de combinar la literatura con algo más. La literatura tiene diferentes tipos de vocación. En mi caso ha sido como mi salvación, la vocación exclusiva durante los últimos 20 años, pero nada garantiza que yo siga escribiendo o que la literatura siga permitiéndome escribir. Así que creo que eso hay que verlo con mucha cautela. Hay autores también que dejan de escribir durante años y luego vuelven a publicar y salen con un gran libro, o autores que empiezan a escribir de viejos. Este es un mundo muy difícil de predecir y de juzgar.