Paloma Sánchez-Garnica: «Berlín es una ciudad fascinante, que tiene en cada rincón una historia que contar»

Ni siquiera los premios ganados han hecho que Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) se duerma en sus laureles o siquiera se confíe en que las cosas comenzarán a llegarle fácilmente.

Menos de un año después de alzarse con el Premio Planeta –el mejor dotado económicamente en lengua hispana—con su novela “Victoria”, la autora sigue dedicándole entre ocho y 10 horas al día a su especial proceso creativo.

Antes de llegar al Perú tenía ya 100 hojas de mi próxima novela, que será la décima”, confiesa en esta entrevista con una sonrisa cómplice.

Sánchez-Garnica califica el proceso creativo como “una forma de estar en el mundo”. Leer, visitar lugares, contrastar (“no escribo nada que no haya podido confirmar”), escribir, borrar y reescribir son etapas que enfrenta hace casi dos décadas, tiempo en el que se ha convertido en una de las escritoras más leídas en castellano.

En “Victoria”, la protagonista intenta abrirse paso en el Berlín posterior a la Segunda Guerra Mundial. Viviendo junto a su hermana Rebecca y a su menor hija Hedy, termina haciéndose de un elemento que EE.UU. codiciará. Así llega a conocer al capitán Norton, quien le ofrece las ansiadas visas rumbo a su país. Sin embargo, lo que ella imaginó como el territorio de la prosperidad, le significará mucho más que lágrimas. Todo en el contexto de un mundo en permanente convulsión.

A continuación, Paloma Sánchez-Garnica nos habla de su novela, pero también de sus inicios como lectora, del proceso creativo, de la agitada coyuntura política que tiene a Estados Unidos nuevamente como protagonista, y también confiesa cómo toma las críticas, las constructivas, y las otras, por supuesto.

El próximo año se cumplen dos décadas de su primera novela, “El gran Arcano”. ¿En este camino recorrido qué ha sido lo más grato y qué lo más ingrato?

Lo más grato, que encontré mi lugar en el mundo desde que me publicaron esa primera novela, porque durante los veinte años anteriores hice muchos cambios en mi vida. Tenía una inquietud, sabía que había venido a hacer algo en el mundo, pero no lo encontraba, entonces hice muchas cosas hasta llegar a ese primer texto. Yo quería quedarme en la escritura. Ahora, lo más duro, pues ejercitar la paciencia y la humildad. Mi trayectoria ha sido constante, pero muy lenta, poniendo un pie tras otro, y eso a veces me ha desesperado, me ha dado la sensación de que no merecía la pena. Pero luego llegaba otra cosa y pensaba lo contrario. Tuve momentos de desasosiego, pero nunca he tirado la toalla, felizmente.

¿Qué leía Paloma Sánchez Garnica en su juventud?

Mis libros de la adolescencia fueron los de aventuras de Enid Blyton, “Los cinco”, “Los siete secretos”, que me encantaron. Pero ya a los 21 años, aproximadamente, tras superar un bajón lector, porque me obligaban a leer en el colegio y en la universidad, recuerdo tres lecturas que luego me marcaron, “La ciudad de los prodigios” de Eduardo Mendoza, “El nombre de la rosa” de Umberto Eco y “Malena es un nombre de tango” de Almudena Grandes. Las leí una tras otra y a partir de ahí fueron surgiendo las demás. También me ha marcado mucho Javier Marías con “Berta Isla”, “Corazón tan blanco”, “Mañana en la batalla piensa en mí”, “Tu rostro mañana”, etc. Su narrativa me fascinó y me apena mucho no tener la oportunidad de poder leer nuevas cosas suyas. También me gustó Carmen Martín Gaite con “Nubosidad variable” y “El cuarto de atrás”. Luego, Benito Pérez Galdós…

Muy lectora de literatura española.

Sí, pero también autores como Stefan Zweig, del que he leído toda su obra. Novelas, biografías y, por supuesto, sus memorias “El mundo de ayer”. O Irène Némirovsky, John Steinbeck (“Al este del edén”), William Faulkner (“Luz de agosto”), entre otros. Me gusta, pero soy algo especial con las traducciones. Hace un tiempo leí “Lo que el viento se llevó”, que no la había leído antes porque encontraba traducciones muy malas.

¿Cómo llegaba a esas primeras lecturas? ¿Recomendaciones? ¿Lo que sale en el periódico?

