Apenas cuatro líneas le bastaron a Carlos Fuentes para despedirse de su ‘cuate’ Gabriel García Márquez en una carta fechada el 14 de marzo de 2012. El motivo de la misiva era felicitar al Nobel colombiano por su cumpleaños número 85. Y dentro de esas cuatro líneas, una destaca de sobremanera: “Nuestras vidas son inseparables”. Dos meses después, el autor de “La región más transparente”, murió en la Ciudad de México.
Lo emotivo de aquella brevísima dedicatoria, entre otras cosas, ha quedado marcado en la memoria de Carlos Aguirre, el destacado historiador peruano, autor de múltiples libros, quien en esta ocasión presenta “Las cartas del Boom” (Alfaguara), un monumental texto que recoge 207 cartas que entre los años 1959 y 1975 se enviaron no solo Fuentes y García Márquez, sino también el argentino Julio Cortázar y el peruano Mario Vargas Llosa.
Recolectar, transcribir, corregir e intervenir mínimamente las misivas fue un trabajo que Aguirre ha realizado en conjunto con Gerald Martin, Javier Munguía y Augusto Wong. Cada uno es, desde su ámbito de trabajo, un experto en literatura, pero, sobre todo, un lector dedicado no solo de los célebres autores arriba mencionados, sino de muchos aquellos que alguna vez han sido señalados como parte de aquel movimiento que traspasó el tiempo: el Boom Literario Latinoamericano.
En esta extensa entrevista, Carlos Aguirre responde algunas interrogantes en torno al trabajo que ha costado publicar un libro de la envergadura de “Las cartas del Boom”. Desde el momento en que surgió la inquietud inicial, hasta los motivos por los que se consideran solo a Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez y Fuentes, pasando por detalles que uno encuentra en las misivas o incluso, pensar en una posibilidad de que existan más cartas que ayuden a formarnos una idea aún mejor de este movimiento que impactó en la literatura en castellano tal vez como ningún otro.
Decidieron no indicar qué parte del trabajo hizo cada uno de los editores. ¿Cuál es el sentido de una firma en conjunto de la totalidad de este majestuoso libro?
La respuesta más, digamos, clara y realista, es que ha sido un trabajo de equipo. Entonces, es imposible separar qué ha hecho quién. Y el trabajo incluye conseguir las cartas, transcribirlas, cotejar que las versiones transcritas correspondan al original, hacer intervenciones –mínimas, pero hacerlas—corrigiendo errores de los autores, tratando de precisar fechas que a veces no aparecían o estaban equivocadas, anotar las cartas y, luego, porque el número de notas a pie de página que en algún momento tuvo el manuscrito era descomunal, había que pulir, recortar, (ver) qué era más importante, escribir la introducción, pensando, discutiendo y unificando criterios, porque somos cuatro amigos y colegas que no siempre estamos de acuerdo, y eso está bien, pero –por ejemplo—la introducción la firmamos los cuatro, pero tal vez si la hubiera escrito cualquiera de nosotros, hubiera sido diferente.
¿A cuándo se remonta la idea de crear un libro tan ambicioso como este?
Como en casi todas las cosas, hay una historia detrás, que tiene que ver con intereses comunes sobre la literatura, la historia, el Boom y algunos autores específicos. Augusto Wong y Javier Munguía se conocen creo que hace veinte años, y a lo largo del tiempo han discutido, conversado, dialogado y hecho cosas juntos. En algún momento ellos conocieron a Gerald, quien ya había publicado su biografía de García Márquez y sigue preparando la de Vargas Llosa. Cuando yo empecé a trabajar sobre “La ciudad y los perros” para un libro anterior, conocí, primero por correo electrónico y luego ya en persona, a Augusto y luego a Gerald. Te hablo del año 2013. A partir de entonces nos constituimos de facto en un grupo de amigos y colegas que a través del correo electrónico nos comunicábamos sobre distintas cosas: estas y otras, pero también acerca de lecturas, reseñas, y compartíamos materiales, etc.
