Carlos Aguirre: «Las comunicaciones digitales no ofrecen la misma riqueza de información y de opiniones que sí nos dejaron las cartas»

El interés que surgió al conocer sobre un trabajo que su colega rusa Kristina Buynova efectuó en torno a Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), hizo que Carlos Aguirre (Piura, 1958) busque iniciar contactos para lo que, en un primer momento, sería solo un artículo de una revista académica. No obstante, y para felicidad de los seguidores de la obra del Nobel peruano, ese compartir de información devino en un proyecto más abarcador.

Sería tras tomar contacto con la editorial independiente Reino de Almagro que “Cinco días en Moscú. Mario Vargas Llosa y el socialismo soviético (1968)” vería la luz como libro. Se trata de un texto compacto (185 páginas), que, aunque tiene como plato fuerte la visita de cinco días que el autor de «La ciudad y los perros” hizo a la Unión Soviética a fines de la década del sesenta, en realidad desgrana varios otros aspectos que, contextualizados de forma correcta, permiten entender su visión política a lo largo de los años posteriores.

Conversamos con Carlos Aguirre – profesor de Historia en la Universidad de Oregon y autor de múltiples estudios académicos referentes a la obra de Vargas Llosa—acerca del proceso de elaboración de su ensayo junto a Buynova, además de los temas que lo componen, como los derechos de autor de la época, la censura editorial soviética, el especial enfoque en los prólogos de libros traducidos, entre otros.  

Usted es un académico reconocido, pero es de suponer que contactar con una colega rusa no es algo tan fácil. ¿Cómo fue su acercamiento inicial a Kristina Buynova y de qué manera se pudo concretar la escritura de un libro como “Cinco días en Moscú”?

Nos conocimos a través de una página que se llama Academia, donde distintas personas, generalmente del mundo académico, comparten materiales. Ahí encontré un trabajo de Kristina sobre Vargas Llosa, que yo no conocía, y que además estaba en ruso, una lengua que yo no manejo. Le escribí para preguntarle si tenía una versión en español o inglés, para leerlo. Y ella me contestó inmediatamente. Conocía mi trabajo sobre “La ciudad y los perros”, así que preparó una edición en español del citado texto, para que yo pueda leerla. En dicho proceso de intercambio descubrimos que había información que yo tenía, que había conseguido del archivo de Vargas Llosa en Princeton, y que ella ignoraba y, obviamente, había materiales que ella había recogido de los archivos rusos, sobre Mario, y que yo desconocía. Comenzamos, pues, a intercambiar información, datos, etc. Nos dimos cuenta que la información calzaba y permitía esclarecer una serie de detalles sobre esa visita, y poco a poco fuimos recopilando un conjunto de documentos, como cartas, telegramas, reseñas de la traducción rusa de “La ciudad y los perros”, los artículos que MVLl había escrito sobre la Unión Soviética, y también sobre su visita a Moscú.

Se dieron cuenta que los intercambios habían producido un material de real interés…

Llegamos a la conclusión de que aquí había una historia, cuyos detalles no se conocían muy bien y que ahora, gracias a esta documentación, podíamos reconstruir. Decidimos escribir un artículo a cuatro manos, con la idea de publicarlo en alguna revista académica, pero conforme íbamos avanzando, el texto iba creciendo, porque había una serie de elementos a los que había que referirse. Por ejemplo, la trayectoria de MVLl en relación a la Revolución Cubana y sus posturas sobre el Socialismo, era un aspecto que había que explicar con cierto detalle o, tal vez, había que discutir esta diplomacia cultural, que consistía en las visitas que se hacían por parte de intelectuales a la Unión Soviética. Además, hablábamos de la censura, porque la traducción de “La ciudad y los perros” al ruso fue objeto de censura, como lo había sido la edición española, de manera que nos quedó un texto bastante largo como para que sea un artículo, y además queríamos compartir con los posibles lectores los documentos, y ponerlos a disposición. Terminado el trabajo, este quedó esperando decisiones nuestras sobre qué hacer con él.

Y aquí es donde aparece la editorial independiente Reino de Almagro…

Sí, tuve la suerte de encontrarme con Luis Paliza, a quien yo ya conocía, quien me contó que había iniciado esta editorial, y que inmediatamente me llamó la atención. Me gustó mucho la calidad de su primer libro publicado, un texto de Raúl Porras Barrenechea sobre la fundación de Trujillo. Y entonces me pareció que era una oportunidad bastante viable para publicar. Además, Luis es un gran conocedor de la obra de Vargas Llosa. Así que en una conversación que tuvimos en septiembre de 2023 le hice la propuesta. Él y sus colegas de la editorial aceptaron, y empezamos.

