Santiago Roncagliolo: «En una economía tan informal, es fácil deslizarse hacia las mafias y que estas se acerquen a ti»

Siguiendo un camino singular, “El accidente” (Seix Barral, 2024) no surgió como una novela. En realidad, su autor, Santiago Roncagliolo, la escribió para un Podcast que la actriz mexicana Vanessa Bauchen popularizó allá por 2019.

Este libro ha seguido el camino inverso, porque lo habitual es adaptarlos al cine o televisión, y aquí hemos pasado del Podcast al libro. Es una bonita señal de estos tiempos híbridos”, dice el novelista nacido en 1975.

“El accidente” es protagonizado por Maritza, una abogada de muchos recursos económicos que, de un momento a otro, se enfrenta a una situación límite: su hija Patricia se ve envuelta en un suceso que la expone a múltiples peligros. A partir de aquí, la dueña de un prestigioso bufete capitalino tendrá que interactuar con una serie de personajes siniestros, cada uno más oscuro que el otro.

Iván Araujo es el novio (mayor) de Patricia. Reinaldo Jauregui, un mafioso que añora el estatus de Maritza. Percy Cuadrado, un delincuente que exhibe con suma facilidad su falta de escrúpulos. El primero develará el peor rostro de la protagonista. El segundo, ofrecerá soluciones a sus problemas. Y el tercero, la arrastrará a escenarios delictivos en los que jamás imaginó ubicarse.

Mientras difunde “El accidente”, Roncagliolo prosigue con su carrera de guionista. En noviembre se estrenará en Brasil la serie “Sutura” (Prime Video), un thriller médico en el que, presionados por las circunstancias, dos galenos (Ícaro y la doctora Mancini) inician una doble vida dentro de un hospital que en su parte superior atiende a millonarios, y en su sótano a mafiosos. Pronto ese nivel inferior será también el único lugar al que la favela podrá ir en busca de asistencia. A este proyecto se le suman otros previos en los que el peruano ha colaborado como guionista: “Muxes” (MAX) y la serie “Toda la sangre” (Lionsgate), adaptación del bestseller de Bernardo Esquinca.

“El accidente” surge en 2019 y como algo distinto a lo que conocemos como un libro…

Sí, era una historia para contar más que para leer. Entonces traté de crear una gran intimidad entre la narradora del Podcast (la actriz mexicana Vanessa Bauche) y el que escucha. Por eso la segunda persona y esa sensación de que esta mujer te cuenta su intimidad, su vida. Sin embargo, también pensé que el nivel de atención de alguien que escucha es mucho menor al de alguien que lee un libro. Así que la historia tenía que ser vertiginosa, sin un segundo para desengancharte. Mis referentes fueron más de televisión como “Breaking Bad”, “Ozark” o “The Sinner”. Y usualmente los libros son los que se adaptan para terminar siendo series, pero “El accidente” siguió el camino inverso: este es un Podcast con influencia en series que termina adaptándose en un libro. Me parece una muy bonita señal de estos tiempos híbridos, en los que hay muchos formatos para contar historias y se mezclan y contaminan entre sí.

¿El Podcast que grabó Vanessa, entonces, es muy similar a la novela que acabo de leer?

Hubo que hacerlo prosa y no guion, porque lo otro tenía muchas indicaciones de producción, como tienen los guiones, y también se trabajó en darle mayor atmósfera psicológica a los personajes. Sin embargo, (la novela) mantiene la velocidad y la intimidad del proyecto original. Lo que cambia principalmente, de cara al que lee el libro, es que, en el Podcast, Vanessa –que es una extraordinaria actriz—con su entonación te dice cómo se siente su personaje, la velocidad de las cosas, la intención, las emociones y las atmósferas. Con un libro es el lector quien decide, y además tiene el poder de completar la historia a su manera.