Pero aún no estaba presente la idea de este libro…
Para nada, claro. Por ejemplo, yo publiqué mi libro «La ciudad y los perros. Biografía de una novela» y ellos me ayudaron, leyeron el manuscrito, hicieron sugerencias, y luego (compartíamos) otros artículos míos, textos de Gerald, trabajos de Augusto y Javier. Era un grupo de amigos y colegas con intereses comunes. Y compartíamos también información y materiales que íbamos recopilando. Eso incluye material de archivo, de Princeton y otros lugares. Cartas, manuscritos, etc. De los cuatro autores que trata el libro, pero también de otros. Porque, obviamente, ninguno de nosotros está necesariamente limitados en sus lecturas e intereses a Vargas Llosa, García Márquez, Cortázar y Fuentes. Ahora, en algún momento, a comienzos del 2019 ya habíamos reunido alrededor de 140 cartas intercambiadas entre ellos. Las teníamos, las usábamos, las citábamos cada uno en nuestros trabajos, ensayos y/o artículos. Pero Augusto tuvo la iniciativa visionaria de organizarlas entre los cuatro autores. Y lo hizo porque intuía que esa organización cronológica iba a permitir descubrir cosas que normalmente no se descubren si uno las lee por separado. Y compartió eso con nosotros como material de trabajo. Ahí fue que los cuatro leímos esa transcripción cronológica y descubrimos que había una historia fascinante que permitía una nueva aproximación a las biografías de los autores, a su obra, y también a la historia del Boom, y a la historia política y literaria de América Latina a lo largo de algunas décadas, sobre todo la del sesenta. Entonces, nos dimos el trabajo de completar otras cartas buscando en archivos. Llegamos entonces a las 207. Y, entonces, pensamos ‘¡Esto puede ser un libro!’. Pero transformar eso en un texto no era una cosa fácil. Anticipábamos algunos obstáculos y, pues, decidimos contactar a Alfaguara, primero porque ellos habían publicado hace algunos años la correspondencia de Cortázar, así que ya había ese antecedente, de manera que no era un proyecto inusual para ellos. Luego, porque venían publicando también libros de ‘rescate’ de por lo menos tres de los autores: de Fuentes han publicado entrevistas, ensayos póstumos, de Cortázar bastante más, incluso sus clases en Berkeley, mientras que de Vargas Llosa habían publicado sus conversaciones en Princeton con Rubén Gallo. Así que les enviamos la propuesta, les gustó, la aprobaron, y a partir de ahí empezamos a pensar el contenido del libro, o sea, qué va a haber aparte de las cartas. Propusimos que se incluya una sección de apéndice, con documentos que complementen las cartas, una cronología para aquellos lectores que no están necesariamente familiarizados con el Boom y con la historia latinoamericana, y un índice de nombres para facilitar las cosas.
¿Los cuatro autores de los que trata este libro son los que idearon trabajar desde el inicio o es que son los escritores de los que tenían más material dentro de un universo mucho mayor? O sea, ¿por qué estos cuatro y no otros que también fueron parte del Boom?
