Zoila Vega: «No haber sido una pianista más competente es una de las grandes frustraciones de mi vida»

Seis pianos toman la palabra en “Cantan al hablar” (Seix Barral, 2025), la novela con la que Zoila Vega Salvatierra (Arequipa, 1973) comienza a pisar fuerte en el circuito literario nacional. Musicóloga de profesión, la autora prefiere denominarse novelista que literata y, en esta ocasión, apuesta con un relato en parte histórico, pero también con tono autobiográfico, y que tiene a la Ciudad Blanca como punto focal.

Vega Salvatierra es violinista, directora de orquesta y profesora. Ha publicado “Cápac Cocha”, novela con la que ganó el Premio Julio Ramón Ribeyro del BCRP en 2006. También es autora de las obras “Acuarelas”, “Las Saucedo” y de “El molle y el sauce”.

A continuación, la novelista arequipeña repasa algunas particularidades de esta historia, en la que un Bechstein, un Rönisch, un Steinway & Sons, un Rachals, un Yamaha y un Blüthner, se explayan sobre su origen, pero, sobre todo, en torno a las particularidades del agitado mundo que los cobijó, de los diversos dueños que los ‘aporrearon’, y de aquellos que los disfrutaron.

La novela original se titulaba “Teclas” y usted la postuló al Copé con el seudónimo de Bartolomeo Cristofori. ¿Por qué eligió a este constructor de pianos para designarse como autor de aquel manuscrito allá por el año 2013?

Por esa idea asociada al piano que mencionas, y también en parte para que no se sepa que era una mujer la autora del manuscrito. Quería proteger el anonimato. Ahora, Cristofori, si bien no fue exactamente el inventor de los pianos, sí concibió la idea de un instrumento que pudiera tocar piano (suave) y forte a la vez, por eso lo llama pianoforte. Por otro lado, soy musicóloga histórica, y siempre ando metida en chismes del siglo XVIII. Y Cristofori también es el ideal que tenemos del artista y del inventor, que son la dimensión estética e ingenieril, usualmente difíciles de combinar. Y, claro, titulé la novela “Teclas”, porque en ese momento no se me ocurrió nada más original.

Sentados en este hotel muy elegante me pregunto si se siente algo incómoda. Usted vive con su esposo, en Arequipa, a pocos metros de sus padres, tal vez en ambientes más modestos…

No tanto, porque soy directora de orquesta, y he sido músico de escenario desde muy joven. Así que estoy familiarizada con el público y con el desplazamiento escénico. Sí me resulta algo extraño que esta atención la reciba por escribir, y no por tocar, o por hacer ópera. Aunque ya es mi quinta novela, no me termino de acostumbrar, porque mi vida profesional no tiene que ver con la literatura en el sentido estricto. Soy musicóloga, no literata en el sentido ‘académico’ del término. Me defino más como una novelista.

¿Qué diferencia básica podría identificar entre la carrera de música y la literatura?

Los musicólogos, como disciplina, trabajamos con muchos marcos teóricos provenientes de otras disciplinas, de la sociología, la antropología y también de la literatura (teorías del discurso, estudios culturales y de género, inclusive), y los utilizamos mucho en nuestro trabajo, sin embargo, pienso que el literato es un ser que analiza y estudia el discurso, la palabra. ¿Qué es lo que dices? ¿Cómo lo dices? ¿Cuál es el impacto que causas en quien te recibe? Por otro lado, la teoría literaria es mucho más antigua y más rica que la joven musicología. Entonces, siempre he sentido un profundo respeto por el quehacer del literato profesional, carrera que nunca estudié. Así que siempre me causó un poco de intriga sobre qué podrían decir los críticos respecto de mis obras. He aprendido que ello no puede asustarme más, y como nadie nace asustado, pues mejor seguir escribiendo.

Le mencionaba arriba lo de los lujos porque acaba de ganar un Oscar Walter Salles, el millonario director brasileño de la película “Aún estoy aquí”. ¿Cuánto cree que influyen los privilegios y/o el poder económico, al momento de decidir nuestro futuro? Porque un chico con pocos recursos podría no terminar siendo director de cine… o de orquesta.

Si quiere tener éxito económico, no creo que ese chico lo consiga de la noche a la mañana. Este ambiente no significa tanto éxito económico, sino más bien que me han ayudado mucho para llegar aquí. Y yo estoy muy satisfecha de que la editorial Planeta haya creído en mí. Es la primera vez que un sello grande me acoge. Esto me alivia, porque he publicado como independiente y también me he auto editado. Y pienso que hay procesos que el escritor no ve. Ahora, sobre lo que mencionas de Walter Salles, supongo que sí influye. En mi caso personal, vengo de una familia muy pequeña, y nuestra forma de escribir es muy doméstica. En mi casa todos escriben y narran. Mi primera línea de lectura siempre ha sido mi familia. Cuando he dado el salto hacia el ‘mundo exterior’, más por esfuerzo que por talento, ya es un privilegio el poder acceder a un premio. Eso es algo a lo que no todos tienen acceso, y a veces asusta o abruma. Al comienzo me asustaba, claro, pero ahora soy algo más ‘sinvergüenza’. Sin embargo, sí es cierto que hay factores que se vuelven privilegios, aunque no lo queramos. ¿Cómo lidiar con eso? Aún me falta encontrar la receta correcta.