Es curioso porque el Podcast es del 2019, parece que la hubieras escrito este año. Hoy Lima está sumida en una crisis de inseguridad y violencia…

Y esa fue una de las razones para adaptar la historia a un libro. Al final esto es un retrato de cómo las mafias se adueñan de los países porque gente como Maritza les abre la puerta, y se destruye en el proceso. Es la metáfora de algo que se agudizó después de la pandemia. Esta historia habla de lo que nos ocurre hoy. Si la hubiese pensado ahora, a lo mejor para cuando se publicase el libro, ya sería otra la realidad. Pero ha resultado increíblemente actual…para mal.

Venimos de un paro en el que la gente pide que no la extorsionen…

Yo nunca había visto una manifestación de gente pidiendo que no la maten por la calle. Esto es señal de la precariedad que estamos alcanzando.

Una de las razones por las que Maritza recurre a estas mafias es porque sufre un descalabro familiar. Pero usualmente cuando te pasa esto último, recurres a un terapeuta, o a una escuela de padres. ¿Qué la lleva a acercarse a mafiosos?

Ella quiere proteger a su familia. Hay este tipo, Iván, rondándola, y es muy siniestro. Es posible que él haya causado el accidente, y también que pueda causar otro. Su hija no le habla y es muy difícil saber qué está pasando ahí. Maritza sabe que no puede acudir a la Policía, porque seguramente esta es mucho más peligrosa que este tipo, y (posiblemente) para conseguir una orden de alejamiento, un juez podría exigirle otro delito: un soborno. Es la certeza de vivir en una sociedad en la que nadie hará nada por ellos aquello que hace que busque esos servicios en el lado oscuro. Y de hecho eso le abre un poder que no debería tener y que termina siendo suicida. Conoce a Reinaldo Jauregui, le pide que mire a su esposo, que lo investigue, pero también a sus socios del despacho. Así que poco a poco Maritza se va metiendo en el mundo de Reinaldo y viceversa. Y eso habla mucho de esta delgada línea entre las élites y las mafias que hay en nuestros países. En un mundo de tanta economía informal, si tienes mucho dinero es muy fácil que te deslices hacia la mafia, y es muy fácil que la mafia se acerque a ti.

Esta es una novela casi sin personajes buenos. Incluso la pequeña hija de Maritza, Liliana, es mala. ¿Coincides?

En esta historia, como en las mías en general, buena parte de lo que el lector debe decidir es quién es bueno y quién malo. No sé si Maritza es un verdugo o una víctima, de la alta sociedad en la que se mueve, de la mafia, del Estado. Ella es una mujer tratando de proteger a su hija, y Reinaldo es un hombre que sobrevivió como pudo en su mundo, y que preferiría ser como ella. Hay algo de fascinación de él hacia Maritza, porque él quisiera pertenecer a su mundo. Y esa es una constante de mi trabajo, apelar a la delgada línea entre el bien y el mal, y cómo los monstruos son creados por sus sociedades a partir de sus grietas. Ellos son la manifestación de las enfermedades de una sociedad. Me gusta que los lectores, tras la lectura de mis libros, puedan discutir quién es bueno, quién es malo y quién habría hecho qué cosa en determinadas circunstancias. Porque así es la vida. Por alguna razón increíble, todos creemos que somos buenos, pero no todos hacemos cosas buenas todo el tiempo, y es discutible en el mejor de los casos. Quizás sería más fácil combatir el mal, si fuésemos conscientes de cómo participamos en él.

Tú eres claramente un adepto al thriller, a las novelas negras, pero, personajes como Reinaldo, Iván o el propio Percy, ¿están siempre dando vueltas en tu cabeza, o surgieron para este libro específicamente?

Primero surge la protagonista. Me interesaba que sea mujer, así que surgió Maritza. Si el caso iba a ser público, la condena social para una madre que hace daño a sus hijas es mucho mayor que para el padre. Y a la vez, las mujeres de su generación se han visto obligadas a ser perfectas en muchos ámbitos. Madres, esposas o empresarias perfectas. Pienso que toda esa perfección la está desquiciando y viene destruyendo la relación con su hija. A partir de eso, los personajes secundarios surgen de su relación con ella. Cuando Reinaldo aparece en el hospital, yo sé que él representa un lado oscuro de Maritza. Su esposo representa la aspiración social. Su hija, su propia frustración como hija, porque Maritza también tiene una historia como hija que parece condenada a repetir. Creo que nosotros somos los protagonistas de nuestra vida, y los personajes alrededor nuestro son representaciones del amor, del odio, de la pasión, del deseo y de la frustración. Todos encarnan sentimientos que tenemos dentro.