El Boom es un fenómeno que tiene múltiples interpretaciones o lecturas. No hay un consenso. Nadie sabe qué es el Boom con certeza, quiénes formaron parte de él, cuándo empezó, cuándo terminó. Digamos que ahí hay un debate abierto y este libro contribuye al mismo, no busca cerrarlo. Más allá de esto, el Boom es, cualquiera sea nuestra interpretación, un fenómeno de un número bastante grande de escritores latinoamericanos, de varias generaciones, además. Dependiendo de los criterios que se usen, va a estar por ejemplo Jorge Luis Borges. Y según otros, ya no, porque es mayor y no era novelista. Para algunos tendría que estar Cabrera Infante, pero para otros no, porque tenía otras posturas políticas. Para otro buen número tiene que estar Donoso. Y, bueno, hay distintas interpretaciones sobre quiénes pertenecen. No es un club donde te inscribes y tienes un carné. Sin embargo, dentro del Boom –y creo que no cabe la menor duda—había cuatro escritores insustituibles. Es decir, uno puede prescindir de uno o de otro, pero de estos es imposible. Y las cartas dentro del libro muestran que ellos mismos eran conscientes de eso. De manera que la decisión fue reunir la correspondencia de los cuatro, y se hizo sobre la base de criterios que en la introducción quedan explicados. Seguramente tú has visto, pero en las redes sociales, apenas se anunció el libro muchos comentaristas –muchísimo antes de leer al menos una página del texto—ya lo estaban cuestionando. Que por qué no está Onetti, Rulfo, Elena Garro, no sé. Bueno, nuestros criterios están en la introducción. Y esto es algo que nos pasa mucho a los historiadores: uno escribe un libro y escoge un periodo determinado de tiempo. Y salen con que ‘¿Pero por qué no empezaste antes?’ Bueno, nosotros creemos que nuestros criterios son más o menos legítimos y, bueno, ya habrá oportunidad de otros epistolarios. Y yo veo muy importante la tarea de seguir rescatando este tipo de materiales.
Hace un momento mencionó la palabra archivo y yo le quería preguntar por el rol de las universidades estadounidenses, y no sé si también europeas, que almacenan estas cartas de estos autores. Hace unos días leí un artículo de Christopher Heaney alertando sobre una universidad que tenía muchos restos, momias peruanas que probablemente podrían estar aquí pues aquí pertenecen. Entonces, ¿cómo evalúa usted el papel de estas casas de estudio que almacenan este archivo tan importante, aunque según la opinión de algunos, tal vez no les pertenecen concretamente pues hablamos de autores latinoamericanos?
Los archivos privados les pertenecen a sus dueños. Mi biblioteca es mía y yo decido qué hago con ella. Los archivos públicos pertenecen a la comunidad, al Estado, pero sobre todo a la ciudadanía, Biblioteca Nacional o Archivo de la Nación. Ahora, en el caso de los escritores, sus archivos y sus bibliotecas son de ellos y ellos deciden qué hacen. Sé que uno puede expresar sus preferencias. Y yo he estudiado también la historia de las bibliotecas y conozco muchísimos casos de bibliotecas de intelectuales que se han desmembrado y terminaron vendiéndose en ‘Librerías de viejo’. Yo hubiera preferido que se mantengan unitariamente y que vayan a parar a una institución, pero soy consciente, primero de que hay precariedad de recursos y, segundo, de que la familia decidió hacerlo así. No hay nada que hacer al respecto. Volviendo al tema, Carlos Fuentes y Vargas Llosa, junto con otros escritores, decidieron depositar sus archivos en la Universidad de Princeton. ¿Por qué? Porque esta casa de estudios ofrece la garantía de un servicio notable a los interesados, porque ya tiene otras colecciones a las cuales estas se suman, y por lo tanto estás en compañía de personajes de la cultura y de la historia, y además porque tienen los recursos para darles mantenimiento y protección. ¿Qué tipo de acuerdo económico propició esto? Eso no me interesa porque eso pertenece al ámbito privado. La familia de García Márquez decidió depositar su archivo (que es bastante más reducido) en Austin, Texas. Y ahí están sus papeles, sus manuscritos, algunos de sus libros. Cortázar, por su lado, guardó muchos menos, y sus papeles están desperdigados, algunos en Texas, otros en Francia. Otros los preservó su primera esposa, Aurora Bernárdez. Pienso que sería algo demagógico apelar al nacionalismo y decir ‘Los papeles de Vargas Llosa tienen que estar en Perú, los de García Márquez en Colombia’. No solo porque fue la voluntad de ellos, sino también porque sus vidas y sus trayectorias son lo más anti nacionalistas que te puedas imaginar. Ellos hicieron la mayor parte de su vida como escritores fuera de sus países. Eso no significa que no tengan una relación estrecha con su sociedad de origen: Vargas Llosa y el Perú o Fuentes y México. Pero todos sabemos que un escritor no tiene que estar en el Perú para pensar, sufrirlo o amarlo y, por lo tanto, sus papeles tampoco tienen que estar ahí. No obstante, sí tengo que lamentar que mucha gente que pudiera estar interesada en esos papeles no tiene el acceso. Es decir, jóvenes estudiantes que quisieran leer las cartas de Vargas Llosa a Abelardo Oquendo, pero para hacerlo tendría que irse a Princeton, algo que no está al alcance de la gran mayoría. Pero algo parecido se puede decir de cualquier archivo.
