Abogado de profesión, Aurelio Pastor Quesada (Lima, 2001) confiesa que mantiene un vínculo muy especial con las artes. El autor de “El juicio de la memoria” (Mesa Redonda, 2025) siente predilección con el cine, el teatro y la literatura, rama a la que se acercó en la adolescencia gracias a un clásico de la narrativa latinoamericana como “Cien años de soledad”.
En esta entrevista, a propósito de su primer libro de cuentos que ya se vende a nivel nacional, el escritor de 24 años repasa su acercamiento a las letras, los temas que le obsesionan, la forma y los tiempos que se tomó para escribir este volumen, y también explica qué se plantea a futuro.
¿Cómo surge tu afición por las historias? ¿Cuándo empezaste a acercarte a la literatura? ¿En qué momento pensaste que podrías publicar un libro de cuentos?
Aunque mi primera experiencia ha sido a través de la literatura, y siempre tuve claro que quería escribir, soy alguien muy afín al arte en general. Conforme fui creciendo me encontré con el teatro, que para mí fue una experiencia muy íntima y profunda, y a raíz de este, llegué al cine. En casa siempre se hablaba de libros, y recuerdo que cuando era chico comentaron “Cien años de soledad”. Me sentía un poco perdido al oírlos, pero pensaba: ¿realmente lo que dicen puede estar en un libro? Tenía 11 años, tal vez, y cuando eres pequeño es difícil creer que un libro se pueda disfrutar tanto, porque nos dejamos llevar por sensaciones más elementales. Y una vez, mucho tiempo atrás, en el departamento donde vivíamos con mi familia, encontré la novela de García Márquez. De esas primeras páginas entendí casi nada, pero recuerdo mucho que me encantaba el sonido de sus frases. Y cada semana volvía solo para maravillarme con ese aspecto. Y me dije: me encantaría escribir así algún día.
Ahí empezó todo. ¿Entonces esa primera lectura de “Cien años de soledad” fue el paso inicial?
Como una introducción, sí. Debo haber leído, de chico, esas tres primeras páginas de la novela, alrededor de 50 veces, solo para escuchar su sonido una y otra vez.
¿Por qué con intereses como el cine, el teatro y la literatura finalmente estudiaste Derecho y no historia del arte, cinematografía o literatura en sí?
Creo que las personas que pueden dedicarse al arte todo el día, o a escribir –para ser más específicos–, deben hacerlo. Pero yo no puedo porque me vuelvo loco. Necesito una dosis de realidad fuerte que me acompañe. Y, además de eso, a mí me gustan otras cosas también. Siempre he sido una persona muy curiosa. Por ejemplo, suelo investigar algo más de lo que escucho en clases. Esto no me permite comprometerme demasiado con una cosa. Si pudiera escribir todo el día, sería genial, y tengo temporadas donde me gusta encerrarme y hacerlo, pero también hay otras donde solo quiero ser abogado y leer cosas de Derecho o, no sé, Política Internacional. La literatura permite de cierta forma que converjan todos mis intereses en un solo lugar. Pero, por ahora, siento que no podría escribir de 9 de la mañana a ocho de la noche. Admiro a los que sí pueden, pero yo no.
¿Cómo podrías diferenciar la forma en que un autor enfrenta las tres artes que hablamos? Dices que a los 11 años te maravilló el sonido de las frases de “Cien años de soledad”. Pero luego vas al teatro y si revisas los guiones, que son cosas distintas a lo que ves en las tablas. En una película, las cosas son tal vez más distintas. ¿Cómo analizas las diferencias entre estos tres formatos?
Es cierto. En el cine entran muchas cosas. De las tres artes que estamos hablando es donde hay más gente (involucrada). Está el guionista, pero si este decide no dirigir la película, puede surgir una perspectiva completamente distinta, es decir, la experiencia en el cine –desde el punto de vista de la audiencia—está más ‘guiada’ que la experiencia del lector en el campo de la literatura. Es decir, se habla mucho de que “la novela no le pertenece a su autor sino al lector”, porque es quien tiene una experiencia totalmente distinta. Tal vez las cosas no son tan así en el cine, donde hay una especie de mano que te guía. Luego, el teatro es una especie de punto medio. No hay tanta tecnología ni enfoque de cámaras, pero tampoco llega a ser la soledad de un escritor, pues intervienen actores y productores. Son artes muy distintas…
¿Y deberían competir o ir todos unidos en busca de público?