Cada vez que la familia de Maritza se descalabra un poco más, hay esta alusión de ella a “volveremos a ser la familia perfecta”. ¿Crees que aún hoy, en 2024, uno se casa con la ilusión de formar una familia perfecta?

En la clase de Maritza creo que sí, porque es una clase obligada a ser perfecta. Y donde todos además han mostrado constantemente lo perfectos que son. Sin embargo, aunque no te cases, aunque tu pareja sea de tu mismo sexo o, aunque tengas una relación poliamorosa, tú quieres que todo salga bien, que eso triunfe, tú quieres amor. Y es muy difícil porque cada persona tiene sus propios miedos, apetitos y frustraciones. Tener una familia requiere luchar y trabajar. El amor es algo que tienes que ir peleando cada día. Y mucha gente no puede sobrevivir a eso, entonces prefiere la soledad a tener que estar labrando una relación duradera.

Me has dicho que no es tu intención plantear personajes malos ni buenos, sino que la gente los coloque en el bando que prefiera, pero, ¿y plantear temas? Por ejemplo, la salud mental es algo que se me ocurre mientras leo “El accidente”. En varios personajes, desde la pequeña Liliana.

Yo diría que sobre todo en ella, no sé si en los demás. La madre de Maritza quizás también. Lo que siempre ha aparecido en mis historias y en mi vida es que es muy difícil distinguir la enfermedad del estado de ánimo. Cuando yo he sufrido depresiones me he dado cuenta de que, cuando no podía conmigo mismo, otra gente lo interpretaba como que yo era un imbécil y un pesado. Y no sé muy bien cómo podrían haber sabido que era (algo) diferente. La enfermedad mental puede ser la tristeza, la angustia, frecuentemente es un sentimiento que no puedes controlar. Y está más en tu corazón que en tu mente.

Rodolfo, el esposo de Maritza, escapa al común de los personajes varones de la novela. Es un tipo sosegado, tranquilo…

Es un idiota (risas). Pocas veces he dicho eso de mis personajes. Creo que él es completamente convencional y yo necesitaba que lo fuese así, porque es también la proyección de ese lado de Maritza. Él no aspira a nada más que tener un poco de dinero y sexo, con eso lo tienes contento. No espera más de la vida. En cambio, Maritza ha luchado por lo que creía importante. Y está viendo cómo se derrumba algo por lo que luchó mucho. Reinaldo igual, ha luchado por sobrevivir en un mundo duro, y tiene el anhelo de acercársele a Maritza. Patricia quiere rebelarse dentro de su familia, y la niña Liliana también. Pero Rodolfo sería feliz estando frente a una piscina con una cerveza y de vez en cuando que venga una chica para tener sexo. ¡Y existe mucha gente así!

Otra alusión permanente en la novela es la de los esposos diciendo que “todo se les fue de las manos”. ¿Pero realmente alguna vez tuvieron control de algo?

Fingieron que tenían las cosas bajo control. Y no solo ante los demás sino ante sí mismos. Se engañaron a sí mismos. Pero esa también es otra de las grandes dudas de la novela y de mi vida: ¿y si tú te convences de que eres feliz puede ser mentira? Muchas veces he encontrado esta reflexión en los libros y en la filosofía: quizás sea mejor ser tonto para ser feliz, porque la gente inteligente ve todo lo que está mal y tiende a la depresión. Una vez vi entrevista a una chica superdotada, y le preguntaron si era muy feliz siendo inteligente, pues podía resolver todos los problemas, pero ella respondió algo como ‘la gente inteligente no es muy feliz, al contrario. Los listos son los que resuelven problemas. Los inteligentes los crean’.