Que no siempre tienen acceso libre o están descentralizados…
Un historiador de Piura que quiere estudiar el comercio entre Lima y Piura va a tener que en algún momento venir a Lima, o ir al Archivo de Indias de Sevilla y, sí, pues, hay un costo, un sacrificio, un esfuerzo, y no siempre hay los recursos. Me ha pasado que hay cosas que me hubiera gustado consultar para algunos de mis libros y no he podido por distintas razones: porque no estaba abierto, porque no me dieron permiso, porque no tenía dinero para pasar un mes en cada archivo, etc. Por ejemplo, para el libro sobre Vargas Llosa que escribí solo pude estar cinco días en Princeton. Me hubiera gustado estar un mes, pero no tenía recursos. Entonces, hubo cosas que no pude revisar, y que quizás hubiera enriquecido alguna parte de mi narrativa. Pero así son las cosas.
A propósito de “La ciudad y los perros: biografía de una novela” que usted publicó en 2015. ¿Cuáles son los vasos comunicantes entre ese texto y este con las cartas del Boom?
Hay cartas que se refieren a “La ciudad y los perros”, que se refieren al Premio Biblioteca Breve, al Formentor que no ganó, hay cartas de Carlos Fuentes donde le escribe con mucho entusiasmo y le ofrece interceder para que se publiquen comentarios, para que se traduzca e incluso para que se haga una película. Y todo eso lo conservé y me facilitó ordenar información y colocar algunas notas. Pero también hay otras cosas, resultado de la visita a los archivos, y lecturas. Por ejemplo, en 2019, cuando se iba a cumplir el cincuentenario de “Conversación en La Catedral” yo todavía tenía un blog (que hoy existe, aunque cerrado) y aunque era sobre “La ciudad y los perros”, pero a mí me parece que “Conversación…” es la mejor novela sobre Vargas Llosa, hice ahí un pequeño homenaje, publicando fragmentos de cartas, entrevistas y otros textos que iban contando la génesis y la escritura de esa novela. Y la llamé “La novela del guardaespaldas”, porque así la llamaba Vargas Llosa y sus amistades. Y en algún momento Alfaguara, que estaba planeando publicar esa edición conmemorativa, me contacta para pedirme autorización para incluir esa compilación de textos sobre la novela como apéndice de su proyecto. Y me pareció que valía la pena. Lo revisé, agregué algunas cosas y salió. Entonces, a pesar de que yo he escrito un libro sobre “La ciudad y los perros”, al igual que con mis otros coeditores, pues nuestras lecturas son bastante más amplias. Todos hemos leído el libro de Xavi Ayén, el de Donoso, los ensayos de Ángel Rama y, por supuesto, las obras. Y un área de textos bastante importante son las entrevistas. Tenemos un archivo de piezas así para todos ellos. Muchas de las de García Márquez han sido publicadas. Las de Vargas Llosa, también. Pero hay muchas más que hemos ido juntando a lo largo de los años, escaneando de periódicos, etc.
Uno lee las cartas y encuentra, entre otras cosas, una serie de comentarios, reseñas sobre sus propias novelas, y entonces se pregunta: ¿Cómo debe uno tomar estos apuntes? Porque no dejan de ser cuatro que tal vez no son tan objetivos y solo buscan lo mejor entre ellos.