La novela de Zoila Vega Salvatierra.

¿Por qué decidió darles voz a pianos y no, por ejemplo, a violines, que tal vez están más familiarizados con usted, una reconocida violinista?

Me llevo mejor con los violines que con los pianos, entonces, hay que pagar deudas de honor con los pianos de mi pasado. Yo he estudiado piano, pero los aporreo muy mal. Una vez me pregunté a qué diría mi piano de mí si pudiera darle un micro o un papel para que contara la negra opinión que le debo generar. Y así surgió esta novela. Asimismo, he trabajado con varios pianos a lo largo de mi faceta profesional.  Me han acompañado en recitales, los he dirigido o los he escuchado, así que las anécdotas se van acumulando, y luego se transforman en cuentos, en historias, y eso es genial porque (el piano) es como un anciano que se vuelve sabio. Y algunos resultan seres venerables, que han envejecido bien o mal, dependiendo de las circunstancias, claro.

¿Diría que los pianos de su novela son “sufrientes” o más bien “analíticos”?

Esa es una dicotomía interesante en la que no había pensado. Analizan, pero también son seres sensibles, a pesar de que no son objetos. Reniegan, y tienen defectos, virtudes, algunos son generosos en su perdón, prestos a olvidar las ofensas, mientras que hay otros tremendamente rencorosos. Hay arrogantes, entusiastas, porque así somos los seres humanos, ¿no? Estos pianos van acumulando una sabiduría muy particular que tiene que ver con las personas que los han usado, explotado o –como dice mi editor—‘torturado’ de alguna u otra manera.

Estamos, además, ante pianos que tienen muy clara su identidad, su origen…

Sí, algunos más que otros. A algunos no les interesa mucho y dicen “ya se me olvidó la patria”. Pero otros se aferran a su identidad, como una forma de no perder su naturaleza, y seguir destacando. Porque si se desconectan de su origen tienen la sensación de dejar de existir. Eso les pasa a las personas también: ‘debo afiliarme al partido político’, ‘al equipo de fútbol’ o ‘al barrio’, para tener esa sensación de pertenencia a algo.

Muchos pasan su vida entera sin haber presenciado un recital de una orquesta sinfónica. ¿Pierde uno sin acceder a este tipo de manifestaciones artísticas versus otro que sí las conoce?

Sí y no. Pierde en el sentido de que se ha perdido de una experiencia que puede ser enriquecedora. Sé que también hay personas que eligen no pasar por esa experiencia, porque la encuentran, no sé, aburrida o pasada de moda. Yo creo que no se puede juzgar a las personas por esa clase de decisiones o por las experiencias que han tenido. Antes decía ‘esta pobre alma se morirá sin escuchar a Beethoven, su vida no habrá valido la pena’. Eso es una gran mentira. No obstante, sí creo que debemos tener una educación que nos permita elegir. Si toda la vida me han dado papas con sal, mis opciones de elegir no son muy buenas. Pero si habiéndome mostrando un enorme buffet, yo elijo papas con sal, porque me gustan, pues es una elección más consciente.

¿Los pianos que protagonizan su novela existieron o todos parten de su imaginación?

Oficialmente, yo no puedo reconocer que lo que está escrito en esta novela sea cierto (risas), sin embargo, cinco de los seis pianos de la novela se pueden ver en Arequipa. Uno está en mi casa. Otro en mi universidad. Otro en el Centro Cultural Peruano Alemán. Otro es propiedad de la Orquesta Sinfónica de Arequipa. Y otro más está en el Centro Cultural Peruano Norteamericano. El último no sé dónde está. Su historia me fue referida de manera indirecta, y tuve que reconstruirlo utilizando mi propia inventiva. Pero los pianos, materialmente, están ahí.

¿Alguien que la conoce puede reconocerla tal vez en el personaje de Elena?

Mi madre me reconoce en ese personaje, sí. No me gusta hacer auto ficción, y creo que esta es la única vez que he recurrido en parte a eso. Y no me gusta hacerlo porque a nadie le interesa la vida rara que llevo, sin embargo, no me quedó más remedio si quería pagar mis deudas atrasadas con mi propio piano. Y es que yo debí haber sido, por lo menos, una pianista algo más competente. Esa es una de las grandes frustraciones de mi vida. Y creo que una forma de pedirle perdón al piano ha sido ventilando mis propias intimidades en esta novela.

Vega firmando ejemplares el día de la presentación de su novela.

Hábleme sobre el proceso de armado de la novela. Aquí todo inicia como una serie de monólogos, pero más adelante, la historia se abre paso por encima de las voces.

