Amaury Colmenares, autor de «Acequia»: «No quería una novela monográfica ni informativa sobre la ciudad de Cuernavaca»

En medio de su visita a la última Feria Internacional del Libro de Lima, el escritor Amaury Colmenares (Ciudad de México, 39 años) conversa con nosotros sobre “Acequia”, obra con la que ganó la primera edición del Premio Hispanoamericano de Narrativa Las Yubartas.

Dicho galardón le ha permitido al residente en Cuernavaca ser editado por una decena de editoriales independientes de todo el continente. En Perú, dicha labor cayó en manos de Pesopluma, que lo incluyó dentro de su prestigiosa colección LiteraRutas Contemporáneas.

Historiador de profesión, Colmenares no es nuevo si de reconocimientos hablamos. Ha ganado en 2019 el XIV Premio Nacional de Novela Ignacio Manuel ltamirano por su obra “Grimonio”. En los últimos años, se desempeñó como gestor cultural. Ha publicado los libros de relatos «La furia y los tormentos» y «El misterio de la Marca».

En la siguiente entrevista, el autor mexicano responde, en primer lugar, acerca de “Acequia”, un divertido y singular acercamiento a la ciudad en la que vive desde los 11 años. Si bien uno podría quedarse con elementos como el humor, la novela que tenemos entre manos va más allá de la risa fácil y aspira a tocar algo más de fibra.

Asimismo, Colmenares nos brinda sus puntos de vista sobre la industria editorial en México y, finalmente, respecto de los temas que la circundan, con exponentes de renombre como Jorge Comensal, Daniel Saldaña Paris, Fernanda Melchor, entre otros.

Teniendo en cuenta que ha sido elegida por una decena de editoriales independientes en Latinoamérica, cuéntame un poco, en México cómo está la situación de la industria editorial independiente. ¿Tienes un panorama algo claro?

Sí, bueno, ahorita en México, en general, la literatura tiene como una expansión en el mercado y en el interés de la audiencia lectora, y en México hay un ‘boom’ de editoriales independientes. Desde hace unos años hay muchos proyectos muy interesantes. También tiene que ver con las tecnologías, que hacen más sencillos ciertos procesos, y con el gusto de la gente que está leyendo mucho por placer y yo considero que está creciendo ese ese sector. Y sí hay muchas editoriales independientes. Algunas duran poco, son ejercicios como más fugaces, otras llevan muchos años, se van consolidando, van creciendo, hasta convertirse en editoriales bastante grandes, en proyectos ya muy consolidados. Entonces, sí hay un universo muy grande de edición independiente.

He encontrado en Internet diversas referencias a ti, algunas como historiador, docente y gestor cultural. Cuéntame un poco, exactamente, cómo es tu formación.

Pues así, muy caótica como como la novela “Acequia”. Me gusta ir por la vida con un proyecto y con propósito y dirección, pero sin forzar las cosas. Entonces, me voy moviendo conforme también el contexto me va indicando, ¿no? Yo estudié historia, luego hice una maestría en producción editorial, y me he dedicado a trabajar en muchas cosas. Ya últimamente me enfoqué más a la docencia, a la edición, al trabajo un poco más institucional, podríamos decirlo, más escolar. También hice gestión cultural, tuve un colectivo artístico que organizaba muchas actividades en Cuernavaca.

¿Tú naciste en Ciudad de México y a los 11 años llegaste a Cuernavaca?

Yo nací en la Ciudad de México y, más o menos, a los 11 o 12 años llegué a Cuernavaca y ahí ya me he quedado.

Las referencias que acá tenemos de Cuernavaca vienen por las series y telenovelas que hemos visto y se le pinta como un lugar de descanso, con haciendas. ¿Cómo es Cuernavaca hoy y cómo ha cambiado en estos años?

Digamos que, en los más de 500 años de existencia de la ciudad, incluso antes de la Conquista, siempre fue un lugar de esparcimiento y de descanso, no solo la ciudad de Cuernavaca, sino la región. Y, por otro lado, también siempre ha sido un espacio que por su cercanía a la capital ha permitido albergar poderes políticos de manera discreta. O sea, a lo largo de la historia de México ha tenido esa doble función. Por un lado, un lugar como de descanso, pero también un lugar discreto para negociaciones políticas fuera del foco. Ya en el presente, la ciudad está en decadencia, yo espero recuperándose, pero ahorita está pues atravesando por una crisis en general el estado de Morelos, que es donde está Cuernavaca. Y hay una crisis económica, política y de seguridad, pero al mismo tiempo hay una efervescencia artística, hay mucha juventud interesada en crear. Así pues, también tiene una población de artistas muy sólida, con algunos consagrados, otros emergentes, con propuestas muy interesantes. Yo creo que esa es la situación ahorita de Cuernavaca, como un contraste entre una ciudad muy viva y una ciudad en decadencia, pero con esperanza.