Pienso que hay que partir de la premisa de que estas cartas no estaban hechas para publicarse y, por lo tanto, aunque no se puede extrapolar siempre esta idea, las misivas revelan los pensamientos y los sentimientos un poco más genuinos entre amigos. Es más probable que ahí se digan cosas más sinceras que lo que se dice en público. Lo que es admirable es que, sobre todo en los primeros años, hay cartas que son muy exquisitas en la expresión de cómo ha sido evaluado un determinado manuscrito o novela. Hay una carta de Cortázar a Fuentes sobre “La región más transparente”, y no solo la elogia, sino que luego le pone reparos. Hay otra de Cortázar a Vargas Llosa sobre “La casa verde” y pasa igual: muchos elogios, pero también reparos. Juan Carlos era un gran escritor de cartas, un gran lector, un gran crítico, y un tipo muy honesto. Él decía ‘esto no me gustó y podría mejorarse’. Entonces, hay cosas superlativas ahí. Y, claro, entre amigos se elogian y dicen ‘esta es una obra maestra’, pero visto desde la distancia, ¡tampoco se equivocaron mucho! Otra de las cosas que sale de ahí es cómo se fue leyendo “Cien años de soledad”. Y tampoco quiero idealizarlos, porque aquí hay aspectos muy humanos, chismes, envidias, entre ellos y con otros. Hay estas pullas a los críticos literarios (‘no nos entienden’), este espíritu de grupo, pero se admiraban mutuamente, y era una admiración que iba por encima de la competencia, algo que no es muy común. Por eso, cuando empiezan a leer el manuscrito de “Cien años de soledad” los otros se dan cuenta de que era otra cosa. Y fuentes le escribe a Cortázar: ‘Acabo de leer las primeras ochenta carillas y esto es “El Quijote” latinoamericano’. De manera que las cartas revelan una serie de elementos para pensar en cómo se fue constituyendo este grupo de cuatro, pero también más grande, sobre la base de lecturas compartidas, de comentarios, y también de cómo se iban validando los unos a otros. Es decir, esta idea de que ellos estaban cambiando la literatura es muy osada, para algunos incluso puede sonar arrogante. Ya los historiadores decidirán si tenían razón o no. Yo creo que la tuvieron, o sea, la literatura latinoamericana cambió y ellos eran conscientes de eso, pero no es que cada uno lo descubriera por su cuenta en su escritorio, sino que pasaba mientras se iban conociendo y validando los unos a otros. Por ejemplo, hay cartas de Vargas Llosa a Oquendo sobre “La ciudad y los perros” donde él se muestra titubeante, no está seguro, como si no supiera para dónde iba. Lo mismo pasa con “Conversación en La Catedral”. Pero luego viene una carta de Fuentes donde dice ‘acabo de leerla y me parece una obra maestra’. Entonces, eso te da una cierta confianza de que vas por el buen camino. Esta auto percepción colectiva de que estaban haciendo algo que iba a transformar la literatura, aunque tenía exageraciones, y era una cosa así con muchas hipérboles, pues, nacía justamente en gran parte del hecho de que formaban una comunidad de amigos escritores.
Usted ahorita puede recibir la copia de un contrato por WhatsApp y firmar los derechos de un libro casi inmediatamente. ¿Cómo eran las cosas en la época del Boom? Evidentemente, había aviones, pero las cartas escritas a mano a veces no llegaban, o llegaban cuando un autor no estaba en su casa para leerla, etc. ¿De qué tipo de fluidez podemos imaginar este diálogo?