Queda claro al leer el libro que, más allá de que apenas se extendió cinco días, el viaje de Vargas Llosa a Moscú no fue “uno más”. ¿Diría que fue el más gravitante en cuanto a sus ideas políticas?

Fue gravitante, aunque también lo fueron sus viajes a La Habana, antes y después de ir a Moscú. Pero lo que nosotros interpretamos es que la importancia que le dio Vargas Llosa a dicho viaje se fue modificando a lo largo del tiempo, y exagerando también, al punto de considerarla una visita traumática que, de alguna manera, lo desencantó del socialismo. Queda claro que había reservas respecto al modelo soviético, pero no resulta del cotejo de documentos que, al volver de Moscú a Londres, donde vivía por entonces, su desencanto se hubiera acentuado, respecto al socialismo en general. Lo que sí hallamos es que la invasión soviética a Checoslovaquia, que ocurrió unos meses después, fue un detonador, y hasta cierto punto más importante que la visita a Moscú. ¿Por qué? Porque esa invasión implicaba una agresión, por parte de un país socialista a otro, precisamente para liquidar un proyecto de democratización interna. Luego, a eso hay que agregarle que Fidel Castro ofrece su apoyo a la invasión soviética a Checoslovaquia, lo cual a su vez motivó una severa crítica a dicha postura. De manera que sí, este fue un viaje importante, un hito en la evolución política de MVLl, pero hasta cierto punto hay que contextualizarlo, y matizar algunas de las afirmaciones que él ha hecho respecto a la centralidad de ese viaje en su desencanto del socialismo.

¿Es posible identificar diferencias entre el tipo de censura franquista (a los libros) versus el que realizaban los soviéticos por ese entonces?

Sí, son varias diferencias. Algunas respecto a los criterios y otras que tienen que ver más con los métodos. En cuanto a los criterios, se parecen mucho en la censura a asuntos que tienen que ver con la moralidad, el sexo, etc. Tanto el franquismo como la Unión Soviética buscaban aminorar, reducir, la presencia de expresiones que ellos consideraban salían de los límites de la moralidad. Sin embargo, en España la censura también se centraba mucho en las críticas a los militares, al Ejército, a la religión o a los curas. Pero eso no le interesaba mucho a la Unión Soviética. Todo lo contrario, las críticas a la religión católica y al militarismo en América Latina eran vistas desde la Unión Soviética como signos de una postura más o menos progresista. Luego, sobre los métodos, en la España franquista estaba todo muy institucionalizado, pero a su vez había margen para cierto tipo de negociación, que es lo que pasó en el caso de “La ciudad y los perros”. Como sabemos, Carlos Barral (el editor) y Vargas Llosa (el autor) negociaron con el censor, y lograron reducir significativamente el número de observaciones. En cambio, en la Unión Soviética eso era algo impensable, o sea, que un autor, sobre todo si era extranjero, pero incluso los propios rusos, pudieran negociar con la oficina de censura. No tenían voz, absolutamente. Ni siquiera había comunicaciones entre autores y censores.

No sé si por sus diálogos con Kristina o por sus propias investigaciones sobre la industria editorial soviética, ¿qué podría decirnos sobre ese campo en dicho momento histórico? Porque hoy inclusive es complicado que un autor latino sea traducido en dicho país. ¿Qué, dónde y cómo leía la gente allí?

Esta es información que proviene sobre todo de Kristina y de sus estudios. La Unión Soviética tenía un aparato industrial enorme, poderoso, institucionalizado, centralizado también. Tenían muchos recursos. Se traducía mucho y se publicaba mucho, y también autores latinoamericanos. Las ediciones eran, para los estándares de otros países, enormes, con 100 mil o 200 mil ejemplares. Había además una planificación que apuntaba a la distribución de estos materiales, a lo largo y ancho de los territorios de la Unión Soviética, de manera que llegaran a escuelas y universidades. La producción editorial allí no estaba ligada a una lógica de mercado, por cuántos libros se van a vender, sino que respondía a una planificación previa, respecto a la distribución de estos materiales. Y había todo un aparato logístico detrás de esto, donde intervenían las imprentas, pero también los traductores, correctores, censores, y la famosa Unión de Escritores de la Unión Soviética, cuyos funcionarios eran los que negociaban con los autores, pero con frecuencia también pirateaban, o sea, publicaban traducciones sin haber solicitado la autorización de autores y editores, lo cual fue el caso de “La ciudad y los perros” de MVLl.

