Aunque los premios literarios en este país suelen desatar siempre controversias, cuando se informó que Marco García Falcón había ganado el Premio Nacional de Literatura 2018 fue más bien el consenso el que se hizo presente.
Y es que la novela “Esta casa vacía” no solo era, efectivamente, de lo mejor publicado aquí en 2017 sino que fue, además, una fiel representación del conjunto de una obra muy pareja en un escritor que –como él ha dicho más de una vez – no escribe en las mejores condiciones.
Tras los buenos comentarios iniciales, sin embargo, tocaba seguir insistiendo en aquello que uno chace bien. Así que un año después de “Esta casa vacía” vendría “La luz inesperada” (nominada al Premio Luces), una nueva novela corta también publicada por la editorial Peisa.
El texto cuenta la historia de Bruno Gózar, un publicista que, en medio de una mala relación sentimental con su novia, organiza un reencuentro con sus amigos del colegio en Cancún. Lo que debía ser un viaje de placer y diversión termina siendo una pesadilla en la que las rencillas del pasado se hacen presentes para martirizar al protagonista, enfrentándolo con su peores miedos.
Conversamos con Marco García Falcón sobre “La luz inesperada”, pero también acerca del éxito que logró su novela previa y, finalmente, sobre su forma de afrontar la escritura.
-Empezaste a publicar en 2002. Quizás el Premio Nacional de Literatura es lo más cercano a la cúspide en este país. ¿En qué etapa de tu carrera de escritor crees que estás? ¿Consideras que el premio a “Esta casa vacía” refleja que la novela es superior a tus obras previas?
Considero que hay cierta continuidad en lo que hago. Me interesa contar historias pero también ser un autor, o sea, no solo alguien que escribe un libro sino además alguien que tiene una propuesta literaria, una voz, una mirada sobre las cosas. Hay libros que no he publicado porque sentía que (en ellos) todavía estaba imitando a otras personas o quizás repitiendo algo de un texto anterior. Aunque está la continuidad que te digo, sí trato de hacer algunas variaciones. Pero todo libro lo escribo con el mismo cuidado y entusiasmo. A algunos les va mejor a que a otros, eso sí. Y el Premio lo he recibido con asombro y alegría. Me parece que “Esta casa vacía”, desde el principio, tuvo muy buena acogida no solo entre los críticos sino también en los lectores comunes y corrientes que no tienen que leer un libro si no les gusta.
-Hablando de la madurez que da el tiempo, ¿ves muchas diferencias en cuanto al registro o los detalles técnicos que logras en “Esta casa vacía” comparándolas con tus obras previas?
Siento que lo que escribo está muy ligado a lo que vivo, por ejemplo, a las emociones. En “París personal” yo era muy inocente en el sentido de que todavía estaba queriendo ser escritor y tenía mucho entusiasmo. Y eso está en el libro, pero curiosamente, cuando uno lee ese texto se da cuenta que el protagonista, un joven profesor que se quiere hacer escritor yéndose a París, al final se estrella contra la realidad. O sea, yo ya estaba lúcido y sabía que las ilusiones siempre se rompen. Luego, en “El cielo de Capri”, ya empiezan a aparecer algunas cosas más oscuras como la culpabilidad, un tema que yo desarrollo bastante. Por otro lado, en “Un olvidado asombro”, aparece el tema del padre, la muerte, el distanciamiento y la reconciliación. Y en “Esta casa vacía” surge la pareja, las dificultades que esta afronta, y más bien es –como me han dicho algunos—una especie de complemento a “Un olvidado asombro”, pues aquí es una especie de confesión de padre a hijo, siendo el amor del primero al segundo lo único que se salva al final de todo.
-Y luego viene “La luz inesperada”…
Aquí he intentado dar un nuevo giro sin perder la continuidad de la que te he hablado. Yo soy una persona muy receptiva al justo reclamo femenino por siglos de postergación y daño sufrido, y creo que uno no puede escribir con los mismos valores de hace treinta o cuarenta años donde había muchos más libros machistas y todo estaba más naturalizado. En esta última novela el personaje sufre con esta estructura machista, con esta idea del hombre que debe imponerse sexualmente, entonces, por una broma del pasado que no pudo superar, tiene un problema con su sexualidad.
-¿Por qué muchos de nuestros temores (como varones) al recurrir al pasado se ligan con el tema de la orientación sexual? ¿Te parece que ahí influye la estructura machista de la sociedad?