La fluidez es un concepto relativo. Lo que aquí podemos decir ‘El tráfico en Javier Prado está fluido’ en otros países puede parecer un desastre. Hoy, a nadie se le ocurre escribir una carta y llevarla al correo. Entonces, un diálogo a través de cartas, por correo, ya no es fluido hoy. Pero en los sesentas lo era. Porque, además, hoy quien recibe un WhatsApp espera que le contestes inmediatamente. En esa época, tú sabías que la respuesta tomaría algunos días. Así que la fluidez está ahí, pero dentro de los parámetros de la época. Es como si ahora se cayera el servicio de WhatsApp y te quedas en el aire y no llegan los mensajes. A veces había huelgas de correo, o la misiva llegaba cuando estabas de viaje, y pasaba un mes para recibir respuesta. Pero todos esos avatares estaban dentro del cálculo lógico de quienes participaban. Y hay cartas que dicen ‘ya no sé dónde escribirte, porque pensé que estabas en Lima y no’. Y, discúlpame si con esto corto el hilo de la charla, pero, aunque era caro, en ese entonces ya había teléfono. Entonces, parte del diálogo entre los cuatro era por llamada. Y también habría que agregarle a ello los encuentros personales. En las cartas hay ‘acabo de hablar con Julio (Cortázar)’, pero, ¿de qué hablaron? No hay registro. Entonces, aquí lo que hay es lo que quedó en papel y sobrevivió a los mil avatares de los personajes y de sus archivos.
Para aquellos que están más interesados en el ‘chismecito’ dentro del libro, en una carta García Márquez se queja de que en los países socialistas no le pagan bien por sus derechos de autor, mientras que los capitalistas sí. Sorprende tal vez porque hablamos de un escritor de izquierda, ¿no? La pregunta es: ¿cuántos momentos así se encontrará uno en este libro?
Pero tenía razón (García Márquez). Lo que él dice es ‘¿cómo es posible que los países que supuestamente defienden el trabajo y lo valoran, pues no nos valoren? Y en cambio, los países capitalistas sí nos valoran’. En la Unión Soviética –salvo excepciones—les pagaban en rublos. Y a veces ni les pagaban. Igual en Cuba. Ahí no pagaban derechos de autor. Yo escribí un artículo sobre los libros de estos autores que se publicaron en Cuba, y el título del artículo viene de una carta de García Márquez titulada “Asalto a mano desarmada”. Él, medio en broma, medio en serio, dice ‘ok, publiquen mi libro, pero este es un asalto a mano desarmada. Por lo menos invítenme un trago cuando vaya de viaje, o guárdenme algo’. Y él probablemente ya no necesitaba el dinero, pero hubo una época en que estos escritores aspiraban a vivir de escribir y ahí es donde entraban a tallar sus derechos. Ahí entran a tallar personajes de la talla de Carmen Balcells, que negoció por ellos, y les consiguió contratos. No se trata de trazar una especie de vida heroica de la pobreza a la opulencia, pero hay que recordar que García Márquez pasó años muy pobres en París. No tenía qué comer. Debía nosecuantos meses de alquiler y lo pasaban a la terraza del edificio. El propio Vargas Llosa, al llegar a París vivía de cachuelos. Algunos decían ‘estos escritores, seguro viven en la opulencia’, pero no. Mario vivía en Londres con su familia en un departamento donde se morían de frío y donde había ratones. Claro, después tuvieron mucho éxito y todo eso. Cortázar dice, en respuesta a todo eso de que el ‘Boom fue un invento de los editores o un fenómeno comercial’: ‘un momentito, nosotros hemos escrito libros sin necesidad de que nos paguen ni que los editores nos busquen. Cuando los lectores empiezan a descubrirnos, los editores salen a buscarnos’. Y tiene mucha razón. El Boom llegó a ser un fenómeno comercial, editorial y de lectores, pero no fue siempre así. García Márquez no vendía mucho antes de “Cien años de soledad”, Cortázar tampoco. Por eso es que algunos fechan el comienzo de todo esto en 1963 porque “La ciudad y los perros” tiene un éxito de crítica, lectores y traducciones, y es un empuje. Pero también podría fecharse desde 1958 con “La región más transparente”, en 1962 con “La muerte de Artemio Cruz” o en 1964 cuando se empieza a pensar que hay un grupo de novelas lo suficientemente sólido para pensar ‘aquí hay algo nuevo’.
