Tras terminar el colegio era tan buena en números como en letras que decidió estudiar física y literatura a la vez, sin embargo, Betina Keizman (Buenos Aires, 1966), en algún momento tuvo que tomar la gran decisión. Y por el bien de sus ahora lectores, priorizó lo segundo por sobre lo primero. Se percató de que las ciencias duras le quitarían el 98% de su tiempo, y esa no era la idea.
“Siempre escribí porque me gusta la literatura, porque me gusta imaginar, porque siento que es como un espacio de exploración, porque me sale bien, pero también porque hay algo de mucho disfrute”, reconoce la autora argentina en esta entrevista a propósito de su novela “El diablo Arguedas” (Animal de Invierno, 2024).
Con esta, su tercera obra de ficción, la también crítica literaria, traductora y experta en literatura latinoamericana, imagina la irrupción de una especie de diablo zombi con la apariencia del mítico José María Arguedas. Este ‘ente’ llega a una peluquería –que podría ser la de un barrio cualquiera—y altera la vida de todos, mientras intenta descubrir quién realmente es.
Conversamos con Keizman, quien con esta obra logró ser incluida en la lista final de la más reciente edición del Premio Filba, que finalmente fue para “Las niñas del naranjel” (Literatura Random House) de la escritora Gabriela Cabezón Cámara.
Con “El diablo Arguedas” usted fue finalista del último Premio Filba, que suele seleccionar obras bastante singulares, de autores de gran nivel, aunque no siempre ‘masivos’. ¿Qué sintió ser incluida en la lista corta?
Me siento súper orgullosa y contenta de lo ocurrido. Haber llegado a la final ya era un logro, más aún porque estoy junto a novelas muy buenas de autores que respeto mucho. El Premio Filba reconoce a los mejores títulos publicados el último año en Argentina y, sobre todo, lo visibiliza. “El diablo Arguedas” salió hacia finales de 2023, empezó a distribuirse entre enero y febrero de 2024, y al ser incluido en la lista casi a fin de año, le ha dado un nuevo aire.
Alejandra Costamagna me dijo una vez que «uno siempre escribe el mismo libro, lo que va cambiando es la respiración». Para los lectores peruanos que llegan a usted por primera vez, ¿“El diablo Arguedas” sigue un camino común con sus obras anteriores?
Uno encuentra, o sea, a posteriori, que hay temas que se mantienen, que hay un interés por el trabajo con el lenguaje, pero no diría que escribo siempre ‘el mismo libro’. Yo tengo dos novelas previas, “Los restos” y “Recurso de amparo”. La primera es bastante barroca en su escritura, como una anticipación de la pandemia (porque la escribí mucho antes), con un mundo que se está desarmando, y empiezan a aparecer restos de objetos por todo lado, y con una familia que tiene que protegerse, etc. Pero tal vez lo que sí hay es una construcción de un entorno que es similar o que puede tener ciertos puntos de contacto con “El diablo Arguedas”. Pero la historia no tiene nada que ver, y está en clave de relato post-apocalíptico.
Y “Recurso de amparo”, publicada en 2018…
Esa es una novela inspirada en el incendio de Cromañón, ocurrido en 2004. Y es un poco sobre los deudos, la empatía, y tiene como protagonista a un fotógrafo, el hijo de un tipo de que murió en la discoteca. En general, todos los deudos de Cromañón son padres que perdieron hijos, pero acá es al revés, un hijo que perdió a su padre. Y además es un personaje que tiene problemas con la empatía, que no siente nada. Entonces, le encargan, cuando es el aniversario de este ‘pseudo Cromañón’, hacer un trabajo fotográfico, y el tipo va, pero con miedo porque teme que se den cuenta que no está dolido por la muerte de su padre. Es una historia que tampoco tiene que ver con “El diablo Arguedas”, aunque quizás algunos lectores sean capaces de identificar ciertos vínculos.
¿Qué se planteó para escribir una distopía, siendo esta casi la palabra de moda? Porque antes distopía te obligaba a usar el diccionario, pero ahora todos quieren probar suerte imaginando futuros alternativos, y mayormente no tan positivos.