Santiago Roncagliolo en una fotografía de Sissy Morfi.

Acaban de meter a prisión a Andrés Hurtado ‘Chibolín’, y el día que lo llevaron al penal, vestía unas zapatillas de lujo. Eso me hizo preguntarme si la cárcel sigue teniendo el mismo efecto emocional para ricos que para pobres. Siempre se dice que los primeros tienen comodidades, incluso en una celda. ¿Crees que la prisión de alguna forma ‘iguala’ clases sociales?

Más o menos. El caso Chibolín me pareció una muestra de lo cerca que está el glamour y la riqueza del crimen. Ahora, en cuanto a la cárcel, yo he visto de todo. Depende la persona y de dónde venga. En la cárcel sigue habiendo diferencias y el que tiene no vive igual que el que no, pero hay poco que tener, eso es verdad. He ido mucho a prisiones y había terroristas de Sendero que encontraban allí una experiencia liberadora y de crecimiento, porque el país que ellos querían se parecía mucho a una cárcel: todos iguales, con tareas asignadas, y todos pobres. Entonces, muchos se sentían mejor dentro que fuera. Otros presos comunes, venían de situaciones tan marginales y violentas que hasta cierto punto la cárcel era un alivio, y podían comer. Y también he conocido narcos para los que la cárcel era más o menos parte del trabajo: te pasas parte de tu vida presa, otras veces no, y otras sí. Y tenían guardaespaldas, entonces estaban más seguros que en el exterior. En ese sentido, y esta es otra ambigüedad de la novela, para Maritza es un fracaso en la vida, pero en cierta forma también es una liberación. Ha abandonado la ‘cárcel’ en la que estaba antes, en donde tenía que cumplir ciertas expectativas y en la que se había encerrado ella sola. Pero en la cárcel (real) se enamoró de alguien de quien nunca se habría enamorado afuera. Y adentro también puede asumir la historia con su madre de una manera que no podía asumir antes. Así que es libre de ser ella misma.

“El accidente” empezó como un producto para Storytel, pero no es tu primera incursión en otros formatos. Has escrito para series y películas. Desde “Toda la sangre” hasta “Muxes”, pasando ahora más recientemente por “Sutura”. A diferencia de tus libros, que contienen historias peruanas, estos tres proyectos son todos extranjeros. ¿El autor de esto es otro Santiago Roncagliolo?

(Risas) no. Yo escribiría todas sobre Perú, solo que en Perú no se hacen proyectos así. Trabajar en otros países es posible porque trabajo con mexicanos, con brasileños y aprendo mucho de ellos. Y lo bonito de esto es que en estos trabajos colectivos ves esos países a través de los ojos de sus creadores, de los guionistas, de los directores. Y entonces para mí es una experiencia fascinante. Pero creo que no podría hacer libros sobre otros países. Empiezo a hacer libros (que ocurren) en España porque ya llevo viviendo un tiempo viviendo allí, y mis historias comienzan a tener que ver con eso. Pero mis historias, aunque sean legibles en todas partes, y por eso se publican en el mundo hispano, siguen ocurriendo en Lima porque sé cómo hablan esos personajes, a dónde van, cómo se visten y cómo piensan. En los guiones (de otros países) necesito trabajar con gente que tenga esa información, y lo que hago yo es tratar de construir la mejor historia posible.

Acaba de entregarse el Nobel de Literatura a la surcoreana Han Kang. No habían pasado ni 12 horas y sus libros se habían acabado en Communitas. ¿Qué importancia crees que debemos darles a los premios, y por sobre todas las cosas al Nobel?