Algunos creen que detrás de un Boom literario hay uno editorial, porque debe haber un armatoste que los sostenga, publique y masifique. Pero ustedes en su introducción dicen que este último ocurrió previo al primero.
Cuando hablamos de Boom editorial nos referimos a los esfuerzos por masificar el libro, no necesariamente a estos autores. Hablamos de llevar la cultura a las masas. Y si nos remontamos incluso un poco más atrás, llegamos hasta la Revolución Mexicana y con José Vasconcelos, que publican libros masivamente, con campañas de alfabetización, de educación y todo lo demás. Pero para no irnos tan atrás, en los 50’s hay una especie de revolución, que es el Offset, que permite imprimir ediciones baratas y masivas. Y aquí en el Perú hay varios casos. Todos estos libritos que rematan en Quilca o Camaná a tres o cinco soles son de esa época. Hay varias editoriales: Mundo Nuevo, no sé. Están los festivales del libro que hizo Scorza, o el trabajo de Mejía Baca. En Uruguay y Argentina había iniciativas parecidas. Entonces, la ampliación del espacio editorial es un hecho innegable, que tiene que ver también con la del sistema educativo en varios de estos países. Había más lectores porque había más gente alfabetizada y educada. Y no olvidemos las revistas y los suplementos. El Boom no se entiende sin Primera Plana en Buenos Aires o Casa de las Américas en Cuba. Revistas como Amaru, en el Perú, un poquito más tarde. Había otras en Bogotá, en Caracas. Y ahí se reseñaban libros, se anunciaban novedades y se entrevistaban escritores. Entonces, es un Boom de escritores, pero también editorial y de lectores, como el propio García Márquez lo dijo.
Quisiera juntar dos preguntas. La primera tiene que ver sobre esto que se toca mucho en las cartas de proyectos de llevar algunos de estos libros de los cuatro autores al cine. Luego, se refieren también a un proyecto escrito entre los cuatro. Aunque también hay uno que pareciera tomar más forma, escrito solo entre García Márquez y Vargas Llosa, cosa que finalmente no se concretó. ¿Cuál diría que es la adaptación cinematográfica memorable de un libro del Boom? ¿Por qué nunca se llegaron a concretar estas ideas de libro entre cuatro firmantes?
Respecto al cine, los cuatro autores eran grandes aficionados a este. Y aparecen comentarios en las cartas. García Márquez y Fuentes trabajaron en ese ámbito, más el primero que el segundo, precisamente porque necesitaban ingresos que tal vez inicialmente no conseguían como escritores, porque los libros no se vendían tanto. Escriben muchos guiones de cine, y en una carta uno dice ‘ya basta, estoy harto de querer salvar el cine mexicano. Me dedicaré a escribir novelas’. Vargas Llosa también buscaba el cine, incursionó tardíamente con “Pantaleón y las visitadoras”, pero abandonó porque la primera versión fue un fracaso. Y también vienen los intentos de adaptar algunas de estas novelas. El caso que yo conozco mejor fue, por obvias razones, “La ciudad y los perros”. En un artículo titulado “Breve biografía de una película” hago el recuento de varios que quisieron adaptarla: Buñuel, Alcoriza, un par de hermanos mexicanos también. Y recién se concretó en la película de Lombardi. En mi opinión, la adaptación más exitosa en términos cinematográficos y estéticos es la que hizo Antonioni del cuento de Cortázar. La película se tituló “Blow Up”. Es un clásico, aunque, digamos, hay cierto margen para discutir hasta qué punto es una adaptación del relato o si en realidad le sirvió al cineasta como inspiración para otra cosa.