Cuando llegó la pandemia se bromeaba diciendo que los libros de ciencia ficción serían cambiados a la zona de estudios sociológicos e historia, como para marcar esta especie de inmersión en algo que en cierto momento se pensó como una proyección muy ficcional, y que terminó siendo un hecho palpable. Estos días en Perú (por el tema del APEC, cuando se realizó esta entrevista) uno dice, claro, ¡se pasó a trabajo virtual! Son como estas situaciones que uno le pondría el calificativo de distópica, o quizás a algo vinculado con cuestiones climáticas. Sin embargo, en “El diablo Arguedas”, yo planteo un universo distópico, pero que sin que esto sea el gran tema. Entonces, puse algunos elementos que sugieren eso, y que ni siquiera necesito trabajarlos tanto porque el lector, inmediatamente, hace el trabajo de reconstruir lo que yo no digo. Porque basta decir ‘hay lluvia de cenizas’, se sabe que es una ciudad gentrificada, con zonas por las que se pueden mover, A, B o C, y sin decir más, el lector se arma el contexto ‘distópico’. Pero, como te digo, la trama real pasa por otro lado.
Y una prueba fiel de todo eso es que uno de los lugares centrales de su novela es una peluquería. ¿Es esta peluquería un pequeño espacio que representa la sociedad de ‘El diablo Arguedas’?
Quería buscar un lugar bien común, que no fuera literario, aunque después apareciera un Arguedas, no quería que la novela tuviera un registro así grandilocuente, sino como algo muy cotidiano, muy focalizado en el día a día, con personajes muy comunes, porque me interesaba que la historia pasara por ahí, y porque uno de los temas de la novela, o de lo que le pasa al personaje de la novela, es que le cuesta entender bien el mundo. Es como que llega, y no tiene memoria, no sabe quién es, le dicen que es Arguedas, pero no puede ser, porque Arguedas está muerto. Y después va a ser un diablo, entonces, es como un personaje que trata de entender la realidad, y para lograrlo, descubre este mundo inmediato que lo rodea, y luego está lo que busca en Internet. Aparece ahí la ‘Abuela respondedora’. Y es como que no hay una distancia intermedia. O mira lo que está muy cerca o lo que está muy lejos, como si no pudiera focalizar. Y yo quería que eso pase en mi novela, que uno como lector se detiene en lo cerquita o aparece este contexto distópico un poco más lejos, pero que le fuera difícil hacer foco en un punto intermedio que permita entender mejor el mundo y lo que sucede.
Y mientras ocurre la narración hay 18 ‘notas diablas’. ¿Qué función les pensó al armar la estructura de la novela?
Tienen dos funciones y nos permiten entrar un poco en la interioridad del personaje. Porque el diablo Arguedas no se sabe qué es, es como alguien un poco vacío, sin personalidad clara. Luego ya con el transcurrir de la novela se va acentuando, sale más su costado diablo. Pero al principio es como si fuera un fantasma un poco apático. Y entonces (las notas diablas) son una forma de poner en primer plano esa búsqueda que el personaje está haciendo respecto a quién. Quizás otro recurso hubiera sido que apareciera la voz –porque a veces en las novelas aparecen distintas voces y uno puede así ingresar a la mente de los personajes—, sin embargo, yo pretendía algo más fragmentario, menos preciso, más ambiguo, entonces las notas son como las entradas de un diario, que le ayudan tal vez a entender lo que está sucediendo, lo que vive, y así poder transmitírselo al lector.
¿Cómo fuiste trabajando al otro personaje central y ‘real’, digamos, Irene? Es inevitable sentir rápidamente empatía con ella, la dueña de la peluquería, quien se va cuestionando en gran parte por qué acogió a Arguedas…
Ella va cambiando y yo la fui entendiendo en el proceso. Ella es la protagonista de la novela, incluso más que Arguedas. Yo sabía que no quería un personaje bueno, un héroe. Buscaba alguien al que uno pudiera cuestionar moralmente, y ella es una mujer algo maltratadora con sus empleadas, algo arribista. Me gustaba esa idea porque consideré interesante poner ese tipo de personaje junto a un diablo. Por otro lado, luego pensé cuando ella dice que ‘lo recibe a Arguedas como una muestra más de su propia arbitrariedad’, por esta idea un poco arribista de ‘yo he llegado a tal lugar, me esforcé, no importa que me desprecien y puedo permitirme lo que quiera, entonces puedo recibirlo porque quiero’. Y hay algo de soberbia ahí, claro. Pero a la vez yo diría que esto que se dice a sí mismo el personaje tal vez no es tan cierto, pues quizás lo recibe por otras cosas, porque se identifica con él, porque es alguien que viene de su tierra, porque le recuerda a su infancia, etc. Y como ella no puede decirse a sí misma eso, pues se dice lo anterior. ¡Quién sabe! Tal vez lo recibe por una pequeña semillita de empatía más que por otra cosa…
En la novela se hace referencia a cada rato a ‘las pezuñas del diablo’. ¿Cómo fue usted imaginándose a este personaje, que primero llama zombi y luego simplemente diablo?
