Muchas veces no basta con tener una historia poderosa para escribir algo que conmueva, que interpele o que toque los corazones de terceros. En el caso de Karen Luy de Aliaga no solo ocurrió eso. A su historia personal (la de una niña que descubrió su orientación sexual en la hostil Lima de los dos mil) le suma una pluma curtida por las varias horas de constante revisión.
En ese sentido, la aparición de “Compórtense como señoritas” (Narrar, 2019) es simplemente la suma de A+B. Talento más una buena historia. Aunque en este caso lo segundo sea algo no siempre grato.
Hoy Karen vive en Buenos Aires, una ciudad algo más amigable para las minorías que Lima. “También hay homofobia, pero existen más leyes que la combaten”, me recalca en esta charla. Parece inevitable hablar de igualdad con ella, aunque confieso que la intento llevar también por el lado literario. Su pluma –un descubrimiento para mí– lo exige.
Así me confiesa haber leído a Blanca Varela y a Violeta Barrientos. Me menciona una serie de autoras que gracias a los buenos tiempos hoy son mucho más visibles (como María Emilia Cornejo). Ella, sin embargo, recorre su camino particular. Dos poemarios y ahora una novelita bien estructurada, divertida y, por supuesto, potente.
-Ya habías publicado dos poemarios tiempo atrás. ¿Crees que la poesía fue como un ‘paso previo’ a entrar en narrativa, lo ves como algo totalmente distinto?
Es difícil despegarte cuando has empezando escribiendo poesía desde muy chica. Creo que ese lenguaje se queda impregnado en todo lo que hagas. Soy publicista y algunas frases que hice fueron como versos. Para mí, sin poesía no hay nada. Es el ritmo. Lo más importante.
-¿Qué temáticas abordaban tus libros de poesía?
Al principio lo mío era como que muy visceral, casi adolescente. En “Mudanza” no había un lenguaje muy buscado ni versificado. Ese poemario trató sobre mi primera mudanza juvenil. Y el segundo libro (“2472 Kilómetros al norte”) es un road trip de dos chicas. El viaje empieza en A y termina en Z. Ese poemario salió diez años después del primero y, junto a mi editor, sí trabajamos más el tema del lenguaje, los versos y la prosa libre. Entonces salió algo más pensado.
-¿Y en qué momento te sentiste lista para tu primera novela?
Pasé por la escuela de escritura creativa con Iván Thays y Alonso Cueto en 2004. A partir de eso empecé a intentar escribir narrativa. Siempre pensaba ‘voy a hacer este corto, pero como no podré realizarlo, pues lo haré por escrito’. Y así escribí varias pequeñas escenas. Yo las creía cuentos, pero mi editor (Juan Pablo Mejía) vio que en todas se repetía la protagonista, la cual iba creciendo (en edad). Así resultó esta novelita (“Compórtense como señoritas”).
-Iba a entrevistar a una doctora sobre su primer libro y de arranque me paró con un “¡en este libro no hay nada mío!”, me advirtió. En tu caso, es todo lo contrario…
Es 99% real. En algunas situaciones puedo ser o la protagonista o la antagonista, o tal vez algunas historias las escuché de terceros. Pero sí, gran parte de la novela es autorreferencial.
-Si habláramos de tus recuerdos en la infancia, ¿sientes un poco más de esperanza en la sociedad de hoy que en la que te tocó vivir en tu momento?
Felizmente, es distinto. Conversaba con Violenta Barrientos sobre lo que ella vivió en los ochenta y pensé ¡lo que yo he vivido es nada a comparación de lo que a ella le tocó! Creo que hoy los milennials y los más jóvenes tienen diversas ordenanzas que los protegen. Y, por otro lado, una serie de redes sociales para conocer más gente.
-La solapa de tu novela te presenta primero como lesbiana y luego como escritora. ¿Por qué consideraste necesario aclarar esto sobre tu orientación sexual si tal vez tu buena pluma resulta suficiente carta de presentación?