Luego, respecto a los proyectos colectivos, hubo al menos tres. El de Gabo y Vargas Llosa sobre la guerra Perú – Colombia, que no prosperó. También el proyecto de un volumen con textos de algunos de ellos, que Fuentes empezó a promover, pero tampoco prosperó. Y la idea más ambiciosa era este libro en el que cada autor iba a escribir una historia basada en un dictador de su país. El título con más opciones era ‘Los padres de las patrias’. Fuentes se entregó con mucha energía al proyecto, habló con editoriales, con Carpentier y Roa Bastos. Algunos empezaron a buscar materiales y, más adelante, escribirían novelas sobre dictadores. ¿Por qué fracasaron estos proyectos grupales? Porque el trabajo del escritor se presta más a un esfuerzo individual. Cada uno tenía sus proyectos y dedicarle tiempo a interrumpir una novela en la que ya estás enfrascado para dedicarle algo a una idea colectiva, que implicaba muchas coordinaciones, costaba. Por eso terminó imponiéndose la lógica de los escritores individuales: novelas, cuentos y ensayos. Ahora, ya lo he dicho en alguna otra oportunidad: aunque esos proyectos colectivos fracasaron, “Las cartas del Boom” es el proyecto colectivo que finalmente se pudo concretar. Y pasó, primero, porque ellos lo escribieron. Lo que hemos hecho los coeditores es organizarlo, darle forma y ponerlo en manos de los lectores. A partir de ahí cada quien adoptará los puntos de vista que haga falta, pero este libro lo escribieron ellos a lo largo de muchos años, en algunos momentos sin ser muy conscientes, y en otros sabiendo que estaban en algo importante. Hay bromas en algunas cartas que dicen ‘guarda bien esto porque terminará en Harvard’ y otras que, por lo contrario, pedían ‘romperlas’ para que no corran el mismo destino. Ellos sabían que aquí había información importante y quizás no imaginaron que algún día se iban a reunir en un libro, pero sí sabían que parte de su identidad como escritores pasaba por la correspondencia.
No sé si esta pregunta es más para un académico que para un aspirante a clarividente. ¿Hay una carta 208? ¿Existen más cartas luego de estas? ¿Dónde podrían estar y qué podrían decir?
Definitivamente, se escribieron muchas más. De eso no hay la menor duda. La mayoría de ellas creo que se han perdido. Cortázar y García Márquez no eran muy cuidadosos en preservar sus materiales. Gabo declaró una vez que ‘unos estudiantes le robaron unas cartas en un hotel en Bogotá’. Eso me parece una broma de las que él solía hacer, pero quién sabe. De repente algunas de estas cartas están en poder de algún descendiente de alguno de esos estudiantes. De hecho, la última carta, que es muy breve, nosotros no la teníamos. Ya habíamos cerrado el manuscrito, enviado a Alfaguara, y los nietos de García Márquez encontraron una caja con papeles que no recordaban haber visto, y que por supuesto no había sido depositada con el resto de su archivo en Austin. Y encontraron cartas de Bill Clinton, de Fidel Castro, de escritores, y ahí estaba esa nota de Carlos Fuentes. Conseguimos una reproducción y la incorporamos al volumen. Y es una carta muy hermosa, una felicitación por el cumpleaños 85 de García Márquez, y dice algo así como ‘nuestras vidas son inseparables’. Dos meses después Fuentes se murió. Entonces, el azar nos regaló esa carta que nos permite cerrar este volumen con un testimonio de amistad de medio siglo. Ojalá que, en el futuro, pues, el azar nos regale otras cartas, que podrían estar en manos de coleccionistas o en manos privadas. Por ejemplo, la primera edición de las cartas de Cortázar es de tres tomos. La hizo Aurora Bernárdez. Luego, ella y Carles Álvarez Garriga decidieron proseguir con la búsqueda y encontraron un número redondo de misivas. Y salieron cinco tomos con tres mil páginas de cartas. Así que la posibilidad de que aparezcan más cartas está abierta. Como toda carta podría contribuir a aclarar algún punto muy concreto de la trayectoria de estos escritores. Yo dudaría de que cambie por completo la historia que se cuenta aquí, pero nunca hay que cerrar del todo tal posibilidad.