Primero como un fantasma de Arguedas, como una aparición que surge de modo paulatino, y uno dice ‘tiene carne, claro’…pero, por otro lado, luego Arguedas se va materializando más, se va volviendo más humano quizás. Y a la vez yo sabía que no quería hacer un diablo ‘romántico’ o cristiano, sino uno más pagano, más entretenido, ambiguo, que puede hacer un bien o un mal. Efectivamente, el personaje cambia a lo largo de la novela, por momentos parece un diablo con pezuñas, más clásico, pero de repente luego agarra moscas y se las come. Me gustaba esta idea de un personaje que, a lo largo del libro, va buscando su identidad, y que uno, como lector, va siguiendo su transformación.
Vi “Puan”, la película, y me imaginaba que, probablemente en ningún otro lugar más que en las facultades de la Universidad de Buenos Aires enseñarían tanto sobre Arguedas. ¿Dónde fue que lo conoció usted?
Se enseña Arguedas en muchos lados (risas). Hice mi primer año de estudios antes de que Puan se inaugurara en otra sede, que antes había sido una maternidad. Después se inauguró Puan, y estudié allí. Yo creo que no había leído a Arguedas cuando estudié, sino después. Hice mi maestría y doctorado en México. Y en este último país leí mucha literatura latinoamericana, que es mi ‘fuerte’, y ahí lo leí a José María. Y después en Chile seguí leyéndolo, y de hecho en algún momento lo incluí en mis clases, aunque no me considero una gran estudiosa sobre su obra.
Aunque su novela no está narrada en ‘argentino’, ni en ‘peruano’, ni en ‘quechua’, ¿sería un error denominarla ‘neutra’?
Así es, no es nada neutra. Yo diría que es una lengua como inventada, pero con ciertas tonalidades de distintos lugares, con vocabularios, expresiones y giros utilizados de modos diferentes a cómo son usados en sus zonas de origen. Porque para pensar un mundo, la idea era que este tenga su lenguaje particular. Incluso incluyo algunas partes en quechua. Yo no sé quechua, pero lo fui tomando de los libros de José María. Y esto tenía que ver con un uso tal vez no tan respetuoso, sino más bien lúdico del lenguaje.
Ha dicho usted que “la inseguridad e impotencia le esperan a la vuelta de la esquina al que se dedica a la literatura”. No suena como un panorama muy grato. ¿Por qué se dedicó usted a todo esto?
Primero, ¡porque me gusta! Creo que hay algo de mucho disfrute en la literatura. Soy una gran lectora. Cuando terminé la secundaria y empecé a estudiar, yo era muy buena también en ciencias exactas (matemática, física, etc.), entonces estudié dos años de física. Y ya a mí me interesaba la literatura entonces, pero yo pensaba ‘voy a estudiar física porque igual me gusta, no sé’, pero también me dedicaré a las letras. Tiempo después me di cuenta que, al menos para mí, dedicarme a la física, hubiera sido como algo que me iba a insumir el 98% de mi cerebro, de mis intenciones y de mi energía, y no podía dedicarme a ambas cosas en paralelo, que es un camino que mucha gente sigue. Así que decidí cambiarme a letras. Y creo que siempre escribí porque me gusta la literatura, porque me gusta imaginar, porque siento que es como un espacio de exploración, porque me sale bien (risas), pero también porque hay algo de mucho disfrute. Mira, mi primera novela, con una línea más pesimista u oscura, la elaboré en un lugar de disfrute de la escritura.
Remarcando esto del disfrute al leer y escribir, no puedo dejar de lado que usted también es traductora y crítica literaria. ¿Son parte de lo mismo o considera que cada área requiere enfoques completamente distintos? Crear puede ser un camino lúdico, pero hacer crítica de libros parece algo más serio, y traducir un ejercicio más bien disciplinado…
Tomando tus últimas palabras, la escritura también es un ejercicio disciplinado, no porque sea una escritora que todos los días redacta cuatro o cinco horas. Yo no soy así, pero es cierto que cuando estoy dentro de una novela, escribo muchas horas, muchos días, todo el tiempo. Y sí hay algo disciplinado ahí. No veo a la escritura como inspiración, sino como un trabajo con el lenguaje. La inspiración son ideas que se nos vienen a la mente, que efectivamente las hay, pero (luego) uno tiene que saber reconocerlas como ideas que son interesantes, que se puedan explotar, y luego ver cómo darles forma. Para mí hay un trabajo cercano al modelado en la escritura. Obviamente, es distinto al académico, de crítica y que el de traducción. Pero a mí también me encanta traducir, porque hay que meterse en el lenguaje de otro, en su mundo, es como un puente entre la lectura y la escritura.