Una novela inmortal a través de sus nuevas ediciones.

Eso me hace pensar en cuál era la situación de los derechos de autor en ese momento (1968). Entendemos lo cerrado que era el régimen de la Unión Soviética, pero, ¿cómo se llevaba este factor alrededor del mundo?

Sí, lo que pasa es que no todos los países eran parte del acuerdo (por derechos de autor). La Unión Soviética no lo era. Cuba tampoco. Obviamente porque había un bloqueo, y había dificultades para hacer pagos en divisas extranjeras a autores internacionales. En Cuba, por ejemplo, o no pagaban, o pagaban en moneda local. Y en el caso de la Unión Soviética, había que ir allá para poder consumirlo y a veces no alcanzaba para mucho. O, volviendo a Cuba, en algún momento empezaron a compensar a autores que ellos publicaban con obras de arte. Recuerdo el caso de Julio Cortázar, a quien le publicaron un libro de cuentos, y en compensación le regalaron una pintura. Y estas obras formaban parte del patrimonio estatal cubano, a su vez, producto de las expropiaciones que habían hecho luego de la Revolución. Así que la cuestión de los derechos de autor era bastante complicada en la Unión Soviética para los autores internacionales. Y por eso en nuestro libro resaltamos que a Vargas Llosa le pagaron, le enviaron un cheque en dólares. Él sí consiguió eso. No era algo común, y revela un trato hasta cierto punto preferencial que recibió. Es que había un interés por parte de la Unión de Escritores y de los funcionarios soviéticos por atraer a este tipo de escritores, amigos de Cuba, progresistas digamos, y querían seducirlos para convertirlos en amigos de la Unión. Y eso se muestra en las varias invitaciones que se le hicieron para que vaya (solo aceptó una), la organización de todo un programa durante su visita, y el ya mencionado pago de derechos de autor.

Rescatan ustedes en el libro la ‘contradicción filosófica’ que menciona Gabriel García Márquez, en torno a que “los países explotadores los explotan menos y los respetan más que los no explotadores”. Si este es el ‘extremo’, fiel al estilo del Nobel colombiano, ¿dónde se ubicaría Vargas Llosa?

Vargas Llosa apenas se enteró que su libro había sido traducido y publicado a la Unión Soviética, hizo gestiones para ver si podía cobrar por sus derechos de autor. No fue fácil, pero desde el comienzo el interés estaba allí. Y esto hay que contextualizarlo, además, porque hay una cuestión de principios. Y esto se nota en el epistolario del Boom. Son autores que dicen –y tiene que ver con lo que citas de García Márquez—‘este es nuestro trabajo y tienen que pagarnos’. Era, pues, una cuestión de principios, pero también de necesidad. En el año 1965, cuando se publica “La ciudad y los perros” en la Unión Soviética, (él) vivía ‘con las justas’, digamos. No podía pagar muchas cosas, así que había una necesidad de incrementar sus ingresos. Luego, recuerdo que también sale la traducción rusa de “La casa verde” y él vuelve a preguntar: ‘¿me podrían mandar un ejemplar e informarme si hay manera de que me paguen los derechos?’. Ahí te das cuenta de que no era algo que lo tomaban así a la ligera, tipo ‘ya me piratearon y qué voy a hacer’. La frase de García Márquez que citas evidencia una especie de defensa de sus derechos como autores, aunque sea de países socialistas. Ellos simpatizaban con el socialismo, pero decían ‘no nos pueden tratar así’.

Hay detalles muy interesantes en su libro, y uno referido a la tendencia por ‘suavizar los prólogos’ al momento de revisar un libro que llegaba y aspiraba a ser traducido y publicado en la Unión Soviética. ¿Eso evidenciaban quizás un descuido de otras personas que, incapaces de leer la obra completa, se centraban en su ‘presentación’?