Porque hay que visibilizar. Algo que me paso repitiendo es “lo que no se nombra no existe”. Respeto mucho a las personas que siguen en el clóset. Cada uno tiene su motivo. Y sé que lesbiana es una palabra que siempre tuvo una connotación negativa, pero yo sentía que debía decir ‘soy lesbiana, me gustan las mujeres, escribo, y estas son mis historias’.
-Tu novela es nutrida en imágenes. Una de las que más recuerdo es la de la niña jugando vóley mientras sufre las consecuencias de su primera regla. Hablando de esos aprendizajes, caídas y momentos duros, ¿qué te genera hoy verte en perspectiva?
De algunas cosas ya me rio, porque ha pasado mucho tiempo, pero yo te hablo desde un punto muy privilegiado, porque sé que hay gente que hoy la pasa muy mal. Gente cuya familia está en ‘Con mis hijos no te metas’ o que sus padres o hermanos son fundamentalistas y nunca van a entenderlos. Por eso tal vez muchos huyen de sus casas. Algo que me motivó a escribir este libro es que –con los años—vi cómo se suicidaban niños o niñas trans, cómo se maltrata a la población LGBTI en muchos lugares. Es terrible.
-¿Crees que la balanza entre la producción literaria de hombres y mujeres se está equilibrando rápido o lento?
Lento pero seguro. Hace unas semanas hubo un conversatorio sobre el ensayo de Pedro Casusol acerca de María Emilia Cornejo. Yo desconocía la existencia de estos dos poetas que afirmaban haber escrito el 50% sus poemas. Se atribuían la autoría de los mismos durante años. Ahora que se ha encontrado este cuaderno en francés de María Emilia, y que salen sus notas a puño y letra queda claro que siempre fueron sus poemas. Tal vez pasaron por una labor de edición, no lo sé, pero nada más. ¡Mira pues cómo se pone en vigencia la literatura escrita por mujeres!
-Incluso teniendo buenas historias, a veces no es suficiente si no escribes bien. ¿Cómo has ido puliendo tu escritura a lo largo de los años?
La primera historia (que está al centro del libro) la escribí en el año 2004. Creo que estaba bien planteada, pero lo que fallaba era que estaba compuesta por micro machismos de los que no me había dado cuenta en su momento. En 15 años he leído un montón de buenas autoras, me he educado, y creo que escribo mejor que aquella primera historia. También seguí talleres y actualmente llevo una maestría en escritura creativa. Así que desde que llegué a Buenos Aires me senté a revisar y pulir mis historias casi hasta el día anterior a mandar a imprenta el libro.
-¿Podría asumirse que tenías una intención al publicar esta novela? ¿Tal vez generar empatía con los lectores?
Sí, de todas maneras. Este libro va dirigido a gente que la va a pasar mal, que necesita palabras de resistencia y alivio. En 1996 leí el libro de Morella (Petrozzi), me sentí identificada y aliviada de que existiera alguien que diga las cosas como son: soy mujer, me gustan las mujeres y aunque te puteen o discriminen, nada cambiará. Te seguirán gustando las mujeres. A menos que lleves una doble vida, claro. Pero eso es horrible. Morirse en el clóset es como haber vivido en un ataúd por toda tu vida.
-Vives en Argentina, ¿sientes mucha distancia cultural entre ciudades como Buenos Aires y Lima?
Mira, como residente temporal en Argentina tengo más derechos con mi novia que como ciudadana peruana. Ambas podemos comprar juntas una casa. Mi residencia le es válida para por ser mi pareja (siendo ella estadounidense). Y eso para empezar. Podemos caminar libremente de la mano, besarnos sin que nadie nos mire como pasa mucho aquí. Buenos Aires es la ciudad más europea de Sudamérica. Siempre ellos están un paso adelante. Y ahora pelean por el aborto legal. Aunque también hay homofobia, sí existen más leyes que la combaten.