Y sobre lo de crítica literaria, creo que cuando escribo dejo el espacio de la mirada crítica afuera. No sé de qué trata lo que voy a escribir, qué quiere decir. No me lo pregunto en términos de crítica, aunque sean como categorías que yo manejo y conozco. Y siento que lo que yo escribo está nutrido por todo eso. Porque yo leí a Arguedas como lectora, lo enseñé también, y en algún momento eso entra en la escritura, pero lo hace como muchas otras cosas. Yo comentaba, por ejemplo, que la peluquería de la novela está inspirada en una que tenía cerca a mi casa. Entonces, entra la peluquería y Arguedas, y no es que en mi imaginación uno tenga más peso que el otro, sino que después y, en definitiva, hago una literatura muy lejos de lo autobiográfico o de lo referencial, pero que está nutrido por las experiencias de la vida, de lo que a uno le sucede.
Hace poco un periodista argentino (Luis Novaresio) presentó su primera novela y en redes sociales, aunque muchos lo felicitaron, otros cuestionaron que “cualquiera escriba una novela” o “cualquiera pueda publicar” o “cualquiera se haga llamar escritor”. ¿Literatura es todo? ¿Es mejor categorizar las cosas como comercial, complejo, light?
No sé, quizás eso lo aplico como lectora. Igual yo leo mucho, y leo muchas cosas. Me gusta la literatura periodística, de investigación, es algo que me gusta y creo que tiene otra utilidad también. Lo que pasa es que ahí también hay otra cuestión: si uno escribe un libro porque quiere investigar un hecho y quiere esclarecer a la opinión pública, y quiere una intervención de una dimensión política e histórica, pues me parece súper valioso.
En este caso era una novela…
Está bien, ¿por qué no? A mí no me interesa tanto meterme en mi producción en ese terreno. Porque hay algo ahí, y es donde pongo más distancia, que está relacionado con lo identitario. Es decir, como si alguien tiene que escribir por lo que es, si es gay porque es gay, si es lesbiana porque es lesbiana, etc. Es una opción y está bien, pero también la literatura siempre ha prometido la posibilidad de vincularse con lo otro, lo que sea, lo otro que soy yo y lo otro que es el lector. Y me parece interesante porque sino es como si fuéramos una ‘policía de la moral’ que solo puede hablar de esto si lo ha vivido, y pienso que la literatura es un terreno que permite abrirte. Luego, ya en lo político, claro que tiene mucha más autoridad moral y de experiencia, hablar de alguien que ha pasado por una experiencia determinada, pues está bien que con su propia voz de cuenta de eso.
Finalmente, y esta es una pregunta en su condición de académica. ¿Cuánta importancia debemos de darle a la teoría literaria? Porque uno puede disfrutar “El diablo Arguedas” sin haber leído necesariamente las grandes obras de José María Arguedas…
Sobre mi novela, no tienes que haber leído a Arguedas para conocerla y entenderla. Pero te digo algo, los comentarios y preguntas que me hacen acá los lectores peruanos son completamente diferentes a las que me hacen en Argentina. Y eso tiene que ver con el hecho de que, para un lector peruano, conoce a Jose María de repente, sabe como cierta problemática y cuestión en torno a la identidad, que es uno de los núcleos medulares de su obra. Y en Argentina tendieron a leer otras zonas de la novela. Efectivamente, conocer ciertas cosas es como si hubiera un foco que ilumina ciertas áreas. Sin embargo, no creo que sea necesario o que sea tan evidente que la zona que hay que iluminar tiene que pasar por un conocimiento de la teoría o de la crítica literaria. Uno lo puede leer como un lector que lee una historia de aventuras, no sé. Me parece que ahí están las posibilidades de la literatura, de tener como un espesor de sentidos mucho más amplio.
¿DÓNDE COMPRAR LA NOVELA?
Puedes comprar «El diablo Arguedas» en las principales librerías del Perú y, si vas a la Feria del Libro Ricardo Palma, en el stand 66 de La Indie y en el 3 de Colmena Editores.