Creo que los libros te eligen. Me gusta mucho mirar en las librerías y algunos parecen decirme ‘estoy aquí’. Y a lo mejor paso dos o tres años sin leerlos de mi biblioteca, pero de repente llega el día. Volviendo a lo anterior, siempre tuve ganas de leer “Lo que el viento se llevó”, pero siempre busco una buena traducción. Por ejemplo, yo leí “Las uvas de la ira” de Steinbeck con una traducción y mi hijo con otra, y parecían novelas distintas. O sea, el trasfondo era el mismo, pero el lenguaje era absolutamente distinto. Por eso, resulta muy importante no solo saber la historia, sino que se acerque lo más posible a la realidad que el autor ha querido mostrar, no la que ha pensado el traductor. Yo no quiero leer al traductor, sino la narrativa de Steinbeck, Faulkner o Zweig.

Uno, como ser humano común y corriente, tiene autoestima, pero, ¿un escritor tiene una autoestima distinta? Lo digo para la recepción de críticas, y para asimilarlas…

Yo creo que la vanidad, para los creadores en general, es fundamental. Lo que pasa es que hay que saber gestionarla. Yo necesito del reconocimiento de los lectores para entender que mi trabajo merece la pena. Así que engordar la vanidad es necesario. Sin embargo, lo que no puedes hacer es creerte más que nadie, o pensar que porque vendes mucho eres un ser superior. Y hay gente que se lo cree. Los divos, los que se creen dioses, eso es un problema para ellos y para los que le rodean.

Y del otro lado, ¿cómo toma las críticas (negativas), 20 años después de iniciar este camino?

Las críticas las asumo, porque no puedo gustar a todo el mundo. Lo que sí veo es que, casi en una mayoría aplastante, a la gente les gusta, les llega, les enternece, y les hacen llorar mis historias. Y eso es lo que vale. Si las críticas fueran siempre demoledoras, abarcando un amplio espectro de los lectores, sí me empezaría a preocupar, pero no es así. Así que asumo las críticas y las asimilo. Porque las lecturas tienen su momento, y hay lectores a los que no les llegan mis personajes o mis historias. Eso es normal.

¿Qué piensa de la etiqueta de literatura comercial?

¿Pero qué problema hay con eso? Para que la literatura sea útil –y tiene que serlo—debe llegar a un espectro amplio de lectores. ¿De qué vale una literatura que puede tan espesa que no venda nada? ¿Para el ego del autor, que cree que ha escrito una obra maestra porque no puede leerla nadie? Yo creo en la literatura que llegue a los diferentes niveles de lectura que tengan los lectores. Hay lectores con un músculo lector muy débil, y que se quedan solamente en la superficie, en la historia de amor, en lo que les pasa a los personajes y poco más. Y luego, claro que hay otros que profundizan muchísimo más al leer en la psicología, en la evolución de los personajes, en las tramas, o en el vocabulario. Yo creo que debes escribir para todos esos niveles, y no solo para los profundos, donde cada línea sea un dolor leerla. Repito: la literatura debe ser útil.

Y “Victoria” apunta a varios niveles de lectura. Tiene amor, familiares, vínculos, pero también espionaje, historia, ideologías políticas, etc. ¿Disfrutó mucho más alguna de estas partes?

La etapa de los Estados Unidos la escribí como si fuera una cascada. Fue muy fácil. Sin embargo, la parte de Berlín tuve que trabajarla bastante más. Entonces, bueno, no sé por qué, es un misterio del proceso creativo. Empecé con el tema de Norteamérica sin saber a dónde me llevaría, y fui escribiendo y escribiendo. Fue una época muy buena, y estaba contenta con lo que resultaba.

¿Cómo era el Berlín que vio 40 días antes de la caída del Muro?

Llegué a Berlín desde la República Federal Alemana (RFA) atravesando la República Democrática Alemana (RDA). Un general de la RFA me dijo “vete por la autovía, no superes los 80 km/h, pero no pares. Y carga toda la gasolina en el tanque, para que no tengas que parar. No conviene hacerlo”. Así entramos al punto bravo. La frontera era terrorífica. Mientras que el Berlín Occidental me topé con una ciudad llena de vida, de color, de gente en la calle, con coches Mercedes. Impresionante. Encontré vida. Y además era septiembre, hacía muy buen clima. Dejamos el automóvil y cogimos el metro. Y en una sola parada llegamos a la estación de Friedrichstrasse, que era el control fronterizo, para entrar al otro lado del muro. Lo pasamos y para mí fue como una máquina del tiempo. Sentí como si retrocediera 30 años. Una ciudad lenta, gris, fea, con coches iguales, todos pequeños. No había nada para gastar. Estuvimos ahí algunas horas y me volví con una sensación amarga. Esto fue el 26 de septiembre. Y el 9 de noviembre, al filo de las 10 de la noche, el día del cumpleaños de mi hijo menor, mi marido me avisa que estaban abriendo las vallas. El muro estaba cayendo.