Pienso que la literatura debe competir con el cine y con el teatro. Porque la verdad es que cuando, el promedio de las personas, llegan a su casa tras trabajar, deciden: leer un libro, ver una película en Netflix o simplemente no hacer nada. Eso ha puesto una exigencia muy grande en el escritor y en las personas que nos dedicamos a eso. Incluso hoy hay una exigencia en los directores de cine o de series, porque la competencia incluso está en los videos de YouTube, TikTok o Instagram. Todo esto demanda de la gente que está escribiendo el ser un poco más agresivas al inicio, en la capacidad por captar la audiencia.

Presumo que antes del Aurelio escritor hubo uno lector. Y si me has dicho que necesitas una dosis de realidad, ¿cómo te definirías como lector?
Si voy a leer literatura, no discrimino. Aunque no me gusta demasiado la ficción que se desborda. Incluso en la ficción me gusta cierta dosis de realidad, no obstante, tampoco es que vaya buscando solo libros con eso. Si quisiera leer algo que me haga pisar la tierra, revisaría mis cosas de Derecho. Cuando recurro a la ficción intento no ser prejuicioso. No estoy de acuerdo con “solo leo este género” o “solo leo estos autores”. Hay que estar abierto a distintas cosas. A veces ni siquiera me preparo antes de ir a una librería. Prefiero ir y ahí decidir qué comprar.
¿Podrías mencionarme algunos de los que consideran son tus referentes en la literatura?
Me marcó mucho un momento de Vargas Llosa: la lectura de “La tía Julia y el escribidor”. Ese libro me enseñó que los escritores no solo describimos, sino que somos arquitectos de la narrativa. Y eso es algo muy cinematográfico. Y como yo estaba un poco loquito por el cine en esa época, pensé: todo lo que se puede hacer en el cine también se puede en la literatura. No es que no puedas hacer saltos temporales, o combinar una escena con otra. Todo es posible. Ese fue un momento importante que atraviesa mucho el cómo yo construyo mis cuentos. Aunque es algo más difícil hacerlo en el género breve porque careces del tiempo que sí hay con la novela.
¿Cómo fuiste armando este libro de cuentos “El juicio de la memoria”? ¿Siempre fueron ocho cuentos en el proyecto inicial o alguien te sugirió recortar?
Son ocho ahora, pero yo escribí 12 inicialmente. Nadie me dijo ‘este cuento no va’, pero a mí sí me dejaron de gustar algunos, sentí que no estaban al nivel del conjunto. Uno quiere mucho a todos sus cuentos, pero es importante ser objetivo. Empecé a escribir estos relatos aproximadamente en 2020. La mayoría los escribí cuando tenía 20, y luego otros ya con 21 o 22 años. La decisión de escribir un libro de cuentos y no una novela tiene que ver con un taller de Narrativa que seguí en la Universidad Católica. Siempre pensé que escribiría primero una novela, es verdad, aunque al final entendí que el cuento era un espacio para explorar, y eso me gustó mucho. Los cuentos le gustaron al profesor (del taller) y pensé en seguir escribiendo otros. Te hablo de, más o menos, la época de la cuarentena por el coronavirus.
¿Cuál de estos ocho cuentos te hubiera gustado ampliar en una novela?
“Calor en la Guerra Fría” puede haber funcionado como novela. Al inicio hasta lo pensé así, pero luego quedó en cuento. Además de ese, tal vez “Souvenirs”.
“Souvenirs” me hace pensar en la diversidad que caracteriza este libro. No estás detenido en un solo universo, sino que te decantas por varios, apelas al presente en el cuento que te digo, pero también recurres al pasado en “El juicio de la memoria”.