Primero, esto tiene que ver con la postura oficial del régimen soviético de tratar a los ciudadanos como menores de edad. Es decir, el tutelaje intelectual, ideológico y cultural. ‘Nosotros decidimos qué puedes leer y te decimos cómo puedes hacerlo’. Se utilizaban una serie de mecanismos, y uno de ellos era ponerle prólogo a estas novelas, donde se explicaban, obviamente desde el punto de vista oficial, de qué trataba el libro y cómo debía interpretarse. Pero ojo que esto no es privativo de la Unión Soviética. De hecho, la primera edición de “La ciudad y los perros” en Barcelona, España, también vino con un prólogo, en este caso, para apaciguar un poco las preocupaciones de la censura, como diciendo, este libro no es tan ‘malo’ (referido a un supuesto contenido negativo para los lectores y su manera de ver el mundo). Lo interesante, y es lo que hemos intentado enfatizar en nuestro texto, es que las personas que ejecutaban estas órdenes, tenían su propia agencia. Eran partícipes, en mucho caso con voluntad propia, de estas maquinaciones. El autor del prólogo a la novela de MVLl se dio ‘maña’ para decir allí algunas cosas que podían interpretarse de otra manera. Es decir, no repetía lo que los funcionarios soviéticos probablemente querían que se dijera. Lo mismo pasaba con los traductores, que, en un sentido u otro, también podían intervenir de voluntad propia en el proceso de traducción y, de paso, influir en el texto final. Igual con los funcionarios. Por ejemplo, el reporte final de la persona que acompaña a Vargas Llosa deja sembrada la duda sobre si todo lo que se dice que hizo, finalmente pasó. Y se permite citar cosas y reacciones de Mario que eran como pequeñas señales. Entonces, una de las cosas que hemos querido hacer en nuestro texto es esclarecer cómo funcionaban estas cosas en el día a día, y no solamente hablar de la censura como un fenómeno que ocurría en lo abstracto.

Mario Vargas Llosa en una visita reciente al Colegio Militar Leoncio Prado. (Foto: Álvaro Vargas Llosa)

En un pie de página de su libro menciona que usted compró a través de eBay un ejemplar de “La ciudad y los perros” publicado en 1968.  ¿Hallar joyas literarias o editoriales es común en páginas como esta, donde uno a veces compra un par de zapatillas? ¿Diría que fue un suceso de uno en un millón?

(Risas) como mucha gente, yo compro libros por Amazon, ABE Books, eBay y otros. Algunos de los libros que me acompañan (atrás) mientras te doy la entrevista los he conseguido en tiendas de verdad, en librerías de viejo de distintos países, pero muchos también por Internet. El libro que tú mencionas tiene su propia historia. Yo lo había visto en venta a un precio muy elevado, totalmente fuera de mis posibilidades. Le pedí al vendedor que me dé una fotografía en buena resolución del texto, y luego simplemente me olvidé. Curiosamente, y estoy hablando de mucho antes de que yo siquiera pensara que publicaría un libro sobre la visita de MVLl a Moscú, sino simplemente porque ese era un ejemplar de “La ciudad y los perros” en Moscú en el año 68. Tiempo después el libro aparece de nuevo en venta por otra persona, pero ya a un costo más razonable, tal vez la décima parte de lo que pedían anteriormente. Así que no lo dudé y lo compré. Y entonces, claro, ahora coincidió con que ya estábamos trabajando este texto, así que no es que lo necesitaba para poder escribirlo, pero como aficionado a los libros, ese ejemplar tiene un valor muy simbólico que me motivó a adquirirlo.

De 1968 hasta acá han pasado muchos años. ¿Es posible seguir una especie de mapa de cómo se han movido los libros de Vargas Llosa en esa parte del mundo? Claro, Rusia sigue teniendo un régimen cerrado, con libertades limitadas en cuanto a derechos humanos y a la forma de hacer política. ¿Pudo seguirles el paso a sus libros posteriores?

Obviamente, todo lo que sé de esto lo he aprendido de Kristina, porque ella vive allá, habla ruso y está familiarizada. Mientras escribíamos este libro supimos que se estaba preparando una nueva traducción de “La ciudad y los perros”, y de hecho salió, porque ella me envió un ejemplar. Esta vez, se supone, es una versión completa, es decir, sin los cortes de la censura. De todas maneras, hubo cierta preocupación, porque en Rusia aún esta existe, y eso incluye –nuevamente– aspectos vinculados al sexo y la moralidad, la homosexualidad y otros temas. Hubo cierta preocupación sobre si se iba a permitir o no circular esta nueva traducción. No sé si ha habido reacciones o críticas, pero hay una nueva versión completa de “La ciudad y los perros” en ruso que se publicó el año pasado y está circulando. Otros libros de Vargas Llosa también circulan, pero, como hemos mencionado en nuestro texto, muchos autores latinoamericanos y de otras partes del mundo han sido objeto de censura, en la Unión Soviética y también luego en el periodo posterior.