El escritor mexicano Amaury Colmenares.

Bueno, la novela se titula “Acequia”, pero bien podría haberse titulado “Cuernavaca” porque es un lugar muy presente, digamos. ¿Qué te interesaba del lugar para ponerlo aquí en la en la novela?

Yo quería recrear al lugar como una persona, desde el ámbito psicológico y no quería que fuera una novela para que la gente conociera la ciudad, no quería que fuera monográfica ni informativa. Quería que la gente experimentara una ciudad. En este caso, pues fue Cuernavaca porque era la que tenía alrededor, pero no hay una intención de mostrar la ciudad, más bien hay como una invitación a experimentar esa ciudad literaria.

Conforme uno va leyendo va identificando las historias que se superponen, múltiples. ¿En tus libros anteriores también este es un recurso que se repite?

Sí, creo que es algo que me que se me da natural, y también porque todas las cosas que escribo las hago en paralelo. Entonces, pues ya terminé “Grimorio”, ya terminé “Acequia”, ya publicadas, y en paralelo he estado escribiendo otras. Entonces, tengo un universo de personajes y de situaciones que van encontrando su manifestación en las novelas, dependiendo de cómo la estructura les favorezca. Así que, sí, en general todo lo escribo en paralelo y medio encimado y, en ocasiones, resulta bastante complicado a veces editarlo para ya tener el resultado final, pero sí, es una característica ese amontonamiento.

Y la idea también es un poco no dejársela tan fácil al lector, ¿no? ¿Es algo que te preocupe?

No, al contrario, o sea, yo entiendo que “Acequia” no es una lectura tradicional, pero mi intención era que fuera sencilla, o sea, que la única complicación fuera estar con la mente abierta, leer y dejarse llevar. Hay gente un poco más racional que trata como de acordarse y de seguir, e incluso subrayan, pero en algún momento ya ceden y dicen, ‘bueno, ya, que pase lo que tenga que pasar’. Y siguen leyendo, aunque no estén poniendo esa atención especial ‘racional’, sí disfrutan la novela. Pero también hay gente que solo empieza a leer, le da igual si se va acordar o no de los personajes o va a relacionar o no los fragmentos, y también se la pasa bien. Entonces, no era mi intención retar ni exigirle a quien leyera, pero sí, definitivamente, quería activar su imaginación. Eso definitivamente, sí. Siento que hay novelas muy obvias, muy evidentes, que son muy expositivas, que todo lo dan demasiado claro, y me parece que no se involucra mucho la imaginación de quien las lee, y lo que yo quería era forzar la activación de la imaginación, que la gente dedujera, se sorprendiera, de pronto entendiera las conexiones, un poco como los chistes, porque un chiste lo que hace es forzar tu imaginación, porque te presenta algo que de momento te parece absurdo, si lo piensas de manera racional, pero luego ya cuando le das otras vueltas con la imaginación ya encuentras la conexión, entiendes el chiste y te ríes.

Que uno de los temas de “Acequia” sea el humor, tampoco la convierte necesariamente en una comedia…

Exactamente. Así como hay películas que abordan la guerra, pero no son películas de acción, ¿no? O películas que abordan, no sé, la vida de algún comediante, pero pues no son comedias, ¿no? Son películas serias que tienen momentos humorísticos, ¿no? A mí no me interesaba hacer chistes ni que la novela fuera una comedia, pero sí, mi manera de ver la vida y la realidad es muy humorística. A veces, estoy hablando en serio con mis amistades y se empiezan a reír de lo que digo y, pues yo no estoy contando un chiste, solo estoy realmente compartiendo mis impresiones reales, incluso a veces malhumoradas y les da risa, pero así es como como veo las cosas.

A los lectores peruanos que recién se acercan a ti por “Acequia”, ¿qué les podría decir de tus libros anteriores? Cuáles son los temas, en qué etapa de tu vida te agarraron. Cuéntanos un poco de ellos.