Sí, es verdad, aunque al comienzo peleé un poco por buscar una línea que pudiera atravesar los relatos. En cuanto a la historia, en algunos cuentos está muy superficial el tema, es decir, hay que escarbar un poco para descubrir que esa es la temática central. He tomado este libro como una oportunidad para explorar distintas cosas. Termino tocando muchos temas de historia del siglo XX porque en algún momento llegué a estar casi obsesionado con ese periodo de tiempo. Pero luego de la diversidad, también destaco la obsesión, o la idea de trascender, de empujar las cosas al límite. Todos mis personajes, o al menos los principales, se identifican con eso, y es algo que me encanta, ver qué hay después del límite. También pienso que a muchos de mis personajes los une un carácter, como rasgo de su personalidad.
No sé si decir que “Souvenirs” es el cuento más ‘peruano’ de todos. Parecen todos los males de nuestra sociedad en la protagonista. Pudiste hacer burla de esto, pero has elegido el camino contrario, porque es un relato llevado seriamente, con una legisladora que viaja a ‘representarnos’ y se lleva hasta los jabones del hotel, sin siquiera sentir que eso está mal. Es su modo de vida.
Ese cuento juega con dos momentos. Primero, cuando la legisladora está sentada en el bus, que es donde entra el narrador serio, con la perspectiva pública de un político importante. Del otro lado está la perspectiva vinculada al fuero interno del personaje. Uno ve la TV, lo que ocurre en el Congreso, no sé, y los políticos lucen bastante serios, pero olvidamos que son tan humanos como nosotros. A ellos no se les puede exigir ser algo distinto. Ella (la protagonista) tiene pensamientos, reflexiones (aunque otra cosa sean las cosas que hace, claro), pero yo quería demostrar ese lado más interior, con todo el respeto que le tiene todo el mundo por lo que ha ‘logrado’. Ahora, sobre el humor, a mí me encanta eso en el teatro, en la literatura y en el cine. Sobre todo, la ironía. El humor es algo que me gustaría aprender a desarrollar mucho más. Sé que no es fácil en la literatura, porque no es algo visual. Tampoco puedes jugar con los sonidos de las voces, con los gestos, etc. Y te permite, además, irrumpir en medio de momentos de seriedad. A veces, estás hablando seriamente, sueltas una broma, y esta propicia una mayor intimidad. Y, por último, cae muy bien siempre en un cuento político, porque en el país tratamos la política con mucho humor.

Antes de saltar al otro extremo, es decir, a los cuentos más ‘serios’ como “El juicio de la memoria” o “Saltar el muro”, quisiera ir por “Hollywood y la eterna función”. Por lo menos, las escenas son recurrentes a lo largo de la historia: la gente sorprendiéndose ante las novedades de su época, tanto que incluso llegan a asustarse, a morir o a matar por ello. ¿Cómo afrontar un tópico, digamos, recurrente a lo largo del tiempo?
Quise ser ambicioso. Trato de dar un mensaje difícil de transmitir en pocas páginas. Y creo que es algo muy actual, incluso más ahora que cuando lo escribí, que fue aproximadamente en 2020. Y tiene que ver con la digitalización, con el tema de la información, de la percepción que tenemos los humanos sobre la realidad, y creo que es algo que empieza en gran medida con el nacimiento del cine. El advenimiento de la digitalización ha hecho que a los humanos se nos haga difícil distinguir qué es real de qué no. O incluso cuando sabemos que algo no es real, nos cuesta convencernos internamente de ello. A veces vas al cine y lo que ves se te queda en el cerebro y empieza a influir en tu subconsciente. Me parece algo que puede tornarse peligroso. Me encanta la ficción, claro, pero creo que debemos tener claro su espacio. Como mencionas, “Hollywood y la eterna función” cuenta cómo se originó el cine, pero muestra que a veces la verdad más evidente no podemos verla, algo que ocurre hoy más que nunca.
“El juicio de la memoria” es el relato del juicio a un ex nazi que se ‘justifica’ diciendo que solo era un burócrata, que no había cometido masacres, etc. Y en “Saltar el muro” hay ideología, y expones también las diferentes formas de narrar un mismo hecho. Son cuentos que uno siente, primero, más trabajados y, segundo, algo más vinculados.