Sí. La idea de masculinidad tiene que ver mucho con fuerza y potencia. Hace un tiempo Anahí Barrionuevo escribió una nota sobre los contrastes de mis tres últimas novelas y decía que en un caso era el poder profesional lo que busca el protagonista de “Un olvidado asombro” (Joaquín Bolarte). Mientras que en “Esta casa vacía” está la idea de conservar la casa, la posesión como forma de poder. Y en “La luz inesperada” el chico quiere el poder más bien del éxito, pero en realidad lo que se ha visto disminuido es su poder sexual. Entonces, esta idea de masculinidad que todavía manejamos y que está en cuestionamiento (lo cual que me parece bien) tiene como esos valores de que ‘el hombre debe cumplir determinados requisitos y si no lo hace, fracasa’. Yo pienso que las cosas no son así.
-Kate Mckean escribió hace unos meses en “El País” un artículo llamado “No, tu historia no da para un libro”. Me has dicho que tomas algo personal para luego crear una historia. ¿Cómo sabes qué cosa sí da para una novela y qué no?
Mi premisa es una frase de V. S. Naipaul: “La literatura es experiencia transformada”. Yo creo que siempre escribes de tu experiencia, de cuestiones que te afectan, que te reclaman una manifestación, no sé, pueden ser obsesiones, deseos, miedos, o lo que Vargas Llosa llama “demonios internos”. Todo eso es la materia prima que tienes que transformar (primero) en lenguaje literario. O sea, tú puedes tener el testimonio de una persona que ha pasado por un hecho terrible, una “gran historia”, y puede tener un valor antropológico o humanitario pero no necesariamente literario. La segunda transformación tiene que ver con la mirada. Un artista te da siempre una mirada sobre el mundo. Creo que un escritor debe tener una voz, un estilo, una mirada, y transformar todo eso en algo significativo no solo para él –porque esto no se trata de mirarse el ombligo– sino para todos. O sea, hacer que algo particular se convierta en universal.
-Algunos chicos se desesperan por una reseña o comentario de su primer libro. Estando al borde de los 50 años y ya con un Premio Nacional de Literatura, ¿cómo tomarás las reseñas en adelante? En este campo puedes pasar de un gran elogio a un “no cumplió” con suma facilidad…
No solamente las reseñas, porque estas son públicas. A veces también puedes recibir comentarios negativos de gente que te suele leer con mucho entusiasmo. Puedes decepcionar a cualquiera. Pero esto ya es algo que no puedo manejar. Lo único que sí puedo controlar es, por ejemplo, el tema de la periodicidad de mis publicaciones. Como te contaba, tengo tres novelas que no he publicado porque según mi propio tamiz simplemente ‘no pasan’. Aunque trato de imprimirle el mismo esfuerzo, entusiasmo y seriedad a cada uno de mis proyectos, quizás haya que medirse un poco más en lo que se publica.
-¿Crees que un escritor ‘evoluciona’ con el paso del tiempo? ¿Cómo podrías definir el proceso de cambios a lo largo de los años para alguien que escribe?
Alguna vez escuché decir que en el arte no hay progreso. O sea, un artista podría empezar –del uno al 10—en siete, ¡y luego se viene en picada! O puedes arrancar en tres, pasar a siete y terminar en cinco. Esto por los riesgos que se toma un artista, los cambios y los giros. Lo que sí creo es que el talento, si lo tienes o si alguna vez te salió algo que vale, pues puede volver. No soy de los que dan por muerto a un artista. Hay autores que aparentemente entran en decadencia pero de pronto sacan una novelita corta potente y te recuerdan quiénes fueron en algún momento.
-¿Indica algo que hayas publicado dos novelas cortas tan seguido (de un año a otro)? ¿Las tenías listas ambas y solo elegiste el orden de salida? ¿Quizás una vino como consecuencia de la otra?
No escribo en las mejores condiciones porque, por diversas circunstancias, tengo que trabajar mucho y no dedico mis mejores energías a escribir ni demasiado tiempo, sin embargo, sí tengo mucha necesidad de hacerlo. Y suelo escribir en mi periodo de vacaciones (de la universidad). Entre diciembre y marzo escribo intensamente. No hago otra cosa que no sea escribir. Porque soy, como dice Umberto Eco, monocrónico, es decir, necesito hacer solo una cosa sino me sale mal. Entonces, luego de escribir veo si me salió bien. Y uno de los criterios que tengo para esto es que mis escritos se dejen leer. Soy un lector bastante impaciente, me aburro fácil. Yo creo que un libro no es una tesis donde debes cumplir con tales cosas. A mí me gusta mucho la condensación, la intensidad y sobre todo que haya una continuidad entre cada libro que escribo.