Bueno, los primeros libros que publiqué no diría que son cuentos, sino relatos. Uno es “La furia y los tormentos”, que es de un sujeto enorme, fuertísimo, descontrolado, que va corriendo por la ciudad, desnudo y despedazando a la gente. Es como una manifestación de la violencia. El otro se titula “El misterio de la marca” y es una historia que gira en torno a una a la aparición de una persona muerta, y nadie se explica cómo llegó a estar en las condiciones en las que se encuentra el cadáver, y ahí lo que yo quería hacer era contar la mayor cantidad posible de historias en el menor número de páginas posible. Esos dos experimentos los hice en paralelo, y el primero es mucho más burdo, y busca solamente seguir a este ser descomunal, no hay trama, mientras que el segundo es todo lo contrario: hay muchas tramas y se desarrollan todas en pocas páginas. Ambos comencé a escribirlos en paralelo a “Acequia”, pero las dos primeras las terminé muy rápido. Y el siguiente libro que publiqué, ya muchos años después, fue «Grimorio», que es una novela en la que aparecen personajes y lugares de “Acequia”, que tienen otras aventuras, digamos. “Grimorio” ganó un premio nacional allá en México, y un par de años después lo publicó la UNAM (Universidad Autónoma Metropolitana). Y ese libro presenta un cuaderno de notas de una persona, a la que se le revela un método para ganar dominio mágico sobre las cosas, que consiste en escribir, y hacerlo tan a detalle que las domina con la mente y les despierta características extraordinarias, Y ese experimento que él hace en su cuaderno es lo que está publicado, y por eso se llama “Grimorio”.

Evidentemente, uno piensa en escritores mexicanos que bordean los 40 años y surgen nombres como Julio Comensal, Daniel Saldaña, Fernanda Melchor, entre otros. ¿Te sientes parte de un universo común? Ellos escriben mucho también sobre violencia en la frontera, violencia contra la mujer, etc. ¿Tú te sientes parte de esta especie de universo de literatura mexicana actual?

Eso es muy relativo, porque a nivel personal, por ejemplo, conozco a Jorge Comensal, publicamos en la misma editorial, hemos coincidido en varias ciudades en eventos literarios, lo considero mi amigo. A Aura García Junco también la conocí, o sea, sí hay como una relación espacio temporal, y de simpatía y afecto. No obstante, más allá de eso, no sé si podríamos llamar esto una generación que realmente tenga puntos en común. Siento que ni siquiera me corresponde a mí pensarlo porque afortunadamente no soy crítico ni teórico. Pero sí veo muy claramente que hay una generación específicamente de escritoras que sí tienen unos intereses y unas formas que las relacionan mucho y que, además, tienen un público muy específico. De ahí en fuera, yo creo todo es mucho más variado. Y hay cosas muy valiosas, pero, por ejemplo, Daniel Saldaña escribe incluso una novela sobre Cuernavaca que apareció antes que la mía. Él es de Cuernavaca y escribe esta novela sobre dicho espacio, pero más allá de que sea el mismo lugar, no sé si allá intereses similares.

La edición peruana de «Acequia» corre por cuenta de Pesopluma.

¿Crees que el tema de la guerra contra el narco ha copado en parte la literatura mexicana? Porque en Perú se decía mucho esto respecto a la literatura post periodo de la violencia…

Al no ser teórico ni crítico, no creo ser el indicado para opinar al respecto, sin embargo, como lector me interesa muchísimo la mayor disparidad posible en mis lecturas. Trato de abarcar cosas muy muy dispares y lejanas a mí, para ampliar mis horizontes de escritura, ¿no? Entonces, por eso mismo no estoy muy al tanto de la actualidad. Digamos que no me ha interesado tipo “ah, voy a leer todas las publicaciones mexicanas recientes”. Porque eso siento que me limitaría un poco en mi curiosidad de ver cómo están escribiendo en otros lugares, ¿no? y en otras épocas. Entonces, no hago una lectura sistemática de del panorama actual. Aunque, sí, obviamente sé que hay temas que están muy presentes como, obviamente, el género, el feminismo, la violencia, y me parece que está muy bien, que son temas muy importantes para la sociedad. También supongo que hay de pronto a lo mejor oportunismo de ciertas personas abordando el tema, simplemente porque saben que está ‘de moda’, pero también creo que no trascienden esas apuestas. Lo que trasciende es lo que de manera genuina aborda un tema más allá de que esté de moda o no.