Sí, son los cuentos más serios porque tocan temas más en esa línea. Algunos eventos del siglo XX que han marcado la historia. Escuché una vez a alguien decir que ‘si una discusión se prolonga lo suficiente, tarde o temprano se empieza a hablar del nazismo’. Para que veas lo lejos que puede llegar un evento en la historia. “El juicio de la memoria” es un cuento que tiene que ver con lo que Hannah Arendt escribió en “La banalidad del mal”: un ser humano muy normal puede hacer cosas extremadamente malas. Nos damos cuenta, pues, de lo cuidadoso que tenemos que ser los humanos con el contexto en el que vivimos. Una de las cosas que no se le critica, pero se le comprende a Aristóteles es ¿y por qué no protestó contra la esclavitud? O lo mismo con Jesús. Sin justificar esto, no se puede hacer una lectura de las cosas fuera del contexto. Intento reflexionar sobre qué atrocidades estaremos cometiendo ahorita sin darnos cuenta. También hay otro mensaje más fuerte, y a algunos no les gusta: la moral es objetiva. El argumento que da ahí el personaje, sobre la irretroactividad de la ley, o sea, ‘en el momento en que yo cometo el delito esto no estaba prohibido, y ahora me quieren castigar’.
Luego, “Saltar el muro” me gusta mucho porque me gusta jugar con las perspectivas, y esto es algo muy de cine, entre un personaje y otro. Es un cuento que hace pensar mucho sobre lo que significa ser joven y cómo afrontar las ideas cuando estás en esa etapa. Sobre todo, la política. A veces uno cree que es joven y escucha a alguien decir algo y de inmediato se convence, y está dispuesto a morir por una causa que quizás en el fondo desconoce. Así que la reflexión va en ese sentido, en el ¿qué tan confiado estamos en lo que creemos? ¿Por qué creemos lo que creemos? Y, ¿qué tan dispuestos estamos a morir por aquello en lo que creemos?
Flota en todas estas formas de narrar la historia central del cuento algo como las ideologías. ¿Crees que estas todavía existen? ¿Las ves difusas o, por lo contrario, más presentes que nunca?
Están igual de presentes que siempre. Al final las ideologías se van desarrollando. En el siglo XIX nacen de ideologías importantes, aunque el liberalismo un poco antes. Sí creo que, después de la Guerra Fría el espectro político se desplazó un poco hacia la derecha. La discusión ya no era tanto ‘yo creo en el libre mercado, ergo derecha’ o ‘yo no creo, ergo izquierda’, sino a ‘yo creo que debe haber poca intervención del Estado’ o ‘yo creo que necesitamos mucha intervención del Estado’. Así que, de alguna forma fue una victoria de la derecha, por así decirlo. Entonces, creo que las ideologías viven y deberían seguir, porque nos permiten aclarar un panorama muy complejo: cómo ordenamos la sociedad, en qué cosas creemos. Y los partidos políticos canalizan esas ideologías.
“Una historia lateral” y “Travesuras en la mansión” tal vez puedan hermanarse de cierta forma. Ambas van en una especie de ‘bola de nieve’. El romance imaginado, y luego el administrador que va cometiendo delitos uno tras otro en una actividad pública. Cuéntame de ambos cuentos.
La primera es una historia algo más ‘romanticona’, mientras que la otra es algo sádica, aunque para algunos entretenida. Es como un thriller, pero también intento jugar con el humor. Usualmente al que le gusta la primera no le gusta la segunda. Pero “Una historia lateral” es más dinámica, busca generar sentimientos más que reflexiones. Y “Travesuras…” busca dejar quizás un mensaje de la importancia del momentum, o sea, que una cosa puede escalar a la otra y algunas veces no te das cuenta y ya hiciste varias cosas graves. El cuento lo lleva al extremo, claro.
Al publicar un libro te expones a críticas literarias, a reseñas, algunas buenas, algunas malas. ¿Eres consciente de todo eso? ¿Qué planeas a futuro? ¿Una dedicación exclusiva a la literatura? ¿Tentarás con el teatro o el cine?
Definitivamente. Quiero hacer muchas cosas vinculadas al arte. Tengo planes de seguir escribiendo y publicando. Y entre el teatro y el cine, probablemente, en el cine me gustaría empujar el lado de la producción y los guiones, que es lo mío. Luego el director es una persona técnica que seguro tiene unos conocimientos que tal vez yo no tengo hoy. Pero el escribir guiones e impulsar la producción de películas es algo que me encantaría.