-En “La luz inesperada” identifico rápidamente dos detalles: el tema sexual y el religioso. Sobre el primero encuentro muy buenas descripciones de Bruno con Ale en el hotel., cuando él destaca su belleza y recuerda como todos se morían por ella en el colegio. ¿Cómo hacer que un momento sexual no pase a ser porno? ¿Cómo hacer arte de lo sexual?
Me parece que la necesidad, ¿no? Hay muchos factores para que esa escena esté en la historia. Y tienen que ver justamente con el problema que tiene Bruno. Se anuncia desde el principio que su relación sexual con su novia no es la mejor. Y él va a recuperar las cosas que ha perdido, pero lo primero que le falla es eso: no puede concretar el acto sexual con Ale. Me parece que lo importante para hacer una escena sexual es no describir el sexo sino el entusiasmo, lo que se está jugando ahí. Porque si solo quieres una escena sexual, entonces ponte a ver una porno. O sea, las expectativas y el no cumplimiento de estas son lo que hacen que una escena sexual tenga más valor para el lector.
-Me has dicho que al comienzo se notaba mucho que tratabas de imitar. ¿A qué autores intentaste emular en tus inicios como escritor?
Estudié derecho, llevé un curso de literatura que me gustó mucho, empecé a leer y luego escribí un cuento absolutamente ‘borgiano’ titulado “La divinidad”, que debe estar publicado en una revista porque con él gané los juegos florales de mi universidad. El siguiente cuento que escribí –siempre ligado a mis lecturas—fue muy ‘a lo Ítalo Calvino’. Uno al comienzo imita por admiración y por escaso manejo de los recursos. Cuando ya te sientes un poco más seguro creo que va fluyendo tu voz con sus inflexiones particulares, que podrían ser defectos también. Y escribí un cuento titulado “El resplandor de Celine”, que me permitió darme cuenta de que podía explorar todo un tema. Así fue cómo surgió mi libro “París Personal”.
-¿Se puede decir que en “La luz inesperada” hay cierta crítica hacia lo material? El protagonista es un chico que lo tiene todo pero aún así se siente vacío…
Sí. Creo que esta sociedad nos ha contrabandeado la idea del éxito ligado a lo material y al poder. Es un discurso que él se compra y que no solo se compra sino que además participa de ese sistema, porque creo que la publicidad lo que hace es embellecerte este mundo en el que si no eres productivo o entusiasta para la creación material no sirves. Me parece que al final este personaje se da cuenta no solo de que no está conforme con lo que hace sino que además está contribuyendo a que este mundo sea así. Mi novela es la historia de una epifanía en la que él finalmente se da cuenta de que no está bien el camino tomado y busca cambiarlo. Estoy convencido de que quien cree que esta sociedad está bien pues está equivocado.
-En la película “El autor” el protagonista (un aspirante a escritor) le da a su profesor de taller literario sus borradores para que lea y este lo manda a “caminar, respirar y vivir”. ¿Qué tan fundamental termina siendo esto para alguien que escribe? ¿Lo es más que la lectura?
Los artistas en general tenernos una relación problemática con el mundo. Paul Auster dice algo así como “los escritores son seres defectuosos”, o sea, gente que no encaja. Y también dicen que los escritores somos “psicópatas socialmente aceptados’ porque en esta incoherencia con el mundo podríamos terminar matando gente pero terminamos creando. Ese me parece ser el origen. Hay una inadecuación, una rebeldía le diría Vargas Llosa, y a partir de eso tú ya vas trabajando tu propuesta creativa. Obviamente esta inadecuación te hace mirar el mundo de manera diferente. Sin embargo, tú puedes tener a alguien que es un aventurero pero de repente esas experiencias no las va a convertir en arte. Y puedes tener a alguien súper sedentario pero tiene esta inconformidad y en su cabeza hay un mundo súper intenso. Lo que suelo recomendar es aprender a mirar, reflexionar, a entrenar esa mirada y esa voz. Porque la intensidad de la vida no creo que tenga que ver con el movimiento. Tú puedes tener una vida rutinaria como la de Pessoa, pero una infinidad de mundos interiores de personajes. Y tan importante como vivir es leer, principalmente a los autores que te gustan porque de alguna manera estos terminan siendo como tu familia espiritual. Entonces, es conveniente profundizar en esos escritores porque por ahí va la línea en la que te quieres dirigir y para saber también qué podrías decir de nuevo en esa línea.