De hecho, por eso los pianos hablan en secuencia de seis. Porqué hubiera sido muy fácil hacer todo como cuentos independientes y que cada uno tenga su inicio, auge y desenlace. Sin embargo, la primera presentación de cada uno nos permite introducirnos en su psicología y entender cómo son, antes de saber qué les ha pasado. Y, mira, fue muy gracioso, la vez pasada, revisando mis archivos encontré un Excel que había hecho, en el que decía: Bechstein en primera ronda, en la segunda o tercera… un tanto para mantener la coherencia interna de la nota y ver cómo se relacionaba, porque esta no es una novela lineal. Tenía el riesgo de perder el control de quién decía qué y cómo relacionarlo, y perder un poco al lector en el camino. Así que me tuve que concentrar en partir algunas cosas.

Hay capítulos muy largos y otros muy cortos…

Sí, en algunos casos he respetado la desigualdad de la participación de los pianos. Hay algunos muy parlanchines, que se parecen a mí y hablan hasta por los codos, pero también otros que son lo contrario. ¿Cómo lo mido? Pensé: voy a recurrir a la técnica que los musicólogos denominamos ‘entrevista en profundidad’. Quieres hacer la historia de un personaje, entonces no lo entrevistas una vez sino varias veces. Entonces, vas cada domingo, pactas con él, y recuerdas dónde te quedaste en la charla anterior. Este procedimiento me funcionó. El ‘entrevistar’ varias veces a este piano y, según lo que me vaya diciendo, voy construyendo los eslabones de las cadenas.

Volviendo a la música, de Pavarotti se decía que no sabía leer partituras…

La partitura es la representación gráfica del sonido, no es música. Pero claro, en la música académica estamos acostumbrados a que si no tienes partituras no sabes qué hacer sonar. Pero la música es mucho más que una partitura. Y hay grandes ejemplos. Chabuca Granda no sabía escribir música, pero era una compositora genial. Y buscaba instrumentistas, músicos, que le hicieran los arreglos, que pusieran las cosas en papel, etc. Pero ella tenía el pensamiento musical. Así que es perfectamente normal que un genio no sepa descifrar lo que está escrito, aunque haga música. La partitura solo es una manera de representar eso.

Si intento llevar esto al plano de la literatura, ¿es posible ser un gran escritor sin haber leído clásicos, teoría literaria o al canon?

No lo sé. Es un poco mi historia. Yo nunca estudié literatura. En la adolescencia le decía a mi padre: quiero ser músico, pero también escribir. ¿Dónde me matriculo? Y mi padre, que sí ha estudiado literatura de forma ortodoxa, que es poeta, que ha leído toda su vida, me dio dos consejos: ¿quieres escribir? “Lee mucho y escribe mucho”. Él fue mi tutor y mi madre mi auditora. Yo le mostraba lo que escribía, y él me respondía: “Así no se escriben los guiones” o “así no es el tono de un personaje que pertenece a tal comunidad”. Hacíamos mucho taller, y aprendí mucho de él desde muy niña. En mi caso, ha sido posible no estar en la ‘educación formal’ de la literatura, pero escribir es algo que hago siempre, y no puedo dejar de hacerlo.

¿Hoy queda mucho de la Arequipa que aparece en su novela? Hablamos de una ciudad grande, pero también con problemas serios que se evidencian cada tiempo, como el tema del agua…

Sí, claro. Lo que pasa es que Arequipa es una ciudad multi cultural, un polo de desarrollo, es muchas cosas. Y tiene serias desventajas, como pasa en muchas ciudades del Perú, donde no se ha planificado. Por ejemplo, lo de quedarse sin agua que mencionas, es una vergüenza en el siglo XXI, una tragedia que se repite año tras año. Sobre el inicio de tu pregunta, yo no escribo desde un regionalismo cerrado. No pienso que lo arequipeño sea lo mejor del mundo, pero como el que ama corrige, sí me gusta poner las cosas desde una perspectiva más crítica. Solo que en esta novela soy muy sarcástica. El sentido del humor se me sale por los poros, y hay momentos en los que me burlo de cosas que tal vez no debería. Pero a fin de cuentas esa es la libertad del escritor.

¿Cree que ser mujer ha sido un obstáculo en su camino a convertirse en quien es hoy? ¿Si Zoila hubiera sido Carlos, tal vez las cosas hubieran resultado más fáciles?

Supongo que sí. Yo no reflexioné mucho de estas cosas hasta hace más o menos una década, porque a mí se me crio con una idea fija: la mujer tiene que ser independiente y auto suficiente. Mi madre es una mujer muy aguerrida, una profesional muy destacada. Aunque sí en el camino aparecieron ciertas restricciones, pero más del tipo “no vayas a ciertos sitios” o “no te vistas de cierta manera”, y no porque lo hagas mal, sino porque corría peligro. Cuando uno es adolescente comienza a encontrar ciertos riesgos. También hubo algunos problemas en mi carrera que yo no entendía por qué. Creo que me acostumbré a que tienes que esforzarte el triple para que te funcionen las cosas. Luego lo aprendí. Pienso que los discursos de género te ayudan a comprender muchas de tus realidades, y ahora yo trato de transmitirlas a mis estudiantes.

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