«La ciudad y los perros».

Por su trabajo lleva años valiéndose de misivas, de cartas escritas ya sea a mano o en máquina de escribir, mucho tiempo atrás. Hoy entre tanto Telegram, WhatsApp, o Inbox de Instagram, ¿se puede imaginar que alguien replique su labor en el futuro?

Es difícil imaginarlo, quiero creer que se va a poder, pero lo veo complicado. Entiendo que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos tiene un proyecto en marcha de archivar comunicaciones de este tipo. No estoy familiarizado con la cobertura, pero existe. Por otro lado, está también el hecho de que esas comunicaciones no tienen la misma dimensión y naturaleza que las cartas. Y tampoco cumplen el mismo papel. Un intercambio de WhatsApp es informativo básicamente, no te permite reflexionar, entonces, se pierde mucho en este tránsito de la comunicación a través de cartas, que tú puedes escribir cuatro, cinco o seis páginas y decir lo que digas, y hay muchos ejemplos de eso, ahora mismo estoy revisando la correspondencia de José Carlos Mariátegui para otro trabajo. Y luego, sí, vas a encontrar formas de comunicación digital, si es que se encuentran y preservan, pero cuya riqueza no alcanza creo yo aquella que se lograba plasmar en las cartas. No quiero tampoco idealizar las cartas, claro, porque también muchas cosas no se decían en ellas, sin embargo, los epistolarios son una fuente digamos riquísima para estos estudios, y me temo que, en el futuro, este otro tipo de comunicaciones no van a ofrecer la misma riqueza de información y de opiniones.

En la parte final del libro se remarca que, más allá de lo vivido respecto a la publicación de su libro sin autorización, y al problema con los derechos posteriores, Mario Vargas Llosa jamás renegó de su predilección por los autores rusos que leyó cuando se formó. ¿Qué nos dice esto en un mundo donde hoy se cancela a un autor por su nacionalidad, origen o ideas?

Bueno, creo que es la actitud correcta. Vivimos tiempos de polarización. He leído noticias sobre lugares donde se prohíbe escuchar a compositores clásicos rusos solo por su origen, como si ellos tuvieran la culpa de lo que está pasando ahora. Yo creo que las grandes obras de arte, de la literatura, van más allá de la cobertura política nacional o internacional. Eso lleva a un debate mucho más amplio que tomaría otra entrevista, y tiene que ver con cómo nos acercamos a estos autores o artistas que han tenido trayectorias cuestionables en el aspecto político, o incluso personal y moral. ¿Se puede todavía disfrutar de una obra de arte que fue escrita por alguien que fue simpatizante nazi? Ese es el tipo de discusión que sigue abierta, que genera siempre polémicas y está vinculada a esta cultura de la cancelación que se discute tanto hoy en día.

Hemos visto a Mario Vargas Llosa en fotografías, muy mayor, con 88 años, ya no escribe libros ni columnas periodísticas. Usted que lo ha investigado tanto, ¿le quedó algo pendiente aún o ya ha concluido su trabajo sobre el Nobel peruano?

Yo estoy trabajando ahora en un libro sobre las relaciones entre los escritores del Boom y la Revolución Cubana, algo que no es totalmente nuevo, se ha escrito mucho al respecto, pero creo que hay información a la que he podido acceder, que va a ofrecer cosas nuevas e interpretaciones distintas para el público. De manera que me sigue interesando la trayectoria de MVLl, sobre todo la década del 60 y parte de la del 70, que hay allí todavía muchas cosas por investigar y aprender. Espero que otros historiadores sigan trabajando sobre este y otros aspectos de su vida, de su trayectoria, de sus obras. La biografía de mi colega Gerald Martin será un hito en estos estudios. Es un trabajo de 15 años que va a marcar un momento muy importante en la bibliografía sobre Vargas Llosa, así que la estamos esperando con mucha expectativa.

¿DÓNDE COMPRARLO?

Puedes comprar «Cinco días en Moscú» en las principales librerías peruanas, y también en los stands 94, 79, 66, 59 y 39 de la Feria del Libro Ricardo Palma.

(Fotos: Reino de Almagro)

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