¿Cómo es el proceso de ir creando esos personajes casi homónimos del Nobel Vargas Llosa o de César Vallejo? ¿Lo tomas como una disciplina, digamos, algo más rigurosa y menos divertida de lo que uno como lector disfruta?

Qué bueno que lo disfrutaste. Sí hay cosas que surgen de manera espontánea y me dan risa. Muchas cosas humorísticas surgen de que soy estúpido y de pronto veo algo escrito, lo leo mal, volteo otra vez y ya veo correctamente el nombre. Entonces, muchos juegos de palabras, muchos juegos de nombres, han surgido de eso, de decir ‘Ah, qué menso que leí eso’. Pero luego digo, «Ah, pero está simpático, ¿no? Lo voy a anotar y luego ya lo usaré». Cuando hice la editorial El Helecho, donde se le les ocurre explotar esta posibilidad de los nombres, algunos juegos de palabras vinieron de manera muy espontánea, y otros sí los pensé un poco más, ya de manera más angustiante porque hacía falta poner más chistes. Y, de hecho, le pedí a las 10 editoriales que publicaron la novela que hicieran un chiste con (el nombre) de algún autor de su país, pero solo dos o tres se animaron, porque realmente está muy difícil eso de escribir un chiste de manera calculada.

Más allá de esos perfiles, digamos, de personajes, también está el licenciado Aguas, también hay un niño que desaparece por los subterráneos. ¿Te ha sido fácil mezclar realismo con fantasía en “Acequia”?

Considero que la realidad que habitamos, muy racional y científica, pues es muy limitada, porque menosprecia otras manifestaciones que están ahí todo el tiempo y les llamamos alucinaciones, mentiras, ilusiones, malinterpretaciones, etc. Pero yo sí considero que hay un ámbito energético y espiritual, que está todo el tiempo manifestándose y creo que habitamos una realidad que abarca mucho más de lo que la ciencia nos permite, como bien lo establece el realismo mágico. Entonces, no es que yo quiera, de manera voluntaria, generar una fantasía, sino que más bien al seguir a mis personajes en sus conflictos llegan a esas situaciones que se les presentan como a mí se me han presentado en mi cotidiano, situaciones parecidas, ¿no? Que son fantásticas, en realidad, o sea, van más allá de lo de lo que la ciencia puede explicar actualmente.

Al situar la novela en Cuernavaca sientes que, en parte estás un poco quitándole peso a la Ciudad de México (CDMX). ¿Crees tú que la ciudad de México está muy presente en la literatura y tuviste quizás la intención de romper ese centro?

Sí. Pero no es algo tan combativo. En algún momento me di cuenta de que estaba pensando de joven qué hacer. Y dije, ‘bueno, me puedo ir a la CDMX’. Y no fue que un día me sentara y así lo pensara, tal cual, pero sí tenía la sensación de que irme de allí, como mucha otra gente, implicaba escribir sobre la CDMX, ser un escritor de la CDMX, que escribe sobre su realidad y se queja de eso, no sé, lo cual me parecía bien para otras personas. Creo que hay gente que ya lo hace de manera maravillosa, pero a mí personalmente me dio mucha flojera. Dije, ‘No, yo no voy a hacer eso, ¿no? O sea, para mí no lo quiero. No me quiero ir a otro lugar. Y decidí ser el personaje que se queda en Cuernavaca y se obsesiona con su ciudad. Y también eso me da un poco más de libertad porque no se ha escrito mucho sobre Cuernavaca, aunque hay otros escritores que tienen increíbles novelas respecto a la ciudad. Pues es muy amplio todo lo que se puede decir, y eso también es cómodo como creador, como que estás más relajado. Y también significa estar alejado de la sociedad escritora, lo cual te brinda cierta libertad, porque no tienes compromisos con nadie, puedes escribir lo que quieras y no vas a ofender, no te vas a enemistar con nadie, ¿no? Al mismo tiempo, tampoco te relacionas y no tienes esos contactos, pero no hay una obligación de nada. Entonces, yo podía estar ahí escribiendo mis cosas y, pues, si no funcionaban, nadie se iba a enterar de mi fracaso.

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