En “Victoria” hay un saborcito de ambos lados del muro. La protagonista cree y añora un sector, pero con su hermana Rebecca pasa todo lo contrario. En el caso de Rebecca, no solo había que estar, sino que creer en una ideología…

Hay todavía gente que piensa que se vivía mejor ahí (en la RDA), porque las necesidades básicas estaban cubiertas. Yo sé que el capitalismo tiene su lado oscuro. Lógicamente, también había pobreza, gente que no tenía para comer, pero era eso a cambio de la libertad. Aunque Rebecca asume su realidad (en el lado comunista) porque se enamora…

Y la protagonista está claramente del otro lado, añora Estados Unidos, por el ideal de democracia, pero sobre todo…

Porque lo imagina como la tierra de las oportunidades.

Aunque al llegar las cosas no terminan tan así. Como si no todos finalmente fueran tan buenos o tan malos…

Es que, además, cuando estaba documentándome para la novela cayeron en mis manos varios libros que me pusieron el foco en los estados del sur. En esas leyes de discriminación racial, que eran muy similares. El hostigamiento, la coacción y la violencia de los nazis contra los judíos, no en el Holocausto sino antes de la II Guerra Mundial, con las Leyes de Nuremberg, que legalizan la discriminación contra los judíos alemanes, igual de alemanes que los arios, y eso fue algo muy similar a la discriminación, la violencia y el hostigamiento que reciben los negros norteamericanos por parte de una sociedad blanca –pues el KKK fue solo la cara más amarga de eso–, porque había una discriminación legal, que estaba amparada por la ley, impune, porque quedaban impunes los culpables. Y además discriminatoria en muchos lugares, como las escuelas, y otros espacios, donde un negro se consideraba culpable solo por serlo, y tenía que demostrar su inocencia. Entonces, esa similitud entre lo que fue el nazismo y lo que es Estados Unidos, siendo una democracia, el país más poderoso del mundo, el ‘más justo’, pues tenía sus grandes fallas. Y no solamente en los estados del Sur, sino además la persecución delirante del macartismo contra todo lo que fuera u oliera a comunismo, socialismo o sindicalismo, como si fuera un ‘peligro’ inminente para el bienestar de la sociedad norteamericana. Una traición evidente. Los acusaban de traidores, espías, y eso fue algo que causó mucho daño a gente inocente.

España es un país amigable con los inmigrantes, Estados Unidos tal vez hoy no tanto. Algunos dicen que la historia es cíclica, que se repite. ¿Tiene comparación el presente en la potencia mundial con lo que usted me acaba de relatar de hace casi 100 años?

El miedo, el señalamiento, son instrumentos muy poderosos en manos de un poder que lo pueda utilizar de forma perversa para señalar o culpabilizar a un grupo de la sociedad como el causante de todos los males que él mismo, ese poder, no sabe resolver. Porque acusar a los inmigrantes de ser los únicos responsables de la delincuencia, o de que ‘se comen a los perros y a los gatos’, es algo muy fácil de hacer para los políticos. Y mucha gente lo cree. Pero no es cierto. Seguramente que hay inmigrantes que sean delincuentes, claro, pero eso se ha utilizado para manipular a la sociedad. Es lo que está haciendo Trump, cuando realmente Norteamérica es un país de inmigrantes. Desde los viejos indios americanos, que fueron expulsados de sus tierras para que se instalasen los que venían de otros países. Y no fue hace más que un par de siglos. Mira, siempre he pensado que la inmigración debe ser ordenada y legal, si no los sistemas corren riesgo de quebrarse. Y toda sociedad acomodada, como España, EE.UU., o cualquier país europeo, necesita del inmigrante. Porque hay muchas mujeres que no quieren tener hijos. Y los inmigrantes también pueden cubrir trabajos que algunas sociedades no quieren. Además, España ha sido un país de inmigrantes, con muchos ciudadanos que se fueron por Europa o Latinoamérica a buscarse la vida.

En su novela repasa cómo, tras la II Guerra Mundial, cuatro países se reparten Alemania. Algo que parecería inverosímil hoy, hasta que recordamos como ni bien Trump llegó a su segundo mandato dijo que “Estados Unidos podía asumir Gaza y convertirla en la Riviera del Medio Oriente”. Israel también quiere tomar otros territorios. Nuevamente lo de la historia cíclica.