A mí no me preocupa mucho quién se gana el Nobel, pero sí que sirve para darle una difusión global a muchos escritores que tal vez sin ello no serían reconocidos. Eso está muy bien. Normalmente no conozco a los ganadores del Nobel, pero a Han Kang sí, sí la he leído. Y me parece una autora espectacular, con un universo sumamente peculiar, que escribe como nadie más. Sus personajes son muy vulnerables, y escribe de un modo muy mágico. Me alegra que una autora como ella, o que alguien como Vargas Llosa o Ishiguro –que son los que me gustan– tengan esa difusión global. Más allá de eso, no entiendo muy bien porqué unos señores en Suecia, seguramente muy mayores, deciden quién es el mejor escritor del momento en el mundo. Si por lo menos fuese una representación más diversa, quizás lo entendería.

Hablando de difusión, tus libros se han traducido hasta en polaco. ¿Qué explica eso?

Sí, de hecho, es una cosa muy rara. Les está yendo genial. Tenemos una propuesta para llevar “La noche de los alfileres” quizás a la TV o al teatro. Y es por cosas muy curiosas, accidentes de los libros. Esta es una novela sobre unos adolescentes a principios de los 90s, en Lima, en una sociedad socialmente muy reprimida, católica, que sale de un socialismo desastroso para embarcarse en un liberalismo que quién sabe qué será. ¡Y resulta que así fue Polonia! Además, las películas que se mencionan en la novela las ha visto toda mi generación en Polonia, así que súbitamente la leen como una historia polaca. Al parecer, ese cambio después de la Perestroika tuvo mucha violencia, como la que tenía Lima en esos años. Yo recuerdo que cuando leí “Sostiene Pereira” de Tabucchi, que hablaba de los finales de la dictadura salazarista de Portugal, yo leía a Lima, y veía los años de Fujimori en los que yo estaba. Y, bueno, mis libros que ocurren en Perú, los mexicanos leen pensando en México, los argentinos en Argentina y los colombianos en Colombia. Eso es lo fascinante de las historias: el autor las escribe pensando en su mundo, pero el lector las lee pensando en el suyo. Y así crean un mundo diferente al que el autor imaginó.

A propósito de Han Kang, está el temor sobre si una novela original de otro idioma pierde mucho al ser traducida. ¿Cómo es tu relación con tu traductor polaco?

Justo con el polaco me llevo muy bien, porque además es de mi generación, y por eso a él le interesaba traducir la novela. Conversamos, claro, pero yo confío plenamente en él. Además, si al libro le ha ido muy bien, ¿yo le voy a enseñar cómo traducir al polaco? Confío en ellos, trato de ayudarlos, incluso en los idiomas que sí hablo trato de no interferir, porque yo también he traducido, y no se trata de repetir cada palabra tal y como es, sino de crear en el lector el mismo efecto de la obra original en los lectores. Eso implica una interpretación, una creatividad y tomar decisiones. No es algo automático. Mira que también me llevo bien con mi traductor al griego, que sufrió mucho con “El año que nació el demonio”. Y es que además ellos son ortodoxos, no son católicos. Entonces es toda una cultura ajena para ellos. No sé si está bien o mal, pero él hacía preguntas desesperado, y yo trataba de ayudarlo, y luego él encontró cómo transmitir ese universo a los griegos y yo no me paso un segundo preguntándome si lo logró, pues no soy capaz de evaluarlo. Y nos hemos hecho amigos porque las cosas van muy bien. No sé si lo conviertan en un Western Gay, pero funciona y llega a los lectores.

¿Qué tienes en planes a corto plazo?

“Sutura” se estrena en noviembre en Brasil. También avanzo en una novela que estoy cerca de terminarla. También tengo algunos proyectos de guiones. Y también un proyecto con Radio Ambulante para hacer un Podcast. Siempre tengo 200 proyectos y se hacen dos. Y se hacen dos porque tienes 200. Si tuviera solo dos proyectos a la vez, no saldría ninguno. Siempre estoy probando muchos géneros y posibilidades. Me gusta mucho lo que hago, pero además siempre he pensado que no iba a durar mucho, que es muy difícil vivir de contar historias, y escribo cada libro pensando que va a ser el último. Uso el dinero del libro anterior porque tengo la idea de que ‘después no habrá dinero’. ¡Así llevo 20 años y sigo vivo!

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