Bueno, en la II Guerra Mundial, lo que quisieron luego fue que Alemania no pudiera rearmarse de forma un poco por debajo cuerda tras la I Guerra. Ese miedo hizo que se repartieran el país. Eso se hizo en Berlín, y supuso la división en RFA y RDA, con dos monedas diferentes, pero la misma lengua. Eso hasta 1989 que cayó el Muro y la Unión Soviética. Mira, estamos ahora viendo a Rusia que se está haciendo de territorios de Ucrania. Estados Unidos quiere hacerlo no solo con Gaza, sino también con Groenlandia, con Panamá y hasta con Canadá. Es el delirio de un poder mal concebido para el que hay que estar preparados. En Europa tenemos la amenaza de Putin, que, si se queda con Ucrania, ¿por qué luego no querría hacer lo mismo con Letonia, Lituania, y esos países del norte? O con Noruega por parte de la Unión Soviética. Toca estar alerta, porque estos líderes políticos tienen ideas algo retorcidas.

La historia de Robert y Victoria es una historia romántica, pero la novela también tiene algo de thriller, pues, Victoria, su hermana y su hija terminan –por diversos motivos—envueltas en el espionaje, en diversas instancias y momentos.

Berlín se convierte en esa época, en los primeros años de la Guerra Fría, en la ciudad más peligrosa del mundo, porque estuvo varias veces a punto de estallar en su núcleo un conflicto de consecuencias inimaginables, porque existía ahí una bomba atómica, pero también se torna la ciudad con más espías por metro cuadrado. Es decir, cualquiera podía ser espía o convertirse en uno. Claro, la figura del espía que tenemos por las películas, de un hombre solo, audaz y listo, no siempre fue así. Había a su alrededor una especie de soldados que hacían el trabajo sucio, el trabajo del correo, otras funciones que no requerían más que la voluntad de hacerlas. Estos a veces eran voluntarios y en otras ocasiones obligados. Victoria tenía en su hija un punto débil, lo que permite que se le obligue y chantajee. Ante eso, la protagonista hace lo que sea. A riesgo de su vida, a riesgo de que la detengan, además con la visión de lo que les pasa a los Rosenberg. Pero Victoria sabe que está haciendo algo ilegal. Aunque no teme tanto por ella, por su arresto, sino porque su hija pueda sufrir lo que sufren los hijos de los Rosenberg.

La noche de la premiación de Paloma Sánchez-Garnica. Aquí junto a los reyes de España.

Cómo explica el imán que significa Berlín para usted. No es la primera vez que una novela suya tiene a esa ciudad como foco.

Me parece una ciudad fascinante, que tiene en cada rincón una historia que contar. El tema del muro para mí es historia. Cada ciudadano tiene su propio recuerdo de él. Es el núcleo de la Europa en la que vivo, y ha marcado los tiempos del siglo en el que he nacido. Me ha interesado mucho. Pero hay una parte que no he tocado mucho, y que me encantaría hacer: la Berlín de los años veinte. Porque es fascinante, ese desarrollo desde finales de la I Guerra Mundial hasta que llega Hitler al poder, Berlín es una explosión de todo, de polarización, de diversión, o sea, se concentra todo allí.

Aunque usted ha seguido un proceso de investigación y documentación para escribir estas casi 500 páginas, ¿siente en algún momento un temor de que los historiadores esculquen su obra y cuestionen la información que ella consigna?

Me preocupa cometer errores, claro. Pero lo que no tengo completamente seguro, no lo coloco. Cunado pongo un dato es porque lo he mirado y re mirado varias veces en distintas fuentes.

Le dedicó la novela a su esposo, y en la gala de premiación del Planeta le dedicó gratas palabras al periodismo, un oficio tan vilipendiado. ¿Cree en el amor aún?

Totalmente. El amor es el eje de mi vida. El amor a mi marido, a mis hijos y a mis nietos. El amor a la vida.

Es curioso quizás en tiempos de divorcios casi exprés…

Vivo rodeada de gente que se mantiene unida a lo largo del tiempo. Mis hijos siguen casados con sus mujeres y no parece haber visos de divorcio. El amor en una pareja –y yo llevo 43 años con mi esposo- es algo que se debe regar cada día. No se puede dar nada por hecho. Que te cases no garantiza que algo vaya a funcionar porque sí. Debes poner de tu voluntad, y si el otro hace lo mismo, las cosas funcionan.

¿Qué metas se plantea una autora con 20 años escribiendo, con tantos libros vendidos, con premios y demás?

Escribir mi siguiente novela. Ahora estoy con la décima. Y disfrutando muchísimo del proceso creativo. Es para mí una forma de estar en el mundo. Aprendo mucho. No me pongo plazos ni temas. Hay compañeros de oficio que necesitan un plazo para trabajar, pero yo no. A mí me gusta ir a mi ritmo. Soy muy disciplinada. Sé que esto es un oficio, que hay que ponerse a trabajar y ser consciente. Dedico ocho a 10 horas al día. Si no es escribiendo, entonces es leyendo. Es decir, dedico siete días a la semana, a cualquier de las dos cosas. Esa es mi forma de estar en el mundo.

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